En el texto encontramos dos guiños fraseológicos claramente cervantinos. Dos veces utiliza Larra la expresión De claro en claro, y una vez nos recuerda que La del alba sería.
Así se expresa el pajecillo Jaime ante las extravagancias de Enrique de Villena:
—¿Y con quién puede hablar?
—¿Con quién ha de ser? Con el diablo que me lleve; ello es que habla, y que a él nadie le responde, y que se pasa las noches de claro en claro trabajando y afanado sobre esos cacharros que llama crisoles y rodeado de llamas, y que anda un olor tal, que Dios me perdone si se me pasa por la imaginaciónhacer conocimiento con el pomo de esencias de donde la saca...
Si a don Quijote se le secó el cerebro por andar «las noches de claro en claro, y los días de turbio en turbio» —logrado juego de palabras del manchego que ha ayudado a su fijación—, don Enrique lleva camino con sus extraños experimentos nocturnos de ir por el mismo camino. Ambos, don Quijote y Enrique de Villena se nos presentan como seres extravagantes.
La expresión De claro en claro, según Iribarren (1994: 44), estaba ya muy rodada en tiempos de Cervantes, este la modifica añadiéndole una segunda parte para producir un efecto humorístico, Larra la recupera en su forma original. Según Iribarren estaba ya en La Celestina con el sentido de 'atravesar algo de parte a parte', y fue comentada en su Fraseología por Cejador que encuentra su origen en el juego de la sortija, ese juego en el que los caballeros en el palenque trataban de ensartar un aro (sortija) en sus lanzas, yendo hacia los aros al galope. Como vemos, entre caballeros anda y queda el juego.
Enrique de Villena, al igual que don Quijote, se pasaba la noche entera, de claro en claro, de extremo a extremo, metido en su estudio con no poco espanto de los que le rodean. La pobre Elvira también pasa no solo las noches sino también los días pensando en su situación.
Ora pensando en su esposo, ora en su crítica situación, ora en un amor desdichado que en vano había pretendido lanzar de su pecho por todos los medios posibles, pasábase la desgraciada Elvira los días y las noches de claro en claro, sin dar reposo a la lucha de encontrados sentimientos que tenían dividida su deplorable existencia.
Por largas que se hagan las noches, siempre amanece un nuevo día, y así, por famosos y arriesgados que sean los caballeros protagonistas de las aventuras, la realidad de la carne humana se impone:
La hora del alba sería cuando el famoso caballero don Enrique de Villena, cansado de esperar inútilmente a su juglar, a quien había comprometido, como sabe el lector, en el misterioso y nocturno acontecimiento de la víspera, vacilando entre mil ideas confusas, había entregado al descanso sus miembros fatigados.
No solo son las fórmulas fijas las que constantemente nos recuerdan a la obra cervantina. Ya hemos hablado de la importancia de romances en esta obra, que a manera de glosa o anticipo se anteponen a cada capítulo. Son múltiples los trabajos que se han realizado sobre el fondo musical del Quijote con los numerosos romances de que se sirven los personajes. Desde ese introductorio «mis arreos son las armas», aparecen también referencias a los distintos romances que cantan las hazañas de los héroes legendarios: el conde Claros, Gaiferos, el rey Rodrigo, el marqués de Mantua... coincidencias entre personajes, pero no en sus palabras, salvo quizá estas de Valdovinos:
pensando que por mi muerte / con ella había de casare.
Y si la música está presente en la obra cervantina, en la novela de Larra es no solo la suave banda sonora de la película, esa música de laúd que suena débil y lejana, sino también los efectos especiales de la abigarrada ceremonia de armar caballero, en la que los distintos sonidos e instrumentos se van superponiendo:
Era gran gusto oír la desacorde confusión que producían, tocadas a un tiempo, la cítola sonora, la guitarra morisca, de las voces aguda e de los puntos arisca, el corpudo laúd, el rabé gritador, el orabín, el salterio, la adedura albardana, la dulcema e axabeba y el hinchado albogón, la cinfonia, el odrecillo francés y la reciancha mandurria, cuyos ecos distintos se unían al sonsonete de las sonajas de azófar y al estruendo de los atambores y atambales, de las trompas y añafiles; instrumentos todos con que se verían tan apurados nuestros músicos del día para organizar una sola tocata medianamente agradable, si se los trocaran de pronto con los que la civilización música les ha perfeccionado, como se verán nuestros lectores para formar una exacta idea de su figura y armónica melodía sin más datos que esta breve enumeración, por más fidedigna que la constituya la autoridad del trovador arcipreste a quien la robamos.
¿Estaba sugiriendo Larra en esta su última declaración que se servía de textos ajenos? ¿Practicaba con desenvoltura la llamada hoy intertextualidad? En fin, no cojamos el rábano por las hojas y tomémoslo como licencia poética.
Y aquí, amigos seguidores del blog, dejamos a Larra y su doncel, y también las lecturas compartidas del club de lectura La Acequia, sabiamente comandado por el profesor Ojeda, en el que es un placer colaborar.
Bibliografía
- Iribarren, José María (1994): El porqué de los dichos. Pamplona: Gobierno de Navarra. 6.ª ed.