lunes, 15 de noviembre de 2021

Núm. 254. El amor de Don Perlimplín (II). La tensión dramática

La obra se inicia con uno de esos diálogos absurdos, repetitivos, infantiles:

-¿Sí? -¿Por qué sí? -Porque sí.

No es una cita literal, pero así más o menos se repetirá en otras ocasiones a lo largo de la obra. 

A mano izquierda las galerías de un edificio moderno. En primer plano árboles frondosos de un jardín urbanoebr

  

Me imagino a algún espectador, como con pinches en el asiento, pensando que ya le han colado otra quedada del poeta de moda. Sí, si esto no lo pensaron aquellos espectadores de 1933 ante las primeras frases, fue lo que pensó un crítico años después cuando se puso sobre el escenario Comedia sin título. El espectador de la década de los ochenta escribió perplejo que habían encontrado en un cajón olvidado un cuaderno escolar con una frase genial del poeta: «Mi mamá me mima». Algunos llegamos a compartir la estupefacción, ante aquel texto que nos llegó de Comedia sin título y que probablemente fuera solo un boceto, porque bien sabemos ahora, gracias a Margarita Ucelay, que Lorca garrapateaba mucho antes de llevar a escena una de sus obras, y aún así...

Pero volvamos a 1933. El tonto minidiálogo del principio se resuelve en seguida anunciándonos que el conflicto va a venir por la necesidad de que don Perlimplín alcance el matrimonio, ya que va teniendo más que una edad para ello, y como dice la criada Marcolfa, don Perlimplín tiene que «estar recogido», dada la probable ausencia de la hasta entonces cuidadora, aunque tampoco lo diga exactamente así.

Escucha don Perlimplín las razones de su criada, cuando de pronto alguien toca el piano, suena la música y una letra sugerente llena la escena:

Amor, amor.
Entre mis muslos cerrados
nada como un pez el sol.
Agua tibia entre los juncos,
amor.
¡Gallo, que se va la noche!
¡Que no se vaya, no!

Y desde el balcón de enfrente surge la magia, surge el amor y la pasión, aunque ambos tardarán todavía un poquito en llegar. 

La obra fue tachada de demasiado erótica y hasta en palabras de algún conmilitón de la Residencia de Estudiantes, «asquerosa». Sabemos también por Ucelay que sufrió  toda suerte de desdichas que impidieron su estreno a tiempo y terminó confiscada en un cajón de la censura durante la dictadura de Primo de Rivera. La llegada de la República no la liberó de su prisión, y solo la insistencia de Pura Ucelay pudo lograr su estreno en 1933.

Los ardores amorosos, la desenvoltura de Belisa, ponen en cautela a los bien pensantes, pero no parece que ese matrimonio por interés, que deja bien constatado la madre de Belisa, levante ronchas.

Y así, con el parabién de unos y de otros, don Perlimplín, tímido cincuentón bien posicionado, se echa en brazos de la joven y ardorosa Belisa:

... con tantos encajes pareces una ola y me das el mismo miedo que de niño tuve al mar.

El amor coyuntural de Perlimplín por Belisa se ha convertido en puro deseo, así lo confiesa a la burlona novia:

Yo no podía imaginarme tu cuerpo hasta que lo vi por el ojo de la cerradura cuando te vestían de novia.

El texto ha dejado de ser un puro juego lingüístico,  se ha hecho explícito, Belisa tiene otros planes, pero quizá no convenga mostrar del todo qué es lo que de verdad ocurre en la alcoba matrimonial.

La noche de bodas se nos muestra velada, velada y narrada por dos duendecillos, que vuelven a jugar con el lenguaje, pero previa y pudorosamente han corrido unas cortinas ante el espectador.

Podría parecernos que la censura ha conseguido su objetivo, lo que ocurre en el tálamo no puede mostrarse ante el público, pero ¡ay!, los niños duendes nos lo revelan hacia el final de su actuación con poético lenguaje:

Cinco camelias frías de madrugada se han abierto en las paredes de la alcoba.

Cinco balcones sobre la ciudad.

Los duendes no quieren revelar más, ya han dicho bastante, porque no quieren poner ante los ojos de los espectadores el «infortunio de un hombre bueno».

Sin embargo, el hombre bueno parece plenamente feliz, con poco se conforma, y hasta es capaz de disfrutar lo que la naturaleza le brinda e invita a su amada a disfrutar de esos sensuales gozos:

Nunca había visto la salida del sol... Es un espectáculo que.... parece mentira... ¡me conmueve!...

No destriparemos en demasía los dos últimos cuadros. Don Perlimplín lo ha comprendido todo, le duele, pero sabe cómo ganar la partida, aunque el precio sea demasiado alto, aunque los que le rodean no terminen de entenderlo...

Belisa, ajena a todo ello, vive su mundo, sus propias fantasías... Suena, una vez más la música, una tonada que viene con su eco:

Por las orillas del río
se está la noche mojando.
Se está la noche mojando.
Y en los pechos de Belisa
se mueren de amor los ramos.
Se mueren de amor los ramos.

La noche de anís y plata
relumbra por los tejados.
Relumbra por los tejados.
Lo que es comedia, el hasta ahora gracioso enredo, se vuelve de pronto en tragedia, los silogismos se engarzan unos con otros: dejar de existir para seguir existiendo siempre.

El espectador aburrido por las primeras frases se da cuenta de que no puede seguir con atención todos los parlamentos, todas las imágenes por mucho que lo intente. Le gustaría rebobinar, pero todavía no tiene a su disposición ese preciado dispositivo, que tenemos los espectadores del siglo XXI cuando accedemos a las obras en diferido. 

¡Nunca creí que fuera tan complicado!

Exclama para sus adentros ese espectador, a la vez que una llorosa Belisa, que no termina de entender qué es lo que está pasando, qué clase de amor está moviéndose a su alrededor.

Sí, sí, le quiero, le quiero con toda la fuerza de mi carne y de mi alma. Pero ¿dónde está el joven de la capa roja?

[...] 

(Suenan campanas.)

TELÓN

 

 Comentario para el club de lectura La Acequia.

3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Qué maravilla de entrada en la que juegas bien con la recepción y el significado de la obra. En efecto, cuánto peligro hay en lo más inocente para las mentes bien pensantes...

Ele Bergón dijo...

Pues sí el amor por interés inducido que acabó en Amor.
Me entró mucha pereza leer el ensayo de Margarita Ucelay, pero todo trabajo tiene su recompensa y te ha salido esta interesante entrada donde vas hilando muy bien, el contenido de la obra, con sus versos.

Besos

Abejita de la Vega dijo...

Don Perlimplín ha conocido el amor y le basta. Nadie le va a entender, ni siquiera Marcolfa, pero es igual. Ha amanecido para el protagonista y para el autor. Nunca antes hizo nadie algo así. Ni enamorado ni escritor. Lorca está orgulloso de su obra. De la que más.
Besos