sábado, 19 de octubre de 2019

Núm, 214. El faro 142

Hace algunos meses me hacía eco aquí de un nuevo proyecto cultural, la revista 142 Revista Cultural.

Hoy, con el número 3 leído, vuelvo a ella, y lo hago con especial énfasis en la importancia que da a la literatura femenina, a las creadoras, y especialmente a las del otro lado del charco. Pocas veces aquí, en la madre patria, tan dados a mirarnos el ombligo, tenemos acceso a la literatura que se hace del otro lado, más allá de las vacas sagradas que llenan los escaparates de las principales librerías y los espacios en los grandes medios. Hay otra literatura y siempre ha habido otra literatura, pero no sabemos cómo llegar a ella.

Todo un acierto la selección de poemas escritos por mujeres de Venezuela. Sí, Venezuela, ese país del que solo nos acordamos cuando nos llegan las noticias de las carencias de los supermercados y las penurias que pasa su población. No voy a minimizarlas, al contrario, porque, precisamente, leyendo la poesía escrita por estas mujeres se llega al fondo de la tragedia de estas personas. No hay imágenes intencionadas de telediario que expresen mejor ese sinvivir cuando ya se ha perdido toda esperanza, que lo que muestran estos versos de Georgina Ramírez, sacados de un poema titulado La última cena:
Alguien tiene que quedarse
a alimentar a los muertos
de hambre o de fe
que quizá es lo mismo.
Sin embargo, la vida sigue a pesar de todo, y no faltan las alegrías para el cuerpo:
me dices que prefieres un hotel,
porque en mi casa harías nido.
Así comienza el poema Lost in translation de Ruth Hernández Boscán, y tampoco faltan espacios comunes en los que encontrarnos, como en el recreado por Oriette D'Angelo en el poema Una cosa que será:
no tuve patio      /     tuve mar y cielo
tuve agua y a The Police cantándome en la radio.
Es obligado hablar del artículo incluido de Jim Morrison como poeta desconocido, y también de la cultura clásica y del soplo de cultura catalana, desde el centro tan olvidada, que impregna la revista, pues no en vano comparten origen Cataluña y Andalucía.

En cualquier caso y entre todos los valores de este número, voy a quedarme con el relato de Lourdes Vega Ramírez, una costarricense desconocida. El relato se titula El faro, y a decir verdad es un relato extraño que habla de cómo cualquier detalle puede hacer retornar, aunque sea brevemente, la memoria a los desmemoriados.
Imagen de la costarricense sosteniendo un ejemplar de 142
Foto subida por Vega Ramírez a las RR. SS.

En un cuadradito al lado del relato se nos resume la biografía de Vega Ramírez, y de ella destaco cómo abandonó su carrera para cuidar de su madre, enferma de Alzheimer, y de cómo el aislamiento ineludible la llevó al relato y de ahí a reunirlos en un volumen: Vivencias de una cuidadora. Rosas para mi madre. 

No siempre la buena literatura viene de la mano de los consagrados, y los lectores podemos felicitarnos de que una revista como 142 nos la acerque.

martes, 1 de octubre de 2019

Núm. 213 Arauzo de Salce

Hace ya bastantes años, una tarde de febrero, me dejé caer por esos pueblos, y aterricé en Arauzo de Salce. Ahora he vuelto de la mano del proyecto «¿Te enseño mi pueblo?», y de Ricardo, que ha sido nuestro guía en eso de enseñarnos el suyo.

fachada de ladrillo rojo con ornacina ocre en la que hay colocado un puchero de barro
Detalle de una fachada en la plaza Mayor
Por el camino a Arauzo, pasado Caleruega, vemos cómo el paisaje cambia, que vamos dejado atrás la Ribera. Está todo más verde, todo más húmedo, porque todo nos anuncia que estamos en los primeros pueblos de la Sierra.

El topónimo Arauzo, que comparten tres pueblos, es, según algunos estudios, de origen euskérico y vendría a ser 'valle'; Arauzo de Salce sería pues 'el valle de los sauces', o salces, como los llamamos por aquí, y pobladas de salces estuvieron las riberas del Aranzuelo hasta mediados del siglo XX. Entonces, a los pobres árboles se les acusó de ser los causantes de numerosas enfermedades a los habitantes de Arauzo de Torre, y perecieron víctimas de feroces talas. Aun con todo, el Aranzuelo serpentea y deja en sus orillas amenos paseos que invitan a recorrerlos. 

El pilón en primer plano, los caños en segundo
Plaza Mayor, los cinco caños de la fuente y el pilón
Al hermoso pilón de la plaza, ya solo tiran a los novatos y a algún pardillo, pero de los cinco caños de la fuente sigue saliendo agua sin interrupción, agua que viene de una laguna cercana. Agua muy fuerte, con gran sedimento mineral, que llega sin ningún tipo de tratamiento al centro del pueblo.

¡Ojo con beberla, que a los no acostumbrados les puede producir dolor de tripas!

Puede que lleguen con esas aguas aún, algún resto de las monjas que se ahogaron con sus caballerías en ella una noche de tormenta. Las monjas iban de Caleruega a Silos, pero de ellas nunca más se supo. Leyendas que corren de pueblo en pueblo, de voz en voz, de generación en generación, y que si no son ciertas, bien merecieron serlo.

Al lado del pilón, la modesta ermita de la Virgen de las Angustias, que salvo en los grandes días sirve para el culto ordinario. Es la patrona del pueblo y se celebra en abril, aunque las fiestas son a mitad del verano, el 15 de agosto cuando se celebra la Asunción de la Virgen, al igual que en muchos pueblos de España.

Al igual que en otros pueblos, en Arauzo también se ha creado una asociación para animar sobre todo la vida del verano, porque en invierno cada mochuelo vuelve a su olivo y Arauzo se queda dormido, plegado sobre sí mismo.

Tiene unos sesenta habitantes censados, pero normalmente no viven más arriba de cuarenta. La secretaría del Ayuntamiento está abierta un día a la semana, y un día a la semana hay consulta de medicina general y otro día de enfermería. Hay cuatro niños en el pueblo, que se desplazan a Huerta para ir a la escuela, o a Aranda, para ir al instituto, no sin dificultades por lo estrecho de la carretera por la que circula el minibús.

Las casas de Arauzo son modestas, en otro tiempo de mampostería la parte de abajo, o aprovechando las piedras de la vecina Clunia, y de adobe la parte de arriba. Hoy aparecen casi todas cerradas, según podemos apreciar según subimos calle Gumiel arriba, hacia la iglesia.

Cuentan que el pueblo primitivo, construido alrededor de la iglesia, situada en un altozano, se quemó y sus habitantes lo reconstruyeron algunos metros más abajo, alrededor de la ermita de la Virgen, quizás reclamando una protección más cercana de su patrona.

Al lado de la iglesia, uno de los árboles emblemáticos de la provincia, el moral al que le cuentan quinientos años, o puede que más. Probablemente, iglesia y moral nacieron juntos, y juntos siguen; a los morales siempre se les ha dado un carácter protector y mágico.

Asomarse a las entrañas del moral, tratando de desvelar sus secretos, es una tentación a la que no nos podemos resistir.
primer plano del hueco del moral
Detalle del tronco del moral
Estamos a casi mil metros de altitud y el aire serrano se nota.

La iglesia presenta un porte magnífico, sólida, con importantes piedras de sillería en la torre y ábside. En el campanario dos potentes campanas repican los días de fiesta.

Al lado de la portada hay una  piedra conmemorativa de una tal doña María, señora principal que hizo varias donaciones a la iglesia, y que está enterrada, junto a su esposo, en el interior, bajo una lápida de cristal. Este es uno de los tesoros que guarda la iglesia, el otro un arco procedente de la iglesia de Arauzo de San Miguel, pueblo que estuvo cerca de donde hoy se eleva un embalse, y que desapareció hace tiempo. Lamentablemente Ricardo no puede enseñarnos estos tesoros, porque las llaves no han llegado a tiempo.

bloque rectangular apoyado en el suelo con inscripción
Piedra conmemorativa en recuerdo de la benefactora

Alrededor de la iglesia varias estelas, probablemente procedentes de la Edad Media, delimitan de alguna forma este recinto sagrado.

Estela con una estrella de ocho puntas grabada
Estela al pie de la iglesia
Bajamos de la suave colina donde está la iglesia, y atravesando el pueblo, nos llegamos hacia la zona recreativa de las afueras no sin antes detenernos ante un sauce centenario e interesarnos por los productos de la huerta de uno de los arauceños.

Tras el parque se adivinan los restos del molino, y hacía él nos dirigimos por una senda donde crecen toda clase de yerbas aromáticas y alguna que otra ortiga. El molino estuvo en funcionamiento hasta los años 60, y aparte de moler las talegas, daba un pequeño aporte de luz al pueblo.

Volvemos sobre nuestros pasos y tras atravesar el río por el puente de las Huertas, emprendemos la subida al embalse.

El embalse, alimentado por bombeo y por un arroyuelo, se presenta como una impresionante y refrescante mancha azul. Su perímetro puede llegar hasta los cinco kilómetros. El agua será aprovechada aguas abajo mediante una serie de canalizaciones; en unos cuatro millones de euros está presupuestada la obra, según informan unos carteles.

vista parcial del embalse
Embalse
Bajamos del embalse camino del roble de San Miguel, amplio, acogedor. Le suponen más de mil años, y en sus aledaños estuvo en otro tiempo la iglesia del desaparecido Arauzo de San Miguel, cuyo arco rescatado está ahora en la iglesia principal del pueblo. En las tierras alrededor del roble se han encontrado en diferentes épocas restos de la actividad doméstica que tuvo lugar allí.

Roble de San Miguel
 
Volvemos al pueblo cruzando un endeble puente de madera sobre el Aranzuelo. Las lluvias de septiembre han dejado buen venero, y Ricardo nos informa de que pueden encontrarse buenos berros en la época adecuada.

Dejamos a un lado, la arboleda, el campo de fútbol y el manantial que alimenta la fuente de la plaza y que guarda el secreto de las monjas ahogadas.

Todavía tenemos que subir al cerro de las bodegas, y disfrutar desde allí de la vista del pueblo y el valle. De nuevo en el caserío, Ricardo nos muestra algunas de las piedras que hoy están en las fachadas de las casas y en otro tiempo formaron parte de Clunia.

El cauce del molino da frescor a un conjunto de casas que miran por la parte trasera a las huertas y alegran la vista con pequeños jardincillos. Un camino lleva directamente al molino.

Nos despedimos en la plaza, y damos por finalizada la visita y no sin la promesa de volver otra vez para visitar con detenimiento la iglesia, la ermita y alguna de las bodegas.