sábado, 29 de julio de 2023

Núm. 289. Cuaderno del Duero

Me recomienda un amigo, que suele leer alguna de las entradas de esta bitácora de agua dulce, que lea Cuaderno del Duero de Julio Llamazares, y yo, que ya he leído más de un libro de este señor, buceo en la biblioteca municipal y hago que me saquen del depósito este libro casi olvidado.

 

El Duero a su paso por Aranda de Duero ya al atardecerr due
Aranda de Duero

El autor lo advierte desde el principio, no es un libro como los otros, son las notas que tomó en un viaje realizado hace tiempo, no hay demasiado virtuosismo literario en ellas, o al menos, no lo pretende, aunque, quien tuvo retuvo, se nota la veta literaria en más de un párrafo.

Más que a ese Llamazares más literario este libro me recuerda mucho al viajero que fue Cela en su Viaje a la Alcarria, en algún pasaje parece que estoy leyendo al gallego en vez de al leonés. Su punto de socarronería o quizás de soflama ante una España más que desierta; todavía no se había inventado lo de que la vamos vaciando entre todos...

La mayor parte del libro, y del viaje, transcurre por la provincia de Soria, a la que he tenido la oportunidad de volver recientemente de la mano de uno de los mejores especialistas en románico. Soria siempre sorprende, siempre guarda en su corazoncito, aparentemente helado, la sorpresa de rincones en los que dan ganas de quedarse, si no fuera porque tras la primavera y el verano, llega el otoño y luego el invierno.

Rincón de casas blancas con muchos tiestos y algunos adornos de aperos agrícolas en las paredesagrícol
Fuentelsaz de Soria

 

El viaje de Llamazares, y de su amigo Modesto, tiene lugar en primavera, en una primavera lluviosa, que obliga más de una vez a los viajeros a refugiarse en la cantina del pueblo, o a comprarse unas botas de agua en una de esas tiendas de antes, donde se podía encontrar todo lo que necesitabas, si no eras demasiado exigente.

 -¿Hay bar en tu pueblo? -me preguntó una amiga hace poco.

 -Cuatro -le respondo, porque en mi pueblo somos unos privilegiados, pero me acuerdo de ese pueblo con tan solo 15 habitantes en el que el bar solo abre en fiestas, y eso el año que viene de suerte.

«Pese a lo atractivo de su monumento principal, las visitas que recibe no dan para mantener abierto el teleclub», nos comenta el profesor de arte, derivando la lección hacia el tema del sacrosanto turismo rurocultural. 

Juncos en primer término, detrás el río, apenas entrevisto, la otra orilla y en lo alto, a lo lejos, la ermita de Nuestra Señora del Mirón rtr aHy
Soria. El Duero a la altura de San Juan del Duero
 

Sin duda es mejor ser viajero que ser turista, pero ser viajero no es fácil, porque aunque sea menos exigente que un turista, y ya no digamos que un enoturista, también necesita reponer fuerzas, y en esta Soria nuestra ya no es fácil encontrar un bar o una tienda donde comprar un poco de chorizo y un paquete de pan de molde, lo del pan de panadería ha pasado a ser directamente un lujo.

Llamazares se detiene a hablar con el paisanaje -¡qué obsesión por los gordos y los tontos!-, viejos que le cuentan otra vez la anécdota ya sabida, el chiste local que sobre ellos inventaron los del pueblo de al lado. Por otro lado, ya se sabe, que en en todo pueblo tiene que haber una fuente, un tonto y una... Por esta vez no terminaré el dicterio machista, pero leyendo estas notas de Llamazares parece como si los pueblos de Soria concentraran el mayor porcentaje de tontos de España, a pesar de estar vacíos.

Cuaderno del Duero, a pesar de no ser sublime, me ha llevado no solo a tierras de Soria y al nacimiento del Duero, donde creo que Llamazares no llega a subir, pero a donde llegué yo una mañana de agosto, hace ya muchos años, para ver cómo una cagada de vaca tapaba la meadilla de gato que es el Duero nada más nacer. Muchas otras presas remansarán su curso hasta llegar al Atlántico y rendir tributo a esos tres puentes magníficos que lo cruzan en Oporto. 


presa de Guma
Guma

Si no me he asomado al Duero desde todos sus miradores, sí que me he asomado a él desde distintos lugares, porque el Duero es mi río, y porque en las aguas de uno de sus modestos afluentes  me bañé durante muchos años -hoy sería imposible, tanto por el caudal como por la contaminación-, y me enseñaron a nadar bajo la sombra de un sauce, a la orilla de un puente, que muchos se empeñan en que sea románico y otros romano, cuando no es más que un sencillo puente reconstruido muchas veces, pero que sin duda tiene su atractivo. 

Tras Soria, el Duero y Llamazares entran en la provincia de Burgos, terreno más que conocido, Zuzones, La Vid, Guma, Vadocondes, Aranda, Berlangas, Roa, San Martín... 

 

Estatua de una sirena sobre un pedrusco vista de perfil
Berlangas de Roa- la sirena

 ... y seguir su camino más allá de Peñafiel, donde se interrumpe el viaje del autor, dejándonos ese regusto por continuar viajando con él... 

Seguir y seguir, aunque sea a saltos, como he hecho yo en distintas excursiones, a asomarme al Duero, a ver cómo se convierte en un río enorme, por el que se puede navegar en los Arribes o ya en Portugal montarse en un barco donde te ofrecen un excelente Oporto para hacer una excursión por las distintas exclusas entre dos paredes tapizadas de viñas.

Al Duero siempre hay que volver, aunque sea a través del cuaderno de viaje de un autor más que renombrado.

 

Autor: Julio Llamazares

Título: Cuaderno de Duero

Editorial: EDILESA

Año: 1999

Págs. 144

 

jueves, 6 de julio de 2023

Num. 288. Hoyales de Roa y su media torre (y II)

Alguno de mis pacientes lectores se quejan de que les he dejado a medias en la entrega anterior, que no les he explicado la iglesia, y que han tenido que buscar la información por su cuenta. Paciencia, señores, paciencia, que todo llegará, pero sigamos nuestro recorrido, que todavía quedan cosas muy interesantes por ver antes de volver a la plaza y visitar la iglesia.

Y del barrio de bodegas nos acercamos a un lagar, no sin antes volver a elevar la vista al horizonte, esta vez hacia el sur, o bajarla hasta el suelo, donde nos saludan multitud de florecillas silvestres, cuyos nombres tratamos de adivinar. No en balde estamos en primavera.

flores silvestres

La siguiente visita la hacemos a un lagar, que aunque todos parezcan iguales, son un poco como las iglesias, que cada uno tienes sus particularidades. Este ha sido convertido en merendero, pero conserva sus elementos característicos. Como no podía ser de otra manera, nos impresiona la gran viga de olmo que lo atraviesa de extremo a extremo. El lagar no es solo la viga, la piedra y el husillo, y no solo es recordar el proceso de pisado y prensado de la uva, desde que se descargaban los cestos por los porticones, hasta que el mosto salía en pellejas a hombros de los tiradores, camino de la bodega. En ese proceso vamos haciendo memoria sobre las antiguas medidas, cada aparcero contaba con una parte del lagar medida en carros o en cargas. Cada carga eran 16 arrobas de uva, y cada arroba 11,5 kilos; y con dos arrobas de uva, es decir, con 23 kg se hacía una cántara de vino. El mosto se repartía en cada proceso en partes proporcionales a la uva metida, de esa forma todos los aparceros recibían un mosto de igual calidad.

Viga y husillo del lagar


La viga se apoyaba en una pared reforzada, el cargadero, y el armazón por el que bajaba y subía la viga, la trinchera. Ganar trinchera era subir la gran piedra de contrapeso, operación para la que se necesitaban cuatro hombres, que ejercían su fuerza sobre el andadero, palo que atravesaba el husillo.

cañón de bajada a la bodega

No faltaban en el ambiente de los lagares las pequeñas bromas que se realizaban a los niños, lagarejos aparte, como la de que si bebían mucho mosto se les pondría la lengua azul, sin duda para que no abusaran. Las riberizadoras se ríen: «Aquí estamos nosotras, y nunca se nos puso la lengua azul».

Bajar a una bodega, aunque no sea la primera vez, siempre tiene algo de trascendente, es como volver al origen, al útero, a ese tiempo en que nos alimentaron con sueños y un poco más adelante con untado en vino y azúcar. Adentrarse por ese cordón umbilical abovedado, con cuidado, para no resbalar en los escalones, y recordar al subir, que los viejos decían que si el calor llegaba hasta la cuarta escalera, lo mejor era ir bajando de una en una, hasta conseguir esa temperatura ideal.  

Es pronto todavía y agradecemos el traguillo que se nos ofrece, aunque no lo probamos, pese a que recordamos aquello que dice que quien fue a la bodega y no bebió vino, burro fue y burro vino. ¡Otra vez será!

La ermita de la Virgen de Arriba se halla en el centro de la población, en la parte de arriba, como su nombre indica. Relativamente cerca de la cañada, en ella se cobraban los derechos de paso de los rebaños. 

Se alza sobe un jardín elevado al que se accede por unos pocos escalones y una pequeña verja. A su pie se alza una airosa espadaña. Es de una sola nave, y su interior presenta ese aire que mezcla lo popular con lo devocional. Al lado de la entrada se aprecia un capitel abullonado decorado con una cara, y en el exterior, una piedra con inscripciones sin identificar. 

 Capitel con bullones y caara

piedra con inscripción


 


 

 

 

 

 

En su primitivo trazado, la cañada pasaba por el centro de la población, pero pronto se vio la necesidad de desviarla, por lo que hace una curva rodeando el núcleo principal. Los Avellanada, en silueta de metal, parecen vigilar todavía este paso de los rebaños.

Escultura metélica representando en silueta a los Avellaneda

De los arrenes que rodeaban el pueblo, y ahora quedan en el centro de la población, ya hemos hablado con anterioridad, así que seguimos nuestro camino hacia el cauce molinar que bordea el pueblo por la parte baja, ya de cara a la vega.

Ese cauce, un verdadero río para el pueblo, servía también de lavadero.. Una placa recuerda la labor de aquellas mujeres que acudían con el balde, muchas veces a la cabeza, y la banquilla a un lado, a hacer la colada. Allí, mientras se soleaba la ropa blanca en la hierba, alguna noticia corría de boca en boca. Hoy sigue sirviendo de recreo a los niños del pueblo que chapotean en él llegado el verano, y donde, según dicen, se puede pescar algún cangrejo.

 

cauce molinar

placa en terracota alusiva  a la labor de las lavanderas

Y por fin, subiendo por una de las calles principales, aquella que conducía al vado del Riaza, llegamos otra vez a la plaza, donde ahora sí, nos espera la iglesia.

La fábrica de este edificio es un tanto singular, si lo comparamos con otras iglesias que estamos acostumbrados a ver. La torre se levanta sobre lo que fue la antigua iglesia, y a continuación, de frente, observamos la nave, que fue construida en proporción de 3 a 1. La iglesia nueva, que sustituyó a la antigua, data de finales del siglo XVIII y fue proyectada por el arquitecto Ángel Ubón, que realizó importantes obras en El Burgo de Osma. Tras su muerte terminó la obra José Tristán siguiendo los planos de Ubón. La unión entre la antigua iglesia y torre y la nave actual queda algo forzada, y no deja de sorprender esa entrada lateral.

Presbiterio de la iglesia

Antes de entrar hay que fijarse en la puerta principal, realizada con plafones en las que se representa a san Mateo, san Juan Evangelista, san Juan Bautista y florones. La puerta fue restaurada recientemente, aunque conserva algún plafón original.

Dentro sobresale la mucha luminosidad, no hace falta que nos señalen esa característica para darnos cuenta de que se puede leer con luz natural en cualquier punto de ella. La bóveda que se eleva sobre el crucero es magnífica e igualmente es notable la decoración de yesería con motivos florales que la recorre. Rodeando el presbiterio, una leyenda nos recuerda la fecha en que fue construida, 1778.

alto de la nave principal con toda su luminosidas y decoración en yeseríasdava nave de la

 Además del altar mayor, dedicado a san Bartolomé, patrono del pueblo, cuenta con otros altares barrocos dedicados a la Inmaculada y al Crucificado.

Hemos llegado al final de la visita. A nosotros se nos hizo corto. Volveremos.

Junio de 2023