martes, 29 de noviembre de 2016

Número 139. Niebla. Hablar sentencioso

Recuerdo ahora a don Manuel Guerrero, el que fue mi profesor de Literatura e Historia en preu, que decía a menudo: «Como aconsejaba Unamuno, lo que puedas llevar en el bolsillo no lo llevéis en la cabeza». Con buen criterio nos recomendaba guardar el fósforo para aquellas cosas imprescindibles y las importantes confiarlas a medios más seguros, menos volátiles, como un cuaderno de notas sabiamente guardado en el bolsillo. Hoy con todos los medios electrónicos a nuestro alcance, podríamos sustituir el bolsillo por el móvil, por la nube o por Internet, que no es que sean mucho más seguros que las propias neuronas, pero la idea subyacente permanece: lo importante hay que guardarlo en lugar seguro.
No hay más arte mnemotécnica que llevar un libro de memorias en el bolsillo. Ya lo decía mi inolvidable don Leoncio: ¡no metáis en la cabeza lo que os quepa en el bolsillo! A lo que habría que añadir por complemento: ¡no metáis en el bolsillo lo que os quepa en la cabeza! 

Pintada: Nunca recuerdo lo que sueño, sueño con no olvidarme de quien soy. Fdo. 6+1-

El lenguaje utilizado por Unamuno en Niebla da para escribir una tesis: los muchos coloquialismos que introduce en los diálogos, las frases sentenciosas, desde refranes a máximas latinas, los titubeos bien traídos al papel y otros detalles contribuyen a dar una vivacidad a la obra, que se nos hace real, no soñada.

El lenguaje, a través del diálogo, va haciendo la obra. Los amigos juegan o intercambian sobre estilística literaria en un tono distendido, las familias discuten en sus casas y algún grito llega al cielo, los criados de toda la vida aconsejan echando mano de la sabiduría popular, los filósofos nos dejan sus pensamientos a través de citas que osan a veces discutir.

Sin embargo, hay un personaje que no parece encajar en este orden natural. Se trata de Rosario, la planchadora, muy probablemente analfabeta si hemos de guiarnos por los estándares de la época, que presenta un tono contenido, ni una palabra fuera de lugar en ningún sentido, sus frases son pensadas y están impecablemente construidas. Rosario parece haberse educado en un internado suizo. Mientras que Augusto trata de mantener ese nivel coloquial utilizado con las personas del entorno familiar, Rosario no abandona el registro, incluso cuando se sienta en las rodillas de su señorito y Augusto le pide que le tutee, es solo un momento, enseguida la distancia entre ellos, el cada uno en su sitio vuelve.
—Es que yo, don Augusto...
—Augusto, Augusto....
—Es que yo, Augusto...
¿Y si hablamos del lenguaje especializado de ciertas artes? ¿Esa habilidad que conocían bien los autores del 98? ¿Qué podemos decir de ese párrafo para cuya interpretación necesitamos acudir a un diccionario especializado?
Mira, Orfeo, las lizas, mira la urdimbre, mira cómo la trama va y viene con la lanzadera, mira cómo juegan las primideras; pero, dime, ¿dónde está el enjullo a que se arrolla la tela de nuestra existencia, dónde?
La novela está llena de frases sentenciosas ya desde el prólogo de Goti, personaje que nos deja numerosas perlas a lo largo de la obra:
  • La espada lleva la cruz en el puño.
  • La religión es guerrera, la metafísica es erótica y voluptuosa.
  • No hay por debajo de ella sino la estupidez de un aficionado a toros, colmo y copete de estupidez.
Esta última haría hoy sin duda las delicias de más de un antitaurino. 


Placa con el nombre de la calle Generación del 98



Citas, frases contundentes de las que se burla el propio Unamuno: 
—Pues a mí, Víctor, eso de ser o no ser me ha parecido siempre una gran vaciedad.—Las frases, cuanto más profundas, son más vacías. No hay mayor profundidad que la de un pozo sin fondo. ¿Qué te parece lo más verdadero de todo?
—Pues... pues... lo de Descartes: «Pienso, luego soy».
—No, sino esto, A es igual a A.
[...]
—¡Claro! Y, figúrate, eso equivale a decir que ser es pensar y lo que no piensa no es.
—¡Claro está!
—Pues no pienses, Augusto, no pienses. Y si te empeñas en pensar...
Frases, lugares comunes que nos llevan al ámbito doméstico tan lleno de paradojas: 
  • Estos son los que nos hacen viejos.

O aquellas con un tinte misógino:
  • Las mujeres saben siempre cuando se las mira, aun sin verlas, y cuándo se las ve, sin mirarlas.
Frases que nacen y se repiten con vocación de ser universales: 
  • Enseña mucho la vida, y más la muerte.
  • La ley nace del pecado.
  • Solo está verdaderamente cuerdo el que tiene conciencia de su locura.
  • El que no confunde se confunde. 
  • Dicen que nadie conoce su voz.
Alguna inventada, con su correspondiente autoridad, que luego la historia pondrá en boca de Wiston Churchil:
Lo que dice el refrán árabe: «Si vas a detenerte con cada perro que te salga a ladrar al camino, nunca llegarás al fin de él»
Refranes verdaderos que todos nos sabemos:
  • Nadie puede decir de esta agua no beberé.
  • Viene de fuera quien de tu casa te echa.
  • No hay mal que por bien no venga.
  • Más mató la cena que sanó Avicena.
  • El que juega no asa castañas.
La prudente Rosario de nuevo dejándonos sus pensamientos:
Lo que no se sabe es lo que no se hace. 
En definitiva y como resumen:
No se sueña dos veces el mismo sueño, 
le dice Augusto a su creador cuando ambos sueñan sus sueños respectivos.

Contribución al club de lectura La Acequia.

martes, 22 de noviembre de 2016

Número 138. Niebla: ¿Es feminista Eugenia?

Calificar a Unamuno de feminista o misógino, basándonos en sus personajes femeninos, suele ser un tópico bastante socorrido a la hora de enfrentar al autor con las mujeres. Otro tópico, sobre todo a raíz del personaje de Tula, es ver a las mujeres unamunianas como mujeres fuertes, abnegadas, fieles herederas del matriarcado vasco. Unamuno, dicen, admira a la mujer, pero la quiere al frente de la casa, no en círculos intelectuales, dirigiendo con mano fuerte la familia y sacrificándose por ella. Los espacios públicos son para los varones, con lo que en general reproduce un modelo de sociedad muy tradicional y nada revolucionario.

Pues bien, ¿a qué modelo responde Eugenia, la protagonista de Niebla de la que se enamora el pobre Augusto con tan solo seguir sus pasos una mañana de lluvia?

Las Mamblas (Tierra de Lara)

Si pasamos un poco por encima de los detalles de la presentación del personaje y los datos «objetivos» que da la portera sobre ella, y de que ella misma se declara anarquista, donde vemos aparecer a la Eugenia que apunta carácter es en el encuentro con su novio, el que no tiene ni oficio ni beneficio, y al que está dispuesta a mantener. ¡Oh! ¡Una mujer trabajando para sostener a la familia!, pero no nos fiemos demasiado, que ya sabemos que a Unamuno le gusta jugar: 
–Y ¿de qué vamos a vivir?
–De mi trabajo hasta que tú lo encuentres.
–¿De tu trabajo?
–¡Sí, de la odiosa música!
¡Qué contrasentido! ¡Una profesora de piano que odia la música! No obstante, Mauricio, al que se le dan bien las artes amatorias, sabe ponerle música a esas dudas, a la Eugenia «que no se vende» le gusta que le calienten la oreja, y Unamuno seguro seguro que estaba pensando en añadir un «como a todas», pero ya sabemos que prefería ahorrarse las opiniones directas y dejar hablar a los personajes: 
–¡Tienes razón, no te enfades, rica mía! –y contrayendo el brazo atrajo a la cabeza la de Eugenia, buscó con sus labios los de ella y los juntó, cerrando los ojos, en un beso húmedo, silencioso y largo.
—¡Mauricio!
Y luego le besó en los ojos.
–¡Esto no puede seguir así, Mauricio!
–¿Cómo? Pero ¿hay mejor que esto?, ¿crees que lo pasaremos nunca mejor?
Sin embargo, es en sus encuentros con Augusto, primero en su casa y luego en la de él, donde muestra todo su carácter, dominando la situación: 
Y ¿con qué derecho hizo eso? [...] Es decir, que usted pretende que dependa yo de usted, ya que no le soy indiferente... [...] Lo sabía, y por eso le dije que usted no pretende sino hacer que dependa de usted. Me quiere usted ligar por la gratitud. ¡Quiere usted comprarme! [...] Sí, quiere usted comprarme, quiere usted comprarme; ¡quiere usted comprar... no mi amor, que ese no se compra, sino mi cuerpo! [...] No merece usted nada, me voy, pero ¡cónstele que no acepto su limosna o su oferta! Trabajaré más que nunca; haré que trabaje mi novio, pronto mi marido, y viviremos. Y en cuanto a eso, quédese usted con mi casa. [...]¡Ah, ya, ya caigo; usted se reserva el papel de heroica víctima, de mártir! Quédese usted con la casa, le digo. Se la regalo.
Se muestra Eugenia, al menos aparentemente, llena de dignidad, como una mujer que no quiere depender de ningún hombre, de ser capaz de trabajar para hacer frente a sus deudas, de no poner en venta ni su cuerpo, ni menos su alma. ¿Qué ha pretendido el bobalicón de Augusto? ¿Que la iba a ganar poniendo a sus pies una hipoteca? ¡No! Ella es pobre, pero digna. No será verdad que Eugenia Domingo del Arco se dejé comprar de esa manera por el primero que llegue.

La conversación con Augusto se completa con la que mantiene con su tía al llegar a casa, que mucho más práctica no ve con buenos ojos cómo su sobrina deja escapar su gran oportunidad. Eugenia sigue con su honor ofendido emperrada en que la han querido comprar, sigue mostrándose como una mujer digna sin fisuras:
–¿Qué he hecho? Lo que usted, si es que tiene vergüenza, habría hecho en mi caso; estoy de ello segura. ¡Querer comprarme!, ¡querer comprarme a mí!
–Mira, chiquilla, es siempre mucho mejor que quieran comprarla a una que no es el que quieran venderla, no lo dudes.
–¡Querer comprarme!, ¡querer comprarme a mí!
–Pero si no es eso, Eugenia, si no es eso. Lo ha hecho por generosidad, por heroísmo...
–No quiero héroes. Es decir, los que procuran serlo. Cuando el heroísmo viene por sí, naturalmente, ¡bueno!; pero ¿por cálculo? ¡Querer comprarme!, ¡querer comprarme a mí, a mí! Le digo a usted, tía, que me la ha de pagar. Me la ha de pagar ese...
¡Y vaya si se las paga!, pero no adelantemos acontecimientos. Como ocurre en otros pasajes de la novela, la tensión del diálogo entre tía y sobrina va en aumento, y como están en la intimidad del hogar la sobrina no ahorra calificativos para la mitad de la humanidad, aparecen los estereotipos:  
Sí, por mi bien... por mi bien... Por mi bien ha hecho el señor don Augusto Pérez esa hombrada, por mi bien... ¡Una hombrada, sí, una hombrada! ¡Quererme comprar...! ¡Quererme comprar a mí... a mí! ¡Una hombrada, lo dicho, una hombrada... una cosa de hombre! Los hombres, tía, ya lo voy viendo, son unos groseros, unos brutos, carecen de delicadeza. No saben hacer ni un favor sin ofender. [...]¡Todos, sí todos! Los que son de veras hombres se entiende. [...] Sí, porque los otros, los que no son groseros y brutos y egoístas, no son hombres. [...] ¡Qué sé yo... maricas! [...] Brutos, todos brutos, brutos todos.
pintada: muerte al patriarkado

Unamuno parece presentarnos una mujer feminista, avanzada para su época, «es la mujer del porvenir», ha dicho su tío, el anarquista, orgulloso de la forma de ser de su sobrina. Pero este feminismo digno que Eugenia despliega durante toda la obra es solo otro truco de Unamuno para con sus lectores. Eugenia, al final, no es más que una frívola que juega con los sentimientos de Augusto para sacar provecho económico de él y en definitiva salirse con la suya, casarse con Mauricio. Su meta en la vida era esa: ser mujer de su casa. 
Apreciable Augusto: Cuando leas estas líneas yo estaré con Mauricio camino del pueblo adonde este va destinado gracias a tu bondad, a la que debo también poder disfrutar de mis rentas, que con el sueldo de él nos permitirá vivir juntos con algún desahogo. No te pido que me perdones, porque después de esto creo que te convencerás de que ni yo te hubiera hecho feliz ni tú mucho menos a mí. Cuando se te pase la primera impresión volveré a escribirte para explicarte por qué doy este paso ahora y de esta manera. Mauricio quería que nos hubiéramos escapado el día mismo de la boda, después de salir de la iglesia; pero su plan era muy complicado y me pareció, además, una crueldad inútil. Y como te dije en otra ocasión, creo quedaremos amigos. Tu amiga.
 ¿Por qué esa crueldad, don Miguel? ¿Por qué esa frialdad y cálculo en Eugenia? ¿Por qué ese cargar las tintas también sobre ella?
De pronto sintió que alguien le tiraba de una pierna. Era Orfeo [...]. Viviremos juntos en la vida y en la muerte. No hay mal que por bien no venga, por grande que el mal sea y por pequeño que sea el bien.
Contribución para el club de lectura La Acequia.

Número 138. Niebla: ¿Es feminista Eugenia?

Calificar a Unamuno de feminista o misógino, basándonos en sus personajes femeninos, suele ser un tópico bastante socorrido a la hora de enfrentar al autor con las mujeres. Otro tópico, sobre todo a raíz del personaje de Tula, es ver a las mujeres unamunianas como mujeres fuertes, abnegadas, fieles herederas del matriarcado vasco. Unamuno, dicen, admira a la mujer, pero la quiere al frente de la casa, no en círculos intelectuales, dirigiendo con mano fuerte la familia y sacrificándose por ella. Los espacios públicos son para los varones, con lo que en general reproduce un modelo de sociedad muy tradicional y nada revolucionario.

Pues bien, ¿a qué modelo responde Eugenia, la protagonista de Niebla de la que se enamora el pobre Augusto con tan solo seguir sus pasos una mañana de lluvia?

Las Mamblas (Tierra de Lara)

Si pasamos un poco por encima de los detalles de la presentación del personaje y los datos «objetivos» que da la portera sobre ella, y de que ella misma se declara anarquista, donde vemos aparecer a la Eugenia que apunta carácter es en el encuentro con su novio, el que no tiene ni oficio ni beneficio, y al que está dispuesta a mantener. ¡Oh! ¡Una mujer trabajando para sostener a la familia!, pero no nos fiemos demasiado, que ya sabemos que a Unamuno le gusta jugar: 
–Y ¿de qué vamos a vivir?
–De mi trabajo hasta que tú lo encuentres.
–¿De tu trabajo?
–¡Sí, de la odiosa música!
¡Qué contrasentido! ¡Una profesora de piano que odia la música! No obstante, Mauricio, al que se le dan bien las artes amatorias, sabe ponerle música a esas dudas, a la Eugenia «que no se vende» le gusta que le calienten la oreja, y Unamuno seguro seguro que estaba pensando en añadir un «como a todas», pero ya sabemos que prefería ahorrarse las opiniones directas y dejar hablar a los personajes: 
–¡Tienes razón, no te enfades, rica mía! –y contrayendo el brazo atrajo a la cabeza la de Eugenia, buscó con sus labios los de ella y los juntó, cerrando los ojos, en un beso húmedo, silencioso y largo.
—¡Mauricio!
Y luego le besó en los ojos.
–¡Esto no puede seguir así, Mauricio!
–¿Cómo? Pero ¿hay mejor que esto?, ¿crees que lo pasaremos nunca mejor?
Sin embargo, es en sus encuentros con Augusto, primero en su casa y luego en la de él, donde muestra todo su carácter, dominando la situación: 
Y ¿con qué derecho hizo eso? [...] Es decir, que usted pretende que dependa yo de usted, ya que no le soy indiferente... [...] Lo sabía, y por eso le dije que usted no pretende sino hacer que dependa de usted. Me quiere usted ligar por la gratitud. ¡Quiere usted comprarme! [...] Sí, quiere usted comprarme, quiere usted comprarme; ¡quiere usted comprar... no mi amor, que ese no se compra, sino mi cuerpo! [...] No merece usted nada, me voy, pero ¡cónstele que no acepto su limosna o su oferta! Trabajaré más que nunca; haré que trabaje mi novio, pronto mi marido, y viviremos. Y en cuanto a eso, quédese usted con mi casa. [...]¡Ah, ya, ya caigo; usted se reserva el papel de heroica víctima, de mártir! Quédese usted con la casa, le digo. Se la regalo.
Se muestra Eugenia, al menos aparentemente, llena de dignidad, como una mujer que no quiere depender de ningún hombre, de ser capaz de trabajar para hacer frente a sus deudas, de no poner en venta ni su cuerpo, ni menos su alma. ¿Qué ha pretendido el bobalicón de Augusto? ¿Que la iba a ganar poniendo a sus pies una hipoteca? ¡No! Ella es pobre, pero digna. No será verdad que Eugenia Domingo del Arco se dejé comprar de esa manera por el primero que llegue.

La conversación con Augusto se completa con la que mantiene con su tía al llegar a casa, que mucho más práctica no ve con buenos ojos cómo su sobrina deja escapar su gran oportunidad. Eugenia sigue con su honor ofendido emperrada en que la han querido comprar, sigue mostrándose como una mujer digna sin fisuras:
–¿Qué he hecho? Lo que usted, si es que tiene vergüenza, habría hecho en mi caso; estoy de ello segura. ¡Querer comprarme!, ¡querer comprarme a mí!–Mira, chiquilla, es siempre mucho mejor que quieran comprarla a una que no es el que quieran venderla, no lo dudes.–¡Querer comprarme!, ¡querer comprarme a mí!–Pero si no es eso, Eugenia, si no es eso. Lo ha hecho por generosidad, por heroísmo...–No quiero héroes. Es decir, los que procuran serlo. Cuando el heroísmo viene por sí, naturalmente, ¡bueno!; pero ¿por cálculo? ¡Querer comprarme!, ¡querer comprarme a mí, a mí! Le digo a usted, tía, que me la ha de pagar. Me la ha de pagar ese...
¡Y vaya si se las paga!, pero no adelantemos acontecimientos. Como ocurre en otros pasajes de la novela, la tensión del diálogo entre tía y sobrina va en aumento, y como están en la intimidad del hogar la sobrina no ahorra calificativos para la mitad de la humanidad, aparecen los estereotipos:  
Sí, por mi bien... por mi bien... Por mi bien ha hecho el señor don Augusto Pérez esa hombrada, por mi bien... ¡Una hombrada, sí, una hombrada! ¡Quererme comprar...! ¡Quererme comprar a mí... a mí! ¡Una hombrada, lo dicho, una hombrada... una cosa de hombre! Los hombres, tía, ya lo voy viendo, son unos groseros, unos brutos, carecen de delicadeza. No saben hacer ni un favor sin ofender. [...]¡Todos, sí todos! Los que son de veras hombres se entiende. [...] Sí, porque los otros, los que no son groseros y brutos y egoístas, no son hombres. [...] ¡Qué sé yo... maricas! [...] Brutos, todos brutos, brutos todos.
pintada: muerte al patriarkado

Unamuno parece presentarnos una mujer feminista, avanzada para su época, «es la mujer del porvenir», ha dicho su tío, el anarquista, orgulloso de la forma de ser de su sobrina. Pero este feminismo digno que Eugenia despliega durante toda la obra es solo otro truco de Unamuno para con sus lectores. Eugenia, al final, no es más que una frívola que juega con los sentimientos de Augusto para sacar provecho económico de él y en definitiva salirse con la suya, casarse con Mauricio. Su meta en la vida era esa: ser mujer de su casa. 
Apreciable Augusto: Cuando leas estas líneas yo estaré con Mauricio camino del pueblo adonde este va destinado gracias a tu bondad, a la que debo también poder disfrutar de mis rentas, que con el sueldo de él nos permitirá vivir juntos con algún desahogo. No te pido que me perdones, porque después de esto creo que te convencerás de que ni yo te hubiera hecho feliz ni tú mucho menos a mí. Cuando se te pase la primera impresión volveré a escribirte para explicarte por qué doy este paso ahora y de esta manera. Mauricio quería que nos hubiéramos escapado el día mismo de la boda, después de salir de la iglesia; pero su plan era muy complicado y me pareció, además, una crueldad inútil. Y como te dije en otra ocasión, creo quedaremos amigos. Tu amiga.
 ¿Por qué esa crueldad, don Miguel? ¿Por qué esa frialdad y cálculo en Eugenia? ¿Por qué ese cargar las tintas también sobre ella?
De pronto sintió que alguien le tiraba de una pierna. Era Orfeo [...]. Viviremos juntos en la vida y en la muerte. No hay mal que por bien no venga, por grande que el mal sea y por pequeño que sea el bien.
Contribución para el club de lectura La Acequia.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Número 137. Niebla en Pensión Salamanca



Decía Pancho, al comentar mi entrada de la semana pasada, que Unamuno va construyendo los paisajes poco a poco y que Salamanca «la va haciendo suya, párrafo a párrafo, a medida que pasan los años».

Cierto, ¿qué sería hoy de Salamanca sin Unamuno y qué sería Unamuno sin Salamanca? Tan unidos que cuando se cruza en nuestra relectura de Niebla una novelita contemporánea, Pensión Salamanca, pensamos que quizá Unamuno, Augusto, su famoso diálogo autor-personaje, y la propia Salamanca tengan algo que ver en ella, así que hacemos un inciso en Niebla y vamos con esta novelita contemporánea. 


Bosques - 54 (16246000857)


Se abre el libro en primera persona.
Llegué a Salamanca una soleada tarde de principios de mayo.
La autora, Susana Martín Gijón, convertida en su propio personaje, arrastra la maleta por las calles más comerciales, donde se agolpan los transeúntes, atraviesa la imprescindible y «churrigueresca plaza Mayor» y tras cruzar otra plaza con solera, la del Corrillo, llega a su destino, la Pensión Salamanca, de la que la autora piensa que «con el nombre no se habían roto los cuernos». 

No sabemos sus propósitos, ni qué es lo que la ha llevado allí a primeros de mayo, aunque los seguidores del género negro quizá sepan adivinar que en la ciudad universitaria tiene lugar desde hace bastantes años un importante congreso de novela y cine negro, y quizá su autora preferida, pues a pesar de su juventud cuenta con su público, haya ido allí a participar en ese congreso. Efectivamente, unos párrafos más abajo se nos desvela que la autora va a presentar una comunicación, que «la ficción criminal, el detective hard-boiled, las discusiones sobre los límites del género y el eterno debate entre vísceras o psicología poblarían» las siguientes horas.

El género negro hablando del propio género negro.

Comenta Susana en una reunión con un grupito pequeño de seguidoras, que esta novelita suya, la última, es en realidad un «experimento». Adelanta ella y también las que ya la han leído que en esta novela ella es un personaje más y que interactúa y conversa con sus personajes, ¿a qué nos suena esto y además en Salamanca?
—No cuelgues, por favor. Te necesito más que nunca.  
Dice el personaje de Susana, ya en tercera persona, al principio del capítulo segundo cuando telefonea a Annika Kaunda. 

¿Quién es Annika Kaunda? 

Según la contraportada del librito, Annika es una oficial de policía adscrita a la comisaría de Mérida, de origen africano y negra. Los seguidores de Susana Martín Gijón sin duda sabrán dar muchos más detalles sobre este personaje, que se nos presenta con gran fuerza. 

Ahora Annika está de baja y embarazada —¡spoiler!, ¡spoiler!, gritará la palabra de moda algún lector—, y esos mismos lectores sabrán qué tiene eso de extraordinario en el devenir de esta policía singular, aunque a los que el azar nos ha hecho que empecemos por esta última novela, el hecho nos parezca nada reseñable. En cualquier caso, a Annika, que al contrario de Augusto Pérez, no reconoce a su autora, una fuerza interior parece impulsarla a dar por buena aquella llamada loca y a acudir, como el propio Augusto, a Salamanca para reunirse con su creadora.
Cuando Annika consiguió llegar a la dirección indicada habían transcurrido más de dos horas.
Mucha prisa se dio Annika en hacer el trayecto de Mérida a Salamanca, trayecto que según Google Maps lleva un mínimo de dos horas y media, pero no nos ensañemos en estos detallines en una novela donde todo es tan real, y donde la mayoría de los personajes que aparecen en ella lo son. En ese ambiente, Annika Kaunda es sin duda conocida, y por ello no deja de sorprender a los asistentes al congreso: 
—¿David Knutson? Soy Annika Kaunda, oficial de policía. Necesito hablar con usted.
Aquel hombre abrió desmesuradamente los ojos. Se la quedó observando con suspicacia y después una sonrisa divertida afloró a sus labios.
—No la imaginaba así.
—Disculpe.
—Nada, cosas mías, no me haga caso.
Si a estas alturas alguien duda de la existencia de Annika, de su personalidad fuera del papel impreso, habría que volver a recordar al maestro y a su personaje en el célebre diálogo entre ambos:
Vamos a cuentas: ¿no ha sido usted el que no una, sino varias veces, ha dicho que don Quijote y Sancho, no son ya tan reales, sino más reales que Cervantes?
El personaje, que ha conseguido más fama en el mundillo de la novela negra que su autora, se mueve sin salir de su asombro por entre personajes reales que saben de su vida más que ella misma. 

Y mientras Annika hace su trabajo, investigando sangrientos crímenes, esperemos que estos sí inventados, Susana, en comisaría, quizá repase mentalmente las notas de su próxima comunicación:

«Mis novelas están ambientadas en Extremadura, porque quiero dar visibilidad a Extremadura, y la conozco bien... No concibo la literatura fuera del compromiso y la responsabilidad social... La novela negra me sirve de vehículo para la denuncia social, es un género que te permite ir a los bajos fondos y denunciar lo que allí pasa.»(1)

¿Qué es lo que denuncia Susana Martín Gijón en esta novela? ¿Cuáles son esos bajos fondos salmantinos que permiten sacar a la luz lo que ocurre en la ciudad universitaria?

Aunque la pista definitiva que pone a Annika Kaunda en el buen camino para encontrar al criminal no esté nada clara, la motivación se nos muestra en toda su crudeza, sobre todo para aquellos que conozcan bien los ambientes universitarios donde las puñaladas dialécticas abundan a la hora de que una comunicación prevalezca, de que el jefe te cite en un artículo, de que tú, por supuesto, cites al jefe y a poder ser a sus discípulos preferidos, donde se mata —en Pensión Salamanca literalmente— por hacerse con un puesto en el escalafón académico, por sumar puntos al currículum, por conseguir esa beca o esa estadía en el extranjero... Y poco importa que esta vez la acción se mueva entre los aspirantes, entre los que empiezan, los consagrados sabemos que son incluso mucho peores.

Sigue Susana repasando mentalmente sus notas: «el mundo de la novela negra es un mundo muy masculinizado, las autoras, que hay muchas, son completamente invisibles, por supuesto rara vez consiguen algún premio, pero incluso es que nuestra presencia molesta. Nos quieren ver en casa y con la pata quebrada...»(1).

Plaza de Anaya

Resuelto el crimen, el congreso continúa, los ciento cincuenta comunicantes se intercambian tarjetas en días frenéticos saltando de sesión en sesión... Susana pasea relajada por la calle de Canalejas con Annika. Gracias a ella se ha librado de un buen susto y podrá seguir su carrera en un mundo lleno de chalados, según palabras de Annika. Una Annika que sigue sin entender qué hace ella en fuera de su Mérida en un congreso de locos de remate, descubriendo a asesinos inventados y siguiendo pistas sangrientas en baños de viejas pensiones con olor a vieja Salamanca. 

Antes de despedirse no puede vencer la tentación de preguntar a Susana:
Pero antes aclárame algo que no había tenido ocasión de preguntarte: ¿tú a mí de qué me conocías?
Susana la miró de hito en hito. Por un momento pareció tentada a responder. Después cambió de opinión:
—Es una larga historia, Annika... nos queda pendiente para otro día, ¿de acuerdo?
Comentario para el club de lectura La Acequia.

(1) Notas tomadas en el encuentro con la autora dentro de Cuarto Propio (Medialab-Prado) el 8 de noviembre del 2016.

  Medialab- 

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Número 136. Niebla: hablar por hablar

En Niebla abundan los diálogos. De hecho Unamuno sigue el consejo que se da a sí mismo cuando Víctor Goti, su personaje prologuista, le expone a su amigo Augusto las teorías sobre la novela, que para que no lleve el diablo a nadie se convierten en nivola, y así todos contentos.
—Lo que hay es diálogo; sobre todo diálogo. La cosa es que los personajes hablen, que hablen mucho, aunque no digan nada.
Unamuno, como narrador, quiere aportar un punto de vista objetivo, no intervenir en la novela más que lo imprescindible. Los personajes son sus propios autores, no solo los protagonistas, van haciéndose a sí mismos a medida que avancen las páginas:
Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen, sobre todo según hablen; su carácter se irá formando poco a poco. Y a las veces su carácter será el de no tenerlo. 
Como detalle al margen, no pasemos por alto en esta conversación en la que se define el nuevo —si es que lo es— género narrativo, la sutileza con la que Unamuno se refiere a Manuel Machado:
Pues le he oído contar a Manuel Machado, el poeta, el hermano de Antonio, que una vez le llevó a don Eduado Benot para leérselo un soneto que estaba en alejandrinos o en no sé qué otra forma heterodoxa. Se lo leyó y don Eduardo le dijo: «Pero ¡eso no es soneto!...» «No, señor —le contestó Machado— no es soneto, es sonite». Pues así es como mi novela no va a ser novela, sino..., ¿cómo dije?, navilo..., nebulo, no, no, nívola, eso, ¡nivola! Así nadie podrá decir que derogan las leyes de su género, invento el género, e inventar un género no es más que darle un nombre nuevo, y le doy las leyes que me place. ¡Y mucho diálogo!
Que no se líen los estudiantes que buscan claves en El rincón del vago acerca del nuevo género, don Miguel lo aclaró en el prólogo que escribió para la reedición de 1935:
Esta ocurrencia de llamarle nivola —ocurrencia que no es mía, como lo cuento en el texto— fue otra ingenua zorrería mía para intrigar a los críticos. Novela y tan novela como cualquiera otra que así sea. 
¡Qué juguetón era Unamuno! ¡Qué forma de envolver todo en la niebla!


escena oscura: silueta recortada en un fondo de luz tenue.

Pero a lo que íbamos íbamos, y queríamos hablar de los diálogos, los diálogos que van haciendo la novela, en los que a don Miguel no le duelen prendas a la hora de bajar a un registro coloquial en el que echa mano con presteza de modismos y expresiones que acercan texto y personajes a ese ámbito familiar que casi podemos tocar con la mano.

Bien calibradas y dosificadas estas piezas del lenguaje, nos van graduando las conversaciones, nos van introduciendo poco a poco en esa atmósfera de realismo, somos espectadores de primera fila.

Tómese, por ejemplo, el capítulo XIX, ese en el que la tía de Eugenia, doña Ermelinda, visita a Augusto con un recadito diplomático de parte de su sobrina. Al principio, el diálogo, reposado, transcurre con todos los rasgos de la formalidad que impone una visita de cortesía entre dos personas educadas:
Salió a recibirla y se encontró con doña Ermelinda, que al: «¿Usted por aquí?» de Augusto, contestó con un «¡Cómo no ha querido volver a vernos...!»
Más formal el tono de Augusto: «Usted comprende, señora...», más cómplice el de ella, «¿sabe usted?». Una vez declarado que su visita tiene un propósito específico, doña Ermelinda toma carrerilla, dándole pocas opciones a Augusto de interrumpirla.
Y me estuvo repitiendo su estribillo de que los hombres son ustedes unos brutos y nada más que unos brutos. Y ha estado estos días de morro, con  un humor de todos los diablos.
La conversación avanza envuelta en numerosas contradicciones, paradojas, juegos de palabras... 
—Y creo que no lo crea.
[...]
—Y la mejor diplomacia, señora, es no tenerla, y sobre todo conmigo...
Hasta que toda diplomacia y contención pasa a un segundo plano:
—¡Basta, señora, basta! Ahora parece que sin darse cuenta vuelven a ofenderme...—Será sin intención.—Hay ocasiones en que las peores ofensa son esas que se infligen sin intención, según se dice.—Pues no lo entiendo...—Y es, sin embargo, cosa muy clara. Una vez entré en una reunión y uno que allí había [...].

La conversación va subiendo de tono, el flemático Augusto parece realmente enfadado:
—¡No se exalte usted así,don Augusto...!
—¡Pues no he de exaltarme, señora, pues no he de exaltarme! ¿Es que esa... muchacha se va a burlar de mí y va a querer jugar conmigo? —y al decir esto se acordaba de Rosarito.
—¡Por Dios, don Augusto, por Dios...!
[...]
—¡No se exalte usted así!
Los personajes deben hablar y hablar, ese será su retrato y su mejor descripción.
foto de un perrillo



Comentario para el club de lectura La Acequia.

martes, 1 de noviembre de 2016

Número 135. Mañanas de Niebla...

Se empeña don Miguel de Unamuno en que ponga yo un prólogo a este su libro en que relata la tan lamentable historia de mi buen amigo Augusto Pérez y su misteriosa muerte, y yo no puedo menos sino escribirlo, porque los deseos del señor Unamuno son para mí mandatos en la más genuina acepción de este vocablo. Sin haber llegado yo al extremo de escepticismo hamletiano de mi pobre amigo Pérez, que llegó hasta a dudar de su propia existencia, estoy por lo menos firmemente persuadido de que carezco de eso que los psicólogos llaman libre albedrío, aunque para mi consuelo creo también que tampoco goza don Miguel de él.
Así, a la chita callando, destripando algunos de los secretos de su relato, empieza Niebla, una de las más conocidas nivolas de Miguel de Unamuno, tan amigo de romper moldes, de salirse de lo habitual y lo marcado.

Aquí lo hace desde esa primera línea del Prólogo, en realidad un capítulo más de la ficción, en la que se nos presenta a los personajes, algunas conjeturas sobre lo que pasó y no se cuenta, o sobre lo que se cuenta y no pasó, puestas en negro sobre blanco por uno de los personajes secundarios, Víctor Goti, que bien pudiera haber sido el narrador, si no fuera porque Víctor y don Miguel tienen puntos de vista bien diferentes acerca de la realidad de lo ocurrido.

«Parecerá acaso extraño —prosigue Víctor Goti con su prólogo— que sea yo, un perfecto desconocido en la república de las letras españolas, quien prologue un libro de don Miguel...». ¿Quién es este perfecto desconocido que firma como Víctor Goti?, se pregunta el ingenuo lector que acaba de abrir por primera vez el libro. la novela. No le suena de entre la nómina de escritores del XX más celebrados, ni Google parece devolver otros documentos que no sean el del libro que tiene entre manos, entonces ¿desconocido era y desconocido siguió siendo?

A poco que el ingenuo lector siga leyendo, enseguida se dará cuenta de que ha caído en uno de los muchos trucos literarios de Unamuno, del autor material del texto que tiene ante sus ojos. Unamuno se inventa todo, no solo la trama, los personajes, el ambiente, e incluso el género, se inventa hasta el prologuista. Todo es pura fantasía, todo es invención, ¿todo? No, porque como se apunta en el primer párrafo ya hay un cierto determinismo y el autor material no es libre de hacer lo que quiera, ni con sus personajes, ni con su historia, ni con su devenir, ni consigo mismo una vez que los ha parido y puesto en este mundo, un mundo en el que la ficción y la realidad se mezclan continuamente, sin que apenas se divisen los contornos de unos y de otros.


Las torres del Bernabeu entre niebla


Cuando Augusto, el protagonista, se levanta ya no hay niebla, aunque llueve, así que empieza a deambular por la ciudad, sin rumbo, pensando en seguir a un perro, para terminar siguiendo a una señorita que, al contrario que él, ocioso caballero, madruga para dar clases y ganarse con ello el pan de cada día. 

Este motivo de seguir a perros y señores como arranque de una relación sería muy bien llevado al mundo de la animación en 101 dálmatas, pero no nos vayamos por las ramas, y quedémonos con Augusto, que tras conocer lo imprescindible, portera y propina mediante, sobre la muchacha a la que ha seguido vuelve a su casa, y en la intimidad de su habitación comienza a «hacerla» a «crearla» según sus deseos, en lo que constituye su pan de cada día de vida ociosa. 
«¡Mi Eugenia, sí, la mía —iba diciéndose—, esta que me estoy forjando a solas, y no la otra, no la de carne y hueso, no la que vi cruzar por la puerta de mi casa, aparición fortuita, no la de la portera! ¿Aparición fortuita?  ¿Y qué aparición no lo es? [...] ¡El pan nuestro de cada día dánosle hoy! Dame, Señor, las mil menudencias de cada día. Los hombres no sucumbimos a las grandes penas ni a las grandes alegrías, y es porque esas penas y esas alegrías vienen embozadas en una inmensa niebla. La vida es una nebulosa. Ahora surge de ella Eugenia. ¿Y quién es Eugenia? ¡Ah!, caigo en la cuenta de que hace tiempo la andaba buscando. [...] ¡Eugenia!, ¡Eugenia!, ¡Eugenia!»

Algunos años después, Antonio Machado expresaría sentimientos muy cercanos ante la separación de su amada Guiomar:
Todo amor es fantasía;
él inventa el año, el día,
la hora y su melodía;
inventa el amante y, más,
la amada. No prueba nada,
contra el amor, que la amada
no haya existido jamás.
Para el club de lectura La Acequia.