martes, 27 de noviembre de 2018

Número 199. Las olvidadas del 27 (y II)


En la entrada anterior habíamos leído completa la respuesta de la poeta Concha de Marco (1916-1981) a qué representaba para ella la Generación del 27. Respuesta contestataria, sin duda, que podríamos resumir en un «¿y la otra mitad de la generación dónde queda?».
Portada de La Estafeta Literaria dedicada a la Generación del 27 mostrando en portada una escultura abstracta en mármol blanco
Y me lo sigo preguntando tras escudriñar este número homenaje de La Estafeta Literaria en el que tienen un hueco los pintores, pero no las pintoras, los músicos, pero ni rastro de las músicas, las experiencias teatrales de los poetas, pero ni asomo de las dramaturgas, y hasta lo segundones, porque en palabras de uno de los colaboradores:
¿Cómo limitar una época literaria, o de otra especie, a sus figuras fundamentales? Más aún, es imposible percibir lo que representa aquella sin mover el banco, como dicen los del baloncesto, sin salirse del número de las habas contadas, en el que, no pocas veces se origina injusticia (Luis Jiménez Martos, La Estafeta Literaria, 618-619: p. 16).
Este mismo autor es el único que se acuerda de una de estas olvidadas y le dedica unas líneas a Ernestina de Champourcín, que aparece retratada en una galería en la que encontramos a Romero Murube, Pérez Clotet, Domenchina, Rejano y Garfias:
Ernestina de Champourcín, tan poco citada, es casi la única mujer representativa de esta época, con su primer libro, El silencio, en 1926, y otros posteriores Presencia a oscuras (1952), el último de ellos. El sentimiento religioso predomina en su obra a partir de este último, Lo que no es una singularidad entre los poetas del 27 (Luis Jiménez Martos, La Estafeta Literaria, 618-619: p. 19).

Antes de pasar a mostrar otras opiniones, algunas más de mujeres, que se muestran en ese número de La Estafeta, vamos a detenernos en una foto de 1954, reproducida en el mismo número (p. 6) y que a pesar de los años transcurridos dice mucho sobre la ausencia de mujeres de casi todo.

Foto de grupo sobre fondo de paseo con árboles. Sus integrantes en el texto  árbole
Por lo que dice el pie de la foto se trata de una foto tomada a raíz de una de las reuniones en el Café Gijón en torno a la figura de Gerardo Diego, pero detengámonos en el pie de foto con el que nos ilustra La Estafeta
En torno a Gerardo Diego, contertulio mayor del Café Gijón, se reúnen, en una tarde de noviembre de 1954, el pintor Molina Sánchez, el poeta Antonio Oliver Belmás —también de la generación del 27—y los poetas Jesús Acacio, Íñigo Aranzadi, Ramón de Garciasol, Manuel Álvarez Ortega, Mohamad Sabbag, Luis López y Anglada, Jacinto López Gorgé y Leopoldo de Luis. Las figuras femeninas de la fotografía son la esposa de Molina Sánchez, Marisa de Arenaza y la poetisa Pura Vázquez. 
Está claro que las figuras femeninas, tal como se las denomina en el pie de foto, no solo son minoría sino que ocupan un papel secundario, y probablemente no solo en la foto. Alguna, incluso, aparece como mujer de, y no por derecho propio pues se nos oculta el nombre de pila. No he podido saber quién fue Marisa de Arenaza, pero sí que Pura Vázquez fue una mujer importante para nuestras letras.  

Versos del 27, a menudo compartidos con las novias: «de esa estirpe de versos memorables que uno,un día, compartió con su novia...», dice Antonio Pereira, pero mucho más explícito es Félix Grande: 


La amistad también, en forma de Ramón Barce y Elena Andrés (enormes lectores de Cernuda), me trajo una lectura cabal de La realidad y el deseo. Yo acababa de enamorarme de Francisca Aguirre y muchas páginas de Cernuda fueron durante años una de las más espléndidas pruebas de la obstinación del amor, en donde mi novia y yo reconocíamos la sagrada índole de nuestros cuerpos y adivinábamos lo terrorífico que debía ser el exilio en soledad. Con otras palabras: Cernuda ha sido uno de los seres a quienes Paca y yo debemos en parte nuestra defensa de la dicha que es la compañía y la maravilla que es la lujuria. 
Su entonces novia, Francisca Aguirre, es la reciente Premio Nacional de las Letras, que también nos deja sus impresiones sobre esta generación poética:
Cuatro son mis grandes amores dentro de la generación del 27. Cuatro, como las cuatro esquinas de cuando éramos niños. Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro poetas guardan mi alma. El primero Federico García Lorca [...]. El segundo Luis Cernuda porque La realidad y el deseo ha sido el más aéreo puente, el puente más subterráneo, el cordón más austero y dolorido por el que hemos podido ir del amor al amor, del cuerpo al cuerpo, y de todo ello a las palabras. El tercero Guillén [...]. Y el cuarto Dámaso [...]. 
Firmas más o menos conocidas dejan su opinión sobre este puñado de hombres y su influencia en la literatura, entre ellas son algunas mujeres notables las que se expresan: Pureza Canelo, Carmen Bravo-Villasante, María de Gracia Ifach, Carmen Conde (1907-1996), que se muestra tímida y respetuosa en sus manifestaciones respecto a la Generación, aunque por edad y circunstancias bien pudo pertenecer: «Cuando yo nací a la poesía publicada, la generación del 27 contaba ya dos años de edad. La formaban poetas jóvenes y menos jóvenes, viniendo todos del tronco de J. R. J.». Efectivamente, en 1929 publicó Brocal, libro poético en prosa, aunque ya se había dado a conocer como poeta antes.

He dejado para el final a Ernestina de Champourcín, otra de las encuestadas, porque ella sí parece sentirse incluida en esa reverenciada generación, y así lo manifiesta, aunque sea tímidamente y sin insistir mucho.
Para los que éramos jóvenes en aquel año la Generación del 27 se nos presenta ahora con resonancias mágicas. Su importancia fue enorme sobre todo entre los que dábamos nuestros primeros pasos en el mundo de la poesía. La irrupción de aquellos libros iniciales: Marinero en tierra de Alberti, el Romancero Gitano de Lorca, Cántico de Jorge Guillén, Manual de espumas de Gerardo Diego, Presagios de Salinas, Perfil del aire de Cernuda, etc., insufló a nuestras obras un aire nuevo, una luz radiante y más honda. Incluso los que no somos considerados, por distintos motivos, como pertenecientes a esa generación nos sentimos inmersos en ella y la consideramos nuestra. Una especie de huracán de poesía distinta y de matices muy varios arrasó mucho de lo anterior. Fue una ola de libertad y cada voz, a través de ella, se sintió diferente, más segura y sobre todo más viva. 
Está claro. No es preciso incidir más en los distintos motivos. El tiempo ha terminado por poner a estas mujeres en su lugar. Serán Las Sinsombrero, pero sobre todo son las olvidadas de la Generación del 27 a las que es preciso poner en el lugar que les pertenece.

domingo, 11 de noviembre de 2018

Número 198. Las olvidadas del 27 (I)

En 1977 la Estafeta Literaria dedicó un número monográfico a la Generación del 27. Volverse a encontrar este ejemplar entre los papeles perdidos es un auténtico lujo. Al primer vistazo, ellas, como era de esperar, no estaban. Ellas, las olvidadas del 27, de ahí el título de este post o serie de ellos, ellas, a las que ahora los buenvoluntariosos denominan las Sinsombrero;  pero volvamos a 1977 y extraigamos de aquellas páginas alguna perla que no podemos dejar pasar por alto.

Empecemos por la opinión de Concha de Marco, poeta casi desconocida, de la que ahora se publican sus memorias.

A la pregunta realizada por el editor a una serie de personalidades de la literatura de 
 ¿Qué importancia y qué vigencia tiene para usted la Generación poética del 27?,
De Marco contesta [el resaltado es mío]:
Y qué le voy a decir a usted sobre la importancia de la generación del 27 que ya no se haya dicho, qué le voy a opinar sobre esta inopinable categoría. Que sí, que yo tenía once años cuando se fraguó aquello y luego por la guerra o algo así yo no sabía nada más que estudiar biología y otras cosas inútiles. Poco después me compré la antología de Gerardo Diego donde están todos, incluidos los anteriores, porque yo respeto mucho a todos estos señores, también a las señoras, aunque estas nunca han tenido derecho a generación que valga ni el cohete de una feria que se quema allá arriba. Permítame, señor, permítame, que ya estaba Ernestina de Champourcín, con un libro muy majo en preciosa edición y también Carmen Conde con Brocal y Alfonsa de la Torre, aunque aún no funcionaba, que yo sepa, pero yo sé que la generación es siempre cosa seria y cosa de hombres, para qué nos vamos a engañar. Y mis muchos respetos para estos señores que ni apellido hace falta para nombrarles: Dámaso, Gerardo, Vicente, Federico, Jorge, Rafael, aunque también Miguel, pero este es Hernández y Cernuda, Salinas Altolaguirre, Domenchina. Que sí, que importantísima generación y al parecer la única del siglo por cuanto estamos en el 77 y siguen que la matan todos los libros, todas las revistas, todos los periódicos, los folletos, las conferencias de las fundaciones millonarias, las tesis doctorales y demás organismos de comunicación y propaganda. Que yo respeto mucho a todos ellos, pero aquí en confianza lo que recito de memoria y a escondidas cuando no me ve nadie es a Antonio Machado, a Juan Ramón Jiménez y a Quevedo, es que una está muy anticuada. Luego no sé más que decirle, que aquí estamos bajando por la cuesta de final de siglo y no se clarifican las cosas. Cincuenta años siempre con los mismos y dale que te pego todos los eruditos, igual americanos, ingleses y aborígenes, estos con el palo tieso en la lista negra de la ignorancia. Tú, máscara de a pie en el carnaval de los grandes y a callar, que por si fuera poco eres mujer y nada homosexual, que siempre sería un mérito. 

Aunque debo decir que recuerdo de memoria al capitán de los vientos y de las golondrinas, al hijo de la ira de Madrid es un millón de cadáveres, a aquel que vino desde el cántabro mar que mi niñez limita y aunque no lo parezca al de se querían de día, se querían de noche. Cosas que se le ocurren a esta última esquina nocturna de una aldea abandonada, ceniza de paja, luciérnaga enferma y sin luz entre el barro del otoño, pájaro sin canto ni plumas en el hueco de la nieve o algo así, con perdón de los presentes y ausentes, o algo así, para qué le voy a decir más. Que son muy buenos todos y muy ilustres y por demás importantes por los siglos de los siglos, que bien merecen tanta gloria y alabanza, unos por estar vivos y otros porque están muertos. Y yo no sé si estoy viva o muerta, que solo sé que el jilguerillo parece quererme un poco, aunque cualquiera sabe, en estos tiempos una no puede estar segura ni del jersey que lleva puesto, con perdón, de un color caldero que para qué le voy a usted a decir lo viejo que es. Que después de tan ilustre generación, qué va una a hacer con tantas cosas de por medio, la guerra, el trabajo de la casa, la compra y la comida, el tener todo en orden para que el marido, el incomparable marido (único privilegio de mi vida) tenga todo en orden y a punto, los azulejos y el cuarto de baño, que ahora que él se ha ido, por lo menos habrá que limpiar una vez al mes, digo yo.

Como ya le he dicho que yo no tengo, primero por ser mujer y luego por otras razones más particulares, derecho a generación, tengo mucha envidia y bastante respeto por los que la tienen y desde aquí les envío a todos una sentimental corona de laurel para la eternidad, aunque yo me guarde algunas hojas para ponerlas en un herbario que el día que me muera alguien misericordioso que ni siquiera se habrá de molestar en cerrarme los ojos tirará a la basura.

Y que si de alguien me olvido o pongo de más es sin intención, porque la verdad es que yo entiendo muy poco de nada y menos de poesía, nada digo de generaciones que ni sé cuánto duran. Yo le agradezco mucho que me pida usted opinión, ello indica muy buena intención y generosidad por su parte, y yo cumplo como puedo, ya que no sé escribir más que a zarpazos en esta máquina que me viene grande y que ni de acentos sabe. Espero que no me pasará nada por ello. En fin, no digo más, porque cuanto más hablo lo pongo peor. Ruego a usted que me ponga hecha cachitos a los pies de esa señora, la generación del 27.

Y le envío un saludo esta que lo es, pero no está del todo segura de que lo sea, con toda la humildad de quien no tiene ni una mala generación en que caerse muerta.
Concha de Marco
(Estafeta Literaria, núm. 618-619, 15 de agosto 1 de septiembre de 1977)

En favor de los editores de la revista, hay que decir que tuvieron el acierto de entresacar de esta irónica y amarga carta, poniéndola como entradilla, la siguiente afirmación:
GENERACIÓN ES SIEMPRE COSA SERIA Y COSA DE HOMBRES, PARA QUÉ NOS VAMOS A ENGAÑAR

jueves, 8 de noviembre de 2018

Número 197. Un poema de Gerardo Diego


Toca hacer limpieza en el cuarto del fondo, ese cuarto donde has ido acumulando capas y capas de apuntes, revistas, libros... y ponerse a hojear algunos ejemplares que no te acordabas haberlos guardado, ¡por algo sería!, un poema que habla de la primavera, y que sin embargo, a mí se me antoja tremendamente otoñal:


Marzo marcea, Abril se abre.
Mayo delira, El Corpus sangra.
Árboles de primavera.
Árboles del soto.
Árboles del bosque.
Árboles de la vida.
Árboles, árboles, árboles.
Daos prisa, yemas, hojas,
savias, resinas, impaciencias,
capullos mínimos, flores, fragancias,
sombra movibles, toldos indecisos,
nubes errantes, lluvias de la sierra,
aguas felices, arroyos, albercas rizadas,
cotas de malla, agujas,
acequias y barandas y deslices y escuchos.
¿Cómo fue el milagro, muñones, codos, varas quebradizas?