jueves, 3 de junio de 2021

Núm. 250. Todo se desmorona

Cuando yo iba al colegio, encima de la mesa de la profesora había una hucha que representaba la cabeza de un chinito, un negrito, o un indiecito, aunque este era más raro. Se deslizaban allí monedas ocasionalmente, aunque había días especiales en los que había que acudir a la hucha de casa para poder llenar un poco más la del cole.


Primer plano de una joven negra
Joven senegalesa (Concha Arias)

Aquella colecta, ahora estaríamos hablando de un crowfunding, tenía por objeto la obtención de fondos para ayuda al tercer mundo; o quizás eso vino después, porque aquellos fondos se recaudaban para la conversión a la fe cristiana, a la verdadera fe, de chinitos, negritos e indiecitos, todos ellos unos salvajes, a los que todavía el verdadero Dios no había tenido a bien revelarse. Por ello, los privilegiados del primer mundo, que sí que conocíamos al verdadero Dios y éramos poseedores de la verdadera cultura, teníamos que acudir en su ayuda. Nuestros mensajeros, nuestros enviados eran los misioneros.

-Dices que hay un Dios supremo que hizo el cielo y la tierra -dijo Akunna al señor Brown en una de sus visitas-. También nosotros creemos en Él y le llamamos Chukwu. Él creó el mundo y a los demás dioses.

Akunna era uno de los grandes hombres de aquella tribu, el señor Brown uno de los primeros misioneros en llegar a cristianizar a aquellos hombres y mujeres.

Al señor Brown, hombre razonable que logra expandir la nueva fe más allá de lo esperado, le sustituye el señor Smith, mucho más radical que dividía el mundo en blanco y negro; y para él, el negro era malo. 

El blanco consigue imponer no solo su fe, también sus leyes, y entonces llega el principio del fin, del orden natural que había reinado hasta entonces. Un orden natural cruel en demasiadas ocasiones, que sacrificaba niños e inocentes a la madre Tierra, pero que sabía mantener un equilibrio entre los hombres y la Naturaleza. 

El escritor nigeriano Chinua Achebe dejó para la posteridad una novela escrita en inglés, Things Fall Apart, sobre la historia de su pueblo, cuando a finales del siglo XIX llegaron allí los primeros misioneros británicos, y con ellos cambió la vida de los indígenas. 

Aunque Achebe puede ser considerado un hijo de esa cultura británica nacida de la colonización, la novela está claramente escrita desde dentro, describiendo con minuciosidad esa sociedad patriarcal, donde todo está reglado, donde las mujeres -los hombres se hacen ricos también en esposas- y los niños están a su servicio. 

Por muy buena posición que tuviese un hombre, si no es capaz de controlar a sus mujeres y a sus hijos (sobre todo a sus mujeres) no era realmente un hombre. 

Las mujeres y los niños, sobre todo los hijos adolescentes, cumplen un papel fundamental en la novela. Entre las primeras destaca, sin duda, Ezinma, la hija adolescente de la segunda esposa de Okonkwo, el protagonista, un «hombre de títulos» que se lamenta a menudo, y en silencio, de que esta hija suya no hubiera nacido varón para poder sustituirlo dentro de la tribu. 

Ezinma no tuvo una buena infancia, sus primeros años fueron los de una niña enfermiza. Sus hermanos habían muerto prematuramente; en la tribu se decía que era un ogbanje, niños malignos que morían y volvían a reencarnarse sucesivamente para atormentar a sus madres. Sin embargo, Ezinma había sobrevivido, y pasados algunos años, el hechicero fue capaz de desenterrar su iyi-uwa, la piedra que la unía a su pasado malvado, y con ello romper el vínculo. Ezinma sufriría otras enfermedades a lo largo de su niñez, pero los cuidados de sus padres conseguirían curarla.   

También se mueve por los alrededores, la sacerdotisa Chielo, que se habla directamente con Agbalá, la poderosa diosa que rige los destinos de los hombres de las aldeas.

Personajes ricos, llenos de matices, situaciones llenas de magia y de ritos... Un mundo desconocido para los europeos, pero sin duda, lleno de enseñanzas de esa sabiduría popular que fluye por todos los pueblos y que solo la mal llamada civilización viene a destruir. 

La novela original se publicó en 1958 y constituye un hito dentro de la literatura africana escrita en inglés. Hoy sin duda forma parte del repertorio de novelas imprescindibles que alguna vez hay que leer, y yo diría que hasta releer.

El texto está lleno de expresiones y palabras indígenas para nombrar lo singular y característico de aquel modo de vivir; un glosario al final del libro ayuda a su comprensión, aunque es el propio texto el que se encarga de aclararnos su significado. 

La traducción al español se publicó en 1997 y su traductor,  José Manuel Álvarez Flórez, se mantuvo fiel a la traducción literal al poner en español los muchos proverbios y sentencias que van marcando el relato.

Cerremos este comentario con uno de ellos.

Pero como dice un proverbio ibo, cuando un hombre dice sí, su chi dice sí también sí. Okonkwo decía sí con mucha fuerza; por eso su chi lo decía también. Y no solo su chi, sino también su clan, porque juzgaba a un hombre por el trabajo de sus manos.

Nota: La ilustración de este comentario, que bien podría ser la joven Ezinma, es una creación de Concha Arias, a la que agradezco me haya dejado utilizarla.

Título: Todo se desmorona
Título original: Things Fall Apart
>Autor: Chinua Achebe
Traductor: José Manuel Álvarez Flórez
Editorial: Ediciones del Bronce
Año: 1997.

5 comentarios:

Berta Martín Delaparte dijo...

Cuantas barbaridades, atrocidades, han tenido que sufrir tantas culturas; todo en nombre de un dios civilizado.

Muy interesante lo que nos cuentas. Gracias.

Un abrazo.

La seña Carmen dijo...

Berta. Para mí uno de los valores del libro es que no es maniqueo. Los hechos se cuentan desde dentro de la tribu, pero dejando claro que algunas de las atrocidades producidas en su seno por la cultura ancestral fueron paliadas por el cristianismo, que al menos en su primera etapa, en la del padre Brown, supo acoger a los más débiles y marginados en esa sociedad; de ahí su éxito en captar adeptos.

El hijo del protagonista, Nwoye, del que su podre se lamenta de no ser suficientemente hombre, es uno de los primeros en hacerlo.

No hay que olvidar tampoco que el autor, hijo de conversos, es fruto de esa sociedad mixta, ya occidentalizada, cristianizada, pero que se ha acercado intelectualmente tanto al mundo de las religiones como a los ámbitos de las tradiciones.

Sor Austringiliana dijo...

En la escuela franquista teníamos a la vista siempre el chinito o el negrito con su ranura para la monedita. En la enciclopedia las razas, concepto hoy anticientífico pero que entonces era indiscutible. Cinco caras de perfil:blanca, negra, amarilla, cobriza y malaya. Si había que copiarlos en el cuaderno venían las dudas, el blanco sin pintar, el negro sombreado con lápiz, el amarillo bien amarillo; pero al cobrizo nos daba reparo pintarlo de rojo y al malayo de verde aceituna no digamos. Todo tan simple como nuestra caja de Alpino.
Me has recordado una monja con la que coincidí en un cursillo, había estado de misionera en Guinea y nos aseguraba que ella había vivido el caso de un padre que mató a su hijo como sacrificio no sé si a la madre Tierra o a algún espíritu o divinidad. Y, por lo que contaba, todos hicieron la vista gorda, no hubo castigo para el culpable.
Diferentes culturas...
Parece interesante ese libro, gracias por la reseña. Besos.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Tomo nota de la recomendación lectora.
Recuerdo aquellas huchas, con la duda de si aquellas colectas llegaba o no a su fin último y cómo se orientaban allí. También servía, recuerdo, ayunarse: si se ayunaba, se daba de comer a un niño de aquellas tierras desfavorecidas.
Al menos, sirvió para que algunos tomáramos conciencia de que había muchos olvidados de la mano de Dios.

S.M. dijo...

Pues como la tengo a medio leer, me habéis motivado para acabarla.
Y lo de las huchas en los colegios yo no lo recuerdo. Pero sí hacer pelotas con el papel de plata de los bocadillos para convertir chinitos por no sé qué proceso alquímico. Y dedicar un día al año a la cuestación por el Domund. Y, en Barcelona, más grave aún, dedicar otro día, en los años 60, para pedir por las calles para las obras de la Sagrada Familia, que, 60 años después, sigue en obras y con grúas más altas que las torres convirtiendo eso que se ha venido a llamar el escailain de Barcelona en un sindiós.