jueves, 30 de diciembre de 2021

Núm. 258. Mil amaneceres con palabras

¿Cómo hacer que una obra escrita en el siglo XXI, con lenguaje del siglo XXI, pueda parecer dicha en el XVII?

Collage de distintos amaneceres

Ni la resolución es fácil, ni el autor lo pretende. La obra es actual, pero algún guiño hay que hacer al siglo XVII. Benjamín, el protagonista, habla para los espectadores del siglo XXI, pero desde el primer momento nos vemos en un banco de galeotes mezclados entre la chusma

Chusma, según los diccionarios, es el 'conjunto de remeros de una galera'. Los remeros tenían distintas procedencias, no todos eran penados. Hoy en día por chusma entendemos el 'conjunto de gente vulgar'.

La primera frase que dice Benjamín ya nos lleva allí; un Benjamín del que se nos dice en acotación que debe ir vestido «con una ropa elegante y de calidad que marca el lugar y la época en la que estamos: pleno siglo XVII español», pero esto es secundario. La primera frase es:

Le conocí en galeras.

Y si la palabra galera fuera polisémica, que lo es, la segunda frase aclara de qué galeras estamos hablando:

Remaba en el banco treinta fondo a babor...

... un buen párrafo para contarnos, casi en modo de flashes cómo discurría la vida de los penados: apenas sitio, cacillo de agua, remos, remeros, bajar...

Un mundo oscuro, tétrico, maloliente, por tener que «hacer sus necesarias allí mismo». Como Quevedo, ni el autor ni el narrador nos ahorran detalles. 

Consentidor, consentidor... «Hablando en plata, cornudo y cabrón», traduce el autor por si hubiera algún despistado entre los asistentes. 

Junto a Quevedo, más de una cita de Lope «que sin culpa, al más honrado...», y volver a desmenuzar esas expresiones fijas:

Cornudo, sí señor, por la gracia de Dios, que no se mueve ni una hoja en un árbol si él no lo manda. Y si vuesa merced me muele las costillas seré cornudo y apaleado, también por la gracia del Señor, amén.
La fórmula de tratamiento vuesa merced estaba en plena transformación en la época del relato, pero aunque no fuera así, al espectador del siglo XXI le transporta en volandas a él; el tratamiento y las fórmulas piadosas, sacadas aquí de los automatismos lingüísticos de forma magistral. En cuanto a cornudo y apaleado, difícilmente podríamos encontrar mejor explicación al posible origen de la expresión.

Otras muchas son las expresiones a lo largo de la obra en las que Alonso de Santos gusta recrearse, porque en palabras del autor «hay otro [mundo] dentro de las palabras». 

De la harina de los sabios comemos los simples, ha sentenciado el autor unas líneas antes. Alonso de Santos hace un sutil homenaje a Agustín de Rojas y El viaje entretenido, obra miscelánea, trufada de refranes y sentencias,  en la que un grupo de cómicos, uno de ellos el propio Rojas, intercambia experiencias: 

Porque la harina de los sabios comen los simples por salvado, y el salvado de los simples es harina de los filósofos.

Expresiones para reflexionar que viajan a través de tiempo en boca de cómicos de acá y allá. El homenaje de Alonso de Santos a su propio oficio en esta obra, también miscelánea, es constante en toda la segunda parte.

Termino esta entrada con una de las múltiples referencias a esa lírica popular, que tantas reminiscencias nos trae.

Trébole, ¡ay, Jesús, cómo güele!

Trébole, ¡ay, Jesús, qué olor!..

 

Comentario para el club de lectura La Acequia 

 

 

domingo, 12 de diciembre de 2021

Núm. 257. Mil amaneceres optimistas

Hay tanto que comentar en Mil amaneceres, la última obra de Alonso de Santos, que casi no sé por donde empezar, así que empiezo por lo básico, por el argumento.

Collage de amaneceres

¿Qué piensa un condenado a galeras cuando lo empujan hacia el banco donde en el mejor de los casos va a pasar un mínimo de dos años, y en el peor no llegar tan siquiera a ellos? La mayoría se desespera, pero Antón no, el bueno de Anton, san Antón, aprecia la oportunidad que le da la vida de conocer el mar.

¡Qué bien, por este agujerito veo el agua! ¡Con las ganas que tenía yo de conocer el mar!

No se puede ser más positivo frente al infortunio. Los amaneceres irán marcando sus días, al menos mientras no pierda la cuenta, y luego un día tras otro, todos serán iguales, y quedarán los amaneceres hasta mil, uno tras otro hasta el fin de la condena.

Antón y Benjamín, hombre maduro y niño, entran a la vez en el barco y salen juntos de él, para seguir enfrentándose a las galeras de la vida en tierra. Antón, con su bonhomía, sabrá guiar al niño en esta su nueva etapa, y encauzarlo para que no vuelva a galeras.

Antón es un hombre llano, que solo ha cometido un delito: ser cornudo, ser consentidor de su deshonra. Se niega a cumplir la ley de Dios que obliga a matar a su mujer, adúltera, pillada in fraganti, porque si Dios ordena todo y las cosas deben hacerse como Dios manda -la expresión se repite insistentemente en la primera parte de la obra-, también manda Dios amar y tener piedad del prójimo, y más si es la mujer propia. Antón, hombre sencillo, se pregunta:

por qué el honor de los hombre lo han de pagar las mujeres. Y acabó en galeras.

Rotunda respuesta, en punto y seguido, a una pregunta demasiado complicada para ciertas mentes y ciertos tiempos. ¡Ay, si fueran solo aquellos tiempos!

Benjamín, un niño, ha cometido el enorme delito de robar una bolsa a fin de llevar algo de arrimo a su casa. ¿Una bolsa?, ¿una tarjeta de crédito? Mil días a galeras, para que aprenda. Y aprende, aprende de Antón, que más vale ser seta buena y que te terminen comiendo, que ser seta mala y terminar envenenándote a ti mismo.

La vida, una vez liberados, no será nada fácil. Arrojados a un mal puerto con lo puesto, con los andrajos que llevan puestos, y sin comer en los días anteriores, con el estigma de su condena en la piel, emprenden un road movie por las Españas, donde Felipe III o quizás ya Felipe IV, ¡qué más da el número!, viven entre fiestas y agasajos, mientras sus súbditos pasan hambre y necesidades. Su meta es llegar a Talavera y Toledo, sus lugares de origen respectivos, pero no adelantemos acontecimientos.

En cada pueblo, una enseñanza; en cada atrio de iglesia, una aventura. Se pasa frío y se pasa hambre:

¡Qué hambre siempre, qué hambre!

También aprende el niño Benjamín, que ya va dejando de ser un niño, que 

hay gustos para todo y mucha necesidad.

Necesidad y experiencia en las lides amorosas de un viejo que es capaz de encantar a una mozuela con unos sonidos de flauta, tocada con una sola mano, acompañándose de unos versos de Lope, el más famoso autor de comedias: 

Amor, no te llame amor
el que no te corresponde.

Su llegada a destino no les depara buenas nuevas, ni al uno ni al otro. Ni Talavera ni Toledo, las eternas rivales, acogen a sus hijos como esperaban, así que toca otra vez ponerse en camino, cabalgar de nuevo sin Rocinante ni rucio, solo con su piernas, su ingenio y la hospitalidad de una compañía de cómicos que van de camino.

Benjamín comprende que su futuro está en el teatro, en entretener a la gente contando las propias desgracias, porque no hay como contar la propia vida, para que la gente se ría:

es condición humana disfrutar con las penalidades ajenas.

Un día, en que la fortuna va a cambiar sus vidas, se produce la separación, han llegado al final de su camino juntos.

No.

Antón dice no, mientras Benjamín parte hacia la corte, donde le espera una carrera como cómico. Con lo bueno y lo malo, el hacer reír a la gente no deja de ser una buena forma de ganarse la vida.

Y cae el telón habiéndonos dejado un mosaico de aquella vida áurea del siglo XVII, a través de algunas escenas y palabras; pero ¿de verdad hemos viajado por el Siglo XVII?

Comentario para el club de lectura La Acequia

lunes, 6 de diciembre de 2021

Núm. 256. Me lo dijo un pajarito...

Hoy os comento un libro excepcional, un libro de esos que dejan huella, sobre todo por la hermosa historia que hay detrás, pero también por el hermoso resultado, un libro sencillo y lleno de contenido, que nos va a enseñar mucho sobre los pájaros.

Se trata de Aves en la Huerta del Obispo (Parque de Agustín Rodríguez Sahagún), cuyos autores principales son Antonio Ortiz Mateos y Clara Jiménez Ortiz, abuelo y nieta, de los que ahora hablaremos. En honor a la justicia, y antes de proseguir, el libro no sería el mismo sin la colaboración de Lola Gamoneda Landeta (portada), Marian Giménez Sánchez-Ferrer (prólogo) y Miguel Perales Torres (colaboración). 

Doble página dedicada a las cotorras

Tras su jubilación, Antonio se aficionó a los paseos por su barrio, Tetuán, por aquelo de andar y beber agua, tal como recomiendan los médicos; pero parece que no le parecía suficiente, así que se armó de una buena cámara fotográfica, y con ella empezó a observar los árboles, los pájaros...

Nada o muy poco sabía de ellos cuando empezó esta tarea, pero a fuerza de preguntar a unos y otros, servirse de Twitter para llegar al otro extremo de la ciudad, y contactar con quien sí sabía, fue acumulando conocimientos sobre ese trozo de naturaleza urbana madrileña, amenazada y axfisiada por la especulación, que es el parque Agustín Rodríguez Sahagún en el norte de Madrid.

Con frecuencia ese conocimiento y esos paseos los fue compartiendo con sus vecinos, y haciendo de guía en ese parque, que ya tan bien conoce, fue guiándonos a los que nada sabemos ni de pájaros ni de árboles, para terminar sabiendo un poco, aunque solo sea un poco, de esos dos elementos tan importantes en nuestras vidas.

La sorpresa vino cuando un día lo acompañó su nieta Clara, aficionada a la pintura, y que ni corta ni perezosa agarró láminas en blanco y lápices de colores y fue plasmando en el papel lo que su abuelo fotografiaba. Los expertos ornitológicos no salían de su asombro al ver cómo una niña pequeña era capaz de plasmar en cuatro trazos lo más característico de esa aves, lo que nos va a ayudar a reconocerlas a los que somos totalmente profanos en la materia. 

Y con esas sencillas imágenes, algunos recuerdos de nuestra propia infancia volvieron de nuevo a nosotros. 

¿Por qué llamamos siete colores o colorines a los jilgueros? Clara nos da la solución:

Dibujo del jilguero

¿Por qué sabemos reconocer al macho del gorrión? 

Dibujo del gorrión macho. Se ve la mancha negra en la garganta
¡Por la corbata! 

Eso decíamos cuando éramos pequeños, que los gorriones llevaban corbata, y las gorrionas eran más feas. Antonio lo deja muy claro en lenguaje perfectamente entendible:

El macho tiene un «babero» negro y plumas color chocolate, mientras que la hembra tiene colores más grises en general.

Hablando de las cotorras, que encabezan esta entrada, se nos dice que «elaboran grandes nidos de palos en forma de bola sobre los árboles». Lo que no se nos dice, pero sí nos aclaró Raúl, el ornitólogo, en uno de los paseos guiados, es que esos nidos están sirviendo de cobijo a otras especies.

Las cotorras están siendo perseguidas y cazadas en la Comunidad de Madrid; algunos desaprensivos cuelgan también jaulas con reclamo en el parque para atrapar jilgueros. 

Vuelvo al prólogo para terminar con un verso de Marian, que seguro que está encantada de prestarme:

Entonces el jilguero convocó en sus ramas toda la alegría de la Tierra.

Nota final: Puedes asistir a la presentación en diferido del libro en La Casa Vecinal en vídeo1 vídeo2, vídeo3vídeo4 y vídeo5.

María del Carmen Ugarte

domingo, 21 de noviembre de 2021

Núm. 255. Don Perlimplín (y III). La puesta en escena

El teatro, más que para leído, es para representado. 

Hay excepciones, claro. Todavía recuerdo cuando en mis últimos años de colegio -mis monjas eran muy amantes del teatro y nos hacían representar- se puso de moda el teatro leído: una mesa alargada en el escenario, y tras ella, y frente a los espectadores, que aquí deberíamos llamar oyentes, tres o cuatro personas se repartían y leían los distintos papeles, procurando poner énfasis y emociones a las palabras que tenían delante. Sí, como en el teatro radiofónico, que tanto éxito tuvo. Recuerdo que leímos un par de obras de Casona, La daba del alba y La tercera palabra. Tras su estancia en el exilio, Casona había vuelto a España con éxito, pero se le consideraba conservador y guardador de ciertas esencias. y por lo tanto, muy adecuado para transmitir valores en un colegio religioso.

Farol en primer plano y en penumbra. Jardín con fuente al fondon

 

El teatro es el teatro, y no solo es texto, podemos sumarle interpretación y emoción; pero sin desmerecer nada ni a nadie, donde esté la representación encima de un escenario, aunque sea con ayuda de cuatro trapos...

Lo de los «cuatro trapos» me recuerda a aquellas compañías de teatro independiente que en la transición nos hacían vibrar con dos trastos y cuatro trapos sobre unas pocas tablas; quizás aquellos teatros de la República, aquellas barracas no contaban con muchos elementos más, pero ¡cuánta cultura y cuánto entretenimientos llevaron a todos los rincones! 

Una de las cosas que llama la atención en Amor de Don Perlimplín es la cantidad de acotaciones, como si Lorca hubiera querido cortar la posible creatividad del director -sabemos que en el estreno fueron Pura Ucelay y él los que asumieron esa tarea- y hasta el mínimo detalle está puesto por escrito.

Se nos describe paso a paso cómo son las estancias donde va a transcurrir la obra, el balcón, el jardín, la vestimenta, tan importante en la caracterización de los personajes... 

La estancia está pintada de verde -verde, que te quiero verde- y los muebles son negros: un jardín dentro de otro jardín. Don Perlimplín lleva también casaca verde y peluca blanca con bucles; Marcolfa el vestido de rayas de las criadas; la madre, que aparecerá más tarde, con abundantes «pájaros, cintas y abalorios»; y frente a tanto barroquismo, Belisa, en el balcón, deberá aparecer «semidesnuda».

¡Ay, la censura y la autocensura! ¿Cómo apareció al final Belisa en aquel estreno? ¿Cuánto vistieron y desvistieron a la pobre Belisa¿ ¿Cómo de desnuda iba en los años treinta una actriz semidesnuda

El detalle no es baladí.

Belisa está en casa con poca ropa, y no parece importarle asomarse al balcón, donde puede contemplarla a placer su vecino y pretendiente don Perlimplín. Este, sin embargo, no parece reparar en su cuerpo, hasta que ¡oh, sorpresa!, ¡mira por el ojo de la cerradura! ¡Lo prohibido enamora a don Perlimplín!

La descripción del atuendo de Belisa para la noche de bodas no tiene desperdicio:

(Aparece BELISA vestida con un gran traje de dormir lleno de encajes. Una cofia inmensa le cubre la cabeza y lanza una cascada de puntillas y entredoses hasta sus pies. Lleva el pelo suelto y los brazos desnudos.)
Entre tanta puntilla, dos elementos marcan lo erótico de la escena: el pelo y la desnudez de los brazos.

Todas y cada una de las acotaciones que marcan el tono en que deben decirse los parlamentos están marcadas: llorando, fastidiada, cogiéndose el pelo y echándoselo para adelante, enérgica, intrigado...  

Y luego está la música. ¿Podemos separar a Lorca de su piano?

Un Federico enérgico y suave, autor y director escénico, pone ambiente en los ensayos, y quizás también en el estreno. 

Podríamos elegir cualquiera de las piezas clásicas que nos ofrece Youtube, pero quedémonos con la creación reciente de un tema popular de Gabriel Calvo y su Folklorquiando.


(Extrañada y en otro mundo)...

... a la mente de Belisa llegan recuerdos de viejas canciones, pero...

(Suenan campanas)
Comentario para el club de lectura La Acequia.

lunes, 15 de noviembre de 2021

Núm. 254. El amor de Don Perlimplín (II). La tensión dramática

La obra se inicia con uno de esos diálogos absurdos, repetitivos, infantiles:

-¿Sí? -¿Por qué sí? -Porque sí.

No es una cita literal, pero así más o menos se repetirá en otras ocasiones a lo largo de la obra. 

A mano izquierda las galerías de un edificio moderno. En primer plano árboles frondosos de un jardín urbanoebr

  

Me imagino a algún espectador, como con pinches en el asiento, pensando que ya le han colado otra quedada del poeta de moda. Sí, si esto no lo pensaron aquellos espectadores de 1933 ante las primeras frases, fue lo que pensó un crítico años después cuando se puso sobre el escenario Comedia sin título. El espectador de la década de los ochenta escribió perplejo que habían encontrado en un cajón olvidado un cuaderno escolar con una frase genial del poeta: «Mi mamá me mima». Algunos llegamos a compartir la estupefacción, ante aquel texto que nos llegó de Comedia sin título y que probablemente fuera solo un boceto, porque bien sabemos ahora, gracias a Margarita Ucelay, que Lorca garrapateaba mucho antes de llevar a escena una de sus obras, y aún así...

Pero volvamos a 1933. El tonto minidiálogo del principio se resuelve en seguida anunciándonos que el conflicto va a venir por la necesidad de que don Perlimplín alcance el matrimonio, ya que va teniendo más que una edad para ello, y como dice la criada Marcolfa, don Perlimplín tiene que «estar recogido», dada la probable ausencia de la hasta entonces cuidadora, aunque tampoco lo diga exactamente así.

Escucha don Perlimplín las razones de su criada, cuando de pronto alguien toca el piano, suena la música y una letra sugerente llena la escena:

Amor, amor.
Entre mis muslos cerrados
nada como un pez el sol.
Agua tibia entre los juncos,
amor.
¡Gallo, que se va la noche!
¡Que no se vaya, no!

Y desde el balcón de enfrente surge la magia, surge el amor y la pasión, aunque ambos tardarán todavía un poquito en llegar. 

La obra fue tachada de demasiado erótica y hasta en palabras de algún conmilitón de la Residencia de Estudiantes, «asquerosa». Sabemos también por Ucelay que sufrió  toda suerte de desdichas que impidieron su estreno a tiempo y terminó confiscada en un cajón de la censura durante la dictadura de Primo de Rivera. La llegada de la República no la liberó de su prisión, y solo la insistencia de Pura Ucelay pudo lograr su estreno en 1933.

Los ardores amorosos, la desenvoltura de Belisa, ponen en cautela a los bien pensantes, pero no parece que ese matrimonio por interés, que deja bien constatado la madre de Belisa, levante ronchas.

Y así, con el parabién de unos y de otros, don Perlimplín, tímido cincuentón bien posicionado, se echa en brazos de la joven y ardorosa Belisa:

... con tantos encajes pareces una ola y me das el mismo miedo que de niño tuve al mar.

El amor coyuntural de Perlimplín por Belisa se ha convertido en puro deseo, así lo confiesa a la burlona novia:

Yo no podía imaginarme tu cuerpo hasta que lo vi por el ojo de la cerradura cuando te vestían de novia.

El texto ha dejado de ser un puro juego lingüístico,  se ha hecho explícito, Belisa tiene otros planes, pero quizá no convenga mostrar del todo qué es lo que de verdad ocurre en la alcoba matrimonial.

La noche de bodas se nos muestra velada, velada y narrada por dos duendecillos, que vuelven a jugar con el lenguaje, pero previa y pudorosamente han corrido unas cortinas ante el espectador.

Podría parecernos que la censura ha conseguido su objetivo, lo que ocurre en el tálamo no puede mostrarse ante el público, pero ¡ay!, los niños duendes nos lo revelan hacia el final de su actuación con poético lenguaje:

Cinco camelias frías de madrugada se han abierto en las paredes de la alcoba.

Cinco balcones sobre la ciudad.

Los duendes no quieren revelar más, ya han dicho bastante, porque no quieren poner ante los ojos de los espectadores el «infortunio de un hombre bueno».

Sin embargo, el hombre bueno parece plenamente feliz, con poco se conforma, y hasta es capaz de disfrutar lo que la naturaleza le brinda e invita a su amada a disfrutar de esos sensuales gozos:

Nunca había visto la salida del sol... Es un espectáculo que.... parece mentira... ¡me conmueve!...

No destriparemos en demasía los dos últimos cuadros. Don Perlimplín lo ha comprendido todo, le duele, pero sabe cómo ganar la partida, aunque el precio sea demasiado alto, aunque los que le rodean no terminen de entenderlo...

Belisa, ajena a todo ello, vive su mundo, sus propias fantasías... Suena, una vez más la música, una tonada que viene con su eco:

Por las orillas del río
se está la noche mojando.
Se está la noche mojando.
Y en los pechos de Belisa
se mueren de amor los ramos.
Se mueren de amor los ramos.

La noche de anís y plata
relumbra por los tejados.
Relumbra por los tejados.
Lo que es comedia, el hasta ahora gracioso enredo, se vuelve de pronto en tragedia, los silogismos se engarzan unos con otros: dejar de existir para seguir existiendo siempre.

El espectador aburrido por las primeras frases se da cuenta de que no puede seguir con atención todos los parlamentos, todas las imágenes por mucho que lo intente. Le gustaría rebobinar, pero todavía no tiene a su disposición ese preciado dispositivo, que tenemos los espectadores del siglo XXI cuando accedemos a las obras en diferido. 

¡Nunca creí que fuera tan complicado!

Exclama para sus adentros ese espectador, a la vez que una llorosa Belisa, que no termina de entender qué es lo que está pasando, qué clase de amor está moviéndose a su alrededor.

Sí, sí, le quiero, le quiero con toda la fuerza de mi carne y de mi alma. Pero ¿dónde está el joven de la capa roja?

[...] 

(Suenan campanas.)

TELÓN

 

 Comentario para el club de lectura La Acequia.

domingo, 7 de noviembre de 2021

Núm. 253. El amor de Don Perlimplín (I). Elementos populares

Retomo con gozo el contacto con los compañeros del club de lectura La Acequia, a través de estos comentarios de los libros que vamos leyendo, una forma más de irnos acomodando a la nueva vida. 

Banco solitario en un parquecillo que tiene el suelo de baldosas, al fondo arbustos.dosas

 

Toca leer una obra de García Lorca, a la que no me había acercado aún, y lo he hecho con gusto; se trata de Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín. Para mi bien, me ha sido fácil encontrar en la biblioteca del barrio la edición de Margarita Ucelay (Cátedra, 1990), que es mucho, mucho más, que la simple obra de Lorca; o mejor, es esta obra de Lorca al completo, ¡es la obra!, pues incluye no solo estudios minuciosos, sino también el proceso de creación a través de una serie de manuscritos inéditos.

Margarita Ucelay es hija de Pura Ucelay, que fue estrecha colaboradora de Lorca en alguno de aquellos interesantes proyectos teatrales que surgieron durante la II República, y que tanto poso dejaron. Se trataba del Club Anfistora, que logró estrenar algunas de las obras del autor granadino.  

La mayor parte del libro que comentamos, 250 páginas de las 296, están dedicadas al estudio de la obra, del que cabe destacar la publicación y análisis de seis manuscritos, denominados por Ucelay fragmentos, en los que progresivamente vemos ir fraguándose la obra.

El primer boceto nos muestra la futura obra enclavada en las aleluyas, piezas breves, destinadas a un público popular e infantil... En el tercero, los personajes guiñolescos han adquirido ya carnadura, sin desprenderse del todo de sus características caricaturescas. 

Los elementos populares aparecen pronto. En el fragmento B ya encontramos diminutivos pizpiretos, casaquín,; repeticiones: que voy, que voy, que voy; derivaciones que recuerdan los juegos infantiles: tonta, retonta / del retontín; y rimas fáciles tan cercanas al ripio, que por simple resultan sugerentes:

¡En la ciudad de Alejandría
Su madre ha muerto hace dos días!

¡Quién lo diría

Los juegos infantiles continúan en el fragmento C, teniendo a la mismísima muerte como compañera de esos juegos:

El gato maya, la gallina cacarea
Yo soy la muerte que está en la puerta
Pellizquito en el culo
¡Abrid la puerta!

Algunos pareados aspiran a convertirse en paremias:

Cien borrachos y un tonel hacen siempre mal papel;

y hasta aparecen:

Donde caben dos caben tres. 

En el cuarto fragmento la poesía popular aparece ya sin excusas:

Los peces miran el mar
Donde van los marineros
Ellos la luna empañada
Y la barca mira al viento.

¡Cadiz que te cubre el mar
No te vayas tan adentro!

Vestidos de plata y oro
pasean los marineros
Los peces suben las ola
y las bajan para verlos.

Poesía popular que se convertirá en pura poesía de Lorca cuando ya se esté la obra sobre el escenario:

Cógeme la mano, amor,
que vengo muy mal herido,

Y así, con estos mimbres, con el verde lorquiano siempre presente, y cuidadísimas acotaciones, porque el teatro es más que palabra, va tejiendo el poeta esa trama sencilla, pero con mucha miga, del Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín, en la que nos adentraremos sin excusas la próxima semana.


domingo, 3 de octubre de 2021

Núm. 252. El hombre mojado no teme la lluvia

 

Yaser Alí ha participado en la resistencia armada iraquí y es uno de los protagonistas de este libro. Lo conocí en Irak hace unos años. En una ocasión, mientras escribía su historia, le pregunté si prefería que ocultara su identidad. Se quedó pensativo unos segundos y después contestó: «Como diría el refrán iraquí, "el hombre mojado no teme la lluvia". Ya no tengo nada que perder. No me preocupa que aparezca mi nombre, y si quieres, con fotos».

Así comienza el prólogo que la propia autora, la periodista Olga Rodríguez, escribe para su libro El hombre mojado no teme la lluvia, publicado en el 2009: 

Enseguida supe que ése sería el título de este libro,

añade, por si quedara alguna duda.

Afghan carpets being sold
Mercado de alfombras en Afganistán (Wikimedia Commons)

Conocí a Olga Rodríguez en aquellas mañanas de la SER, cuando se sabía que la invasión de Irak era inminente y los principales medios habían enviado ya a sus mejores reporteros a cubrir el acontecimiento. Las guerras en la primeras décadas del siglo XXI se retransmiten por satélite y se nos sirven de sobremesa en las cenas familiares. Por el día, gracias a las redes sociales y al periodismo digital, vamos teniendo avances de lo que sucede a muchos kilómetros de nuestras casas, como si tuviéramos entrada de barrera en los toros.

La voz de aquella periodista mañanera sonaba joven y diferente, tenía algo distinto cuando nos relataba sus miedos a que los equipos telefónicos satelitales, de los que iba provista, no le funcionaran lo suficientemente bien para poder llevar a cabo su trabajo. Según cuenta ella, se alojaba, como otros periodistas, en el hotel al-Rashid, y hasta allí fue Yaser Alí, licenciado en filología inglesa, a ofrecer sus servicios como intérprete, en uno de los intervalos de su vida en los que no se había visto obligado a servir en el ejército de su país.

He elegido como ilustración ese mercado de alfombras que me brinda Wikimedia Commons, porque este libro va de gente corriente, de gente como tú y como yo, que ha tenido la desgracia de haber nacido y vivido en países siempre en guerra. Gente abocada a vivir en un ambiente violento, a ser ellos mismos violentos, cuando no queda otra y es la propia vida la que está en juego.

Uno a uno, y a través de ciudadanos de Irak, Palestina y Territorios Ocupados,  Israel, Líbano, Siria, Egipto y Afganistán, la periodista nos va contando la vida, con sencillez y sin eludir detalles que puedan llegar a herir nuestra sensibilidad, el día a día de sus protagonistas. Algunas escenas, algunos pasajes son tremendos, pero seguimos pegados al libro, y avanzando páginas, atraídos por la prosa suelta y directa de la autora.

«Voces de Oriente Medio» lleva como subtítulo este libro, y así es, porque a través de entrevistas con sus protagonistas, a través de esos tés compartidos, a veces en el cuarto de estar de las infraviviendas donde viven, esas voces van dejándose oír y llegar hasta nosotros, casi dos décadas después de que fueran pronunciadas, pero de una actualidad que asusta. Solo hay que leer el último capítulo dedicado a Afganistán, ese país que ha abierto telediarios este verano, pero del que ya casi nos hemos olvidado.

Por cada uno de los países, y precedidos por una pequeña descripción de las ciudades en las que transcurren esas entrevistas, dos o tres protagonistas nos dejan una huella difícil de olvidar. 

No solo las voces, el ambiente en el que se desarrollan, excelentemente bien descrito, nos lleva a ellas. Veamos algunos ejemplos:

Poco antes del inicio de la invasión de Irak en marzo de 2003 Bagdad comenzó a cambiar. Las tiendas se vaciaron de alimentos enlatados, agua embotellada, linternas o cinta adhesiva, útil para evitar la rotura de los cristales de las ventanas ante la fuerza de la onda expansiva de una bomba (p. 17).

Si en Bagdad la guerra había llegado antes de empezar, en otros lugares, su belleza nos hace olvidarla por unas líneas:

Los atardeceres de Beirut son a menudo apacibles, con un mar en calma, azul claro, casi inmóvil, ligeramente tembloroso si pasa una ráfaga de viento. En el paseo marítimo se eleva inerte un gran faro, con su cápsula de cristal rota en la cima, y más allá, una noria cerrada desde la invasión israelí del verano de 2006 (p. 229) 

O esta otra, que se nos antoja sacada de milenarios cuentos:

Damasco es una gran ciudad donde el tiempo parece haberse detenido. En algunos rincones de la parte vieja el aire flota sin calendarios. Cualquiera que llegue de Occidente podría creer que ha retrocedido siglos al contemplar el ritmo pausado con el que trabajan los artesanos y comerciantes. No en vano, Damasco tiene seis mil años de antigüedad. Es la ciudad poblada más vieja del planeta (p. 283).

No faltan los contrastes, como los lugares en los que viven los periodistas occidentales, o los observadores internacionales, con la realidad del país. Así describe su experiencia en Afganistán durante unas elecciones en un centro de recuento de Kabul, situado cerca del palacio presidencial:

Aquel escenario era algo irreal. Allí solo se hablaba de democracia, reconstrucción y paz. Las calles, cerradas al tráfico, estaban tomadas por militares y policías, y por ellas iban y venían trabajadores de la ONU, observadores internacionales, diplomáticos, enviados especiales y periodistas. Todos extranjeros. Era un mundo completamente diferente al resto del país. Muchos no salían nunca de él. Había un par de sitios donde tomar perritos calientes y hamburguesas, y el centro de prensa contaba con cómodas sillas y con baños limpios y equipados, donde me lavé el pelo un par de veces, ya que el baño de mi hotel, compartido por toda la planta, estaba repleto de ratas y tenía las tuberías atascadas. Cada vez que abría el grifo, una masa marrón salía de una rejilla inferior y el suelo se inundaba, literalmente, de mierda. Pero allá era diferente. Había agua transparente, tranquilidad, limpieza y organización. Si estabas un buen rato merodeando por ahí podías terminar creyéndote que Afganistán estaba prosperando (pp. 333-334).

Volvemos una y otra vez a los dos mapas que cierran el libro, a situar las ciudades en ellos, ciudades que pasan a ser algo más que nombres en los telediarios, ciudades en los que habitan gentes corrientes, gentes como nosotros. 

La autora lo resume en las palabras finales:

Con este libro, con las historias personales de sus protagonistas he querido acercarme a esa realidad global que nos permite conocer mejor no solo Oriente Medio sino también aquello que llamaos Occidente. Porque a través de los otros siempre podemos descubrir aspectos de nosotros mismos.

Gracias, mil gracias, por este hermoso e imprescindible libro, si queremos saber algo más sobre los hombres, sobre nosotros.

 

Título: El hombre mojado no teme la lluvia

Autor: Olga Rodríguez

Editorial: Debate, 2009

 

miércoles, 25 de agosto de 2021

Núm. 251. Un paseo por Sotillo de la Ribera

 

Sotillo de la Ribera desde la Bodeguilla

Donde termina el valle, y empieza el páramo, con seis ermitas en forma de doble cruz, yace Sotillo de la Ribera: un pueblo en el que invitaron a Alberti a casarse con esa amante imaginaria que lo acompañó por tierras de Castilla, o quizás con la propia villa :

Di, ¿por qué no nos casamos?
—Sotillo de la Ribera—.
Mira el cura. ¡Cómo fuma,
y como nos dice adiós,
y como unirnos quisiera!

La iglesia de Sotillo es, sin duda, un lugar de esos que las novias eligen para casarse; pero antes, mucho antes, tuvieron que ir muchas veces con el cántaro a la fuente, para que a la caída de la tarde, los mozos del pueblo se aproximaran también a dar agua al ganado y así trabar conversación.

Fuente de piedra enmarcada por sendas escaleras que descienden hacia la zona de los cañosned
Fuente monumental

La fuente monumental se construyó en tiempos del duque de Lerma, que aprovechaba para aliviar a criados y caballerías en su camino hacia su finca de La Ventosilla. Más tarde, en el siglo siguiente, fue remodelada al quedar situada en las inmediaciones del camino real que unía Burgos con Madrid. Lugar de descanso, en sus alrededores podían encontrarse posadas, bodegas y figones, dispuestos a proporcionar descanso al viajero, y sin duda buenas viandas para el camino. Tradición culinaria que nos ha llegado hasta el siglo XXI, pues todavía se puede adquirir en Sotillo buen vino, buen queso y buenas morcillas. Puerta de entrada a la bodega. Sobre el dintel ATENEO, a un lado imagen de Bacoi

Desde ese espacio, aún hoy todavía de recreo, se puede ascender por la ladera del cerro de San Jorge, coronado por la ermita dedicada al santo, para admirar los merenderos y bodegas de este singular conjunto. Las bodegas tradicionales se han conservado gracias a convertirlas en el lugar preferido de solaz en estas zonas: las peñas y merenderos.

Las bodegas tienen nombre propio, y sin duda más de uno de estos nombres nos invitan a la conversación, ATENEO, animados además por la efigie del dios Baco, que no deja de aparecer donde menos nos esperamos, en estas tierras en las que el vino es tan importante.

Portada de la iglesia de Sotillo

Descendemos del cerro y, ahora sí, nos detenemos en su iglesia, que ya desde su impresionante portada sabe anunciarnos la grandeza de sus capillas, altares y obras de arte. Dedicada a Santa Águeda, su imagen preside un impresionante altar mayor entre el clasicismo y el barroco. Otra imagen de la santa podremos encontrar en una de las sucesivas estancias que fueron sucediéndose como sacristías y ahora son capillas dedicadas a distintos santos, según la devoción de los sucesivos mecenas que las fueron construyendo.

En la impresionante capilla del Rosario podremos encontrar además un relicario con un hueso de uno de los mártires de Cardeña, y sin duda, dado su tamaño, debió ser preciada reliquia en su tiempo.

En la Semana Santa sotillana desfilan distintas imágenes, todas ellas del siglo XVIII, época de auge en Sotillo y en otros pueblos: la Dolorosa, el «Tumbao», el Cristo de la Bola, un Nazareno, el «Eccehomillo», y el Cristo del Miserere, en cuya trasera, durante un proceso de restauración, se encontró una cápsula del tiempo con interesantes datos sobre la vida cotidiana del siglo XVIII. 

La tarde del Jueves Santo se encienden hogueras por las calles, antiguamente con los cestos viejos de las vendimias, para iluminar el paso de las imágenes en la procesión de la Carrera, mientras en el aire suena el Miserere, cantado una vez más por el coro de hombres. Los niños vestidos de nazarenos, que antaño subían a San Jorge a ensayar -«Otro año más, que ya cantan los nazarenos», decían los sotillanos al verlos pasar- acompañan igualmente con cantos ancestrales el paso de las imágenes. 

Talla gótica ataviada con túnica verde ribeteada de dorado. Lleva el Niño sentado en su rodilla izquierda, la mano derecha (excesivamente grande) levantada. Toca blanca. Tanto la Virgen como el NIño llevan coronas superpuestasdoniño de
Virgen de los Prados

Los altares y capillas se suceden en la iglesia de Sotillo, lo mismo que las numerosas imágenes, prácticamente todas del siglo XVIII, barrocas, pero habría que destacar la excepción, la Virgen de los Prados, una talla gótica recientemente restaurada.

Imprescindible mirar hacia arriba, para admirar las luminosas bóvedas, y antes de abandonar el templo, echar una mirada al órgano, que tras una restauración de hace años, todavía suena en las ocasiones señaladas.

Volvemos a recorrer las calles para ver sus casonas blasonadas: el palacio de los Serrano, BIC, hoy alojamiento rural y sala de exposiciones; la casa de las Boticas un poco abandonada y guardadora de algunos secretos; la que fue casa de la Inquisición, con las casas de enfrente sirviendo de cárcel, la que fue casa del obispo... Hay también casas que, sin ser blasonadas, tienen algo que contarnos, como la que vio nacer al pintor Fermín Aguayo o la del dulzainero Teófilo Arroyo Callejo.

Es preciso subir también a lo alto, pasar por la ermita de Santa Lucía, ver los tradicionales cultivos de la vid junto a otros nuevos, admirar las esculturas de Amancio Calvo Antón, que ha convertido Sotillo de la Ribera en un museo al aire libre, ver el contraste de las nuevas bodegas con las antiguas que horadan el cerro de San Jorge.

Escultura en piedra de Amancio Calvo, representando a un hombre sentado e

Descendemos y vamos hasta la ermita de Santa Ana, que guarda uno de los extremos del pueblo, casi al principio de la calle Real, muy cerca de la plaza de Abajo, donde se hace el baile... La ermita de Santa Ana es el principio de la ruta de las ermitas, que transcurre por diferentes paisajes de Ribera.

Nos despedimos en el cruce de las carreteras, ante el monumento a los mayores, obra de Amancio, con un cuento tradicional, el de la tia Lucrecia y el tio Lorenzo, y como me lo contaron os lo cuento:

Sucedió que el tio Lorenzo cultivaba su viña y hacía su propio cubillo de vino para el gasto de casa. A su mujer, la tia Lucrecia, le gustaba el vino, y a hurtadillas, subía todos los días a la bodega para echarse un trago extra, sustituyendo el vino consumido por un canto del río.

Llegó un día en que se acabó el vino, y la tia Lucrecia se vio en la tesitura de decírselo al marido, encontrándose en un gran apuro. Era el día de Todos los Santos, y el tio Lorenzo se hallaba en el campo trabajando, y la tia Lucrecia se le acercó y le dijo:

-¿Qué haces? ¿No sabes que al que trabaja en el Día de los Santos, el vino se le vuelve cantos?

-¡Qué tontadas dices! -rezongó el tio Lorenzo, siguiendo con su tarea.

Pero ¡ay!, llegó la hora de comer, y cuando subió a por el jarro de vino a la bodega, se encontró con que su mujer llevaba razón: en el cubillo solo había cuantos.

Si te ha gustado este paseo, no dudes en apuntarte al programa «¿Te enseño mi pueblo». Berta y Sergio te acompañarán con sumo gusto en la visita.

Ermita de Santa Lucía

 

 

domingo, 20 de junio de 2021

Núm. 241. Por los Reyes lo conocen los bueyes

De los Reyes a San Antón crece la luz 

Hemos entrado en el mes de enero, en el que, según decir de mis amigas de Terradillos, las tardes tienen más alegría. Y en llegando San Antón, empezamos a quitarnos la modorra del invierno, según comentarios que se oyen también por la Ribera.

Grupo escultórico de los Reyes Magos
Retablo, Gumiel de Iźan (P. Las Hayas)

 

Ya nos decían, al llegar Navidad, que los días crecían el paso de una gallina, y seguirán creciendo a lo largo del mes, emprendiendo la carrera hacia el equinoccio de primavera.

Por los Reyes lo conocen los bueyes,

y para mayor precisión: 

Por los Reyes lo conocen los bueyes, y por San Sebastián una hora más.

San Sebastián es el 20 de enero, un santo muy refranero, como vamos viendo, pero tres días antes es San Antón, el 17 de enero, y el refranero no termina de ponerse de acuerdo acerca de cuánta más luz tenemos, porque también dicen:
Por San Antón, media horita más de sol;
A las cinco y con sol, el día de San Antón,

ambos recogidos en Gumiel de Izán.

San Antón también tiene algo que decir respecto a las nieblas: 

San Antón, frío y tristón, barre las nieblas a un rincón;

y

Por San Antón, ninguna niebla llega a las dos.

Algo que no siempre se cumple pues este año, in ir más lejos, las nieblas no terminan de levantar. Por otro lado, y como ocurre en tantas ocasiones, el propio refranero se corrige cuando dice:

San Antón mete a las mozas en un rincón,

refrán recogido en Gumiel de Izán, aunque poco les dura a las mozas este estar escondidas pues se suele añadir: 

.... y por San Sebastián las saca a pasear.

San Antón y San Sebastián son ambos santos festeros, a los que se festeja en muchos pueblos de la Ribera.

San Antón, patrón de los animales

Imagen de San Antón el día de su fiesta, con guirnaldas rojas, estola roja, y el cochino del pie con lazo rojod
San Antón (Aranda de Duero, 2010)

Este día era el propicio para que los que tenían buenos machos, buen ganado,  —nos cuenta Victoriano del Olmo de Pardilla— los adornasen y fueran hasta la puerta de la iglesia, donde el cura salía a bendecirlos. Se decía: 

San Antón de enero, huelga la mula y trabaja el mulero.

Esta costumbre se sigue aún en algunos pueblos de la Ribera, como por ejemplo en Aranda, donde además se rifa un cochino:

San Antón, santo francés,
santo que no bebe vino,
y lo que tiene a sus pies,
es un cochino.

En otro tiempo, el cochino de San Antón era un animal que compraban de pequeño las cofradías y que se criaba con la concurrencia de toda las vecindad. El cochino iba por la calle, y allí donde le llegaba la noche lo cobijaban y alimentaban; de ahí la comparación ser como el cochino de San Antón para referirse a las personas que callejean muchos, que van de casa en casa. Al llegar la fiesta del santo, se subastaba el cochino y lo que se sacaba se empleaba en remediar alguna necesidad. Hoy se ha perdido en la mayoría de los pueblos esa costumbre, a ver dónde cobijas al animalito, pero se conserva en algunos la rifa siempre con fines benéficos.  

No obstante, quizá por estas fechas, el animal en el que más se fijaban antiguamente eran las gallinas, que con el aumento de luz volvían a poner regularmente, y ya se sabe la importancia de los huevos para la economía familiar. A continuación, sin que los pueblos sean excluyentes, algunas muestras:

San Antón la gallinita pon (Adrada);
Por San Antón, la gallina pon y si no, retortijón (Gumiel de Izán, Tubilla, Quintana);
San Antón, la gallina pon y todos los huevos en un montón.

Para las gallinas perezosas siempre existía el refrán que les daba un poco más de margen: 

Por San Antón, la gallina pon, y para las Candelas, las malas y las buenas,

recogido en Peñaranda.

En esta época también empezaba la época de celo de algunas aves, de lo cual se aprovechaban algunos para utilizarlas como reclamo: 

Por San Antón entra en celos el perdigón,

dicen en Tubilla del Lago.

En definitiva, que 

Hasta San Antón, Pascuas son.

Actualización 20-06-2021 

Imagen de San Antón Abad en Berlangas de Roa
San Antón (Berlangas de Roa)   

En Berlangas de Roa es costumbre que las mujeres que van a dar a luz coloquen, unos días antes del parto, un huevo como ofrenda delante de la imagen de San Antón que hay en la iglesia.

San Sebastián, el primero

A la competitividad que mantiene la festividad de San Sebastián con otras fiestas próximas, los llamados santos frioleros, ya le dedicamos un post cuyo contenido no voy a repetir; solo haré hincapié en los viajes de los refranes, que aparecen donde menos te los esperas. Es el caso de 
El veinte de enero, San Sebastián el primero. Detente, varón, que el primero es San Antón. Detente, detente, que el primero es San Vicente,
que en la Ribera constatamos en Quintana del Pidio y Alcozar. San Vicente se celebra el 22 de enero, luego no va antes, sino después de San Sebastián y San Antón, al menos en el calendario. En ninguno de los dos lugares se celebra San Vicente, en Quintana sí San Sebastián, aunque Alcozar sí tuvo un importante monasterio dedicado al santo, luego la importancia de anteponer San Vicente a las otras festividades continúa siendo un misterio, que los informantes no nos supieron explicar. 
 
Las razones por las que se replican refranes sin aparente lógica es tema abierto entre los investigadores.
 
En cuanto a las horas de luz, parece ya claro el aumento de los días, hasta el punto de precisar que tiene una hora más: 
San Sebastián, una hora más (Quintana del Pidio)
y en La Horra recuerdan que no solo crece el día, también las horas de trabajo para el obrero:
Para Reyes lo notan los bueyes, y para San Sebastián el gañán.
 
Recordaremos también que en Tubilla del Lago dicen:
Por San Sebastián, las calabazas al corral,
otro refrán cuyo significado presenta dudas, y que no aparece recogido en los principales refraneros, ni tan siquiera en el De Hoyos (1954)con su atención a las labores y los frutos del campo.
 

San Vicente

Y así llegamos al 22 de enero, donde se festeja a San Vicente, santo que ya hemos visto que sabe colarse de tapadillo en algunos refranes. 

San Vicente fue el ayudante de San Valero, al que ayudaba en la predicación en aquella Hispania bajo el gobernador Daciano que mandó martirizarlo e incluso profanar su cuerpo después de muerto.

Por San Vicente ya se constata que el invierno va cuesta abajo:  

Por San Vicente, el invierno pierde un diente,

nos recuerdan en Adrada, aunque en Tubilla prefieren no echar las campanas al vuelo y nos dicen que es enero y no el invierno el que está perdiendo fuerza:

Para San Vicente, enero pierde un diente.

En cualquier caso, va siendo hora de empezar con otras labores agrícolas y tratar de que la simiente prospere, porque sería tontería sembrar después de este día:

Por San Vicente, alza la mano de la simiente,

refrán recogido en Peñalba de Castro.

 

Bibliografía


  • Almanaque de tradición. Fundación Joaquín Díaz, [consulta: 28-1-2021].
  • Barniol, Albert et alii (2014): Los refranes de el tiempo. Madrid: Espasa Calpe.
  • Cantera Ortiz de Urbina, Jesús y Sevilla Muñoz, Julia (2001): El calendario en el refranero español. Madrid: Guillermo Blázquez, Editor.
  • Díez Barrio, Germán (1996): Dichos didácticos. Refranes agrícolas de meses y santos. Vallladolid: Castilla Ediciones.
  • Hoyos Sancho, Nieves de (1954): Refranero agrícola española. Madrid: Ministerio de Agricultura. 
  • Hurtado González, Luisa (2018): La meteorología en los refranes. Madrid: Ministerio de Agricultura y Pasca, Alimentación y Medio Ambiente. AEMET.
  • ParemioRom. Paremiología romance: refranes meteorológicos y territorio. Universidad de Barcelona (http://stel.ub.edu/paremio-rom/es).
  • Ugarte García, María del Carmen (2007): El refranero del C. R. A. Valle del Riaza. [En línea]: http://cravalledelriaza.centros.educa.jcyl.es/sitio/index.cgi?wid_seccion=6&wid_item=87, [consulta: 28-1-2021].
  • «Refranes agrícolas de Quintana del Pidio», Cuadernos del Salegar, núm. 55-56. [En línea]: http://mimosa.pntic.mec.es/~jcalvo10/Textos-CdS/55-56-RefranestiempoQuintana.pdf,[consulta: 28-1-2021].
  •  — (2012): Paremias y otros materiales de tradición oral en la Ribera del Duero. Estudio etnolingüístico y literario. Tesis doctoral dirigida por
    María Josefa Postigo Aldeamil. [En línea]: https://infoling.org/index.php?lang=es&p=informacion&t=ir&info=Tesis&id=106&r=,
    [consulta: 28-1-2021].

jueves, 3 de junio de 2021

Núm. 250. Todo se desmorona

Cuando yo iba al colegio, encima de la mesa de la profesora había una hucha que representaba la cabeza de un chinito, un negrito, o un indiecito, aunque este era más raro. Se deslizaban allí monedas ocasionalmente, aunque había días especiales en los que había que acudir a la hucha de casa para poder llenar un poco más la del cole.


Primer plano de una joven negra
Joven senegalesa (Concha Arias)

Aquella colecta, ahora estaríamos hablando de un crowfunding, tenía por objeto la obtención de fondos para ayuda al tercer mundo; o quizás eso vino después, porque aquellos fondos se recaudaban para la conversión a la fe cristiana, a la verdadera fe, de chinitos, negritos e indiecitos, todos ellos unos salvajes, a los que todavía el verdadero Dios no había tenido a bien revelarse. Por ello, los privilegiados del primer mundo, que sí que conocíamos al verdadero Dios y éramos poseedores de la verdadera cultura, teníamos que acudir en su ayuda. Nuestros mensajeros, nuestros enviados eran los misioneros.

-Dices que hay un Dios supremo que hizo el cielo y la tierra -dijo Akunna al señor Brown en una de sus visitas-. También nosotros creemos en Él y le llamamos Chukwu. Él creó el mundo y a los demás dioses.

Akunna era uno de los grandes hombres de aquella tribu, el señor Brown uno de los primeros misioneros en llegar a cristianizar a aquellos hombres y mujeres.

Al señor Brown, hombre razonable que logra expandir la nueva fe más allá de lo esperado, le sustituye el señor Smith, mucho más radical que dividía el mundo en blanco y negro; y para él, el negro era malo. 

El blanco consigue imponer no solo su fe, también sus leyes, y entonces llega el principio del fin, del orden natural que había reinado hasta entonces. Un orden natural cruel en demasiadas ocasiones, que sacrificaba niños e inocentes a la madre Tierra, pero que sabía mantener un equilibrio entre los hombres y la Naturaleza. 

El escritor nigeriano Chinua Achebe dejó para la posteridad una novela escrita en inglés, Things Fall Apart, sobre la historia de su pueblo, cuando a finales del siglo XIX llegaron allí los primeros misioneros británicos, y con ellos cambió la vida de los indígenas. 

Aunque Achebe puede ser considerado un hijo de esa cultura británica nacida de la colonización, la novela está claramente escrita desde dentro, describiendo con minuciosidad esa sociedad patriarcal, donde todo está reglado, donde las mujeres -los hombres se hacen ricos también en esposas- y los niños están a su servicio. 

Por muy buena posición que tuviese un hombre, si no es capaz de controlar a sus mujeres y a sus hijos (sobre todo a sus mujeres) no era realmente un hombre. 

Las mujeres y los niños, sobre todo los hijos adolescentes, cumplen un papel fundamental en la novela. Entre las primeras destaca, sin duda, Ezinma, la hija adolescente de la segunda esposa de Okonkwo, el protagonista, un «hombre de títulos» que se lamenta a menudo, y en silencio, de que esta hija suya no hubiera nacido varón para poder sustituirlo dentro de la tribu. 

Ezinma no tuvo una buena infancia, sus primeros años fueron los de una niña enfermiza. Sus hermanos habían muerto prematuramente; en la tribu se decía que era un ogbanje, niños malignos que morían y volvían a reencarnarse sucesivamente para atormentar a sus madres. Sin embargo, Ezinma había sobrevivido, y pasados algunos años, el hechicero fue capaz de desenterrar su iyi-uwa, la piedra que la unía a su pasado malvado, y con ello romper el vínculo. Ezinma sufriría otras enfermedades a lo largo de su niñez, pero los cuidados de sus padres conseguirían curarla.   

También se mueve por los alrededores, la sacerdotisa Chielo, que se habla directamente con Agbalá, la poderosa diosa que rige los destinos de los hombres de las aldeas.

Personajes ricos, llenos de matices, situaciones llenas de magia y de ritos... Un mundo desconocido para los europeos, pero sin duda, lleno de enseñanzas de esa sabiduría popular que fluye por todos los pueblos y que solo la mal llamada civilización viene a destruir. 

La novela original se publicó en 1958 y constituye un hito dentro de la literatura africana escrita en inglés. Hoy sin duda forma parte del repertorio de novelas imprescindibles que alguna vez hay que leer, y yo diría que hasta releer.

El texto está lleno de expresiones y palabras indígenas para nombrar lo singular y característico de aquel modo de vivir; un glosario al final del libro ayuda a su comprensión, aunque es el propio texto el que se encarga de aclararnos su significado. 

La traducción al español se publicó en 1997 y su traductor,  José Manuel Álvarez Flórez, se mantuvo fiel a la traducción literal al poner en español los muchos proverbios y sentencias que van marcando el relato.

Cerremos este comentario con uno de ellos.

Pero como dice un proverbio ibo, cuando un hombre dice sí, su chi dice sí también sí. Okonkwo decía sí con mucha fuerza; por eso su chi lo decía también. Y no solo su chi, sino también su clan, porque juzgaba a un hombre por el trabajo de sus manos.

Nota: La ilustración de este comentario, que bien podría ser la joven Ezinma, es una creación de Concha Arias, a la que agradezco me haya dejado utilizarla.

Título: Todo se desmorona
Título original: Things Fall Apart
>Autor: Chinua Achebe
Traductor: José Manuel Álvarez Flórez
Editorial: Ediciones del Bronce
Año: 1997.