lunes, 27 de agosto de 2018

Número 195. La España vacía

Sergio del Molino ha puesto a su ensayo un subtítulo revelador, aunque solo nos fijemos en él y en lo que puede significar cuando el libro ya está en nuestras manos, e incluso hemos leído algunas páginas: Viaje por un país que nunca fue. 

Vista general desde el oeste, pie del cerro, de las ruinas de Valdeherreros

La España vacía existe, es, lo sabemos bien los que nacimos en ella. Aunque nacimos allí, crecimos, estudiamos, trabajamos y vivimos en una gran urbe, pero volvemos a ella por vacaciones, los fines de semana o esos sábados de otoño que nos da por hacer unos kilómetros y adentrarnos en sus desiertos, valles, monumentos y gastronomía, para volver, ya cuando es de noche por todo el mundo, a la ciudad en la que transcurre la mayor parte de nuestra vida.

Una vez concluida la lectura de este libro, dos ideas lo resumen para mí: primero que yo también creía que era un libro de viajes, y segundo que, con matices, es el libro que a mí me hubiera gustado escribir. 

Confieso que a mí me gusta la España vacía, a lo mejor no solo porque es la que mejor conozco, sino porque por distintas razones es la más asequible para mí, si dejo aparte Madrid, mi Madrid, ciudad desbordada a la que no sé cómo calificar, porque ninguno de las palabras que me vienen a la mente, gran urbe, conurbanción, metrópoli, megalópolis..., me terminan de cuadrar, porque Madrid es Madrid incluso en sus desbordamientos más anodinos. 


O sea, que como me gusta la España vacía, viajar por ella, pensaba que me iba a encontrar con uno de libros en los que se narran viajes por el interior con todo lujo de detalles, detalles que normalmente no están al alcance de la dominguera ocasional, pues la ermita está cerrada y no hay forma de encontrar al que tiene la llave; al paraje singular no hay forma de llegar porque en el aparcamiento cercano no cabe un coche más ni de canto, porque la fuente luce un hermoso cartel de «Agua no potable», porque en el pequeño restaurante local, muy recomendado por todas las guías, no puedes comer por no haber tenido la precaución de reservar, porque ese personaje que vive en tal pueblo, y que tú esperas encontrar en el bar de la plaza, en realidad es casi un fantasma que vive separado del mundo por altos muros..., tampoco los pocos paisanos que toman el sol en la plaza se muestran muy locuaces contigo... En fin, a pesar de todas estas cosillas, me gusta la España vacía, y me gusta leer los viajes que por ella hacen escritores más afortunados que yo y que me cuentan, en hermosa prosa, esas cosas que yo soy incapaz de ver o disfrutar.

Además de viajar material y virtualmente por esa España, me gusta también reflexionar sobre ella, sacar del fondo de mi memoria aquellos principios básicos sobre economía y sociología que me enseñaron en la facultad de Económicas, o recordar a tal o cual escritor del que me contaron en la de Filología que pasaba los veranos en semejante lugar o que nació allí por casualidad. Para los acontecimientos históricos que alguna vez tuvieron lugar en aquel suelo he de recurrir, casi siempre después, a la Wikipedia, pero no me entusiasma imaginarme batallitas en campo abierto, aunque me guste visitar castillos y subir a lo más alto de sus almenas. 

Primer plano de las ruinas de Valdeherreros: lado norte de las paredes de la iglesiatre>Pr


Por ello, por esta razón, es por lo que digo que Sergio del Molino ha escrito el libro que a mí me hubiera gustado escribir, si yo tuviera la capacidad y los conocimientos enciclopédicos para escribir este tipo de libros. 

A medida que se avanza en la lectura, amena a pesar de que es un libro denso con mucho contenido, nos vamos dando cuenta, además de la declaración de intenciones y aclaración posterior en los primeros capítulos, del porqué de ese subtítulo: La España vacía existe, negarlo sería negar la evidencia, pero la idea que nos hemos formado de ella ha venido sobre todo por siglos de cultura oficial, por siglos de programas de bachiller y lecturas obligatorias en la Universidad, que han ido formando esa imagen. Llegados a nuestros días, la cultura oficial no es solo la que se ofrece en las aulas, también en el cine, sobre todo en el que tiene cierto carácter selectivo, en la música... e incluso en los grandes medios de masas, porque en la cultura oficial entran también conciertos de rock y rockeros. Todo suma para formarnos esa imagen de la España que nunca fue, porque se la fueron «inventando» poco a poco, los hombres y mujeres que, desde las ciudades, a menudo situadas en la periferia, o en el centro geográfico de la capital de España, la fueron formando para todos nosotros. 

No todo es invento, desde luego, pero mucho sí, y lo peor, lo peor es que la realidad de una España vacía, esa gran parte del territorio donde no vive nadie, mala solución tiene al día de hoy: no hay programa de «Me vuelvo al pueblo» que sea capaz de invertir la tendencia de siglos y siglos: los pueblos pequeños se concentran en los grandes, estos en la ciudades, pero incluso las ciudades de esta España central están vacías, despobladas, y sufren constantemente fuerzas centrífugas, por más que políticas discontinuas pongan en ellas universidades, algún hospital, y se organicen exposiciones que atraigan a visitantes de fin de semana: El vacío de España no tiene remedio. 

Decía que la lectura es amena, a pesar de la densidad de lo contado, pero lo cierto es que a medida que avanzamos en ella, a medida que vamos tragándonos páginas y páginas, la amenidad va decayendo: el lector no tiene por qué compartir, y de hecho lo más probable es que no lo haga, la cantidad ingente de referentes culturales, patrios y no patrios, que el escritor maneja. Cada lector tiene los suyos, cada uno tenemos los nuestros, por lo que es difícil llegar a todos los rincones del hilo, y a veces la lectura superficial, o mejor la comprensión superficial, se imponen sin querer. 

Si un buen libro es aquel que nos lleva a otros libros, en este libro serían tantos que por pura incapacidad física de asimilarlos, al final no nos quedamos con ninguno. 

Sin embargo, quizás sí convenga volver otra vez a los clásicos más clásicos: Maritornes como símbolo de cómo el narrador nos introduce hábilmente en su bando es un buen ejemplo de cómo actúan los hilos que desde arriba nos mueven en una determinada dirección. Del Molino resalta que la descripción de Martitornes es dual, en ella aparecen, convenientemente alternadas, la visión de don Quijote y la visión del narrador, que a priori damos por buena, pero es claro que podríamos habernos puesto de parte de don Quijote y crear la imagen de una bella muchacha en nuestro interior. ¿Por qué va a tener razón necesariamente el narrador, si a fin de cuentas su punto de vista es tan subjetivo como el de los demás? Necesitamos descubrir a la otra Maritornes, trasunto de la España vacía, y sus otras características y posibilidades. Hay una España real, además de la que nos han contado. 

La imagen que de los escritores del 98, esos escritores que tanto contribuyeron a crear esa España vacía, se nos presenta en el libro desde una óptica a la que estamos poco habituados: ¿Era Unamuno alguien que sabía viajar por esa España¿ ¿La labor de Azorín como periodista tras las huellas manchegas de don Quijote en el tercer aniversario de la obra es tan rompedora, tan objetiva como se nos quiere hacer creer? ¿Qué podemos decir de Machado y esa Soria casi mítica de la que en los años 80 del siglo pasado ya se decía que «el último en irse que apagara la luz»?

Soria existe, y como existe y es tierra quemada, hay quien, para compensar esa despoblación sin remedio, quiere llenarla de macrogranjas. Esa es otra, tratando de corregir lo que remedio ya no tiene, solo nos queda repetirnos aquello de «Madrecita, madrecita, que me quede como estoy».

Vista del valle a través de un agujero en el muro. En primer plano cardo seco
Las ilustraciones de este post corresponden a las ruinas de Valdeherreros, despoblado que necesitó dos despoblaciones para convertirse en una ruina —apenas unas piedras de su iglesia—, un vago recuerdo en la zona y algún dato bien documentado en las historias locales. La primera despoblación ocurrió  a principios del siglo XVII cuando no pudo superar las hambrunas que sufrió España como consecuencia de las malas cosechas y otras catástrofes. Estos infortunios sucesivos llenaron nuestros caminos de pedigüeños, algunos de los cuales pasaron a nuestra mejor literatura, casi como héroes o si se quiere como antihéroes, pero seguramente alejados de lo que era su cotidiana nada literaria miseria. Es el punto de vista del narrador, que lo mismo que Cervantes dirige su objetivo hacia ciertos detalles. La segunda despoblación, y definitiva, de Valdeherreros fue un siglo después como consecuencia de los destrozos e incendio sufridos durante la guerra de la Independencia, que hicieron imposible la recuperación de un pueblo pequeño, no tanto por el número de casas y edificios arruinados, como por la escasez de población para mantenerlos. 

Para terminar este comentario haré alusión a otro de los hitos culturales del siglo XX en España y al que Del Molino dedica acertadas reflexiones, se trata sobre el documental que representa la España vacía por antonomasia: Las Hurdes, de Buñuel. Un documental que casi nadie había visto —Del Molino da datos objetivos—, pero del que todo el mundo hablaba como si lo hubiera visto. Sabemos a estas alturas que el visionado más o menos generalizado, e incluso el visionado crítico por parte de los especialistas en cinematografía, se produjo mucho después, y que esas Hurdes que se representan en él no es que sean falsas, es que no llegan a mostrar las dos caras de Las Hurdes. Allí había miseria, pero también programas serios y en marcha que trataban de paliarla, pero eso, probablemente, era mucho menos interesante cinematográficamente hablando que lo que se nos mostraba en pantalla. «El objetivo de la cámara nunca es objetivo, el cámara siempre está detrás», me enseñaron en un seminario sobre cinematografía documental.

Me vuelvo al pueblo es un programa de la Televisión de Castilla y León en el que se narran algunos casos de éxito de urbanitas que se han vuelto a los pueblos, por lo general al suyo, y han puesto una granja novedosa, una plantación de algo desconocido, una fábrica artesana de sabe Dios qué, un hotelito rural... Casos de éxito en la televisión, algunos de los cuales ya sabemos que han fracasado, porque detrás, pese a la ilusión, no hay un proyecto empresarial sólido que los sustente. La España vacía no se llena ni con ilusión ni con literatura.

Para volver a vivir en esa España vacía, ya no digamos para llenarla, habría que volver la piel de toro del revés, como si fuera un calcetín.

lunes, 20 de agosto de 2018

Número 194. Mujeres detrás de las sombras (y II)

Mujeres detrás de las sombras (I)

Quizá sea Teresa de Cartagena el personaje más conocido de este ramillete de mujeres, que empiezan a ocupar el puesto que les corresponde en la historia y en la cultura. 

Para entender su personalidad hay que empezar hablando de su abuelo, rabino convertido al cristianismo, que adoptó el nombre de Pablo de Santa María, gran teólogo, fue nombrado obispo de Cartagena, de donde la familia tomó el nombre, y más tarde de Burgos.
"Le Monastére de las Huelgas, près Burgos" (19936968475)
Entre sus hijos destacaron Alonso de Cartagena, que fue como su padre un importante humanista, y Pedro de Cartagena, mercader muy rico que fundó un linaje y erigió el castillo de Olmillos de Sasamón. Pedro fue el padre de Teresa. 

Teresa estudió en Salamanca latín y griego, aunque no es seguro que lo hiciera en la Universidad, y volvió a Burgos donde ingresó en el convento de Santa Clara en el que permaneció nueve años.

De allí salió, no se sabe muy bien por qué motivos, para ingresar hacia 1449 en Las Huelgas, monasterio cisterciense muy ligado a su familia. Una enfermedad la dejó totalmente sorda, lo que según su propio testimonio le permitió una mejor comprensión de la obra de Dios. 

Su primera obra, Arboleda de los enfermos, tenía tal profundidad teológica que los sesudos varones que la leyeron dijeron que no podía haber sido escrita por una mujer. Respondió a estos ataques en una segunda obra, Admiración operum Dey, en la que inteligentemente adoptó una táctica de humildad que más tarde sería empleada también por santa Teresa: «Solo soy una pobre mujer, pero Dios reparte sus dones como quiere». 

De las puramente intelectuales pasamos a las más guerreras. La guerra de sucesión al trono de Castilla entre Juana de Castilla, la Beltraneja, desposada con el rey de Portugal, y su tía, la reina Isabel, la Católica, fue el marco donde algunas de estas mujeres destacaron, tanto en uno como en otro bando. 

Teresa Martínez de Cantalapiedra (Salamanca) defendió los derechos de Isabel. Fue apresada por los portugueses, torturada y finalmente ejecutada. En pago a sus servicios, los Reyes Católicos le otorgaron a ella, a su marido y a sus descendientes, la hidalguía del solar con 300 sueldos a perpetuidad.

En el bando de Juana encontramos a María de Sarmiento, esposa de Juan de Ulloa, señor (desde 1449) de Villalonso, Benafarces, Pozoantiguo y Toro. Este había entregado a Juana Toro y los castillos de Villalonso, Mota del Marqués, Tiedra y Urueña. Muerto en 1476 defendiendo Toro, su esposa siguió defendiendo la plaza y conservó el castillo después de haber entrado en ella los Reyes Católicos. Más tarde se rindió a cambio de perdón e indulto para ella y sus hijos.

Acuarela de Toro desde la orilla opuesta del Duero


Volvemos al bando de Isabel, pero sin movernos de Toro para hablar de Antona García, nacida en Tagarabuena, mujer del pueblo, pero rica y casada con Juan de Monroy, hidalgo, a ella la llaman gentilhombra. Formó parte de los conspiradores para entregar la plaza a Isabel, por lo que intentó abrirle las puertas de la ciudad. Fueron apresados y a Antona la encerraron en el convento de Santa Clara, fue ajusticiada por ahorcamiento, dada su condición de pechera, ya que no le alcanzó la hidalguía de su esposo. Su cadáver fue colgado como escarmiento de la reja de su casa, reja que la reina Isabel mandó dorar en su memoria, dando origen a una difundida leyenda..  

Tirso de Molina le dedicó una de sus obras, Antona García (1622). La describe como muy guapa y de presumir de haber cogido en brazos a un burro y al hombre que iba sobre él: «La Valentona me llaman, porque no sufro cosquillas». Sin embargo, muy en la línea de La perfecta casada (fray Luis de León, 1583), Tirso no está muy de acuerdo con este actitud activa en las armas, por lo que pone en boca de la reina Isabel las siguientes palabras: «Antona, ya estáis casada vuestro esposo es la cabeza», y le pide que se dedique a él, añadiendo los siguiente:
No os preciéis de pelear,
que el honor de la mujer
consiste en obedecer
como en el hombre el mandar.
Visiones distintas de la gente del pueblo que forja leyendas en torno a bravas mujeres, y la de los hombres de religión que ven en estas mujeres con iniciativa un peligro constante.

Dejamos a las mujeres guerreras que descansen en paz, y nos vamos a tierras de Ayllón, donde nos encontramos con una interesante figura de mujer, que García Amo considera su gran descubrimiento, y a la que solo puede llamar la Innominada pues en todos los documentos aparece como «la de Francisco de Briviesca», fallecido en 1581.

Aparece en los libros de tazmías, libros parroquiales donde se registran los diezmos que están obligados a pagar los vecinos. Ella aparece como la mayor contribuyente durante 17 años (1544-1561) en cereales y vid y durante 7 (1545-1552) en ganadería. Sin duda fue lo que podríamos llamar «una importante empresaria agrícola y ganadera», que dirigió su casa y hacienda durante todo ese tiempo, sin que los eclesiásticos que le cobraban los diezmos fueran capaces de nombrarla por su nombre y apellidos. 

García Amo finaliza haciendo hincapié en el hecho de que en los libros parroquiales se omite con frecuencia el nombre de las mujeres, incluso cuando fallecían, siendo referidas como «la de Fulano» o «Mengano y su mujer», cuando tenían hijos. Quizá haya llegado la hora de preguntarse por qué esta ocultación, como si quisieran que desapareciéramos de la faz de la tierra o como si no tuviéramos la condición de personas, para poder llevar un nombre propio.

Nota final: Agradezco a la autora de la conferencia las notas que en su día me mandó y que han servido, junto a mis apuntes, para pergeñar estos resúmenes.

viernes, 17 de agosto de 2018

Número 193. Mujeres detrás de las sombras (I)

Bajo el título Mujeres detras de las sombras, recoge la escritora Encarnación García Amo a un pequeño grupo de mujeres, que bien pudiera ser la punta del iceberg de todas aquellas que por la sencilla razón de que la historia suele ocuparse mayormente de los hombres, se quedaron fuera de los libros.

Recuperar sus biografías a costa de pequeños detalles, de espigar aquí y allá, es tarea ardua, pero compensa cuando se logra esbozar al menos un perfil de lo que fueron y significaron estas mujeres. Las hay en todos los campos y especialidades, artistas, guerreras, empresarias... García Amo insiste en esta tarea, y va reuniendo, espiga a espiga, un valioso haz.

En una tarde soleada de principios del mes de agosto me dirigí a El Burgo de Osma para oír en directo una muy amena conferencia, enmarcada dentro de las actividades paralelas de los cursos universitarios de verano de Santa Catalina. En ella se nos habló de algunas de esas mujeres detrás de las sombras.

Espadaña (con nido de cigüeña), torre y hornacina de remate en fachada principal del Hospital de San Agustín, hoy centro cultural., espadañ
.

El Hospital de San Agustín, hoy centro dedicado íntegramente a la cultura, tiene en el centro el típico patio al que se abren las distintas dependencias. La sombra y el silencio son bienvenidos. Fuera, en la plaza, la vida turística veraniega bulle en las terrazas, dentro los asistentes al acto van tomando asiento en la sala dedicada a teatro. Dicho en lenguaje taurino, la audiencia es de media entrada larga en un espacio con capacidad para acoger alrededor de doscientas personas sentadas. Como suele ser habitual, el público es mayoritariamente femenino, aunque no faltan los caballeros, y eso sí, unos y otros peinamos bastantes canas, pero está claro que el tema y la autora suscitan interés.

Empieza la conferencia con el perfil de una mujer de nombre mínimo, En, iluminadora de manuscritos allá en las postrimerías del siglo X, cuando los catastrofistas anunciaban el final del mundo. García Amo se extiende en explicarnos la dificultad de la escritura de manuscritos, que empezaba con la preparación del propio soporte, el pergamino, y la delicada labor en la que se empleaban después, y a veces durante largo tiempo, escribas e iluminadores, cuyos nombres aparecían al final de la obra, una vez terminada. En el colofón de uno de ellos encontramos En depintrix Dei aiutorix Frater Emeritus et Presbite (En, pintora y ayudante de Dios; Emeterio, hermano y sacerdote). El que aparezca el nombre de ella en primer lugar la respalda como autora principal de las iluminaciones. Trabajó en el Beato de Girona (975), en el que pueden encontrarse 124 miniaturas, algunas de las cuales ocupan 1 o 2 páginas.

De la minuciosidad y detalles de sus trabajos, se desprende que poseía muy buenos conocimientos de teología, algo que sorprende a algunos estudiosos, pues ¿dónde podría haber adquirido estos conocimientos siendo mujer? García Amo explica que el monasterio de San Salvador de Tábara era un monasterio dúplice, es decir de hombres y mujeres. Estos monasterios, que existieron a lo largo de toda la Edad Media, eran fundados por las familias nobles al objeto de recoger en ellos a los hijos e hijas que o bien permanecían célibes, por la razón que fuera, o que mostraban claras inclinaciones religiosas. La convivencia en ellos era plena, participando ambos sexos de todas las tareas, incluidas las formativas. Es decir, estamos ante centros de espiritualidad e intelectualidad. Pese a lo que pudieran pensar algunos —entre santa y santo, pared de cal y canto, recuerda oportunamente el refrán García Amo—, las relaciones sexuales entre ellos eran muy pocas, reduciéndose a lo anecdótico.

Sin salirnos del capítulo de las artes, llegamos en el siglo XIV donde nos encontramos en Toro a Teresa Díez, muralista. Su firma aparece en un mural dedicado a San Cristóbal en la iglesia de San Sebastián de los Caballeros en Toro. Aparece encima de un escudo heráldico, del que se desconoce el significado, la leyenda Teresa Díez me fecit

Teresa díez-san cristobal y firma 

Poco se sabe sobre su vida personal, probablemente fuera monja en el convento toresano de Santa Clara, pero ello no le impidió realizar otros trabajos en la provincia de estilo y características similares.  
Se ha cuestionado si la firma indica autoría material o mera financiación del proyecto, siendo en ese caso Teresa Díez quien hubiera pagado la ejecución, pero no la ejecutante. Este tipo de firmas son muy habituales entre los autores materiales de las obras, por lo que Teresa Díez bien pudo ser uno más de los que dejara su impronta. García Amo cuenta a manera de anécdota que el principal argumento que le han dado para negar la autoría es «ser una mujer». 

La siguiente de nuestras protagonistas detrás de las sombras, también del siglo XIV, era una castellana, en el estricto sentido de la palabra. Isabel Téllez de Meneses, que provenía de familia real portuguesa, se casó con su primo Juan Alfonso de Alburquerque, valido de Pedro I. Perdido el favor del rey, dicen que este lo mandó envenenar. Su viuda se hizo fuerte en el castillo de Montealegre de Campos, fortaleza considerada inexpugnable, y que en aquella ocasión, Téllez de Meneses supo defender y no se rindió. 

Comenta con cierto humor García Amo, que si la señora solo se hubiera dedicado a bordar y suspirar, mal podía haber defendido la fortaleza y mandar aquel grupo de guerreros. Sin duda en su educación también se habían incluido otras disciplinas además del bordado. Prácticamente ninguna noticia hay sobre ella en los libros en lo relacionado con este episodio bélico de la Edad Media. Fue enterrada junto a su esposo en el monasterio de La Santa Espina.