martes, 20 de octubre de 2015

Número 93. Novelas ejemplares: Una digresión y algunos refranes más

Leyendo los comentarios de Gelu sobre El licenciado Vidriera se nos aparece el monte Testacho, con el que Vidriera se compara cuando unos muchachos le tiran piedras y tejos:
¿Qué me queréis, muchachos, porfiados como moscas, sucios como chinches, atrevidos como pulgas? ¿Soy yo, por ventura, el monte Testacho de Roma, para que me tiréis tantos tiestos y tejas?
El lector de hoy, si está manejando una edición sin notas, siempre podrá acercarse a la Wikipedia para informarse sobre ese monte, pero esta lectora curiosa del lenguaje popular se pregunta en el blog de Gelu ¿cómo de popular sería el monte Testacho entre los españoles de la época de Cervantes y cómo sería entendida aquella metáfora?

Gelu no duda en contestar que desde antiguo la gente sabía que el aceite de la Bética salía en ánforas hacia Italia, y que con los restos de aquellas ánforas se fue formando el citado monte, luego sí debía ser conocido por los lectores de las Novelas ejemplares.

Pero mi curiosidad va más allá, así que decido indagar en los corpus a ver si alguien más, aparte de Cervantes, utilizó el monte Testaccio en sus escritos, y solo encuentro citas y referencias arqueológicas muy bien documentadas. 



También lo encontramos en poesías cultas que describen lejanos lugares con reminiscencias clásicas, como en esta de Cristóbal de Mesa (1607) perteneciente a La Restauración de España:
Junto al monte Testacho que está lleno.
De los cascos de cántaros y barros,
Se mira un espacioso prado ameno,
Donde mostraban con ligeros carros:
Al pueblo el espectáculo más bueno
De los juegos olímpicos bizarros,
De la inmensa Pirámide el altura
Mira de Cestio la antigua sepultura.
Un posible indicio de su popularidad podemos encontrarlo también en uno de los cuentos (1594) recogidos por Juan de Arguijo (1567-1622), sin duda con mayor difusión que los poemas eruditos, donde lo menciona en los siguientes términos:
Por aquí decía él que entendía lo que Dios mandó a Josué: que habiendo rendido unas ciudades de enemigos, quemase cuanto en ellas hallase, haciendo de todo ello un monte Testacho, et erit tibi in tumulum sempitermum [sic].[1]
Admitamos la popularidad de la singularidad del monte romano y pasemos a mirar en las aventuras del alférez Campuzano en El casamiento engañoso.
Pensóse don Simueque que me engañaba con su hija la tuerta, y por el Dío, contrecho soy de un lado
Con este refrán resume el soldado las vicisitudes de su casamiento, donde si él fue engañado, ella también lo fue. Un juego entre pillos en el que el hombre, que es al que conocemos, termina falto del poco dinero que tenía y con la salud arruinada. Así describe su situación tras el casamiento Campuzano al licenciado Peralta: 
—No sabré decir si fue por amores —respondió el alférez— aunque sabré afirmar que fue por dolores, pues de mi casamiento, o cansamiento, saqué tantos en el cuerpo y en el alma, que los del cuerpo, para entretenerlos, me cuestan cuarenta sudores, y los del alma no hallo remedio para aliviarlos siquiera. 
Los juegos de palabras con los que Campuzano explica su situación responden a un afirmación previa de Peralta en la que declara que los casamientos por amores «traen aparejada la ejecución del arrepentimiento».

No debemos olvidar que los casamientos en la época se hacían mayormente por interés y concertados por los padres.

El refrán con el que hemos abierto el comentario es un refrán con reminiscencias sefardíes que debe ser entendido en el marco de los casamientos concertados en los que han intervenido distintas personas. Es un refrán muy conocido en la época, aunque el nombre del protagonista varía según el autor que lo haya recopilado: Bargas, Zancas... Simueque, que solo aparece en Cervantes, es nombre inventado que remite a la condición judía de los protagonistas del cuento.


canecillo románico formado por una pareja que entrelaza las manos

El cuento corría de boca en boca, pero también pasaba a los distintos tratados. Veamos lo que dice en su Philosophia vulgar Juan de Mal Lara, donde lo recoge bajo la forma de dialogismo:
¿Piensa don Braga que con su hija tuerta me engaña? 
Pues para el dió, hermano, que soy contrecho de un lado.
Este refrán es de gran sentencia y de cosas que cada día acontescen, principalmente quando en los casamientos, que son negocios de mucha verdad, se trata engaño, como se vio en estos dos judíos (que avrá cien años que serían), y casando el don Braga su hija con otro de su jaez, siendo tuerta, la vendió por derecha, y el desposado vínolo a saber (que no falta en estas cosas quien lo descubre) y el dixo al que le traía las nuevas cómo pensavan de engañarlo por la moça, que era tuerta, respondiendo mansamente: Pues para el Dió, hermano, que soy contrecho de un lado. «Calla tú, que poco nos llevamos». Assí, quando les fueron a tomar las manos, la moça tenía una manera buena de encubrir el ojo con la vergüença y exercicio que no faltaba en la mano, con que se cubría muchas vezes, y el desposado procuró salir lo más derecho que pudo, andando muy poco y haziéndole señas con el lado contrecho, de manera que el suegro no holgava de darle la hija tuerta y él casarse contrecho. 
El cuento sigue algo más, pero Mal Lara no duda en volver a su tiempo —estamos a mitad del siglo XVI— para lamentarse de que cualquier conflicto de semejante índole se resuelva mediante dinero, sin duda lamentándose de la continua mercantilización de los matrimonios, pues se han copiado las costumbres de los judíos.  
Agudeza fue de judíos y engaño justo, porque a traidor, traidor y medio, y quedaron bien pagados, según en nuestros tiempos se haze, que, queriendo uno engañar con la hija que tiene incasable, o con el hijo, de la misma manera viene a recibir el engaño. Aunque agora las faltas se passan a puro dinero y se quieren con todas sus tachas, buenas y malas, como haya dinero.
Aunque los viejos cuentos hablen en sentido recto de defectos físicos, vemos cómo Cervantes lo aplica también a los puros matrimonios por interés. Hay un salto cualitativo importante en esta nueva aplicación del refrán, pues ya no deben tomarse las palabras al pie de la letra, el cuentecillo ha adquirido su valor simbólico y moralizante.

Los refranes sobre casamientos abundan en la época, la propia Philosophia vulgar dedica un gran apartado al tema, y normalmente su significado está muy próximo a la letra. Los que advierten contra los matrimonios desiguales son los que más abundan, y entre los que rechazan los matrimonios por interés resaltamos el siguiente recogido por Correas:


Casose con gata, por amor de la plata; gastose la plata, y quedóse la gata en casa. 

 Que tiene su versión moderna en una coplilla que se canta por esos pueblos:

Me casé con un viejo,
por la moneda.
La moneda se acaba,
el viejo queda.

Lo que parece ser no es, «no es todo oro lo que reluce, las cadenas, cintillos, joyas y brinco, con sólo ser de alquimia se contentaron», explica Campuzano.

Efectivamente, no es oro todo lo que reluce y no deja de sorprender la facilidad con la que uno y otro se dejaron engañar. Peralta echa mano de unos versos de Petrarca, cita culta, que el narrador, Cervantes, al ponerlos en romance crea casi un nuevo refrán:
Ché, qui prende dicleto di far fiode;
Non si de lamentar si altri l'ingana.
Que responden en nuestro castellano: «Que el que tiene costumbre y gusto de engañar a otro no se debe quejar cuando es engañado».
¡Pobre Campuzano! Que queriendo engañar fue engañado, y ni tan siquiera le quedó el consuelo de los dineros, como también se lamenta Peralta:

 como suele decirse, todos los duelos..., etc.
Bibliografía
  • Cervantes, Miguel de (1613 = 1997): Novelas ejemplares. Versión en línea de la Universidad de Alcalá de Henares: (http://cervantes.uah.es/ejemplares/lvidriera/lvword.htm)[consulta: 17-10-2015].
  • Correas, Gonzalo (1627 = 2001): Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. Louis Combet, revisada por R. Jammes y M. Mir, Madrid: Castalia. Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica, 19.
  • Mal Lara, Juan de (1568 = 2013): La Philosophia vulgar. Madrid: Cátedra. Hernando. 

Notas

[1] Recuperado a través del Corpus del Español de Mark Davies (www.corpusdelespañol.org) [consulta: 19-10-2015]


Contribución para el club de lectura La Acequia

miércoles, 14 de octubre de 2015

Número 92. El licenciado Vidriera: Los niños y los locos dicen las verdades

Para algunos de sus contemporáneos, y para no pocos lectores y críticos posteriores, las andanzas de un estudiante en Salamanca, al servicio de unos amos ricos, y sus posteriores viajes por Italia y Flandes, y aun el fallido incidente amoroso que le llevó a la locura, no son más que pretextos, en el sentido más literal, para colar una serie de adagios —frases breves pero provechosas en el sentido— que, siguiendo una moda muy en boga antes de que la Inquisición empezara a hacer de las suyas, habían puesto de moda una serie de escritores e intelectuales encandilados por las doctrinas de un tal Erasmo, que había sido capaz de recoger el saber clásico en 4151 proverbios. Erasmo, por cierto, había escrito también una obra titulada El elogio de la locura.

Hagamos un poco de historia. En 1500 aparece en París la primera edición de los Adagios de Erasmo. En ella se halla buena parte del saber enjundioso de la Antigüedad, aderezado por los acertados comentarios del propio Erasmo, que afirma en el mismo prólogo que «las sentencias y los vinos mejoran con los años». La obra fue un éxito y el propio autor se encargó de irla enriqueciendo con su saber y nuevas aportaciones en sucesivas ediciones, siendo la de Basilea de 1536 la definitiva. 

La obra de Erasmo, escrita en latín, llegó pronto a España y tuvo gran difusión entre los intelectuales españoles que no dudaron en dar a la imprenta glosas de la propia sabiduría popular castellana. Recuérdese, por ejemplo, que la obra Refranes famosísimos glosados se publicó en Burgos, en la imprenta Fadrique de Basilea, en 1509. La llegada al trono de Carlos V propició esa difusión de la obra de Erasmo, cuyas sucesivas ediciones de los Adagios se convirtieron en un auténtico best-seller de la época. Solo el encarnizamiento de la Inquisición con las obras de Erasmo y los erasmistas consiguió frenar el entusiasmo por esta sabiduría. Luego vendría Trento y la Contrarreforma que dejarían durante muchos años los Adagios completamente expurgados.
vasijas de vidrio coloreado, la una con forma de cabeza humana y la otra en forma de racimo

En un mundo en que apenas se pueden decir las verdades, en que la crítica social es sin duda peligrosa, solo un loco, puesta su sabiduría en forma de adagios, puede andar gritando a los cuatro vientos esas verdades en el menor de los casos incómodas. Al bufón se le permite todo. 

El licenciado Vidriera podría habérnoslo presentado Cervantes ya loco, sin embargo, ha preferido mostrarnos sus orígenes y la forma en que adquirió esa sabiduría, esa sabiduría que desde que sabemos de él quiere alcanzar. La ha conseguido con el estudio y también algo con los viajes probando la vida del soldado, pero sin llegar a sentar plaza. 

Tomás Rodaja, víctima quizá del único pecado de lujuria que probó en su vida, tras grave enfermedad por envenenamiento se vuelve loco creyéndose de vidrio, y las distintas capas sociales empiezan a verse representadas en las transparencias de ese loco que dice las verdades en forma sapiencial. 

La primera sentencia que pronuncia el licenciado lo hace en latín, es un cita bíblica ¿puede concebirse mayor y solvente autoridad dentro de la ortodoxia?
Filiae Hierusalem, plorate super vos est super filios vestros (Lucas, 23, 28)
Pese a venir en latín la cita, el vulgo la entiende y duda de la locura del que se cree de vidrio.
Entendió el marido de la ropera la malicia del dicho y díjole:—Hermano licenciado Vidriera (que así decía él que se llamaba), más tenéis de bellaco que de loco.
¿Son dichos comunes puestos en bonitas palabras con los que Vidriera sentencia los juicios a los que se le somete? Sin lugar a dudas, Cervantes saca partido al juego entre lo culto y lo popular, como vimos en el comentario anterior en el pasaje de los azotes al muchacho. La letra con sangre entra, venían repitiendo los tratadistas desde el siglo anterior, en muchos casos tomándolo al pie de la letra, aunque también tomando la sangre como el vigor que da la juventud tan necesario para el aprendizaje. 

Vidriera es llevado a la corte en unas «árguenas de paja, como aquéllas donde llevan el vidrio» y siguiéndole el juego consiguen que se manifieste sobre distintas causas y sobre todo oficios: clérigos, poetas, arrieros, alcahuetes, dueñas, escribanos, músicos, hasta las propias ciudades en pugna por al corte —Madrid y Valladolid— son sometidas a su locura ejerciendo de juicio.
De Madrid, cielo y suelo; de Valladolid, los entresuelos.
Actuando como hombre prudente, vuelve con frecuencia a apoyarse en las Sagradas Escrituras, y en las citas clásicas de Ovidio. Sabe nadar y guardar la ropa, ante quien, pese a su locura, puede llevarlo ante el Santo Oficio:
Nadie se olvide de lo que dice el Espíritu Santo: Nolite tangere christos meos.Y, subiéndose más en cólera, dijo que mirasen en ello, y verían que de muchos santos que de pocos años a esta parte había canonizado la Iglesia y puesto en el número de los bienaventurados, ninguno se llamaba el capitán don Fulano, ni el secretario don Tal de don Tales, ni el Conde, Marqués o Duque de tal parte, sino fray Diego, fray Jacinto, fray Raimundo, todos frailes y religiosos; porque las religiones son los Aranjueces del cielo, cuyos frutos, de ordinario, se ponen en la mesa de Dios.
Recupera Vidriera la cordura, por intervención de un fraile jerónimo, y  con ella, al igual que don Quijote, recupera su verdadero nombre, o aun más el nombre que heredó de sus padres. Renacido en el licenciado Rueda, vestido como procede, porque el hábito hace al letrado y un abogado pobre no deja de ser un pobre abogado, intenta ganarse la fama con su sabiduría, pero ¿quién hace caso a un loco?
Señores, yo soy el licenciado Vidriera, pero no el que solía: soy ahora el licenciado Rueda; sucesos y desgracias que acontecen en el mundo, por permisión del cielo, me quitaron el juicio, y las misericordias de Dios me le han vuelto. Por las cosas que dicen que dije cuando loco, podéis considerar las que diré y haré cuando cuerdo. Yo soy graduado en leyes por Salamanca, adonde estudié con pobreza y adonde llevé segundo en licencias: de do se puede inferir que más la virtud que el favor me dio el grado que tengo. Aquí he venido a este gran mar de la Corte para abogar y ganar la vida; pero si no me dejáis, habré venido a bogar y granjear la muerte. Por amor de Dios que no hagáis que el seguirme sea perseguirme, y que lo que alcancé por loco, que es el sustento, lo pierda por cuerdo. Lo que solíades preguntarme en las plazas, preguntádmelo ahora en mi casa, y veréis que el que os respondía bien, según dicen, de improviso, os responderá mejor de pensado.
Excelente discurso donde caben todas las figuras de la retórica, pero sin duda no suficientes para convencer al público. El licenciado Rueda no puede ganarse como cuerdo el pan que tan fácilmente se ha ganado como loco: los aforismos de un cuerdo ya no sirven, y puede que hasta estén proscritos. 
¡Oh Corte, que alargas las esperanzas de los atrevidos pretendientes, y acortas las de los virtuosos encogidos, sustentas abundantemente a los truhanes desvergonzados y matas de hambre a los discretos vergonzosos!
El Cervantes soldado tiene para su personaje un fin digno, aun dentro del fracaso que supone no poder dar cumplimiento a su verdadera vocación. Las armas son tan dignas como las letras, la espada lo es tanto como la pluma, y Flandes el territorio idóneo para empezar una nueva vida: 
Esto dijo y se fue a Flandes, donde la vida que había comenzado a eternizar por las letras la acabó de eternizar por las armas, en compañía de su buen amigo el capitán Valdivia, dejando fama en su muerte de prudente y valentísimo soldado.

monumento en el castillo de Cartagena semejando lanzas


Comentario para el club de lectura La Acequia

miércoles, 7 de octubre de 2015

Número 91. El licenciado Vidriera: De los hombres se hacen los obispos

De hombres, obispos, amos, criados, estudiantes y algún palo que otro suelto

Madrid: calle en el barrio de las Letras

Enfrentarse a la relectura de una obra cervantina, sea cual sea, obliga sin duda a aprestar lápiz, papel y compendios, para ir apuntando y desgranando esos refranes y frases que a sentencias suenan por la prestancia y la rotundidad con la que están escritas.

Nada más iniciar la lectura de El licenciado Vidriera nos encontramos con un refrán que por sí solo podría resumir la novela, si la mala fortuna no se cruzara en el camino de los humanos: De los hombres se hacen los obispos.

El adolescente Tomás, presuntamente hijo de labrador pobre, ha ido a Salamanca a buscar fortuna contando por todo equipaje con su prestancia, que sin duda la tiene, su inteligencia y su mucha discreción.
Paseándose dos caballeros estudiantes por las riberas del Tormes, hallaron en ellas, debajo de un árbol durmiendo, a un muchacho de hasta edad de once años, vestido como labrador. Mandaron a un criado que le despertase; despertó y preguntáronle de adónde era y qué hacía durmiendo en aquella soledad. A lo cual el muchacho respondió que el nombre de su tierra se le había olvidado, y que iba a la ciudad de Salamanca a buscar un amo a quien servir, por sólo que le diese estudio. Preguntáronle si sabía leer; respondió que sí, y escribir también.
—Desa manera —dijo uno de los caballeros—, no es por falta de memoria habérsete olvidado el nombre de tu patria.
—Sea por lo que fuere —respondió el muchacho—; que ni el della ni del de mis padres sabrá ninguno hasta que yo pueda honrarlos a ellos y a ella.

—Pues, ¿de qué suerte los piensas honrar? —preguntó el otro caballero.
—Con mis estudios —respondió el muchacho—, siendo famoso por ellos; porque yo he oído decir que de los hombres se hacen los obispos.
«Yo he oído decir» introduce hábilmente Cervantes en la conversación para presentarnos el refrán; sin embargo, ¿hasta qué punto podemos tomarnos esas palabras al pie de la letra? ¿Hasta qué punto era posible que el jovencito labriego hubiera podido oír el refrán? 

Consultando los refraneros coetáneos, incluido el indiscutible del maestro Correas, no se encuentra rastro anterior a Cervantes de este refrán. Podemos pensar que efectivamente andaba en circulación y era un dicho que corría por el pueblo, pero también podemos pensar en una creación, otra más, salida de la pluma del ingenio cervantino, que iniciaba su andadura con mejor o peor fortuna.

Estamos en 1613, fecha de la publicación de las Novelas ejemplares y quizá fuera a raíz de esta fecha, de la publicación de El licenciado Vidriera, que la frase hiciera fortuna. El estar situada tan al principio de la novela, y sin duda ser bastante indicativa de la intención «ejemplarizante» del autor, contribuyó a su difusión. ¿Había nacido un nuevo refrán?

No dudó Cervantes en dar nuevas alas a su criatura al introducirla en la segunda parte del Quijote, que como sabemos aparecería dos años después (1615), y no una sino dos veces. 

Veamos la primera de ellas, en el diálogo entre Sancho y la duquesa donde aparece la expresión, incrementada para darle un tono, si cabe, más popular: 
—Eso de gobernarlos bien —respondió Sancho— no hay para qué encargármelo [...]. Y paréceme a mí que en esto de los gobiernos todo es comenzar, y podría ser que a quince días de gobernador me comiese las manos tras el oficio y supiese más dél que de la labor del campo, en que me he criado.
—Vos tenéis razón, Sancho —dijo la duquesa—, que nadie nace enseñado, y de los hombres se hacen los obispos, que no de las piedras (Quijote: II, cap. XXXIII). 
El refrán puesto en boca de una refinada duquesa que enlaza refranes cual vulgar labrador, y que además los sabe incluir en el apropiado contexto. Sabemos que la escena y la réplica de la duquesa está cargada de ironía y complacencia ante el divertimento que se está costeando. Don Quijote y Sancho son los juguetes, los bufones con que ella y el duque se han regalado. 


escudo heráldico sito en el barrio de las Letras


La duquesa se burla de aquellos que quieren medrar confiando únicamente en su discreción e inteligencia carentes de buena cuna. Sancho y su amo don Quijote no son más que unos infelices, a los que ni la vida ni las muchas lecturas, podrán enseñarle lo que a ella las finas sábanas de su cuna.

Cervantes no se resigna. En una época en que los cargos eclesiásticos se obtenían, efectivamente, más por cuna e influencia que por saberes y méritos, el autor insiste algunos capítulos más adelante, implicando ahora a don Quijote.
—Ya se ha visto, señor escudero —replicó Sancho—, enterrar un desmayado creyendo ser muerto, y parecíame a mí que estaba la reina Maguncia obligada a desmayarse antes que a morirse, que con la vida muchas cosas se remedian [...] , aunque fue necedad, no fue tan grande como se piensa, porque según las reglas de mi señor, que está presente y no me dejará mentir, así como se hacen de los hombres letrados los obispos, se pueden hacer de los caballeros, y más si son andantes, los reyes y los emperadores.
—Razón tienes, Sancho —dijo don Quijote—, porque un caballero andante, como tenga dos dedos de ventura, está en potencia propincua de ser el mayor señor del mundo (Quijote II, cap. XXXIX).
No es cualquier hombre el que puede llegar a obispo, ha matizado Cervantes por boca de Sancho, sino únicamente aquellos que son letrados, aquellos que han estudiado y sacado provecho de los libros de ciencia, como ese chiquillo, al que dos estudiantes ricos acogen en Salamanca, y al que la mala fortuna vendrá a cambiar por completo su suerte. 

Pese a lo que pueda parecer, y hallarse recogido en los principales repertorios (Campos y Barella, 1993: 186), de este refrán encontramos pocas ocurrencias, aunque Galdós supo rescatarlo para aupar, no también sin ironía, a algún personaje que algo tiene también del joven estudiante: Gabriel Araceli, el protagonista de los primeros Episodios Nacionales.
No echaré en saco roto la advertencia —repuse—, pues todos sabemos a qué debe su encumbramiento el hombre más poderoso que existe hoy en España después del rey.
—¡Calumnias! exclamó irritado el sacerdoteMi paisano, amigo y mecenas, el señor príncipe de la Paz, debe su elevación a su gran mérito, a su sabiduría y tacto político, y no a supuestas habilidades en la guitarra y las castañuelas, como dice el estólido vulgo.
—Sea lo que quiera añadí yo, lo cierto es que ese homre, de humildísimo guardia ha subido a cuanto hay que subir. Bien claro está.
—Pues no dudes que tú harás otro tanto dijo con ironía doña Juana
De hombres se hacen los obispos, como dijo el otro.
—Verdad es —repuse siguiendo la broma—, y juro que he de hacer a don Celestino arzobispo de Toledo.—Alto allá dijo el clérigo seriamenteNo aceptaré yo un cargo para el que me reconozco sin méritos. Bastante tendré yo con una capellanía de Reyes Nuevos o el arcedianato de Talavera (Carlos IV, recuperado a través del CORDE). 
Nótese el presentador incluido por Galdós en el parlamento para reforzar la idea del refrán, muy en la línea que había utilizado Cervantes al utilizarlo por primera vez: «como dijo el otro», muletilla ampliamente empleada para atribuir algo a la sabiduría popular.

Gabriel, en un momento posterior, se lo atribuirá a doña Juana, aunque el pasaje sigue teniendo ese tinte de sabiduría popular: «Como dice doña Juana, de hombre se hacen los obispos, y quien sabe si...» (Carlos IV, recuperado a través del CORDE). 

Ya en la tercera serie de los Episodios (La estafeta romántica) Galdós vuelve a insistir en el origen paremiológico de la afirmación, «viejos refranes», también en un contexto irónico:
Dame bromitas con el cardenalato. Monaguillo te vean mis ojos, y de hombres se hacen obispos, dicen viejos refranes. Con que menos chirigotas.
No parece que ni Cervantes ni Galdós se tomaran muy en serio la posibilidad de medrar solo con el estudio y la valía personal. Quizá el primero, aunque no tanto el segundo, adelantaba que al final la fortuna se tuerce para los que han logrado subir peldaños a base de esfuerzo. 

En cuanto a la aspiración de Tomás Rodaja, que así dice llamarse el protagonista de El licenciado Vidriera, de llegar a pagarse los estudios sirviendo a otros estudiantes ricos hay que recordar que era práctica habitual en la época: Estudiante sin blanca, de criado de rico va a Salamanca —refrán del que ya en el siglo XX se haría eco Rodríguez Marín (Martínez Kleiser, 1953)— resume bien esta circunstancia. 

Ya en su condición de loco Vidriera, Tomás hablará sentenciosamente de esta relación entre amos y criados, al enfrentarse a los mozos de mulas:
De nosotros, señor Redoma, poco o nada hay que decir, porque somos gente de bien y necesaria en la república. 
A lo cual respondió Vidriera:
La honra del amo descubre la del criado. Según esto, mira a quién sirves y verás cuán honrado eres: mozos sois vosotros de la más ruin canalla que sustenta la tierra. Una vez, cuando no era de vidrio, caminé una jornada en una mula de alquiler tal, que le conté ciento y veinte y una tachas, todas capitales y enemigas del género humano. Todos los mozos de mulas tienen su punta de rufianes, su punta de cacos, y su es no es de truhanes. Si sus amos (que así llaman ellos a los que llevan en sus mulas) son boquimuelles, hacen más suertes en ellos que las que echaron en esta ciudad los años pasados: si son extranjeros, los roban; si estudiantes, los maldicen; y si religiosos, los reniegan; y si soldados, los tiemblan.
«La honra del amo descubre la del criado» podría bien ser un refrán que circulara entonces, pero más bien parece que Cervantes haya querido dar la vuelta o adaptara a alguno de los que estuvieran en circulación. El vestido del criado dice quién es el amo, registra Correas para indicar cómo las acciones de los amos se reflejan en las de sus sirvientes. Por otro lado, en cuanto a la honra, Correas sentencia: La honra es de quien la hace. La honra está en el que la da, y glosa para que no haya duda «del honrado que cortésmente honra al otro». 

Y si de las acciones de los amos hablamos, ¿qué decir de las de los padres y maestros?
Díjole un muchacho:Señor licenciado Vidriera, yo me quiero desgarrar de mi padre porque me azota muchas veces.Y respondióle:Advierte, niño, que los azotes que los padres dan a los hijos honran, y los del verdugo afrentan.
Quien bien te quiere te hará llorar, sentencia ampliamente repetida y aceptada incluso en nuestros días, pero ya Cervantes la había puesto en cuestión, con su punto de ironía, en boca de Sancho:
—A lo menos —respondió Sancho— supo vuestra merced poner en su punto el lanzón, apuntándome a la cabeza, y dándome en las espaldas, gracias a Dios y a la diligencia que puse en ladearme. Pero vaya, que todo saldrá en la colada que yo he oído decir: «Ese te quiere bien que te hace llorar»; y más, que suelen los principales señores, tras una mala palabra que dicen a un criado, darle luego unas calzas, aunque no sé lo que le suelen dar tras haberle dado de palos, si ya no es que los caballeros andantes dan tras palos ínsulas, o reinos en tierra firme (Quijote: I, cap. xx).
De las otras correrías y sentencias de este curioso licenciado quizá hablemos otro día.

Bibliografía

  • Campos, Juana G. y Barella, Ana (1993 = 1996): Diccionario de refranes. Madrid: Espasa Calpe.
  • Cantera Ortiz de Urbina, Jesús (2012): Diccionario Akal del refranero español. Madrid: Ediciones Akal.
  • Cervantes, Miguel de (1605, 1615 = 2005): Don Quijote de la Mancha. Ed. de Francisco Rico. Instituto Cervantes. [En línea]: [consulta: 07-10-2015].
  • — (1613 = 1997): Novelas ejemplares. Versión en línea de la Universidad de Alcalá de Henares: (http://cervantes.uah.es/ejemplares/lvidriera/lvword.htm)[consulta: 07-10-2015].
  • Correas, Gonzalo (1627 = 2001): Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. Louis Combet, revisada por R. Jammes y M. Mir, Madrid: Castalia. Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica, 19.
  • Martínez Kleiser, Luis (1953-1997): Refranero general ideológico español. Madrid: Editorial Hernando. 
  • Real Academia Española: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español.  [Consulta: 07-10-2015]. 
Contribución para el club de lectura La Acequia.