miércoles, 27 de abril de 2016

Número 117. Noches lúgubres: muerto y enterrado

El miércoles 6 de enero de 1790, los suscriptores de El Correo de Madrid tenían en sus manos un nuevo número. 


Reproducción facsmilar de las tres páginas donde aparece la tercera noche

En él, de la página 5 a la 7, los lectores iban a encontrar el relato de La tercera noche, los editores sabían que era la última, ya que Cadalso llevaba varios años, muerto y enterrado, en la iglesia de Santa María de la Coronada de San Roque. Leyenda y realidad, vida y muerte, se funden en su figura.

El sorprendido y horrorizado lector, tras recorrer la segunda de las páginas de apretada lectura, y mover sus ojos hacia la derecha, se encontraría con apenas unas pocas palabras, que reproducimos a continuación.
Envidia, no te deseo con corona y ce-
tro para mi bien..... mas contribuiras á
mi dicha con ese pico, ese hazadon....
viles instrumentos á otros ojos... vene-
rables á los mios.... Andemos, amigo,
andemos. Fin de la tercera noche.
Como podemos ver, hay punto final y no una interminable fila de puntos suspensivos con la que se cerró la edición de 1798, edición que sirvió para dar a conocer esta obra olvidada de José Cadalso, según había declarado el editor en el prólogo. Es preciso señalar que habían pasado ocho años desde la anterior publicación y dieciseis desde la muerte del autor, y por seguir con sus propias imágenes, los gusanos sanroqueños ya debían haber dado buena cuenta de su cadáver. 

¿Operación de mercadotecnia en los albores de un nuevo siglo que pintaba romántico?

¿Merecía la pena desenterrar la leyenda de un militar enloquecido por la muerte de su amada, dispuesto, incluso, a desenterrar sus huesos, o peor: a enterrarse con ellos en el sentido más literal de la palabra?

Sin duda, fuera o no premeditada, la estrategia tuvo éxito, y Noches lúgubres empezó su andadura en solitario: La obra cobró vida, y le salieron imitadores y continuadores de lo que Cadalso no escribió, probablemente porque no quiso, no porque no le diera tiempo o pensara dejarlo para más adelante y madurar la idea. 

¿Final abierto? 

A mí modo de ver, tampoco. El lector es libre de interpretar lo que no se dice, pero la decisión está tomada, el desenlace no está al final de la noche tercera, sino al final de la noche segunda y la aceptación por parte de Lorenzo —mitad de la tercera noche—del destino que ha preparo Tediato para él y para los que le rodean:
LORENZO.- ¿Quién eres?
TEDIATO.- Soy el mismo a quien buscas... El Cielo te guarde.
LORENZO.- ¿Para qué? ¿Para pasar cincuenta años de vida como la que he pasado lleno de infortunios..., y cuando apenas tengo fuerzas para ganar un triste alimento... hallarme con tantas nuevas desgracias en mi mísera familia, expuesta toda a morir con su padre en las más espantosas infelicidades? Amigo, si para eso deseas que me guarde el cielo, ¡ah!, pídele que me destruya.

remate de sepultura con angelitos


Contribución al club de lectura La Acequia.

domingo, 24 de abril de 2016

Número 116. El Día del Libro en mi barrio

Tal día como hoy los centros comerciales sacan sus tenderetes a la calle. Los libros, como una mercancía más, se muestran atractivos a los ojos de los viandantes, los bestsellers te reclaman con el señuelo de costar un 10% menos.

Pero hay otras formas de festejar el Día del Libro.

La Asociación Vecinal Solidaridad Cuatro Caminos-Tetuán ha decidido sacar los libros a la calle, acercarlos a los vecinos que toman el sol en la Plaza de las Palomas, que es casi el cuarto de estar del barrio. 

«Tenemos pocos medios», me dice una vecina mientras termina de colocar los libros en un cajón de fruta que otro vecino ha colgado en un árbol, improvisada estantería para una original biblioteca.

Cajón de fruta colgado de un árbol a modo de pequeña biblioteca


Otros pocos libros se muestran sobre un banco de piedra,  un par de vecinas los custodian, un vecino coge uno y se sienta al sol a hojearlo. A mí me llama la atención otro de Vázquez Montalbán, para mí desconocido: Erec y Enide.  Lo abro al azar y en la página de la izquierda el texto se me aparece que ni pintado para el momento y el día en el que estamos.
—Mi marido tiene muchos libros, pero aquí los hay a miles.
Le hago cuatro comentarios banales sobre el proceso acumulativo y la compañía que hacen los libros, aunque no se lean, porque los ha escrito alguien y ese alguien está donde los libros están. Dora dedujo pues que la habitación estaba llena de miles de autores (...)

Recuerdo, entonces, aquella novela de un amigo en la que uno de los personajes tenía una habitación con 10 000 libros, ya no recuerdo qué papel representaban los libros en la trama, pero recuerdo haber leído con envidia aquel pasaje. ¡Una habitación llena de libros!

Página del libro


Tanta abundancia contrasta con los sencillos cajones que los vecinos han colocado en la plaza: unos pocos libros para celebrar el Día del Libro.

Cerca de una de las estanterías, una vecina me invita a llevarme el libro, si me ha gustado, aunque no haya llevado otro. Sí he llevado uno, un libro de relatos, memorias de un salmantino que me ha llevado hasta La Alameda, ese parque, pulmón de la ciudad, que estaba cerca de las Salesianas. No es que fuera un libro de «usar y regalar», no hablemos de tirar, que los libros no se tiran, pero sí uno de esos libros que combinan el «le puede venir bien a otro» con el «voy a hacer un hueco en la balda». De hecho, recuerdo que ese libro no lo compré, sino que me guiñó un ojo desde un estante de Tuuulibrería, otra librería diferente, donde los libros no se venden, se regalan o pagas el precio que tú quieras por ellos. A veces allí se encuentran verdaderas joyas. Tuuulibrería tiene también su forma particular de celebrar el Día del Libro, aunque para ella lo sean todos los días. 

La vecina me comenta que ella tampoco conocía esa novela, que por lo que vemos no pertenece a la serie de Carvalho, pero que tiene buena pinta. 

Sigo hojeando el Montalbán, y el azar me lleva a un refrán disimulado en el texto: 
Las apariencias engañan. Todo hubiera sido mucho más fácil si hubiéramos confiado en usted. Ya estaríamos en San Mateo.
La letra es grande y eso me anima a llevármelo a casa, podrá leerlo también mi madre, y quizá en el pueblo le guste a los tíos, esos que se pasan las tardes de los inviernos devorando novelas varias.

Charlo otro rato con los vecinos voluntarios amigos de los libros y de las bibliotecas improvisadas, están teniendo bastantes donaciones, así que dan vueltas a la idea de guardar los libros en la asociación y sacarlos a las plazas y a los parques de vez en cuando. 

Hace sol, las flores rosas de los árboles urbanos brillan, la plaza se va llenando de gente...

Plaza de las Palomas, vecinos charlan, árboles floridos en rosa
Plaza de las Palomas



martes, 19 de abril de 2016

Número 115. Noches lúgubres: a la cárcel, ni aun por lumbre

Segunda noche. Apenas han pasado dieciséis horas desde que Tediato y Lorenzo se separaron empujados por la luz del día, y ese sol del que reniega el joven enamorado y que le sume en profunda melancolía.

Nuevos personajes se introducen en esta segunda noche, el joven no está solo con su dolor y su locura, hay un amigo.

Virtelio aparece brevemente, quiere reconfortar a su amigo, intenta que tome algún alimento, pero Tediato rechaza toda ayuda material, todo alimento de los vivos, él solo quiere volver al mundo de las sombras y los muertos.


La luz del sol que iba faltando, me sacó del letargo cruel. La tiniebla me traía el consuelo que arrebata a todo el mundo. Todo el consuelo que siente toda la naturaleza, al parecer el sol, lo sentí todo junto al ponerse.


Tediato sigue con su largo monólogo entreteniendo la espera, una espera llena de antítesis, luces y sombras, consuelo y letargo, amanecer y ocaso, y Lorenzo, su esperanza de llegar a las sombras, no llega.


cruz de piedra con calavera y tibias. Posterizado e invertidos colores.


El azar parece que sí que llega en su ayuda. Dos hombres riñen cerca de él y uno de ellos muere en sus brazos. La Justicia lo encuentra manchado de sangre y no duda en llevarlo a la cárcel cercana. La Justicia le anuncia una muerte ignominiosa y cruel, pero el joven persiste en su locura, y agradece la buena fortuna de encontrar por esa vía, lo que pidió al cielo no hace muchos días.

«Su delito le turba los sentidos; andemos, andemos», se apresura la Justicia viendo los desvaríos, pero camino de la cárcel, Tediato reflexiona sobre la idoneidad de esta justicia terrena, justicia que tiene mucho de espectáculo:
De la muerte de un malvado se asegura la vida de muchos buenos.
Tediato ante las puertas de la cárcel experimenta por un momento el espanto que supone y asume su destino:
Sepulcro de vivos, morada de horror, triste descanso en el camino del suplicio, depósito de malhechores, abre tus puertas; recibe a este infeliz.
Continúan las antítesis para abundar en el estado de ánimo de Tediato en esta segunda noche, en la que tan solo anhela la muerte. 

El carcelero se nos presenta de una forma tan grosera que supera con creces la estampa del sepulturero, pero su fealdad, capaz de inspirar terror a los más animosos, no viene de su cuerpo, que no se nos describe, sino de sus acciones, de su extremo rigor y maldad:
A pocas horas de estar bajo mi dominio, han temblado los hombres más atroces.
Tediato mantiene el ánimo, a pesar de ser consciente de las semejanzas entre una tumba y la cárcel en la que lo han puesto:
No me espantan sus tinieblas, su frío, su humedad, su hediondez, no el ruido que han hecho los cerrojos de esa puerta, no el peso de mis cadenas.
Un lector que cayera en este pasaje al azar, podría pensar que Tediato ha logrado por fin enterrarse con su amada; pero no, es la cárcel y está vivo y consciente para oír los gritos vecinos y para repasar las visiones de la noche anterior, el negro futuro tras la muerte de la amada y las similitudes icónicas entre la fortuna y la muerte, representada la una con una vara que envolvía todo el globo y la otra con una guadaña aniquilando el universo.

Apenas unas horas le concede el azar a Tediato para disfrutar de su infelicidad, pues enseguida es puesto en libertad:
Ni aun en la cárcel puedo gozar del reposo que ella me ofrece en medio de sus horrores. 
Pero la noche no ha acabado y la realidad fuera puede encerrar aún mayores espantos que los que guarda una tumba con cadáveres en descomposición. La vida es más cruel para algunos hombres que la propia muerte. 

Por un momento, la aparición de un niño de apenas ocho años parece anunciarnos una inflexión en la historia, pero el niño, portador de grandes desgracias,  no es menos pavoroso que los otros personajes que le han precedido, un auténtico mensajero de los horrores del más allá acaecidos apenas a una manzana de donde se encuentran. Tediato siente ternura aparente por ese niño, encuentra un trozo de pan en sus bolsillos con que reconfortarle, pero enseguida vemos que ni las desgracias ajenas le mueven un ápice de sus propósitos. La muerte ha visitado la morada del sepulturero y sin piedad ha ido segando varias vidas mientras una enfermedad infecciosa amenaza con llevarse otras más. 

Tediato parece encontrar sentido a esa noche: las tinieblas son su alimento.

El alba empieza a aparecer entre las líneas del relato. Los dos hombres deben despedirse, no sin que Tediato adelante sus intenciones, sin duda uno de los pasajes que más escándalo e indignación levantó en su tiempo. 

Te compadezco tanto como a mí mismo, Lorenzo, pues la suerte te ha dado tanta miseria y te la multiplica en tus deplorables hijos... Eres sepulturero... Haz un hoyo muy grande, entiérralos todos ellos vivos, y sepúltate con ellos. Sobre tu losa me mataré y moriré diciendo: Aquí yacen unos niños tan felices ahora como eran infelices poco ha, y dos hombres, los más míseros del mundo.



Comentario para el club de lectura La Acequia.

miércoles, 13 de abril de 2016

Número 114. Nóches lúgubres: rompiendo moldes

Como bien dice por algún lado la contertuliana number one de La Acequia, María Ángeles, nos toca leer uno de esos libros que solo se leen porque entran en el programa de algún examen.

Un libro de esos que, una vez aprobada la asignatura, dejas perdido en la estantería y vas acumulando sobre él depósitos de nuevas lecturas. ¿Y dónde estarán ahora Las noches lúgubres, que recuerdas vagamente como de tapas negras —esta vez muy a propósito la presentación editorial— y precedida por las también imprescindibles para todo estudiante Cartas marruecas? Recuerdas, entonces, que el libro, tu libro, lo incluiste en el lote del amigo invisible en una comida con amantes de viajes.

vista nocturna de la iglesia románica de Pinillos de Esgueva
Pinillos de Esgueva (Burgos)

Convencida de que es inútil revolver más y resistiéndome a la lectura digital recomendada por el profesor Ojeda, ¡ay!, me pongo a buscarlo en las bibliotecas, pero ¡maldición!, en las más a mano está prestado hasta mediados de mayo por lo menos. Se ve que estamos en tiempos de exámenes, haya o no haya evaluación continua con eso de Bolonia. 

Resignada a la lectura en pantalla, decido ir un poco más allá y fisgar en la hemeroteca a ver con qué se encontraron los lectores de finales del XVIII, tratar de sentir qué pudo venírseles a la mente ante el relato que se anunciaba con tan lúgubre título en apretada tipografía sin ilustraciones.

La información que sobre la publicación en la que apareció por primera vez, Correo de Madrid (ó de los ciegos), da la Biblioteca Nacional merece realmente la intrusión en este trozo de siglo XVIII digitalizado.

El Correo de los Ciegos, llamado así porque estaba destinado en principio a la venta callejera, nació durante la explosión de publicaciones durante el reinado de Carlos III, tuvo desde el principio un carácter progresista, casi transgresor. Se describe a sí mismo como «obra periódica en la que se publican rasgos de varia literatura, noticias y los escritos de toda especie que se dirigen al editor». 

Mientras para algunos críticos es una publicación totalmente anodina, para otros es una interesante muestra del periodismo crítico de las estructuras del Antiguo Régimen, al denunciar la injusticia, la desigualdad, la intolerancia... Entre sus colaboradores habituales figuraron importantes ilustrados, Iriarte, Meléndez Valdés, Forner, Manuel María Aguirre, Manuel Casal... La ausencia de firma, la utilización de seudónimos, a veces meras iniciales, eran habituales en esta publicación, lo que no siempre era del agrado de los lectores, como podemos ver en la carta publicada en el número 323, de 30 de diciembre de 1789, justo detrás de la segunda parte de la segunda noche, aunque el contrariado lector no se quejaba del anonimato de Cadalso. La publicación da la sensación de pertenecer a una empresa colectiva, llevada a cabo por un grupo de amigos que compartían un ideal común ilustrado sobre la época y la literatura. Probablemente entre el grupo que hizo posible la publicación no se precisaban otras señas de identidad. 

Cadalso había muerto unos años antes de que esta publicación apareciera, pero su obra está muy presente en ella. Sus célebres Cartas marruecas se publicaron a lo largo de 1789, justo antes que Las noches lúgubres. Estas aparecen sin firma y sin indicio de quién es su autor en ninguno de los cuatro números, ¿era suficiente el tema que trataban para identificarlo? ¿Seguía viva la leyenda de los amores necrófilos de Cadalso una década después? La primera noche apareció completa en el número 319 el 16 de diciembre de 1789, miércoles.

La presentación es humilde, una mera imitación de un tal poeta inglés Young y una cita en latín de Virgilio. Luego la NOCHE PRIMERA como título que da paso al inquietante diálogo entre Tediato y un sepulturero. El escenario pavoroso nos lo presenta el protagonista en el primer parlamento: noche, tormenta, silencio, la cárcel, el llanto, el lecho conyugal...

¿A quién espera este hombre en tan pavorosa noche? Lorenzo, el supulturero, muestra su miseria en toda su crudeza a los ojos de los lectores:
Él es. El rostro pálido, flaco, sucio, barbado y temeroso; el azadón y pico que trae al hombro, el vestido lúgubre, las piernas desnudas, los pies descalzos, que pisan con turbación; todo me indica ser Lorenzo, el sepulturero del templo, aquel bulto, cuyo encuentro horrorizaría a quien le viese.
Estamos en el siglo XVIII y todavía falta para que los decretos napoleónicos obliguen a enterrar a los muertos fuera de las iglesias. Las losas que cubren los suelos de los templos de España encierran numerosos cadáveres pudriéndose poco a poco y volviendo a fundirse con la tierra. El oficio de sepulturero es duro y solo la posibilidad de que las tumbas de los desafortunados devuelvan alguno de sus tesoros parecen compensar la dureza del oficio. 

¿Y qué es lo que mueve a Tediato a arriesgarse en el mundo de los muertos?

Mientras avanzan e intentan mover las losas, se interesa Lorenzo por lo que mueve a ese hombre a actuar de forma tan siniestra. No es la codicia, ni el amor al padre —mucho merece un padre—ni a la madre —mucho debemos a la madre —, tampoco un hermano o un hijo o un amigo...

La crudeza con la que Tediato rechaza las posibilidades familiares, las palabras dirigidas contra los progenitores, obligan a su editor, algunos años después cuando las Noches (1798) aparecieron independientemente, a hacer una llamada al lector para justificar esas palabras que sin duda escandalizarían en su momento más que la propia profanación de las tumbas: 
esta moralidad se debe entender de los malos padres, y del mismo modo las siguientes.
pero nada de ello se avisa en esos párrafos apretados en los que el joven Tediato da rienda suelta a su alma.

El mal olor y los gusanos, que empiezan a abandonar la tumba, hacen caer la losa y con ello se frustra la aventura por aquella noche. El sol asoma por el horizonte, Lorenzo se va, vuelve al mundo de los vivos, y Tediato cierra su aventura con un lamento que nos recuerda demasiado al pretendidamente enterrado barroco. 
Objeto antiguo de mis delicias... ¡Hoy objeto de horror para cuantos te vean! Montón de huesos asquerosos... ¡En otros tiempos conjunto de gracias! ¡Oh tú, ahora imagen de lo que yo seré en breve! Pronto volveré a tu tumba, te llevaré a mi casa, descansarás en un lecho junto al mío; morirá mi cuerpo junto a ti, cadáver adorado, y expirando incendiaré mi domicilio, y tú y yo nos volveremos ceniza en medio de las de la casa.
¿Primer romanticismo, tal como señalan las historias de la literatura, o último barroco?

Nos han acostumbrado demasiado a clasificar todo con etiquetas, demasiadas etiquetas, que anteponemos a la lectura de la obra y su disfrute.

Valdes Leal - Finis Gloriae Mundi


Los lectores de finales del siglo XVIII se quedarían sin duda sorprendidos cuando se empezara a saber que el autor de aquellas truculencias, de aquellos espantos injustificados, no era otro que el cultivado militar José Cadalso, hombre elegante donde los hubiera, que había puesto en solfa la sociedad de su tiempo a través de unas cartas, supuestamente llegadas desde Marruecos, y que habían ido leyendo a lo largo de ese año, 1789. Era verdad que aquel distinguido militar había querido desenterrar a su amada, y él mismo lo confesaba, en un arrepentimiento póstumo. Finis gloria mundi, todo lo puede la muerte, ni el rey ni el papa de la muerte escapan. 


Comentario para el club de lectura La Acequia