sábado, 27 de diciembre de 2014

Número 61. Junio, la caña en el puño

A veces los refranes y los escritores dan sorpresas, como cuando Clarín escribe  en el capítulo XXVII de la segunda parte de La Regenta (1885).
Dame el brazo, Quintanar; vamos a dar una vuelta por la galería de los perales, mientras la señora torre de la catedral se decide a cantar la hora...
Con mil amores, mia esposa cara.
La pareja se escondió bajo la bóveda no muy alta de una galería de perales franceses en espaldar. La luna atravesaba a trechos el follaje nuevo y sembraba de charcos de luz el suelo a lo largo del obscuro camino.
Mayo se despide con una espléndida noche -dijo Ana, apoyándose con fuerza en el brazo de su marido.
Es verdad; hoy se acaba Mayo. Mañana Junio. Junio la caña en el puño. ¿Te gusta a ti pescar? El río Soto, ya sabes, ese que está ahí en pasando la Pumarada de Chusquin.
Sí, ya sé... donde se bañan Obdulia y Visita algunos veranos antes de ir al mar.
Justo, ese... pues el río Soto lleva truchas exquisitas, según me dijo el Marqués. ¿Quieres que escriba a Frígilis, que nos mande dos cañas con todos sus accesorios?
Sí, sí, ¡magnífico! Pescaremos.
Nos sorprende este refrán, que no sabemos si fue una recreación de Clarín, porque si por algo se distingue junio es porque en él los labradores empiezan a recoger el fruto de su trabajo: Junio, la hoz en el puño, reza el genuino refrán, pero nada habla de ir a pescar por más que las truchas anden en sazón y casi salten a las orillas. Algunas ediciones de La Regenta dan por bueno el refrán y aclaran que el mes de junio es el más propicio para la pesca. 


¿Adecuó Clarín el refrán clásico para hacerlo compatible con la actividad ociosa de sus burgueses protagonistas, gentes a los que no les importaba levantarse temprano para ir a cazar o a pescar? 

Para dar respuesta a esta incógnita, hemos tratado de buscar más realizaciones de esta variante. 

Río Eume


Pocos años después (1889) encontramos el segundo testimonio en una carta de José Martí escrita en Nueva York el dieciocho de julio y dirigida a La Opinión Pública de Montevideo.

El autor describe para sus lectores del diario unas escenas de playa en su viaje por los Estados Unidos: 
...  él la conoció anoche, y se dieron cita para el baño de hoy: ella es la hija del fabricante, del abogado, del regidor; la madre está por allí, comiendo plátanos de los del italiano, o no está la madre, o está de baños también: el padre anda de pesca con los amigos, porque ya dice el refrán que «Junio caña en puño» y si van de amistad en un bote de a diez llevan una caja de cerveza, que da idea de pecado, o un balde mayor, con la mitad de agua Apolinaris que está muy de moda y la mitad de champaña.
Entra totalmente dentro de lo posible que Martí hubiera leído La Regenta y el refrán, genuino o inventado, se le hubiera quedado en la mente y ahora lo trajera a colación. Salvando las distancias, el ambiente de relajo es muy parecido al del paseo de los protagonistas de La Regenta, y no encontramos en los refraneros americanos ninguna entrada que avale que este refrán fuera popular en Cuba o en otro país. 

La primera aparición en un refranero, y el tercero de nuestros testimonios, aparecerá pocos años después (1901)  en una antología de refranes asturianos publicada en cuatro artículos titulados «Folk.lore español» cuyo autor es Antonio Balbín Unguera. Lo introduce en un epígrafe titulado «De los refranes en general y en especial de los asturianos» (Revista contemporánea (Madrid). 7/1901, n.º 123, página 676.): 

El mes de Junio, la caña (de pescar) en el puño.

Según declara su autor los refranes recogidos son «refranes peculiares de Asturias, ó al menos naturalizados en Asturias, porque aparecen y corren con la marca del provincial lenguaje» (p. 519).

Nos llama la atención que el autor aclare de forma precisa que la caña es la de pescar y que pese a lo expuesto no tenga ninguna marca del lenguaje local: ¿Es el hecho de haber sido pronunciado por los habitantes de Vetusta razón suficiente para considerarlo un refrán asturiano? ¿El hecho de haber aparecido en la pluma prestigiosa de un renombrado asturiano era razón suficiente para incluirlo? Tampoco tenemos respuestas para esas preguntas. 

Martínez Kleiser en su recopilación (1953) lo incluye como refrán referente a la pesca con el número 50.093, El mes de junio, la caña en el puño, pero no cita l fuente y tampoco lo incluye en su recopilación anterior dedicada a los refranes del tiempo. 

El siguiente recogido en la recopilación proviene de Rodríguez Marín, y en él intervienen otros meses del año:
50.094 En enero, la caña en el humero; en marzo, la caña al brazo

¿Podría ser el refrán que nos ocupa el que hipotéticamente cerrara la serie con la inclusión del tercer mes?

Como refrán que tiene que ver también con las artes de pesca lo recoge Enrique Manuel Benítez Rodríguez en su tesis sobre los refranes del calendario: El mes de junio, la caña en el puño (p. 227). 

Ya en la actualidad (2005) lo encontramos recogido en un trabajo de campo sobre el patrimonio etnológico y cultural relacionado con el azafrán de la comarca del Jiloca: El mes de junio, la caña en el puño. Y este quizá sea el mejor testimonio que podemos encontrar de que el refrán, si en un principio no fue tal, sino una adaptación de Clarín, pasó con el tiempo a formar parte del saber popular de tal forma que aparece citado como uno más entre los relacionados con el mes de junio.

En cuanto a otros testimonios que puedan aparecer en Internet no nos ofrecen tantas garantías, pues al aparecer sin citar fuentes su credibilidad es relativa.

Este post ha sido posible gracias a la colaboración de Enrique Benítez.

martes, 23 de diciembre de 2014

Número 60. A la sombra de la paz

Los pueblos prosperan a la sombra de la paz

Comentario para el club de lectura La Acequia de La sonrisa robada de José Antonio Abella.


«Y es que en las guerras, lamentablemente, solo hay muerte, dolor y vergüenza, nada más; la razón y la justicia quedan al margen.»
«En las guerras los soldados deberían volverse de culo y disparar contra los que los mandan.»
«Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen.»


Las citas anteriores, no todas anónimas, pero anonimizadas intencionadamente, quieren resumir el horror de los horrores: las consecuencias de las guerras para los inocentes e incluso para los culpables. El pueblo es quien sufre todas sus consecuencias, el pueblo en sentido amplio, el pueblo personificado en cada individuo, en cada hombre, en cada mujer, en cada niño, en cada anciano, incluso en cada soldado: 

A la guerra me lleva mi necesidad;
si tuviera dineros, no fuera en verdad.

No siempre los dineros sirven hoy para librarse del frente o de las calamidades, aunque sí pueden ayudar a poner tierra por medio, a ponerse a salvo en otro país, en otra tierra, mientras vuelve la paz a la propia. 

El Rin a su paso por Colonia
La ciudad está en ruinas, las iglesias reducidas a escombros, las cañerías reventadas, la leña agotada y los cuerpos siguen tiritando de frío al abandonar el invierno. Los pocos habitantes que no han podido o no han querido salir de la ciudad sobreviven ateridos, apretujados, dándose calor y sostén unos a otros, con profundas heridas en el alma cuando no en los cuerpos. Miran con esperanza la primavera que se anuncia en esas briznas y florecillas que quieren salir entre los escombros, y cuando el final y la paz parecen tocarse con los dedos, entonces llega el horror.

Las violaciones masivas y sistemáticas son utilizadas como un arma de guerra. No solo quieren producir un efecto psicológico de desgaste, sino que con frecuencia quieren también borrar toda semilla del enemigo y sustituirla por la propia: no solo los niños son enemigos potenciales, también los futuros representan una amenaza y deben ser aniquilados.

Las violaciones de mujeres alemanas, principalmente por parte del Ejército Rojo, fueron un hecho constatado históricamente, aunque poco conocido. La imagen que nos ha llegado de los alemanes durante la II Guerra Mundial va unida unívocamente a los crímenes del nazismo, a los horrores de los campos de concentración, pero poco se habla de los horrores que ellos mismos sufrieron al término de la guerra, ni de las vejaciones que sufrieron ellos mismos, y sobre todo sus familias, a medida que los ejércitos aliados avanzaban.

El número de violaciones, de abortos y de suicidios entre las mujeres fue tan notable que son estadísticamente comprobables. De hecho, al contemplar todavía estampas de los horrores del final de la guerra y la destrucción de las ciudades —Colonia, por ejemplo, quedó destruida casi en su totalidad— hay quien susurra que no entiende cómo no se lanzaron los supervivientes al Rin, pero el orgullo de ser alemán —«somos alemanas», repite la madre de la protagonista— y la constancia volvieron a levantar esas ciudades en poco tiempo. De hecho, fueron las mujeres, principales sobrevivientes de la masacre, las que iniciaron ese remover los escombros y empezar a edificar una Alemania nueva.

Berlín. Postdamer Platz

Edelgard, la protagonista de La sonrisa robada, lo ha perdido todo, todo menos la dignidad de vivir, la sensibilidad para contemplar las estrellas y tender puentes imaginarios, y para defender la memoria de los que se fueron antes que ella. Edelgard y Sigrid, dos mujeres de la nueva Alemania, que aun dentro de su enfermedad, de su minusvalía, terrible secuela de la guerra, no dejan de mirar al futuro, aunque saben que por fuerza ha de ser limitado. 

A Natalia, que sufre ahora mismo una de esas malditas guerras.