lunes, 4 de diciembre de 2023

292. Gumiel de Mercado (y II)


PIntada en una pared donde puede leerse Gumiel de Mercado y debajo un grafitti borrado a brochazostachadoo aerMe

La heráldica

Vuelvo a Gumiel de Mercado para proseguir, de la mano de Paulino, el recorrido por su historia. Una historia que se apoya en los numerosos escudos que todavía adornan las fachadas de sus casas, desde los más sencillos, correspondientes a los más antiguos linajes, hasta los más barrocos, que añaden en soportes y cimeras toda clase de ornamentos. 

No me voy a detener en la heráldica, que no es lo mio, y solo dejaré constancia gráfica de algunos de estos escudos que pueden encontrarse en las principales calles de esta villa.

Numerosas fueron las familias que dejaron su impronta en el pueblo, pero quizá haya que destacar la de los Salinas, con casa en la plaza mayor, cuyas numerosas dependencias ocupaban toda una manzana.

El linaje de los Salinas se extinguió en el siglo XIX. Todo empezó el 20 de diciembre, cuando el alcalde, perteneciente a esta familia, firmó  junto al alcalde de Aranda y a Aviraneta, que era regidor, un escrito pidiendo a las Cortes que enviaran un pequeño ejército de cincuenta hombres a caballo y otros cincuenta a pie, a fin de defender la Constitución, frente a las fuerzas más reaccionarias de la comarca. Al regreso del absolutismo fueron incautados todos sus bienes.

La mayoría de las familias que destacaron en Gumiel de Mercado tuvieron relación con los marqueses de Denia, más tarde duques de Lerma, que alcanzaron su máximo poder con Francisco de Sandoval y Rojas, constructor del palacio de la Ventosilla como finca de recreo, sita en el término municipal de Gumiel de Mercado, aguas abajo del Gromejón.

Francisco de Sandoval, I duque de Lerma, fue valido del rey Felipe III.  Tuvo un poder excepcional, y entre sus «hazañas» se recuerda la de llevar a cabo, valiéndose de su posición, una de las más sonadas especulaciones inmobiliarias en la ciudad de Madrid, al trasladar a ella la capital del reino. El pueblo, siempre atento, no dudó en sacarle aquella coplilla: 

Para no morir ahorcado,
el mayor ladrón de España 
se vistió de colorado,

que bien merece ser recordada aquí.

 



La plaza mayor

Arco de Carramonzón, que da entrada a la villa

Por una calle que arranca del arco de Carramonzón, al lado de carretera que va a Sotillo, llegamos a la plaza mayor. Esta puerta, que data del siglo XVI, conserva aún el hueco para el rastrillo en su parte superior. Cuentan las malas lenguas que si la carretera se trazó a su vera, fue porque allí vivía una tal doña Fidela, mujer influyente sin lugar a dudas, si es que consiguió desviar el trazado de la carretera.

Remate del ayuntamiento


La plaza mayor es un espacioso rectángulo, ornamentado actualmente por un jardín central. En el 
lado norte se halla el ayuntamiento, sólido edificio con porche en el bajo y balcones en el primer piso. Se corona con escudo, frontón y cruz. Página de licencia de La pícara JustinaEn esa plaza se celebró siempre el mercado. Al lado del ayuntamiento, una casa, perteneciente al Consistorio servía de posada, y la basura que dejaban las caballerías en las cuadras del piso bajo proporcionaban buenos ingresos al Ayuntamiento, que la vendía para abono.

Conviene recordar que el privilegio real acompañaba al monarca en sus desplazamientos, y así podemos ver cómo algunos documentos fueron firmados por el monarca estando en La Ventosilla, y el nombre de Gumiel de Mercado figura en ellos. Así, a manera de ejemplo, reproducimos la licencia de publicación de La pícara Justina, otorgada en Gumiel de Mercado el 22 de agosto de 1604.

El Gumiel más popular

Más allá de las casas blasonadas y los recuerdos de los señores, el caserío de Gumiel de Mercado no deja de presentar aspectos interesantes que nos hablan de ese modo de vivir de antaño. Las casas tradicionales, con la cuadra en el piso bajo y la vivienda en la primera planta, dejando el desván con frecuencia para guardar el grano, han sido sustituidas hoy por casas renovadas y más acondicionadas al modo de vivir de estos tiempos. 

Casa con guirnaldas modernistas alrededor de los balcones

No faltan en algunas fachadas detalles modernistas que dan a algunos edificios un aire distinto, elegante. La arquitectura popular también sabe buscar su punto de distinción. 

Hacía la mitad de la calle Real hay un pequeño ensanche, que marca el punto de separación de las dos parroquias, la de San Pedro y la de Santa María:

Aquí termina San Pedro
y empieza Santa María,
con la taberna del Cierva
y una gran zapatería.

Más allá de las coplillas populares, allí se produce el encuentro el Día de la Pascua entre el Resucitado, que sale de Santa María, y la Dolorosa, que llega desde San Pedro. 

Casa entre dos calles en forma de proa de barco; la fachada es de color granate.
Al final de la calle Real hay un arco, que podríamos calificar virtual, que rememora la en otro tiempo principal puerta de la cerca de Gumiel de Mercado. Por allí se iba a Valladolid, a Madrid, a la corte, al mundo... Este arco de hierro, ahora casi imperceptible, se decoró con guirnaldas para un homenaje a una persona querida en el pueblo, que se fue pronto.


Allí, al otro lado de la cerca y del arroyo encontramos la vieja fuente, el lavadero, el pilón... Lugar, sin duda, de expansión para las mujeres del pueblo y para aquellos jóvenes que iban a por agua a la fuente o a dar agua a los machos, al volver del campo.

No todo era tan bonito en aquel punto, a finales del siglo XIX la población de Gumiel de Mercado sufrió de fiebres tifoideas debido al mal estado de las aguas. El doctor Justo Revuelta supo documentarla y ganar con ello el premio de la Real Academia de Medicina.

Lavadero y abrevadero



Pasaremos por delante de Santa María, ya volveremos, y nos detendremos en la plaza de la Cruz, donde se celebraba los jueves un mercado de cerámica, que surtía de cacharros a buena parte de la comarca.

 

Plaza de la Cruz. En ella hay una pequeña cruz de hierro.


La iglesia de Santa María

De esta interesante iglesia destacaremos tres elementos: la torre, la imagen de la Virgen y un capitel semiescondido con una curiosa escena.

La esbelta torre es muy posterior al cuerpo de la iglesia. Fue construida alrededor de 1600, en la época del Duque de Lerma. En la parte de atrás, adosado a ella, encontramos el husillo y puede que en su parte superior contara con un conjuradero.

Torre de Santa María


La magnífica imagen de Santa María la Mayor data del siglo XV. Es de bulto redondo y está tallada completamente, incluso el sitial donde está sentada. Sostiene al Niño en sus brazos, trazando una curiosa diagonal. Su vestuario es rico y cuenta con numerosos detalles, incluidos unos elegantes chapines, calzado de uso habitual en la nobleza de la época.

Por detrás de la imagen, el acceso a la sacristía es un transparente, que debería haber proporcionado luz en distintas tonalidades a la imagen, pero el camarín fue cerrado en algún momento de la historia, y la iluminación se hizo artificial.

Actualmente la Virgen ya no sale en la procesión, pues a medidos del siglo XX se realizó una réplica popular más liviana, a la que en la actualidad bailan los gomellanos el día de su fiesta.

Imagen de Santa María la Mayor


Finalmente, en la parte posterior de la iglesia encontramos uno de esos elementos curiosos que solo salen a la luz cuando te haces acompañar por un guía local. Se trata de un capitel en el que se puede ver cómo un zorro le predica a las gallinas. 

Capitel del zorro y las gallinas


A Gumiel de Mercado habrá que volver a seguir descubriendo nuevos rincones.

14 de octubre de 2023

lunes, 25 de septiembre de 2023

Núm. 291. Gumiel de Mercado (I)

Por Gumiel de Mercado he pasado muchas veces: por su carretera, yendo o volviendo de Sotillo y esos pueblos; o por la otra, camino de la Ventosilla. He atravesado varias veces sus dos arcos, he callejeado, he sacado fotos, comido en su restaurante, asistido a algún espectáculo. Incluso, en mi juventud, eché algún baile en su plaza y hasta subí a gatas de alguna de sus bodegas, porque ya se sabe que vino bueno, o vino malo, dámelo de Gumiel de Mercado. A pesar de todas esas visitas, ahora tocaba una vista guiada por este pueblo, de la mano de quien mejor lo puede explicar, un voluntario riberizador

Construcción de entrada a la bodega hecha con sillares de piedra,  st

Con Paulino recorreremos su historia y subiremos a lo más alto..., porque lo de bajar a lo más hondo, esta vez parece que no está en el programa. 

Entre los valles del Esgueva al norte y del Duero al Sur, en la vega del Gromejón, que marca la frontera con La Aguilera, se sitúa el pueblo. Su nombre tiene un origen impreciso, pero sin duda Mercado debió ser su señor en tiempos pretéritos.

Vista de la iglesia de San Pedro desde el Castillo. Al fondo la cuesta de Morostes

Ante un plano con algunos errores perdonables, conocemos cómo se formó el pueblo alrededor del cerro donde sin duda hubo una fortaleza, un castillo, y del que, como pasa en otros lugares, solo resta el nombre.

A finales del siglo XIX, el médico Justo Revuelta, dio la mejor definición y descripción que se puede dar de este pueblo:

El Castillo es como el corazón del pueblo,
al que surte del caldo superior,
que en enorme cantidad guarda en su seno.

 

Vista de la iglesia de Santa María desde el Castillo

Ese cerro cobija aún hoy numerosas bodegas, cuyo estudio integral ha sido realizado por el arquitecto Alfredo Sanz Sanza. Gracias a este estudio, podemos saber cuál era la más larga, cuál atravesaba todo el cerro, qué cercera tiene más profundidad... Sí, cerceras, porque a los respiraderos de las bodegas se los denomina cerceras en Gumiel de Mercado, palabra próxima a esa otra, cierzo, que nombra el viento del norte. Las bodegas y cerceras se orientan, salvo alguna excepción, siempre al norte, porque se ventilan mucho mejor. 

A la bodega subían nuestros mayores varias veces al día, a veces simplemente a charlar o a echar un trago, porque como dice el refrán, a misa no voy porque estoy cojo, pero a la bodega poquito a poco. Y poquito a poco iremos subiendo el cerro hasta lo más alto.

Hemos llegado un poco tarde a la visita, y no podemos apreciar el hermoso tímpano que tenía la más antigua; el pasado invierno se hundió y hoy nos tenemos que conformar con una fotografía, fotografía que, como recuerda Paulino, ha sido reproducida en multitud de publicaciones. Pronto nos encontramos ante la puerta de la segunda bodega más larga, un total de 106 metros de galerías excavadas, con una galería principal de 64 metros que atraviesa todo el cerro. La cercera, con 22 metros de profundidad, se asoma en la cima. 

Vista desde la cima: cercera y torre de la iglesia

Desde cualquiera de los distintos miradores del Castillo, la vista merece la pena. Se puede apreciar perfectamente la arquitectura de la iglesia de San Pedro, recostada en el propio cerro y los otros cerros que «protegen» el caserío: el Viso, con su cruz vigilante en lo alto, que se prolonga en el páramo que allí dominan los Llanos; y la cuesta de Moros, que a su vez conectará casi inmediatamente por el llano de Valdeherreros para llegar hasta los páramos del Esgueva.

Desde el cerro de las bodegas también se aprecia la arquitectura gótica de la segunda iglesia, la de Santa María, que como la de San Pedro mira excepcionalmente al norte, y es que se construyó justo en el límite de la cerca, por lo que, de haber hecho la puerta en el sur, hubiera sido como abrir «la puerta por el corral». 

Seguimos subiendo hasta la cima, y allá en lo alto repasamos la vida y milagros de alguno de los señores de Gumiel, todos ellos señores guerreros que defendieron aquellas tierras luchando más contra otros cristianos, los vecinos de los pueblos, que contra los moros. Las luchas por las aguas del Gromejón se sucedieron durante siglos con La Aguilera, hasta que la Cancillería decidió aquello que podría haber ahorrado mucha sangre: que disfrutaran esa agua ambos pueblos en días alternos. Los moros hacía tiempo que quedaron al otro lado del Duero o se integraron pacíficamente con la población aportando sus oficios y sabidurías para la mejor convivencia. 

escudo señorial
Suenan nombres como los Haro, doña Violante, la hija de Alfonso X, que llevaba el mismo nombre que la madre, los poderosos Sandoval y Rojas... Uno de ellos, el duque de Lerma, mandó construir el palacio de la Ventosilla, en el término de Gumiel de Mercado, para recreo de su rey, Felipe III. 

Durante siglos los señores de Gumiel de Mercado alojaron en su paso por estas tierras señores y reyes. De alguna de estas estancias dejan testimonio las crónicas asegurando que los nobles encontraron en la villa descanso de las fatigas del viaje y regocijo. No nos cabe duda de que el vino bueno de Gumiel dio cumplida cuenta a su fama y que quizás de ese paso vino algún gomellanito más al mundo, que los nobles y sus huestes no iban a conformarse con el vinillo.

La Ventosilla ha pasado a lo largo de su historia por muchos dueños y numerosas vicisitudes. A finales del siglo XIX se instaló en ella una granja modelo, que sería premiada por el rey Alfonso XIII y cuyo tratamiento de la leche fue pionera en muchos aspectos. A partir de los años 80 del siglo pasado, la Ventosilla cambió una vez más de dueño, que dirigió su explotación hacia las viñas, pasando la producción de leche a un puesto secundario.

Gumiel de Mercado cuenta con muchos viñedos y numerosas bodegas antiguas, pero no tantas en la actualidad acogidas a la denominación de origen. En su día contó también con la correspondiente bodega cooperativa, que se puso bajo la protección, como era costumbre, de la patrona del pueblo, Santa María la Mayor. 

Antigua bodega cooperativa

Bajamos del cerro por el intrincado barrio de bodegas y lagares, estos últimos remodelados en almacenes la mayor parte de ellos. Recordamos a judíos y moriscos, que dieron nombre allí a la azada: morisca. En el camino nos paramos ante la bodega de los Salinas, la más larga, con 130 metros, que se adentra en el cerro. Los Salinas fueron dueños de las mejores tierras, la mejor bodega, el mejor lagar, la mejor capilla...

Vamos hacia la iglesia, final de la primera parte de la visita, pero antes nos detendremos, justo detrás, en el solar donde hasta hace relativamente poco tiempo estuvo el lagar perteneciente a los tercios, esa parte del diezmo que se repartía entre nobleza y clero. 

En ese punto recordaremos también la evolución de la población en Gumiel de Mercado, de contar con 304 vecinos, en los que estaba incluida la población de la entonces aldea de Sotillo, en tiempos de Felipe II. De los 304 vecinos, unos 1200 habitantes, solo 283 eran pecheros, pues había 8 curas y 3 hidalgos. 

En el siglo XX, Gumiel de Mercado, como todas las poblaciones circundantes, sufrió una gran emigración a las ciudades, pasando de tener 1600 habitantes en los años 60, a tan solo 700 en los 80, para proseguir su declive hasta estabilizarse en los 400 escasos de la actualidad.


Solar entre el caserío y la iglesia


Las iglesia merece una visita detallada, empezando por su exterior para admirar su torre, culminada por almenas que le dan un aspecto defensivo, aunque lo más probable es que solo respondiera a una moda. Vista desde abajo, impone.

Torre de San Pedro vista desde abajo.


Tres escalones sobre el antiguo cementerio, hoy tapizado por un suelo de cantos pulidos, dan paso a la iglesia. La portada es renacentista, y en sus flancos dos hornacinas parecen decirnos que se olvidaron de colocar allí algunos santos. 

Portada de la iglesia de Gumiel de Mercado


De dos naves y dos grandes capillas, contra el cerro del Castillo. En toda la iglesia pueden apreciarse distintos escudos que hacen referencia a distintas familias nobles.   El altar mayor, barroco, lo hizo Martín Martínez, arquitecto y escultor de El Burgo de Osma. Está presidido por San Pedro en Cátedra, al que acompaña un Cristo y cuatro imágenes más de bulto redondo, que representan a Santo Tomás Apóstol, San Miguel Arcángel, Santa Águeda y Santa Bárbara. En la predela dos bajorrelieves con la Adoración de los Pastores y la Adoración de los Reyes.

Adoración de los Reyes


A un lado puede verse una de las pocas esculturas yacentes góticas de la Ribera. Durante mucho tiempo se creyó que correspondía a Juan Sánchez, el promotor de la iglesia, pero extrañaba que siendo un mero presbítero ocupara un lugar en el altar mayor. Estudios recientes han descubierto que pertenece al noble Rui, arcediano de Soria.

La sepultura de Juan Sánchez está en una de las capillas laterales. Según sus deseos, declarados en su testamento, se delineó sobre ella su figura.

Antes de abandonar la iglesia tendremos que admirar el Cristo del siglo XIV de gran belleza,  y la pila bautismal románica, que guarda detrás algunos relieves humanos, que solo pueden apreciarse en imagen especular. Misterios de las iglesias.

 


Cristo del siglo XIII


Septiembre de 2023

miércoles, 23 de agosto de 2023

Núm. 290. Fuentenebro

Creo que mi primer paseo por Fuentenebro fue virtual a través de un foro que mantenían sus gentes en Internet allá en los primeros años del siglo XXI. Conocí a través de él algunas peculiaridades, incluida la locura de la vaca del tio Antolín, que quedó como dicho proverbial en la población.

A través de ese foro supe también que en Semana Santa cantaban allí los Catorce romances de Lope de Vega, verdadero monumento vivo no sustentado en piedra, sino en la pura memoria y tradición de los fuentenebrinos. Y allá fui con mi grabadora para captar esos sonidos. 

Mi tercer encuentro con Fuentenebro fue sin lugar a dudas a través de los chicos de su escuela, en el encuentro de final de curso en la sede del C. R. A. Valle del Riaza, en Milagros. Los chavales supieron explicarme sin pestañear lo de la vaca del tio Antolín, con lo que quedó claro que el dicho se conocía en el lugar.

Hoy, al acercarnos a Fuentenebro, lo primero que vemos es el edificio de las antiguas escuelas convertido en la sede de la asociación El Alforjillas, porque los niños se desplazan a diario a Milagros para asistir a la escuela. Ángel Herranz, El Alforjillas, se hizo a sí mismo como personaje, poco a poco, partiendo de la improvisación para amenizar las cenas que ofrecía junto a su mujer en el restaurante El Rincón del Pasado. Colaborador y animador de muchos actos al sur de la provincia, murió prematuramente a los 46 años. Luego más, pero ahora...

Vista del parque desde la plaza de los Tercios, a la derecha las bodegas

 

Juan Manuel, el riberizador, nos ha citado a la entrada del pueblo, «en la plaza enfrente del parque infantil», me dice, pero pronto nos enteramos de que esa plaza se llama de los Tercios, que nada tienen que ver con los de Flandes, sino con el tercio que del diezmo se llevaba la Corona para sufragar sus gastos antes de que los sistemas tributarios modernos se fueran imponiendo.

El pueblo no estuvo en origen donde hoy se encuentra, sino al otro lado del arroyo, y de la razón por la que se trasladó, ni tan siquiera quedan noticias; la fuente, situada en los límites del supuesto pueblo viejo y el nuevo, sería un testimonio mudo de aquel lugar.

También nos habla Juan Manuel del humilladero que los del lugar llaman la Cruz de Canto, donación de un familia influyente del siglo XVII, cuyos descendientes se fueron disolviendo en la historia.

Puerta vieja de bodega

Tras ese trozo de historia, subimos la cuesta hasta el Museo del Vino. Fue creado por El Alforjillas y ahora lo conserva su mujer, Begoña. Bajamos despacio, agarrándonos a la soga dispuesta como barandilla, por unas muy cuidadas escaleras. El museo lo conforman varias salas, antiguas bodegas, y pasadizos laberínticamente unidos, pero sin ninguna pérdida. En numerosas vitrinas se exponen diversos objetos relacionados con la vendimia y el lagareo, también buenas colecciones de botellas con vinos de distintas procedencias.

Se está bien allí, dan ganas de quedarse, arriba aprieta el sol, pese a estar declinando la tarde...

Alguien dijo que Fuentenebro lo habían hecho de noche, por lo intricado de sus calles, sus subidas, sus bajadas, sus calles estrechas, otras más anchas... El que casi todas las casas cuenten con su bodega inclina a pensar que el segundo poblado, el que conocemos ahora, se construyó sobre el antiguo barrio de bodegas. ¿Cuándo fue eso? No lo sabemos.Torre de la iglesia vista desde el lado oeste

Quizá nos dé pistas sobre ello la iglesia, a la que nos dirigimos para admirar primero su exterior y más tarde su interior. Su torre, de varios cuerpos, como es habitual en la Ribera, data de la época de los Reyes Católicos, época próspera, en la que corrió el dinero... Quizá fuera esa la razón por la que los fuentenebrinos decidieron hacer un nuevo pueblo y una sólida iglesia. 

La torre contaba con un husillo gótico, que en un principio estaba en el exterior de la iglesia, pero en la primera ampliación ese husillo quedó dentro de la iglesia, de ahí que la nave principal sea bastante ancha. Posteriores ampliaciones se fueron produciendo en el templo, por la parte del presbiterio, donde se hacían enterrar los ricos, y en los laterales, sin duda, para dar cobijo a una población próspera que no continuaba de crecer. La última ampliación, la de la nave de la epístola, se realizó tras la guerra de la Independencia, con recursos ya más precarios.

Entrada al husillo, arco de medio punto, donde se ve el arranque de la escalerat

La puerta norte es sencilla, pero muy bien hecha, sin duda obra de un buen maestro cantero, tal como dicen los expertos, y en la torre, mirando a los campos, posiblemente se ubicara en otro momento un conjuradero, desde el que se conjuraban las tormentas que tanto daño hacían en las cosechas. 

En este punto, Juan Manuel hace un inciso para contarnos la anécdota de los mozos de aquel pueblo, de cuyo nombre no quiere acordarse, que como no llovía, enfadados con sus santos, fueron a la iglesia, cogieron la imagen de san Bernabé y dieron con ella en el pilón. En castigo, esa misma tarde se desató una tormenta con pedrisco que arruinó buena parte de la cosecha. Para más inri, los mozos tuvieron poco cuidado con la imagen del santo y le partieron el brazo en el trasiego. No nos extraña que Juan Manuel no quiera acordarse del nombre del pueblo, aunque no faltan las anécdotas parecidas en estos contornos.

En la calle Real que se conduce a la iglesia se conservan dos edificios, ahora en estado ruinoso, que eran las cillas donde se depositaban los diezmos de uva y grano. En el dintel de una de las casas cerca de la iglesia pervive el escudo del papado -dos llaves cruzadas-; sin duda, la casa, o al menos la puerta, pertenecieron a la iglesia, aunque más tarde se nos dirá que la casa del curato estaba en otro lugar del pueblo.

cara labrada en piedra

Cara labrada en piedra en el dintel de la puerta

 

En otra casa también, muy cerca de la iglesia, puede verse un bocazas, y a estos bocazas, les dedica Martín Criado un artículo en la Revista de Folklore. Fotografié a este bocazas otra de las veces que estuve en Fuentenebro, y veo, sin asombro, que por él no pasa el tiempo.

La fachada sur de la iglesia nos regala una portada renacentista, que con toda seguridad fue traída de otro lugar y ajustada a su nueva educación. Sus motivos son totalmente profanos, pero no deja de tener su interés.

Fachada sur renacentista

La iglesia está dedicada a San Lorenzo, y se cuenta la historia de que durante la Guerra de la Independencia el cura de Fuentenebro pidió al de Aldehorno un cáliz precioso para celebrar con toda solemnidad la festividad del santo, pero en esto llegaron los franceses y el cáliz desapareció. «Con la capa de los gitanos se tapan los payos», me dijeron en Fuentenebro en uno de mis trabajos de campo, y esto parece ser que fue lo que pasó con aquel precioso cáliz, que nadie sabe a dónde fue a parar. 

Llegamos casi al final del pueblo, a lo lejos se ve la ermita del Carmen, delante se adivina una cruz, que pudo ejercer de rollo jurisdiccional cuando Fuentenebro compró su villazgo en el siglo XVIII. En aquella época, contaba con 800 habitantes y solo cinco pueblos de la Ribera, incluidos Aranda y Roa, lo superaban en población. 

Pero sin duda, lo más interesante de aquel punto y de la reciente historia de Fuentenebro sea su riqueza minera, cuarzo, feldespato y mica, que fueron explotados durante todo el siglo XX. Las ruinas del molino de cuarzo se pueden ver a nuestra espalda, entró dinero en el pueblo, vino gente, pero también entró la silicosis. Hoy sobre esa tierra rica en mica, se desarrollan nuevos viñedos que aprovechan las propiedades del subsuelo.

Antiguas instalaciones del molino de cuarzo

 

Dos personajes de los muchos que tuvo Fuentenebro toman protagonismo al llegar a la plaza del pueblo, «una plaza pequeña, pero con muchas juergas». Se trata del médico don Álvaro, cuyo apellido no parece ser necesario, gran científico, que fue uno de los primeros en instalar rayos X en su consulta en la provincia de Burgos, y uno de los primeros de España. Don Álvaro murió en 1936, poco antes de que estallara la guerra civil, y en el pueblo se recuerda que ese día se desató una gran tormenta.

El segundo de los fuentenebrinos que conviene recordar es Antolín Palomino Olalla, importante encuadernador que obtuvo varios premios. Una placa en la fachada del ayuntamiento lo recuerda.

Terminamos la visita a Fuentenebro recordando que donde se encuentra en la actualidad el consultorio médico, en otro tiempo se levantaba el hospitalillo de pobres, dedicado a albergar a los transeúntes pobres. Se sostenía con las rentas de algunas tierras de las llamadas obras pías. Enfrente se conserva, aunque muy deteriorada, la casa del curato, que antes fue de los Beltrán, señores de estas tierras. El último en ocuparla fue un tal don León Beltrán, en la segunda mitad del siglo XIX. 

También quedan restos de arquitectura tradicional en la calle Pardilla, y para terminar la visita, Juan Manuel nos cuenta la historia del tio Patapalo ocurrida en uno de aquellos patios o corrales a donde daban varias viviendas.

Entramado de madera y adobe

 

Se realizaba allí la matanza -con ayuda del vecino, mató mi padre el cochino- y se habían congregado varios hombres alrededor de la caldera donde se iban a cocer las morcillas. Esta colgaba del allar, cadena que permitía subirla o bajarla a distintas alturas sobre un fuego bajero. Para subirla o bajarla, si el fuego no era el adecuado, se utilizaba un palo atravesado manejado por dos hombres. Ocurrió un día que la caldera cocía demasiado para lo que se requirió el auxilio de los dos hombres para subirla. Algo hicieron mal que todo el contenido fue al suelo, con quemaduras para los pies de los que estaban a su alrededor; todos sufrieron daño, menos el tio Patapalo que tuvo reflejos y equilibrio para mantenerse sobre su pierna de madera.

... y como me lo contaron, os lo cuento.

Visita realizada dentro del programa «¿Te enseño mi pueblo?»

 

sábado, 29 de julio de 2023

Núm. 289. Cuaderno del Duero

Me recomienda un amigo, que suele leer alguna de las entradas de esta bitácora de agua dulce, que lea Cuaderno del Duero de Julio Llamazares, y yo, que ya he leído más de un libro de este señor, buceo en la biblioteca municipal y hago que me saquen del depósito este libro casi olvidado.

 

El Duero a su paso por Aranda de Duero ya al atardecerr due
Aranda de Duero

El autor lo advierte desde el principio, no es un libro como los otros, son las notas que tomó en un viaje realizado hace tiempo, no hay demasiado virtuosismo literario en ellas, o al menos, no lo pretende, aunque, quien tuvo retuvo, se nota la veta literaria en más de un párrafo.

Más que a ese Llamazares más literario este libro me recuerda mucho al viajero que fue Cela en su Viaje a la Alcarria, en algún pasaje parece que estoy leyendo al gallego en vez de al leonés. Su punto de socarronería o quizás de soflama ante una España más que desierta; todavía no se había inventado lo de que la vamos vaciando entre todos...

La mayor parte del libro, y del viaje, transcurre por la provincia de Soria, a la que he tenido la oportunidad de volver recientemente de la mano de uno de los mejores especialistas en románico. Soria siempre sorprende, siempre guarda en su corazoncito, aparentemente helado, la sorpresa de rincones en los que dan ganas de quedarse, si no fuera porque tras la primavera y el verano, llega el otoño y luego el invierno.

Rincón de casas blancas con muchos tiestos y algunos adornos de aperos agrícolas en las paredesagrícol
Fuentelsaz de Soria

 

El viaje de Llamazares, y de su amigo Modesto, tiene lugar en primavera, en una primavera lluviosa, que obliga más de una vez a los viajeros a refugiarse en la cantina del pueblo, o a comprarse unas botas de agua en una de esas tiendas de antes, donde se podía encontrar todo lo que necesitabas, si no eras demasiado exigente.

 -¿Hay bar en tu pueblo? -me preguntó una amiga hace poco.

 -Cuatro -le respondo, porque en mi pueblo somos unos privilegiados, pero me acuerdo de ese pueblo con tan solo 15 habitantes en el que el bar solo abre en fiestas, y eso el año que viene de suerte.

«Pese a lo atractivo de su monumento principal, las visitas que recibe no dan para mantener abierto el teleclub», nos comenta el profesor de arte, derivando la lección hacia el tema del sacrosanto turismo rurocultural. 

Juncos en primer término, detrás el río, apenas entrevisto, la otra orilla y en lo alto, a lo lejos, la ermita de Nuestra Señora del Mirón rtr aHy
Soria. El Duero a la altura de San Juan del Duero
 

Sin duda es mejor ser viajero que ser turista, pero ser viajero no es fácil, porque aunque sea menos exigente que un turista, y ya no digamos que un enoturista, también necesita reponer fuerzas, y en esta Soria nuestra ya no es fácil encontrar un bar o una tienda donde comprar un poco de chorizo y un paquete de pan de molde, lo del pan de panadería ha pasado a ser directamente un lujo.

Llamazares se detiene a hablar con el paisanaje -¡qué obsesión por los gordos y los tontos!-, viejos que le cuentan otra vez la anécdota ya sabida, el chiste local que sobre ellos inventaron los del pueblo de al lado. Por otro lado, ya se sabe, que en en todo pueblo tiene que haber una fuente, un tonto y una... Por esta vez no terminaré el dicterio machista, pero leyendo estas notas de Llamazares parece como si los pueblos de Soria concentraran el mayor porcentaje de tontos de España, a pesar de estar vacíos.

Cuaderno del Duero, a pesar de no ser sublime, me ha llevado no solo a tierras de Soria y al nacimiento del Duero, donde creo que Llamazares no llega a subir, pero a donde llegué yo una mañana de agosto, hace ya muchos años, para ver cómo una cagada de vaca tapaba la meadilla de gato que es el Duero nada más nacer. Muchas otras presas remansarán su curso hasta llegar al Atlántico y rendir tributo a esos tres puentes magníficos que lo cruzan en Oporto. 


presa de Guma
Guma

Si no me he asomado al Duero desde todos sus miradores, sí que me he asomado a él desde distintos lugares, porque el Duero es mi río, y porque en las aguas de uno de sus modestos afluentes  me bañé durante muchos años -hoy sería imposible, tanto por el caudal como por la contaminación-, y me enseñaron a nadar bajo la sombra de un sauce, a la orilla de un puente, que muchos se empeñan en que sea románico y otros romano, cuando no es más que un sencillo puente reconstruido muchas veces, pero que sin duda tiene su atractivo. 

Tras Soria, el Duero y Llamazares entran en la provincia de Burgos, terreno más que conocido, Zuzones, La Vid, Guma, Vadocondes, Aranda, Berlangas, Roa, San Martín... 

 

Estatua de una sirena sobre un pedrusco vista de perfil
Berlangas de Roa- la sirena

 ... y seguir su camino más allá de Peñafiel, donde se interrumpe el viaje del autor, dejándonos ese regusto por continuar viajando con él... 

Seguir y seguir, aunque sea a saltos, como he hecho yo en distintas excursiones, a asomarme al Duero, a ver cómo se convierte en un río enorme, por el que se puede navegar en los Arribes o ya en Portugal montarse en un barco donde te ofrecen un excelente Oporto para hacer una excursión por las distintas exclusas entre dos paredes tapizadas de viñas.

Al Duero siempre hay que volver, aunque sea a través del cuaderno de viaje de un autor más que renombrado.

 

Autor: Julio Llamazares

Título: Cuaderno de Duero

Editorial: EDILESA

Año: 1999

Págs. 144

 

jueves, 6 de julio de 2023

Num. 288. Hoyales de Roa y su media torre (y II)

Alguno de mis pacientes lectores se quejan de que les he dejado a medias en la entrega anterior, que no les he explicado la iglesia, y que han tenido que buscar la información por su cuenta. Paciencia, señores, paciencia, que todo llegará, pero sigamos nuestro recorrido, que todavía quedan cosas muy interesantes por ver antes de volver a la plaza y visitar la iglesia.

Y del barrio de bodegas nos acercamos a un lagar, no sin antes volver a elevar la vista al horizonte, esta vez hacia el sur, o bajarla hasta el suelo, donde nos saludan multitud de florecillas silvestres, cuyos nombres tratamos de adivinar. No en balde estamos en primavera.

flores silvestres

La siguiente visita la hacemos a un lagar, que aunque todos parezcan iguales, son un poco como las iglesias, que cada uno tienes sus particularidades. Este ha sido convertido en merendero, pero conserva sus elementos característicos. Como no podía ser de otra manera, nos impresiona la gran viga de olmo que lo atraviesa de extremo a extremo. El lagar no es solo la viga, la piedra y el husillo, y no solo es recordar el proceso de pisado y prensado de la uva, desde que se descargaban los cestos por los porticones, hasta que el mosto salía en pellejas a hombros de los tiradores, camino de la bodega. En ese proceso vamos haciendo memoria sobre las antiguas medidas, cada aparcero contaba con una parte del lagar medida en carros o en cargas. Cada carga eran 16 arrobas de uva, y cada arroba 11,5 kilos; y con dos arrobas de uva, es decir, con 23 kg se hacía una cántara de vino. El mosto se repartía en cada proceso en partes proporcionales a la uva metida, de esa forma todos los aparceros recibían un mosto de igual calidad.

Viga y husillo del lagar


La viga se apoyaba en una pared reforzada, el cargadero, y el armazón por el que bajaba y subía la viga, la trinchera. Ganar trinchera era subir la gran piedra de contrapeso, operación para la que se necesitaban cuatro hombres, que ejercían su fuerza sobre el andadero, palo que atravesaba el husillo.

cañón de bajada a la bodega

No faltaban en el ambiente de los lagares las pequeñas bromas que se realizaban a los niños, lagarejos aparte, como la de que si bebían mucho mosto se les pondría la lengua azul, sin duda para que no abusaran. Las riberizadoras se ríen: «Aquí estamos nosotras, y nunca se nos puso la lengua azul».

Bajar a una bodega, aunque no sea la primera vez, siempre tiene algo de trascendente, es como volver al origen, al útero, a ese tiempo en que nos alimentaron con sueños y un poco más adelante con untado en vino y azúcar. Adentrarse por ese cordón umbilical abovedado, con cuidado, para no resbalar en los escalones, y recordar al subir, que los viejos decían que si el calor llegaba hasta la cuarta escalera, lo mejor era ir bajando de una en una, hasta conseguir esa temperatura ideal.  

Es pronto todavía y agradecemos el traguillo que se nos ofrece, aunque no lo probamos, pese a que recordamos aquello que dice que quien fue a la bodega y no bebió vino, burro fue y burro vino. ¡Otra vez será!

La ermita de la Virgen de Arriba se halla en el centro de la población, en la parte de arriba, como su nombre indica. Relativamente cerca de la cañada, en ella se cobraban los derechos de paso de los rebaños. 

Se alza sobe un jardín elevado al que se accede por unos pocos escalones y una pequeña verja. A su pie se alza una airosa espadaña. Es de una sola nave, y su interior presenta ese aire que mezcla lo popular con lo devocional. Al lado de la entrada se aprecia un capitel abullonado decorado con una cara, y en el exterior, una piedra con inscripciones sin identificar. 

 Capitel con bullones y caara

piedra con inscripción


 


 

 

 

 

 

En su primitivo trazado, la cañada pasaba por el centro de la población, pero pronto se vio la necesidad de desviarla, por lo que hace una curva rodeando el núcleo principal. Los Avellanada, en silueta de metal, parecen vigilar todavía este paso de los rebaños.

Escultura metélica representando en silueta a los Avellaneda

De los arrenes que rodeaban el pueblo, y ahora quedan en el centro de la población, ya hemos hablado con anterioridad, así que seguimos nuestro camino hacia el cauce molinar que bordea el pueblo por la parte baja, ya de cara a la vega.

Ese cauce, un verdadero río para el pueblo, servía también de lavadero.. Una placa recuerda la labor de aquellas mujeres que acudían con el balde, muchas veces a la cabeza, y la banquilla a un lado, a hacer la colada. Allí, mientras se soleaba la ropa blanca en la hierba, alguna noticia corría de boca en boca. Hoy sigue sirviendo de recreo a los niños del pueblo que chapotean en él llegado el verano, y donde, según dicen, se puede pescar algún cangrejo.

 

cauce molinar

placa en terracota alusiva  a la labor de las lavanderas

Y por fin, subiendo por una de las calles principales, aquella que conducía al vado del Riaza, llegamos otra vez a la plaza, donde ahora sí, nos espera la iglesia.

La fábrica de este edificio es un tanto singular, si lo comparamos con otras iglesias que estamos acostumbrados a ver. La torre se levanta sobre lo que fue la antigua iglesia, y a continuación, de frente, observamos la nave, que fue construida en proporción de 3 a 1. La iglesia nueva, que sustituyó a la antigua, data de finales del siglo XVIII y fue proyectada por el arquitecto Ángel Ubón, que realizó importantes obras en El Burgo de Osma. Tras su muerte terminó la obra José Tristán siguiendo los planos de Ubón. La unión entre la antigua iglesia y torre y la nave actual queda algo forzada, y no deja de sorprender esa entrada lateral.

Presbiterio de la iglesia

Antes de entrar hay que fijarse en la puerta principal, realizada con plafones en las que se representa a san Mateo, san Juan Evangelista, san Juan Bautista y florones. La puerta fue restaurada recientemente, aunque conserva algún plafón original.

Dentro sobresale la mucha luminosidad, no hace falta que nos señalen esa característica para darnos cuenta de que se puede leer con luz natural en cualquier punto de ella. La bóveda que se eleva sobre el crucero es magnífica e igualmente es notable la decoración de yesería con motivos florales que la recorre. Rodeando el presbiterio, una leyenda nos recuerda la fecha en que fue construida, 1778.

alto de la nave principal con toda su luminosidas y decoración en yeseríasdava nave de la

 Además del altar mayor, dedicado a san Bartolomé, patrono del pueblo, cuenta con otros altares barrocos dedicados a la Inmaculada y al Crucificado.

Hemos llegado al final de la visita. A nosotros se nos hizo corto. Volveremos.

Junio de 2023