domingo, 31 de enero de 2016

Número 104. El alcalde de Zalamea: Dar el pie y tomar la mano

Si a nuestra Arañita el inicio de la lectura de El alcalde de Zalamea le trajo ciertos recuerdos, a mí no me trajo menos, pues la edición que conservo es la de Castalia a cargo de Díez Borque, y con Díez Borque me enfrenté yo con el teatro clásico en la Universidad. No le caía muy bien, todo hay que decirlo, a aquel profesor que desde lo alto de la tarima apuntaba con un dedo amenazante a la alumna de la segunda fila: «Señorita, no me gusta usted».

Y por esa o por seguramente alguna razón más me mandó a septiembre para mi bien, pues así pude sin excusa abundar más en el teatro clásico aquel año. Hoy sonrío al verlo en Zalamea, pues sigue conservando aquel resabio de cascarrabias prematuro (a partir del min. 2):


 
Como no podía ser menos, tantos años después dada yo a los refranes, me llama la atención las notas que el experto en teatro clásico hace al respecto en esa edición anotada, y por qué no leer El alcalde de Zalamea en clave de los refranes de la época. 

En El alcalde de Zalamea los refranes están también presentes, y digo 
«también» porque es difícil encontrar una obra de los Siglos de Oro que no los contenga. Ahora bien, los refranes en esta comedia no se ven a simple vista, no sirven para caracterizar a un personaje, no sirven para autorizar una opinión o una acción, pero están y sin duda, dada su popularidad, serían fácilmente reconocibles por los espectadores de los corrales de comedias. 

Al villano dadle el pie y se tomará la mano 

Es el primero sobre el que se fija Díez Borque, y no es cuestión baladí, pues sobre un villano es el protagonista de la obra, y un noble, el capitán, al que le dan el pie y se toma la mano.

Los villanos eran gente de poco fiar, el capitán comparte ese prejuicio cuando su sargento le habla de la hermosura de una villana, la labradora Isabel: 
                                    Pues
por muy hermosa y muy vana,

¿será más que una villana
con malas manos y pies?
Veremos más adelante que no era una opinión aislada, sino compartida, y anota Díez Borque apoyándose en el Diccionario de autoridades:
Quizás tiene también en cuenta el autor el popular refrán «Al villano dadle el pie y tomarse ha la mano», interpretado así por el DA: «Refrán que aconseja no tener familiaridades con gente ruin y villana porque de tenerlas resulta que tengan atrevimientos y llanezas indecentes» (p. 133)
Más allá de la antítesis manos-pies, señalada en el mismo comentario, el lector actual podría pensar que hay que tomar mucho el rábano por las hojas para ver en ella una alusión al refrán por muy popular que este fuera. ¿Realmente lo era? Sí, dicho refrán había sido recogido ya en la mayor parte de los refraneros de la época: 
  • Al villano dadle el pie / y demandar os ha la mano (Pedro Vallés, 1549)
  • Al villano dadle el pie, tomará la mano (Hernán Núñez, 1555)
  • Al villano dadle el pie, y tomará la mano (Mal Lara, 1568)
  • Al villano, danle el pie i toma la mano (Gonzalo Correas, 1627)
  • Al villano, dadle el pie i tomaros á la mano (Gonzalo Correas, 1627)
  • Al villano darle el pie, y se tomará la mano (Diccionario de autoridades, 1739) 
Además son numerosos los ejemplos que encontramos en la literatura, tanto culta como más popular. El refrán era tan conocido que los autores no dudaban en adaptarlo a su estilo, así que bien pudo Calderón aludir a él en esos versos, como un modo de anticipación de lo que después iba a suceder. Veamos algunos ejemplos extraídos del CORDE, señalando en cursiva el uso del refrán.

El primer ejemplo nos aparece temprano, antes de la publicación de los refraneros a los que hacía alusión en el apartado anterior, el marcador refrán con el que se nos presenta no deja lugar a dudas:  
Es vn acertar que yerra
vn doliente que esta sano
natural que se destierra
de su misma casa y tierra,
por antojo muy liuiano
Vn quando estays muy vfano
sueño que dizen del perro
vn refran dicho al villano
days el pie toma la mano

pues no es este menor yerro (Alonso de Armenta: Respuesta a qué cosa es amor, 1528).
Un siglo después otro ejemplo de un autor tan culto como Valdivielso, utilizado en una comedia a lo divino: 
Claudio: Que, ¿que te di pie?
Mas eres como villano.
Laurencio: Bien saues que no lo fuy.
Claudio: ¿Cómo, si yo el pie te di
y allá te tomas la mano? (José de Valdivielso: Del Ángel de la Guarda. Comedia Divina, 1622).
La lírica más popular nos deja también interesantes ejemplos en los que ya se usa el refrán en el terreno amoroso y erótico. Empezamos con un ejemplo anónimo: 
Pues, ¿de qué se entona? No sea villano, 
pues el pie no le dan y toma la mano (Parnaso español II [poesía erótica], 1600-1630).
O este otro de carácter festivo acerca de los casamientos inconvenientes:
Con el viexo te casaste:
a la puerta no saldrás,
para siempre morirás.
Danle el pie al mal villano
danle el pie y toma la mano.
No entréys en huerto ageno,
que os dirá mal su dueño (Fernando Díaz de Montoya: Versos de la ensalada Muy buenas nuevas, 1603)
Más donaires dentro de la poesía culta:
Esto basta por agora,
que no quiero que me digas
que hago como el villano,
que dan pie, y a mano aspira (Alonso de Castillo Solórzano: Donaires del Parnaso, 1625)
Finalmente un ejemplo en el que basándose en la lírica popular se pretende crear un ritmo apropiado para la guitarra: 
Al villano ¿qué le dan?
—La çebolla con el pan.
Al villano, si es villano,
danle el pie, toma la mano;
vive contento y hufano
quando a visitarle ban.

—Al villano ¿qué le dan?
—La çebolla con el pan. (Luis de Briceño: Poesías de Método muy facilísimo para aprender a tañer la guitarra, 1626)
Es preciso señalar que el villano, en principio 'habitante del estado llano de villa o aldea' adquiere pronto su otro significado de 'persona ruin'. El refranero no es en absoluto benevolente con esta clase social. Como en otros casos cabe poner en duda la autoría del refrán atribuida al pueblo llano y no a ciertas clases más privilegiadas que intentaban a través de esa «sabiduría popular» mantener sus privilegios y la diferencia de clase. Veamos algunas muestras de esos refranes relativos a los villanos, tomados de Campos y Barella (1993):
  • Al villano, con la vara de avellano
  • Con villano de behetría, no te tomes porfía
  • Cuando el villano está en el mulo, ni conoce a Dios ni al mundo
  • Cuando el villano está rico, ni tiene parientes ni tiene amigos
  • Viose el villano en bragas de cerro, y él fierro que fierro
Nos detenemos especialmente en el segundo de los refranes, ya que una behetría era una población en la que sus habitantes, dueños absolutos de ella, podían elegir señor a quien quisiesen. A la vista del refrán hay que concluir que si no hubo muchos capitanes agarrotados en nuestra historia, sí debió salir más de uno mal parado. Es decir, alguno, como el protagonista de esta comedia, se tomó la mano cuando solo le habían dado el pie y terminó la historia en sentido contrario a como había previsto.

Antes de finalizar el comentario es preciso señalar que el refrán está como tal hoy en desuso, aunque sobrevive su segunda parte como locución verbal: Dar el pie y tomarse la mano. Pese a su popularidad, como hemos visto, en los Siglos de Oro, es difícil encontrar ejemplos de uso ya en el XVIII. La progresiva desaparición de los privilegios de la nobleza, confirmada por las leyes del primer tercio del siglo XIX, junta a la progresiva equiparación del pueblo llano de la mano del auge de la burguesía, piénsese que Pedro Crespo pertenecería a esa clase ascendente una vez abolidas las leyes, dejaron sin motivación al refrán. 

El Diccionario de Núñez de Taboada (1825) ya recoge la locución verbal como tal:
Dar el pie y tomarse la mano. Fam. Moteja a los que se propasan. 
Y uno de los primeros testimonios escritos lo encontramos en El doncel de don Enrique el Doliente de Mariano José de Larra (1834);
—He aquí lo que digo —iba refunfuñando el montero—. Dad el pie y os tomarán la mano. Ofrecíme a hacer un servicio a Peransúrez, y exigióme ciento.
Bibliografía
  • Calderón de la Barca, Pedro (1636 = 1981): El alcalde de Zalamea. Ed. de José María Díez Borque. Madrid: Castalia. 
  • Campos, Juana G. y Barella, Ana (1993 = 1996): Diccionario de refranes. Madrid: Espasa Calpe.
  • Correas, Gonzalo (1627 = 2001): Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. Louis Combet, revisada por R. Jammes y M. Mir, Madrid: Castalia. Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica, 19.
  • Mal Lara, Juan de (1568): La philosofia vulgar: Primera parte que contiene mil refranes glosados. Madrid. Casa de Hernando Díaz. [Disponible en Google Books.]
  • Núñez, Hernán (1555 = 2001): Refranes y proverbios en romance. Edición crítica de Louis Combet, Julia Sevilla, Germán Conde y Josep Guia. Madrid: Guillermo Blázquez, Editor; 2 vols.
  • Real Academia Española: Corpus diacrónico del español (CORDE). [En línea]: (http://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/corde), [consulta: 31-1-2016].
  • —: Nuevo tesoro lexicográfico. [En línea]: (http://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico), [consulta: 31-1-2016].
  • Vallés, Mosén Pedro (1549 = 2003): Libro de refranes y sentencias de Mosé Pedro Vallés. Ed. de Jesús Cantera Ortiz de Urbina y Julia Sevilla Muñoz. Madrid: Guillermo Blázquez, Editor.
Comentario para el club de lectura La Acequia.

jueves, 21 de enero de 2016

Número 103. El ojo de la cerradura: Para cada tiesto, hay su arepa

Uno de los méritos y atractivos de la colección de relatos agrupados en El ojo de la cerradura, de Nelson Verástegui, es la de acceder con total naturalidad al español de Colombia: palabras, expresiones y refranes están presentes en los distintos escenarios. 

En las siguientes líneas, y para seguir dentro de la tradición de esta bitácora, prestaremos atención a algunos de estos refranes. 

cerradura de la portada del libro

Para cada tiesto, hay su arepa

Un tiesto es en Colombia una vasija de barro cocido, y la arepa una especie de torta cocinada sobre ella. Por España para expresar la misma idea del refrán diríamos Siempre hay un roto para un descosido, es decir siempre es posible encontrar el amor, la pareja adecuada, pero ciertamente, si no sabemos el significado del refrán, la frase puede resultar bastante opaca.

Pues bien, así con este refrán tan colombiano titula Nelson uno de los sorprendentes relatos de la colección y del que una primera versión puede leerse en la bitácora del propio autor. No añadiremos más, puesto que ahí está, pero sí acercaremos una coplilla sobre este popular plato:
Mi mamá se llama arepa
y mi taita maíz tostao,
y un hermanito que tengo
se llama plátano asao.

Amor de lejos, amor de pendejos

Sin duda que el amor requiere proximidad, verse, tocarse, así lo asegura el refrán. La distancia puede ser el olvido o algo peor: Amor de lejos es un vallenato interpretado por Pedro Manuel y el Morre Romero con una letra muy actualizada:
Estos mensajes del Facebook no sirven
 

El correo electrónico, las nuevas tecnologíasde las que ya hablamos en un comentario anterior, enmarcan este nuevo amor de lejos entre un hombre y una mujer, pero aquí no solo hay distancia geográfica, la hay también temporal: 
Me encanta que te hayas decidido a darme tu correo electrónico. Cuando te vi en Ginebra la primera vez, me pareció haber vuelto a los veinte años. Eres idéntica a tu mamá cuando tenías su edad. ¡Nos queríamos tanto!, pero tu abuelo se oponía a nuestro amor. Deseaba un mejor partido para su hija, un hombre rico, de la alta sociedad; hasta cualquier extranjero hubiera sido mejor que yo. Por eso la envió a estudiar a un colegio de señoritas en Suiza. ¡Amor de lejos, amor de pendejos! Perdimos el contacto, los años y la distancia se ocuparon del resto (p. 222).
No parece muy aconsejable en una primera comunicación recordarle a la personas amada que la distancia es el olvido, pero es que todo el relato se enmarca en un tono humorístico de comedieta. 

El refrán, muy utilizado en América, apenas se utiliza de este lado del charco donde la palabra pendejo resulta rara.

De malas en el juego, de buenas en el amor

Afortunado en el juego, desgraciado en amores, o al contrario, diríamos de este lado: tener suerte en los juegos de azar y a la vez gozar del amor parecen cosas incompatibles. 

Esta idea le sirve a Verástegui para armar una trama alrededor de una reunión de amigos que se ven tentados por uno de esos juegos que se ven por televisión y que despiertan tantas esperanzas e ilusiones:
Con el efecto de los primeros tragos, las lenguas se iban liberando. Hablaron de sus trabajos, de sus amigos, de política, de la televisión y luego de suerte, rifas y loterías. «Nunca nos ganamos nada en esas rifas. No sé cuánta plata nos hemos gastado en todos estos años, pero, como la esperanza es lo último que se pierde, seguimos jugando de vez en cuando al Baloto. Esta semana se nos pasó», dijo Carlos Antonio. «Quien es de malas en el juego, es de buenas en el amor», replicó Humberto con una carcajada nerviosa y estridente. «Si me ganara la lotería, me divorciaría y me iría a darle la vuelta al mundo con la musa de mis sueños», dijo Agustín. «Melisa y yo jugamos cada semanal al Baloto, pero nunca ganamos nada», dijo Ana María. «Oigan, antes de comer veamos en la televisión el sorteo en directo de Balato. ¡Ojalá sea nuestra noche de suerte!
Sí, la esperanza es lo último que se pierde, un refrán que se contesta con otro refrán, y todas las ilusiones puestas en la caja tonta. En cualquiera de sus formas, el refrán no está exento de ironía como pobre consuelo hacia los que siempre pierden en los juegos de azar (p. 137-138). 

En cuanto a la forma parece ser bien conocida en Colombia ya que aparece en distintos refraneros y hay numerosas páginas en Google que hacen uso de ella. 

Pancracio Celdrán (2009: 133) nos acerca una cita de Dulce María Loynaz:
Desgraciado en el amor y afortunado en el juego de la vida. Ahora séame permitido pasar por alto el largo y doloroso proceso de aquellas nuestras relaciones... 

El diablo es diablo por viejo y no por diablo

Finalmente vamos a prestar atención a esta otra curiosa variante de un conocido refrán cuya forma más estándar es Más sabe el diablo por viejo que por diablo. 

«Yo lo recuerdo así», me aseguró Nelson en conversación privada, y efectivamente, una consulta al Google nos devuelve algunas coincidencias.

La escena es perfecta, un abuelo se dirige a su nieto amigablemente: 
—Bueno, bueno. Como ya cumpliste veinte años y eres un hombre que inicia de lleno y realmente su vida adulta, tengo que contarte algunos secretos de familia que te servirán de experiencia para tu futuro. A pesar de las apariencias, soy más viejo de lo que piensas tú y la gente. Te quiero hablar de Hirosima y Nagasaki.
—Vale. Por eso dices que el diablo es diablo por viejo y no por diablo. ¡Je, je! ¿Qué les pasa a tus pájaros? (p. 178).
 

El cuento irá dando la razón al nieto de que su abuelo tenía más de otros mundos que de este. 
Bibliografía
  • Celdrán Gomariz, Pancracio (2009): Refranes de nuestra vida. Con su explicación, uso y origen. la vida cotidiana. Barcelona: Editorial Viceversa.

viernes, 15 de enero de 2016

Número 102. El ojo de la cerradura: personajes y tramas

Continúo la lectura de El ojo de la cerradura, de Nelson Verástegui, sin duda un libro ideal para leer en el metro. 

Un ojo, muchos ojos

Libro de relatos de distinta longitud, algunos te los lees en apenas un par de estaciones, para otros necesitas más de un viaje, y hasta lamentas que tu trayecto se acabe justo cuando la narración está en el punto más interesante y apuras unas palabras más el momento de cerrar el libro, guardar las gafas y acercarte a la puerta del vagón. Unos y otros te dejan por lo general un regusto a buena literatura.

Relatos de personajes normalmente reconocibles, personajes que podrían ir incluso sentados junto a ti, o con los que te vas a encontrar en cuanto salgas a la calle, o no, porque sus vidas pasan en sitios que te quedan algo alejados y con los que nunca te vas a encontrar, pero en todo caso terriblemente humanos y palpables. 



cerradura de la portada del libro


A estos personajes tan normales, que podrían ser nuestro vecino, nuestro compañero de oficina, la chica que nos atiende en la cafetería donde desayunamos, ese hombre maduro que pasea un perro, la médica que nos ausculta, la profesora que nos enseña inglés, o el niño que juega en la calle, de pronto empiezan a pasarles cosas no tan normales, y ahí llega el conflicto y la intriga del qué va a pasar ahora, y empezamos a devorar las líneas sin darnos cuenta, y cuando nos vamos aproximando a nuestra estación nos empieza a entrar un pelín de ansiedad porque vemos que la historia se nos va a quedar colgada.  

Gusta Nelson de dar sorpresas, de dar un vuelco en los últimos párrafos a las historias, por lo general bien tramadas y con ese elemento tan fundamental en la narración bien dosificado. A veces sencillamente no ocurre nada, al menos nada que pueda verse desde el exterior, porque el conflicto ha sido interno y apenas ha dejado huella hacia afuera. Otras entrevemos el peligro y hasta adivinamos el final desde el principio, pero aun así se mantiene el interés por leer y leer.

Historias que ocurren en el presente, o en el pasado, en el futuro o en un tiempo atemporal, apenas un rato o largos periodos de tiempo. La ciencia ficción, o quizá sea tan solo un futuro previsible, está también presente en sus relatos: el secreto de la eterna juventud se esconde en una esquina de los hitos del siglo XX. 

Debajo de cada título hay una serie de palabras clave, que quizá pretendan ser también claves para el lector. Misterio es la palabra clave que más se repite, y le sigue psiquis. Están presentes el amor y el odio alguna vez en clara aposicióneros y muerte, la amistad y el sufrimiento, la tecnología, los sucesos insólitos, la infancia y el humor... Lo divino, lo humano y lo cotidiano se entremezclan, con frecuencia en un mismo relato. 

Hay un humor fino impregnando muchos de los episodios que dulcifican aquellos pasajes que puedan resultar más impactantes. 

Paseamos con Nelson por distintos puntos de Europa, América y llegamos hasta Asia, saltamos el charco en distintas ocasiones, nos movemos en ambientes cosmopolitas o campestres, visitamos anticuarios, pajarerías, lujosos apartamentos con terrazas que dan al mar en la Costa Azul, nos empapamos de paisajes con lagos, de playas casi desiertas. No es Nelson descriptor de paisajes, pero sí de ambientes, sabe recrearlos con pocas pinceladas que sin embargo, te colocan en situación:
El desayuno había sido servido en la terraza. El clima perfecto, la primavera instalada y el sol iluminando las flores del jardín hacían olvidar el trajinar de las ciudad abajo en las calles. 
¡Ay, Nelson! Un meteorólogo te tiraría de las orejas por confundir tiempo y clima, o quizás no, quizás es que el clima, el ambiente, era el apropiado para las confidencias, o aquella ciudad contaba sencillamente con un clima perfecto. Por lo demás un jardín en un ático varios metros por arriba de una ciudad bulliciosa nos llevan a un lugar de esos que solo conocemos por las películas. 

Las palabras, las palabras, que no se le pueden escapar a un buen jugador de Scrabble van formando la novela, y aquí aparece un colombianismo y allá una frase que suena rara a los oídos europeos. Arte, idiomas y escritura, tampoco podían faltar entre los temas clave de este amante de las letras. A las letras, y más concretamente a los refranes, dedicaremos el último comentario.

viernes, 8 de enero de 2016

Número 101: El ojo de la cerradura. Cuando los ingenieros toman la pluma

En este post inicio una serie de comentarios a los libros que suelo leer en el metro, sin que ello constituya un demérito para ellos. 

Entre bits y bytes

No puede negar Nelson Verástegui que es ingeniero ni que parte de su vida, al menos casi toda su vida laboral, la ha pasado metido entre bits, así que puestos a comentar su libro de relatos El ojo de la cerradura, y después de dar una vuelta por otros aspectos que dejaré para otras entradas, yo también me pongo el gorro de informática y paso a comentar el libro de un colega, un colega amante de las palabras tanto o más que de los bytes.

cerradura de la portada del libro

Para completar la serie, gracias a un amigo de la universidad, recibí una oferta de empleo en Ginebra, como responsable comercial de tecnología de la información. Era una empresa europea de concepción y mercadeo de paquetes informáticos de ayuda a la explotación. Pedían conocimientos de Windows, Unix, Linux, AIX, OS/400, OPEN VMS... así como de instalaciones de ERP (SAP R/3). Mis conocimientos de inglés y alemán completaban mi hoja de vida. Me iba como anillo al dedo (pp. 63-64).
No sé si para crear ese perfil profesional ha recurrido Nelson a cualquier anuncio viejo de páginas salmón, o simplemente se ha dado el capricho de poner la sopa de letras de los sistemas operativos, en totum revolutum —propietarios y libres, pequeños y medianos—, como homenaje a los que alguna vez en nuestras vidas tuvimos que lidiar con alguno de esos sistemas, pero sin duda a más de un lector, incluidos algunos jóvenes ingenieros, les sonará a chino parte de los ingredientes de esa sopa. La inclusión en el perfil del SAP, en un tiempo lo más de lo más en las aplicaciones de gestión, completa un perfil solo posible en un relato o en el más difícil todavía, pero al protagonista le va «como anillo al dedo».

La informática que se nos muestra en El ojo de la cerradura se nos hace un poco añeja. Si la tradición o el clasicismo existieran en esa área, las referencias de Nelson serían todo un homenaje a ese mundo de la informática de núcleo duro en la que algunos nos iniciamos en la profesión. ¿Cómo no verse reflejado en el perfil del protagonista del cuento?:
Un informático casi cincuentón como yo no podía conseguir empleo fácilmente. Cuando la casa matriz estadounidense de IBM decidió reducir su nómina de empleados en el mundo, no porque estuviera perdiendo dinero, sino porque había ganado menos de lo que esperaban sus accionistas, perdí el puesto. Hacía varios meses que tenía problemas con mi jefe por no haber vendido la cuota de equipos que él me había fijado. En realidad yo ya estaba cansado de esa vida, alejado de la técnica que me gustaba más, pero desplazado por los jóvenes diplomados que sí estaban más al tanto de las últimas tecnologías de moda (p. 49). 
Y luego está también esa otra informática casera, más cercana al lector habitual para darnos la perspectiva de cómo la tecnología ha venido a revolucionarnos cambiando usos y costumbres: 
Una pareja joven que se mudó después parecía vivir en armonía. El esposo trabajaba en el aeropuerto y ella se dedicaba a ir de compras y a arreglar la casa. El problema que tenían era de comunicación. Él vivía conectado a su PC entregado a videojuegos, mientras ella se aburría de no hacer nada, La mujer se metió a la Internet y descubrió un mundo de encuentros virtuales con desconocidos del mundo entero, pero también con personas de la región (p. 69).
La Internet, así con artículo, donde personas «desconocidas» o no tanto se encuentran. A veces los desconocidos viven en nuestro mismo bloque, en la oficina de al lado o incluso en nuestra propia alcoba. ¡Cuánta imaginación le hemos puesto a estos primeros escarceos virtuales para comprobar poco después que la realidad podría superar la ficción! La informática y la Internet van teniendo su tradición y su corpus de leyendas acerca de esos encuentros.

Dicen, cuentan, que la intención de los creadores de Facebook no fue conectar mundos lejanos, personas separadas por inmensos océanos, sino gente que compartía mus y botellín en la cafetería de la propia facultad, pero antes de eso el irrenunciable correo electrónico había cubierto muchos huecos. 

Cada relato lleva anexas y en primer lugar una serie de palabras clave que sitúan al lector ante lo que va a venir. Uno de esos relatos tiene ya de por sí un título bastante esclarecedor, aunque también puede llevar a prejuicios que se verán contrariados: Caperucita Roja y el Conejo Caliente, así sin anestesia, y las dos palabras clave: tecnología y eros nos predisponen a uno de esos tórridos encuentros en la virtualidad.

Conejo Caliente (chaudlapin) es una cuenta de Gmail y Caperucita Roja es una cuenta de correo de Yahoo! Ambos iniciarán una relación que irá in crescendo, ante los ojos asombrados de una madre que no da crédito a lo que sus ojos están leyendo. No descubriremos el secreto, porque a la habilidad de Nelson para mantener la tensión dramática durante todo el relato y sorprender con finales no siempre predecibles hablaremos en otra ocasión.
¿Estás en Facebook o en Twitter o en MSN? (p. 229)
No se adentra mucho Nelson en el ámbito de las redes sociales, ya lo hemos dicho, su informática pertenece a la época previa al 2.0, quizá más adelante vuelva a sorprendernos en ese campo, pero de momento nos deja un buen relato de ciencia ficción donde apunta cuál puede ser el peligro de la Humanidad, si no conseguimos desconectarnos a tiempo. 

En un invernadero de bonsáis un joven conversa con su abuelo:
—Me hablas de democracia, de Internet, de Facebook y no sé qué más galimatías. Todo esto parece inglés básico para mí. ¿Y cómo sabes tú todo eso y nadie nos lo ha contado?—Porque yo formaba parte de la policía secreta de la Internet y ayudé a poner en marcha esa enorme manipulación. Claro que el sistema estaba previsto para eliminar a todo el que conociera el secreto (p. 185). 

¿Cómo logró el abuelo sobrevivir? No daremos pistas, pero apuntaremos a otro relato cuyo título es enormemente revelador: No solo de tecnologías vive el hombre

A los compañeros de IBM con toda mi solidaridad.