sábado, 27 de febrero de 2016

Número 109. Andarás perdido por el mundo: mejorando lo presente



Velillas encendidas en manos de los asistentes

—Mejorando lo presente.
—¿Cómo dices?
—Mejorando lo presente. Siempre se dice mejorando lo presente, aunque nunca lo he entendido.
Con estas y otras bromas, se despacharon, en amena presentación, esta especie de nuevo Trío Calavera formado por: Eduardo Riestra, gallego tirando a serio, editor de Ediciones del Viento; Óscar Esquivias, el autor, y Asís G. Ayerbe, el portadista.

Parece que funciona esto de la «improvisación» en el escenario, y cuando Asís sugiere que Óscar y él formen un dúo cómico, Eduardo se apunta y dice: «¡Que sea un dúo de tres!».


Asís G. Ayerbe, Óscar Esquivias y Eduardo Riestra

Nos acoge la Librería Alberti de Madrid en un viernes lluvioso, de frío invernal, que ya era hora, para presentar el nuevo libro de relatos de Óscar Esquivias: Andarás perdido por el mundo. La salita de abajo a rebosar, el público es amigo y familiar en el sentido más estricto de los términos, pero se entrega a lo que quiera contarles el Nuevo Trío Calavera, como si fuera la primera vez en sus vidas que se enfrentan con los personajes.

Eduardo, muy en su papel de editor serio, gallego por más señas, habla de su trayectoria editorial con Óscar, de los muchos premios y satisfacciones recibidas. La criatura que se nos presenta hace la número siete, y viene a este mundo con alegría, cariño y esperando cosechar buenos éxitos. De hecho, lleva quince días escasos en el mercado y ya se ha agotado en las distribuidoras. Eduardo ve la narrativa de Óscar como una serie de ventanas que se abren en la noche para mostrarnos un momento en la vida de los personajes.

Toma la palabra Asís, «el complemento», y dice algo de Ikea y de la buena relación y sinergia existentes entre autor y fotógrafo. Se menciona, claro, su Calle Vitoria, y se cuenta alguna anécdota ocurrida por esos mundos. Ahí se engancha Óscar para hablar de la infancia común de gamonaleros donde probablemente compartirían pelu de madres, pero con la pequeña diferencia de que mientras por edad Óscar creció en lo que todavía era un pueblo, Asís llegó ya cuando era un barriada obrera, popular y caótica.

Se refiere Óscar a la Librería Alberti como «una de sus casas en Madrid» y vuelve a su infancia para hablar de lobos, mejorando lo presente, y de sus lecturas tempranas. La Biblia fue su primer libro, una Biblia familiar que habían recibido sus padres como regalo de bodas, y allí aprendió la terrible historia de Caín condenado a «andar perdido por el mundo», por haber matado a su hermano Abel. No le parecía tan mala esa maldición bíblica, pero no adelantemos acontecimientos.

En aquel Gamonal pueblerino se sacaban todavía las sillas a la calle y se contaban historias, parcas historias, no nos vamos a engañar, porque los que nos dedicamos a la tradición oral sabemos bien lo que cuesta sacarle una historia a uno de esos castellanos de nuestros pueblos: «Si esto ya te lo sabes, si son tontadas de antes, se contaba, pero es mentira...» Y Óscar, de la mano de su madre, nos habla del tío..., no recuerdo el nombre, pero Óscar pronuncia muy académica y tónicamente tí-o, con las dos sílabas muy marcadas. Bueno, pues el tio (para mí siempre átona y monosílaba) Nomeacuerdo, que asustaba a chicos y grandes, tiene un papel en la historia, pero los detalles no están en mis notas, así que pasa al acervo de la oralidad más pura de esos actos literarios que ocurren solo una vez. 

También aparece Mowgly y El libro de la selva y como, en el fondo, lo de ser criado por una loba, mejorando lo presente, es una suerte. 


A la luz de las velas, Óscar lee el relato Curso de natación
Asís dice que a Óscar le gusta pegar volantazos, mantener la sorpresa hasta el final, y Óscar corrige y asiente a la vez, diciendo que las historias hay que modularlas, que no vale darle al lector todas las claves en el primer párrafo. Y por lo que llevo leído puedo dar fe de que en estas historias que se nos cuentan aquí eso sucede: no te puedes saltar una línea, no puedes pasar las hojas deprisa, hay que modular la lectura. Los finales son abiertos, pero no tanto, y Asís y Eduardo insisten en esas ventanas abiertas, en esa técnica cinematográfica. 

«La mejor definición de relato es aquella que habla de algo que se puede leer de un tirón», citan, y yo para mis adentros les pongo la etiqueta de lecturas para el metro, una historia que dura un trayecto, aunque las extensiones son variables y hay más de un relato donde tienes que echar mano del marcapáginas porque has llegado a tu estación de destino. 

El editor habla de algunos relatos totalmente disparatados, de un reírse amablemente de los protagonistas riéndose de sí mismo, y de sus metáforas atrevidas y sorprendentes. Cierto. 

Asís incide en que, a pesar de esa ventana abierta en la noche, Óscar se mete en el personaje, y desde la tercera persona narrativa sabe contar cómo siente y cómo se fragua todo en el interior de las personas y va saliendo a la luz. 

Cuentos hermanados por un desarraigo, a veces físico, a veces psicológico, insiste Eduardo. Sí hay una ligazón entre todos ellos, pese a haber sido pergeñados y publicados para medios bien distintos. 

Vamos llegando al final. De esa novela prometida «para este verano» desde hace varios, como el cartel impreso y plastificado de ese mendigo que aseguraba llevar dos días sin comer, mejor no hablamos, porque mejorando lo presente, hoy tenemos estos relatos para no pasar demasiado mono.

Asís nos sorprende con unas lamparillas compradas en Ikea, que nos repartimos y encedemos unos de otros, como si del cirio pascual se tratara, y mientras lo vamos haciendo, Óscar lee el relato más corto de la colección, un relato que habla de un niño que aprendió a nadar en un verano, y su voz suena por encima de las lucecitas de las velas. Asís nos pide que nos agrupemos en torno al autor para una foto, que espero sea mejor que las mías.


A Luz y David, que también andaban allí, y a los lectores de La Acequia que pasen por aquí.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Número 108. El alcalde de Zalamea. Dádivas quebrantan peñas

Sin salirnos del mundo del dinero, cierro la aproximación paremiológica a El alcalde de Zalamea de estas semanas con este otro refrán que tampoco aparece explícitamente en la obra, pero que sin embargo, no deja de ser decisivo en el desarrollo de los acontecimientos. 

Ya algún compañero de La Acequia ha puesto de relieve la importancia de la criada chismosa en el curso de los acontecimientos, una criada sin importancia, sin papel activo y sin personaje, pero cuya intervención es decisiva. 

Recordemos la voluntad de Isabel y su prima, temerosas de los soldados, de sustraerse a las miradas humanas recluyéndose en el desván, pero su fama ya había trascendido y Pedro Crespo no contó con que el servicio no iba a tener las mismas precauciones que él. Ante la curiosidad del capitán por la labradora, su sargento sabrá escudriñar los rincones de la casa y a quién preguntar:
Pregunté a una criada
por ella, y respondiome que ocupada
su padre la tenía
en ese cuarto alto y que no había
de bajar nunca acá; que es muy celoso.
No se dice aquí que haya habido dineros por medio a cuenta de la información. Todo parece haber ocurrido con una cierta naturalidad. ¿No había advertido Pedro Crespo a sus criados de lo que pretendía? ¿Eran ajenos los criados a lo que ocurría en los aposentos de los señores?

Antes de seguir al otro pasaje donde se menciona a esta criada indiscreta, hemos de detenernos en la situación de los criados en estas casas de labranza del siglo XVII. Provenientes del propio medio rural, muy probablemente de familias numerosas y sin recursos para mantener a la numerosa prole, los hijos que sobrevívían conseguían hacerlo prestando sus servicios desde muy niños en las casas acomodadas, donde por todo salario se les daba manutención y alguna pieza de ropa al año, normalmente de la que desechaban los propios señores. Hablamos de los afortunados, pues ya hemos visto lo que significaba servir a hidalgo hambriento y sin recursos: pasar hambre, frío y necesidad. 

Solían los criados vivir en torno al hogar donde encontraban la máxima comodidad a la que podían aspirar: un lugar donde tenderse a dormir no lejos del fuego, si fuego había, y algún «manjar» distraído de la alacena o la olla del amo. Los aposentos nobles y la comida principal les solían estar vedados, subiendo solo a los primeros a cumplir con sus obligaciones, y de la segunda, contentándose solo con las obras.

Numerosos son los refranes que nos hablan de la relación entre amos y criados, vistos estos como un signo externo más de la naturaleza de aquellos, el vestido del criado te dirán quién es su amo, pero a pesar de la generosidad que pudieran manifestar los señores, más de una falta deberían pasar estos criados que con tan poco se tenían que conformar.

vista norte del castillo de Chinchón tomada desde abajo
Castillo de Chinchón
¿Qué ha de extrañar que unas monedas puestas delante de sus ojos no iban a abrir todas las puertas? ¿De qué otra manera podrían procurarse estos criados algún capricho y remediar más de una necesidad?

No le fue difícil tampoco al capitán conseguir lo que quería.
Yo he de volver al lugar,
porque tengo prevenida
una criada, a mirar
si puedo por dicha hablar
a aquesta hermosa homicida.
Dádivas han granjeado
que apadrine mi cuidado.
Dádivas quebrantan peñas aparece ya en la colección del Marqués de Santillana, y de allí a todas las colecciones en sus numerosas variantes. El significado parece estar claro, pero por su interés y glosa temprana, recojo lo que aparece en el libro de los Refranes famosísimos glosados (2005: 131) sobre él, en el capítulo VIII dedicado a cómo adquirir la hacienda y usar de ella. Curiosamente aparece en un contexto que tiene que ver con pagar las deudas, al que hacíamos referencia en el comentario anterior:
Dádivas rompen las peñas. Dinero del no hace sí, y hacen justo al culpado, hacen del loco sabio, y sin ellos el más discreto es temido por asno; por tanto, si quieres alcanzar oficios y beneficios deshazte de tus amados y caros amigos y paga 
Poco hay que añadir a un hecho que estamos viendo todos los días, ¿qué de extraño hay que se pliegue al brillo del dinero una criadilla cuando sucumben a diario hombres poderosos y mejor situados y hasta las más duras rocas y fortalezas? Los distintos refranes que Cantera (2012: 198) reúne en la entrada de su refranero nos da una idea de que no solo las pobres mujeres, los jueces también sucumben, porque en definitiva poderoso caballero es don dinero:
El dar quebranta peñas. El dar quiebra las peñas. Dádivas quebrantan peñas y hacen venir a las greñas, refrán que remite a las peleas por unas pocas monedas entre gentes poco afortunadas (greñas). Gran fuerza hace el oro a la justicia. Duros hacen blandos. Los dones a los jueces corrompen. Cuando el dinero habla, todos callan. Gracias, dádivas y mundanos dones, tapan bocas y ciegan los corazones. A dádivas no hay acero que resista. Dádivas y buenas razones ablandan peñas y corazones. 
Y como estamos en año de conmemorar a Cervantes en sus obras, no podemos pasar la oportunidad de releer las razones de Sancho cuando, sometido a burla por los duques, dicen de darle palos, pues naturalmente también se sirvió de este conocido refrán en su defensa:
—Déjeme vuestra grandeza —respondió Sancho—, que no estoy agora para mirar en sotilezas ni en letras más a menos, porque me tienen tan turbado estos azotes que me han de dar o me tengo de dar, que no sé lo que me digo ni lo que me hago. Pero querría yo saber de la señora mi señora doña Dulcinea del Toboso adónde aprendió el modo de rogar que tiene: viene a pedirme que me abra las carnes a azotes, y llámame «alma de cántaro» y «bestión indómito», con una tiramira de malos nombres, que el diablo los sufra. ¿Por ventura son mis carnes de bronce, o vame a mí algo en que se desencante o no? ¿Qué canasta de ropa blanca, de camisas, de tocadores y de escarpines, aunque no los gasto, trae delante de sí para ablandarme, sino un vituperio y otro, sabiendo aquel refrán que dicen por ahí, que un asno cargado de oro sube ligero por una montaña, y que dádivas quebrantan peñas, y a Dios rogando y con el mazo dando, y que más vale un toma que dos te daré? Pues el señor mi amo, que había de traerme la mano por el cerro y halagarme para que yo me hiciese de lana y de algodón cardado, dice que si me coge me amarrará desnudo a un árbol y me doblará la parada de los azotes; y habían de considerar estos lastimados señores que no solamente piden que se azote un escudero, sino un gobernador; como quien dice: «bebe con guindas». Aprendan, aprendan mucho de enhoramala a saber rogar y a saber pedir y a tener crianza, que no son todos los tiempos unos, ni están los hombres siempre de un buen humor. Estoy yo ahora reventando de pena por ver mi sayo verde roto, y vienen a pedirme que me azote de mi voluntad, estando ella tan ajena dello como de volverme cacique (Quijote, II, 35).

Referencias 

  • Calderón de la Barca, Pedro (1636 = 1981): El alcalde de Zalamea. Ed. de José María Díez Borque. Madrid: Castalia. 
  • Campos, Juana G. y Barella, Ana (1993 = 1996): Diccionario de refranes. Madrid: Espasa Calpe.
  • Cantera Ortiz de Urbina, Jesús (2012): Diccionario Akal del refranero español. Madrid: Ediciones Akal.
  • Cervantes, Miguel de (1605, 1615 = 2005): Don Quijote de la Mancha. Francisco Rico (ed.). Instituto Cervantes. [En línea]: (http://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/default.htm), [consulta:24-02-2016].
  • Correas, Gonzalo (1627 = 2001): Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. Louis Combet, revisada por R. Jammes y M. Mir, Madrid: Castalia. Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica, 19.
  • Marqués de Santillana (1508 = 1980): Refranero. María Josefa Canellada (ed.) Madrid: Editorial Magisterio Español.  
  • Núñez, Hernán (1555 = 2001): Refranes y proverbios en romance. Edición crítica de Louis Combet, Julia Sevilla, Germán Conde y Josep Guia. Madrid: Guillermo Blázquez, Editor; 2 vols.
  • Refranes famosísimos y provechosos glosados (1509 = 2005). Edición facsímil de la de Burgos, Fadrique de Basilea, 1509. Fermín de los Reyes Gómez (ed.). Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua.
Comentario para el club de lectura La Acequia.

miércoles, 17 de febrero de 2016

Número 107. El alcalde de Zalamea. Dadme dinero y no consejos

recogida de la torna en la era
Recogiendo la torna (Pedro Ontoria)

Pedro Crespo, buen labrador, viene de la era, se muestra orgulloso de su cosecha, pero ese orgullo no lo comparte su hijo Juan, que ha preferido pasar la tarde, como probablemente otros hijos de labradores acomodados, jugando a la pelota.
            No sé cómo
decirlo sin enojarte.
A la pelota he jugado
dos partidos esta tarde,
y entrambos los he perdido.
Juan ha perdido en el juego lo que no tiene y debe acudir a su padre para que le remedie, pero este, hombre prudente, se apresura a aconsejarlo, porque siempre se dijo que del viejo, el consejo. 
Pues escucha antes de hablarme.
Dos cosas no has de hacer nunca:
no ofrecer lo que no sabes
que has de cumplir, no jugar más
de lo que está delante;
porque si por accidente
falta, tu opinión no falte.
Las deudas de juego había que pagarlas, iba la honra en ello. La honra, «gran prejuicio y plusvalía social de la época», según Díez Borque en nota al pie de la edición que manejamos. El mismo Rebolledo, algunas escenas después, pondrá como pretexto para cobrarse del capitán los favores que al ser hombre honrado debe pagar esas deudas:
el juego del boliche por mi cuenta;
que soy hombre cargado de
de obligaciones, y hombre, al fin, honrado.
La honra incluso entre los rufianes, pero volvamos a la escena entre Juan y Pedro Crespo.

A Juan no le gusta que el padre le sermonee, y así le responde:
El consejo es como tuyo;
y por tal debo estimarle
y he de pagarte con otro:
en tu vida no has de darle
consejo al que ha menester
dinero.
La idea de que debía darse a la vez consejo y remedio estaba muy extendida desde la antigua Roma, como vemos en el siguiente testimonio de 1550:
Gravemente yerran los que quieren más el dinero que el consejo, pues con lo uno se puede cobrar lo otro y sin lo otro se puede perder lo otro. Ley fue entre los romanos que el que no pudiese socorrer a otro, o remediar, que no curase de lo aconsejar. Mas por cierto el buen Tulio en el libro De amicitia mucho condena esta ley, porque mayor deudo tiene el amigo con el amigo, que no el pariente con el pariente (Pedro de Luján: Coloquios matrimoniales, 1550).
El refrán, no obstante, venía fraguándose de lejos en castellano, pues ya en un documento del siglo XIV encontramos vinculados consejos y dineros. El que la obra sea además un catecismo nos da una idea de que el vínculo estaba bien visto por la gente de respeto: 
Los doctores de las çiençias pecan [...] E pecan que callan la verdat por razón que non reprehendan a sí nin pecados en que están. Pecan otrosí en falsos consejos que dan por dineros (Pedro de Cuéllar: Catecismo, 1325). 
Fray Antonio de Guevara incide mucho en la idea en distintos pasajes de sus obras:
En los tiempos passados, quando yo era moço y tú eras viejo, tú a mí consejos y yo a ti dineros nos dávamos; mas agora que tus canas te sentençian por viejo y tus obras te accusan de moço, razón es que tú socorras a mi pobreza con dineros y yo a tu liviandad remedie con consejos (Fray Antonio de Guevara: Libro aúreo de Marco Aurelio, 1528)
En Reloj de príncipes la necesidad de ambas cosas aparece en distintos pasajes:
Y dígolo esto porque los amigos de mi padre siempre me socorrían con consejos y con dineros, y estas dos cosas éranme tan necessarias que no sé quál fuesse más necesaria; porque el hombre estrangero aprovéchase del dinero para remediar la enojosa pobreza y aprovéchase del consejo para olvidar el dulce amor de la patria (Fray Antonio de Guevara: Reloj de príncipes, 1529).
Pues os despido, yo sé que antes querréys para el camino pocos dineros que muchos consejos; pero yo quiero dároslo todo, conviene a saber: dineros con que caminéys y consejos con que viváys (Fray Antonio de Guevara: Reloj de príncipes, 1529).
Hallarás, hijo, un género de hombres, los quales son muy escassos de dineros y muy pródigos de consejos, ca son tan bien comedidos... (Fray Antonio de Guevara. Reloj de príncipes, 1529).
Para concluir en Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539):  
Al hombre bullicioso y orgulloso mejor le es andarse en la corte que no retraerse a la aldea, porque los negocios de la aldea son enojosos y costosos, y los de la corte son honrosos y provechosos. Sin encargarse de pleitos, ni tomar oídos puede el buen cortesano ayudar a los de concejo y favorescer a los de su barrio, es a saber, dándoles buenos consejos y socorriéndolos con algunos dineros.
En 1549 Pedro Vallés ya reflejó el refrán en su repertorio:
Dame dineros, no me des consejo 

Racimo de uvas y mano depositando una moneda en una especie de pequeña fuente

Pero sin lugar a dudas es Sebastián de Horozco en su Libro de los proverbios glosados (1570) el que nos da cumplida cuenta del refrán y hasta de su posible origen. Curioso que en un momento se diga que este refrán no existe en otras lenguas, que es típicamente castellano:
Dadme dineros y no me deis consejo.El maestro Alexio Vanegas en el libro que hizo en nuestro vulgar Agonía del tránsito de la muerte, en el tercero género de tentaçiones con que el demonio tienta a la ora de la muerte que son de los propios viçios particulares de las provinçias, a las fojas 67, en la 2ª coluna, tratando de quatro viçios que España tiene. El primero es el esçesso de los trajes, el 2º que en sola España se tiene por injuria el ofiçio mecánico. El 3 las alcuñas de los linajes. El 4 es que la gente española ni sabe ni quiere saber de este 4 viçio. Dize que naçió este proverbio y refrán castellano que en ninguna lengua del mundo se halla sino en la española donde solamente se usa que dize, "Dadme dineros, y no me deis consejo," por donde naçen muchas ocasiones de muchos y grandes pecados. Así que no es bien desechar el buen consejo y escoger los dineros porque vale más un buen consejo espeçialmente si es para salvaçión dell ánima que todo el dinero y riqueza del mundo si porque, Quid prodest homini si universum mundum lucretur, animae vero sue detrimentum patiatur? etc. 
Este es un proverbio de hombre muy confiado de sí o de hombre enojado que a sabiendas no quiere reçebir el buen consejo que se le da. Y menospreçiándole, dize estas palabras. Y este proverbio pudo provenir de lo que dixo don Gutierre Gómez, arçobispo de Sevilla, a la carta de mosén Diego de Valera al rey don Juan Segundo. Escríbese en las corónicas destos reynos. Espeçialmente lo escribe Esteban de Garibay, en su Compendio historial de las corónicas de España, en la 2ª parte, en el libro 16 tratando del rey don Juan 2º, en el capítulo 29, a las fojas 1223, número 4 que andando el dicho rey don Juan en grandes pasiones y bulliçios con muchos caballeros de su reyno, mosén Diego de Valera le escribió desde Segovia una carta llena de buena doctrina la qual leýda en consejo agradó a los demás. Pero don Gutierre Gómez de Toledo, arçobispo de Sevilla, respondió por todo el consejo, "Digan a mosén Diego de Valera que nos envíe gente o dineros. Que consejo no nos falta," palabras no dichas con madura deliberaçión. Pues es notorio que el buen consejo pesa y vale mucho más que todo el dinero y oro del mundo si no que el susodicho y los demás estaban fundados en sus propios intereses y los pretendían y no querían consejo que conviniese. Y así que este proverbio de, "Dadme dineros y no me deis consejo," no es de hombres querdos ni prudentes sino de hombres interesales y avarientos y apasionados y mal considerados (Horozco: Libro de los proverbios glosados, 1570)
El refrán aparece al pie de la letra citado en el siguiente texto anónimo de 1600: 
La Desdicha se casó con Poco seso, y tuvieron por hijos á Bueno está eso, Qué le va á él, Paréceme á mí, No es posible, No me diga más, Una muerte debo á Dios, Salir tengo con la mía, Ello se dirá, Verlo heis. Dadme dineros y no consejos, Aunque me maten. Diga quien dijere. Preso por mil, preso por mil quinientos; Qué se meda á mí, Nadie murió de hambre, No son lanzadas, Dineros son (Descendencia de los modorros, 1600)
En el Guzmán de Alfarache (1602) se insiste en la idea de que este refrán no existe en otras lenguas. ¿Será verdad? El refrán aparece como totalmente consolidado y conocido.
Son los españoles como los membrotistas que quisieron celebrar su nombre con el blasón de la torre; pues otro vicio tienen, que ni saben ni quieren saber; y por esto no sólo no buscan quien los aconseje lo que les cumple; mas al que por caridad quiere dar consejo de suyo (movido por lo que dice el Eclesiástico: a cada uno mandó Dios que tuviese cuidado sobre su prójimo), en lugar de agradecimiento le dicen que mire sus duelos y no cure de los ajenos, como si fuesen ajenos al pie los males de la cabeza; de donde nació el refrán castellano que no se halla en otra lengua: “Dadme dineros y no consejos” (Guzmán de Alfarache, parte II, libro I, cap. VII).
José de Valdivielso en su Vida de San José (1604),sin mencionar explícitamente el refrán vuelve sobre la idea de que consejos y remedios han de ir unidos: 
Y remediando los secretos daños.
Con dineros, consejos y prudencia. 
Pedro Espinosa le deja fácil a Juan la réplica para su padre cuando le pide dinero y recibe consejos en su lugar:
Y como no querer errar es el primer paso de la prudencia, y locura dorar al león la lana, tomaste al tiempo el pulso, y hallándole débil y oscuro (porque cuando pedías dinero te daban consejos), diste libertad al agua y al viento, cansados tres años de sufrir tanta majestad, y te retiraste con tres mil ducados de renta de tu hacienda menos, magnífico efecto de tu bizarría (Panegírico al señor don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, 1629).
Como hemos visto en los casos anteriormente comentados de refranes inmersos en El alcalde de Zalamea, Calderón lo que hace es recoger el espíritu y parte de la letra de refranes muy conocidos para adaptarlos a su propio estilo y al ritmo de la obra.

¿Y qué decía Correas (1627) de este asunto? 

Numerosos son los refranes sobre consejos que podemos encontrar en la colección, pero además del ya recogido por Vallés, queremos destacar dos que nos devuelven al mundo de las cosechas y las eras: 
Pues me dais el consejo, dadme el vencejo
y el complementario:
Pues no me dais el vencejo, no me deis el consejo
donde vencejo es el 'lazo o ligadura con el que se ata algo, especialmente las mieses' (DRAE).

Sin embargo, andado el siglo, ya se levantaron algunas voces prudentes, como la de Gracián, para advertir de que un buen consejo siempre era de agradecer: 
Sobre todo, que ninguno de oy más se atreva a dezir: No me den consejos, sino dineros, que el buen consejo es dineros y vale un tesoro, y al que no tiene buen consejo no le bastará una India, ni aun dos (El Criticón, 1657).
El refrán fue cayendo en desuso y a partir del siglo XVIII es difícil encontrar testimonios, aunque el Diccionario de la Academia lo incluyó en su edición de 1843 en la forma Dinero y no consejos, de la que dice que es expresión que «reprende a quien da consejos cuando no se le piden y mucho más si los da a quien tiene necesidad de dinero».

Hoy, junto a otros similares que aconsejan dar el remedio a la vez que el consejo, aparece en distintos trabajos, como en esta recopilación de Juliana Panizo que cita los siguientes: 
Dame consejos sanos y dinero para ejecutarlos.
Quien quita consejo, dé remedio.
Con un consejo y un duro, sale el hombre de un apuro.
Consejo sin remedio es alma sin cuerpo.
Consejo sin remedio es como la receta sin el medicamento.
Ley antigua: que ninguno dé consejo sin dar remedio.
También contamos con un testimonio oral actual bajo la variante El que da consejos no da dinero. Se trata de un fragmento de conversación recogido en nuestra tesis y en el que unas amigas comentan sobre consejos a la hora de comprar casas:
LR: Nos hablamos y eso pero (...)
IO: El que da consejos no da dinero.
LR: Si no te metes (…).
IO: El que da consejos no da dinero.
LR: Si no te metes no te pueden decir nada.
(Gumiel de Izán, 31/08/2006, IO: mujer de 55 años.)


Referencias

  • Calderón de la Barca, Pedro (1636 = 1981): El alcalde de Zalamea. Ed. de José María Díez Borque. Madrid: Castalia. 
  • Correas, Gonzalo (1627 = 2001): Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. Louis Combet, revisada por R. Jammes y M. Mir, Madrid: Castalia. Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica, 19.
  • Panizo Rodríguez, Juliana (1997): 
  • «Paremias alusivas al "consejo"», RdF, núm. 204. [En línea]: (http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.php?ID=164214), [consulta: 16-02-2016].
  • Real Academia Española: Corpus diacrónico del español (CORDE). [En línea]: (http://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/corde), [consulta: 16-02-2016].
  • —: Nuevo tesoro lexicográfico. [En línea]: (http://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico)[consulta: 16-02-2016].
  • Ugarte García, María del Carmen y Postigo Aldeamil, María Josefa (dir.) (2012): Paremias y otros materiales de tradición oral en la Ribera del Duero. Estudio etnolingüístico y literario. Tesis doctoral. [En línea]: (http://infoling.org/search/tesis/ID/106#.VsRBv_nhDIU), [consulta: 16-02-2016].
  • Vallés, Mosén Pedro (1549 = 2003): Libro de refranes y sentencias de Mosé Pedro Vallés. Ed. de Jesús Cantera Ortiz de Urbina y Julia Sevilla Muñoz. Madrid: Guillermo Blázquez, Editor.
Contribución a la lectura de El alcalde de Zalamea en La Acequia.

lunes, 8 de febrero de 2016

Número 106. El alcalde de Zalamea. Haz lo que te manda tu señor.

Contribución a la lectura colectiva de El alcalde de Zalamea en La Acequia.

Avanza la obra, la conversación entre don Mendo y Nuño se alarga mientras se aproximan a la casa de Isabel. El criado teme si repara en él el dueño, don Mendo se envanece:
Nuño:
Temo, si acierta a mirarme
Pedro Crespo...
Don Mendo:
¿Qué ha de hacerte,
siendo mi criado, nadie?
Haz lo que manda tu amo.
Nuño:
Sí haré, aunque no he de sentarme
con él a la mesa.
Don Mendo:
                         Es propio 
de los que sirven, refranes.
Era la costumbre que los señores, cuando iban de camino o tenían que comer solos, sentaran a su mesa a uno de sus criados, mientras los demás les servían con gusto, pues solía ser un honor rotativo. Sin duda era un signo de deferencia hacia los criados, una forma de premiar su obediencia, a veces ciega.

Algunas escenas después, ya aposentado don Lope en casa de Pedro Crespo le pedirá a este que sea su hija la que le acompañe, pues el labrador ha dado licencia a los criados para servir completamente a su huésped. 
Crespo:
                      Yo, señor,
dije, con vuestra licencia,
que no entraran a serviros
y que en mi casa no hicieran
prevenciones; que a Dios gracias,
pienso que no os falte en ella
nada.
Don Lope:
Pues no entran criados,
hacedme favor que venga
vuestra hija aquí a cenar
conmigo.
Isabel acepta más por obediencia que por gusto y así lo manifiesta:
                               Está
el mérito en la obediencia.
Cocina baja de casa señorial

Como en las ocasiones anteriores, el refrán en la época era muy conocido y casi todo los recopiladores lo habían incluido con ligeras variantes:
  • Haz lo que te manda tu señor, y pósate con él a la mesa (Marqués de Santillana).
  • Haz lo que manda tu señor, y sentarte has con él a la mesa (Espinosa).
  • Haz lo que tu amo te manda, y assientate con el a la tabla (Vallés).
  • Haz lo que te manda tu señor, y sentarte has con él al sol (Hernán Núñez).
  • Haz lo que te amo te manda, y sentarte has con él a su mesa (Covarrubias).
  • Haz lo que tu amo te manda, y sentarte has con él a la mesa (Correas)
  • Sé mozo bien mandado, comerás a la mesa de tu amo (Correas) 
A estos habría que añadir el comentario que introduce Juan de Valdés en el Diálogo de la lengua, lo que sin duda nos está hablando de su popularidad, ya que el gramático se refiere a él con toda naturalidad como algo muy conocido:
Si avéis bien mirado en ello, hallaréis que pongo a quando el vocablo que precede acaba en consonante, y no lo pongo cuando acaba en vocal, y assí, escriviendo este refrán, pongo: Haz lo que tu amo te manda, y siéntate con el a la mesa, y no asiéntate.
Esto en cuanto a la forma, pero si atendemos a su significado, en el Seniloquium, una de las primeras obras en glosar los refranes, encontramos una justificación sin límites de esta obediencia que los servidores, en sentido amplio, deben a sus señores: 
Faz lo que te manda tu sennor, et asiéntate con él a la mesa.
Porque quien hizo en la batalla algo prohibido por el general o no cumple lo ordenado es castigado a muerte, incluso si hubiere obrado correctamente. Y si alguien, oponiéndose el dueño y especialmente si lo prohíbe, se inmiscuye en la administración de sus asuntos, aunque la tarea esté correctamente realizada, no tiene facultad de obrar contra el dueño sobre los desembolsos hechos en la administración. Si un príncipe hubiese mandado a un juez que dicte sentencia a un siervo contra Derecho, debe obedecerle. Lo afirman los Comentaristas e distintos pareajes (p. 168)
Igualmente lo encontramos glosado en el Teatro universal de proverbios:
Haz lo que tu señor te manda / y siéntate con él a la mesa
   A cualquier buen serbidor,
para hacer lo que debe,
conviene andar a sabor
y a placer de su señor,
y no hay do mejor se pruebe.
    Y al que esto se desmanda 
a ratos después le pesa
y puedenle decir, anda,
y haz lo que tu amo manda
despues sientate a su mesa. 
Lo encontramos también en el Quijote en boca de Sancho, cuando llega con su amo al Ebro y ven allí una barca desvencijada en la que don Quijote ve una invitación para una nueva aventura. 
—Pues así es —respondió Sancho— y vuestra merced quiere dar a cada paso en estos que no sé si los llame disparates, no hay sino obedecer y bajar la cabeza, atendiendo al refrán: «Haz lo que tu amo te manda, y siéntate con él a la mesa»; pero, con todo esto, por lo que toca al descargo de mi conciencia, quiero advertir a vuestra merced que a mí me parece que este tal barco no es de los encantados, sino de algunos pescadores deste río, porque en él se pescan las mejores sabogas del mundo (Quijote, II, 29).
Por su parte, Tirso de Molina lo puso también en boca de un lacayo, Gulín, en su drama bíblico Tanto es lo de más como lo de menos:
Mandome, en fin, que viniese
por el oro, que escondidoguardó anoche, prevenido
que nadie en casa me viese:
es mi amo, y yo soy fiel,
pues dice el refrán que anda:
«Haz lo que tu amo te manda,si quieres cenar con él».
Para finalizar diremos que no siempre, al igual que ocurría con Nuño e Isabel, se sentaban los criados de buen grado a la mesa de los señores. De la misma época que los documentos anteriores, y algo anterior a la obra de Calderón tenemos este fragmento de una obra de 1619: Diálogos familiares en lengua española de Juan de Luna:
A. Entonces muchas mercedes, quando le doy occasion, me ha de perdonar, que quando no se la doy, ni grado ni gracias.
Ama. Dexate de retoricas, y haz lo que tu amo te mando.
A. Si harè, aunque no por esso me tengo de assentar con el a la mesa (CORDE; consulta: 08-02-2016). 
Hoy este refrán está completamente en desuso y ya solo nos quedan de él estos recuerdos literarios, aunque en parte su espíritu  —obedecer al que manda tenga o no razón— perviva en refranes tales como Donde manda el amo se ata la burra, y si se ahorca que se ahorque; Donde hay patrón no manda marinero o más modernamente El jefe siempre tiene la razón

Bibliografía
  • Calderón de la Barca, Pedro (1636 = 1981): El alcalde de Zalamea. Ed. de José María Díez Borque. Madrid: Castalia. 
  • Celdrán Gomariz, Pancracio (2009): Refranes de nuestra vida. Con su explicación, uso y origen. la vida cotidiana. Barcelona: Editorial Viceversa.
  • Cervantes, Miguel de (1605, 1615 = 2005): Don Quijote de la Mancha. Ed. de Francisco Rico. Instituto Cervantes. [En línea]: (http://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/), [consulta: 08-02-2016].
  • Correas, Gonzalo (1627 = 2001): Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. Louis Combet, revisada por R. Jammes y M. Mir, Madrid: Castalia. Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica, 19.
  • García de Castro, Diego (s xiv = 2006): Seniloquium. Fernando Cantalapiedra y Juan Moreno (eds.). Valencia: Universidad de Valencia. 
  • Marqués de Santillana (1508 = 1980): Refranero. María Josefa Canellada (ed.) Madrid: Editorial Magisterio Español.  
  • Núñez, Hernán (1555 = 2001): Refranes y proverbios en romance. Edición crítica de Louis Combet, Julia Sevilla, Germán Conde y Josep Guia. Madrid: Guillermo Blázquez, Editor; 2 vols.
  • Real Academia Española: Corpus diacrónico del español (CORDE). [En línea]: (http://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/corde), [consulta: 08-02-2016. 
  • Tirso de Molina (1614): Tanto es lo de más como lo de menos. Wikisource. [En línea]: (https://es.wikisource.org/wiki/Tanto_es_lo_de_m%C3%A1s_como_lo_de_menos),  [consulta: 08-02-2016]. 
  • Vallés, Mosén Pedro (1549 = 2003): Libro de refranes y sentencias de Mosé Pedro Vallés. Ed. de Jesús Cantera Ortiz de Urbina y Julia Sevilla Muñoz. Madrid: Guillermo Blázquez, Editor.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Número 105. El alcalde de Zalamea. La hambre despierta el ingenio

El mundo de los hidalgos venidos a menos, que tanto nos recuerdan al Lazarillo, está presente también en esta obra de la mano de don Mendo y Nuño, su criado.

Don Mendo es pobre pero conserva el orgullo de clase. Su hidalguía no procede de compra sino familiar mediante ejecutoria. En el medio rural de Zalamea, don Mendo representa ese último estado de la nobleza que se ve obligado a contraer matrimonio con alguien de rango inferior, pero con dinero, para poder mantener su casa y su linaje. El hidalgo rural pasa hambre, pero lo disimula como puede, aunque a nadie engañe, ni tan siquiera a sí mismo. Isabel, la hija de Pedro Crespo, ha sido la elegida por el hidalgo, pero Isabel no aguanta sus requiebros, ni tan siquiera que le corra la calle.

Nuño es su criado, que da el contrapunto realista a la figura del hidalgo, tratando de poner en su sitio ese orgullo de clase desmedido, ese don sin din, del que tanto alardea su amo. Nuño es ingenioso, de lenguaje vivo y agudeza de ingenio que le lleva a réplicas y parlamentos conceptistas propios de la figura del gracioso, sacando punta al doble sentido que puedan tener algunas de las palabras pretenciosas del hidalgo. El diálogo agudo entre amo y criado es digno de leer despacio. Fijémonos en uno de esos refranes que aparecen encubiertos en la conversación.

La hambre despierta el ingenio

Buena parte de la conversación entre amo y criado gira en torno a la necesidad o no de comer, y a la inferior categoría de ciertos alimentos, como los ajos y cebollas, más propios de villanos que de hidalgos. Se hace necesario recordar la recomendación de don Quijote a Sancho de no comer ni ajos ni cebollas «para que no saquen por el olor tu villanía». Presume don Mendo de la hidalguía de su padre, que nunca comió cebollas:
Nuño:
¿Luego tus padres comieron?
Esa maña no heredaste.
Don Mendo
Esto después de convierte
en su propia carne y sangre;
luego, si hubiera comido
el mío cebolla al instante
me hubiera dado el olor
y hubiera dicho yo: «Tate,
que no me está bien hacerme
de excremento semejante» (143).
Nuño tensa la cuerda acerca de los excéntricos pensamientos de su amo: 
Ahora digo que es verdad,
... que adelgaza la hambre
los ingenios (143-144). 
El refrán El hambre (la necesidad) agudiza el ingenio era ya bastante conocido en la época. Correas lo recoge en la forma La hambre despierta el ingenio, que tiene el mismo sentido que este otro también recogido por Correas: La necesidad hace maestros. Ahora bien, fijémonos en que aquí Nuño lleva la contraria al refrán para declarar que en el caso de su amo, lo que ha hecho el hambre ha sido mermarle la inteligencia. 

A los espectadores de la época no se les debía escapar este juego de palabras, ya que los testimonios en la literatura eran numerosos. Estamos ante una versión en castellano de uno de los adagios latinos de Erasmo más popular: Necessitas magister, al que Alonso de Palmireno (1560) había dado forma «definitiva»: La hambre despierta el ingenio (Colón Domènech, 2004).

No obstante, el refrán llevaba ya tiempo en la literatura, aunque sin encontrar una forma definitiva. Veamos este parlamento de Parmeno en La Celestina (circa 1500): 
La necesidad y pobreza, la hambre. Que no hay mejor maestra en el mundo, no hay mejor despertadora y avivadora de ingenios. ¿Quién mostró a las picazas y papagayos imitar nuestra propia habla con sus arpadas lenguas, nuestro órgano y voz, sino ésta?
Es curioso ver cómo un siglo después siguen apareciendo las mismas aves como ejemplo de ese aprender por necesidad en el Guzmán de Alfarache (1599):
Mas, ya tengas necesidad o te pongas en ella —que es lo que mejor puede creerse—, allá te lo hayas, mis duelos lloro. Ella es maestra de todas las cosas, invencionera sutil, por quien hablan los tordos, picazas, grajos y papagayos.  
Nos hemos saltado en el tiempo al Lazarillo, pero volvemos hacia atrás para dar cuenta de este importante testimonio:
Como la necesidad sea tan gran maestra, viéndome con tanta siempre, noche y día estaba pensando la manera que tendría en sustentar el vivir. Y pienso, para hallar estos negros remedios, que me era luz la hambre pues dicen que el ingenio con ella se avisa, y al contrario con la hartura, y así era por cierto en mí (Lazarillo de Tormes, 1554).
Avanzado el siglo encontramos que la fórmula se va ya cristalizando, muy probablemente por influencia de Palmireno, quizá el poeta al que se refiere este párrafo. La introducción de marcadores nos lleva a ese carácter de discurso repetido:
Para mayor declaración, que como a otro propósito se dice por el poeta que la hambre pone ingenio, ansí aquí da fuerzas; y que no por ser más vigoroso el corazón que el hígado, y el hígado que el ventrículo, tiene siempre más potencia de atraer, si no hay en igual o en poco menor necesidad (Juan de Pineda: Diálogos familiares de agricultura cristiana, 1589).
En el siglo XVII los testimonios son abundantes. Muy al principio una obra fundamental en nuestra historia paremiológica, El guitón Onofre, la recoge: 
No sabe mucho el sabio que no se puede aprovechar a sí mesmo; que, aunque yo no lo sea, en la sciencia de buscar la vida bien podía poner escuela. La necesidad aviva el ingenio, y yo que no era lerdo: juntóse Sancho con su rocín (Gregorio González: Guitón Onofre, 1604).
No solo aparece en obras literarias sino también en otros géneros:
En esto se aventajan los mineros de Potosí a todos los del mundo (que muy bien, sin haberlo todo visto, se puede afirmar), porque la necesidad los ha hecho maestros (García de Llanos: Diccionario y maneras de hablar que se usan en las minas 1609).
Cervantes también la usó al menos en dos de sus obras: La gitanilla (1613) y la Comedia famosa de la entretenida (1615):
De todo hay en el mundo, y esto de la hambre tal vez hace arrojar los ingenios a cosas que no están en el mapa (La gitanilla, 1613).
Capigorrista soy tuyo,
y como padezco hambre,
tengo sotil el ingenio,
y en dar consejos soy sacre Comedia famosa de la entretenida).
Quevedo lo incluyó en sus Poesías, también acompañado de un marcador: ompincluyendo un marcador, «dicen»:
Menos veces vomito que bostezo
la hambre dicen que el ingenio aguza,
y que la gula es horca del pescuezo (Poesías, 1597-1645).
Y aún encontramos por lo menos otros dos testimonios pertinentes:
La necesidad suele decirse que hace maestros, pero yo no diré sino la experiencia, y que es madre del saber y del buen gobierno: por eso dice Tulio que el entendimiento, la razón y consejo estaba en los viejos, porque, como ya caídos en las cosas y ejercitados en todo, podían gobernar las repúblicas; lo que no tienen los mozuelos de pocos años (Jerónimo Alcalá Yáñez y Ribera: El donado hablador Alonso, mozo de muchos amos, 1624).
Y coetánea a El alcalde de Zalamea en las Aventuras del Bachiller Trapaza de Castillo Solórzano:
Viéndose, pues, sin blanca, como la necesidad aviva el ingenio, dio Trapaza en un capricho para tener dineros, que les remedió por entonces aquella necesidad. Diole motivo para él ver la disposición de cara y talle de su compañero, el cual era lampiño, sin pelo de barba, por ser muchacho (Aventuras del Bachiller Trapaza, 1637).
El refrán que recogiera Correas bajo dos formas ha llegado hasta nosotros también en esos dos ropajes: El hambre agudiza el ingenio y La necesidad hace maestros. De ambas formas Google nos muestra numerosos ejemplos de uso en la actualidad.

Bibliografía
  • Calderón de la Barca, Pedro (1636 = 1981): El alcalde de Zalamea. Ed. de José María Díez Borque. Madrid: Castalia. 
  • Colón Domènech, Germán (2004): «Los Adagia de Erasmo en español (Lorenzo Palmireno, 1560) y en portugués (Jerónimo Cardoso, 1570)», Revista de Filología Española, 84, enero-junio, 2004. [En línea]:   (http://xn--revistadefilologiaespaola-uoc.revistas.csic.es/index.php/rfe/article/viewFile/96/95).
  • Correas, Gonzalo (1627 = 2001): Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. Louis Combet, revisada por R. Jammes y M. Mir, Madrid: Castalia. Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica, 19.
  • Real Academia Española: Corpus diacrónico del español (CORDE). [En línea]: (http://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/corde), [consulta: 2-2-2016].