martes, 29 de septiembre de 2015

Número 90. El reto de las brasas

Hay pocas tradiciones a las que pueda ponerse una fecha de inicio, pero en el caso del paso de las brasas en las fiestas de San Miguel en Tubilla del Lago no es difícil ponérsela a poco que se hable con los naturales del pueblo.


San Miguel. Paso de las brasas
Hará unos dieciocho años que Santi (Aldekoa) e Inma, afincados en Tubilla, decidieron dar un impulso a las fiestas otoñales del pueblo poniendo un reto a sus paisanos: el paso de las brasas con los pies descalzos, tal como se hace en otros lugares, por ejemplo en San Pedro Manrique (Soria). Algún tubillano se llegó a desplazar allí para aprender de cerca la técnica del paso, hoy, años después es uno de los fijos.

La mentalización es lo principal —nos explica un amigo, cubata en mano, poco antes de que empiece la ceremonia—. Al principio Santi reunía a veinte personas en el salón del ayuntamiento y les decía: «Venga, podéis hacerlo», y lo repetía y repetía y termina por concienciarlos. Esto es como cuando tienes que pasar un río, porque estás en peligro y lo pasas y lo pasas, contra corriente, aunque no sepas nadar. Pues esto es igual, pasos cortos y decididos, cuando empiezas a titubear es cuando te quemas. Al final te refrescas un poco los pies en un balde y listo. Yo solo me he hecho una ampolla un año, pero paso todos. En los pueblos pequeños estas cosas son las que nos animan.
Un voluntario pasando las brasas

Han venido gentes de otros pueblos a la fiesta. Luego, cuando termine el paso, la orquesta Odessa animará la velada. 

Se extiende la alfombra de brasas que brilla en la oscuridad, la Luna llena preside entre los árboles la noche serena. Los espectadores toman posiciones, ponen a punto los móviles para captar los detalles, o el paso triunfal de un amigo o familiar.

El primero se dispone a pasar. Pasa seguro, con la técnica de los pasos cortos y profundos... la gente aplaude.


Voluntario pasando las brasas

Se va animando algún otro, la gente aplaude, se multiplican las fotos, empiezan los repetidores... De pronto una mujer es la que se anima, y pasa, y la aplauden. 

Dos miembros de la organización ayudan a lavarse los pies en el balde dispuesto al final, otro trae más lumbre, aquel extiende y alisa la alfombra de brasas, un veterano da consejos a otro que se estrena en al aventura: «Con fuerza, pisa con fuerza». Alguno lo intenta llevando a cuestas a un compañero... 


Yo pasé el primer año y me quemé —nos cuenta una amiga—. La verdad es que me duraron las quemaduras un mes, los primeros días me dolían, luego no. Mi marido pasa todos los años, pero yo no. Lo intenté el primero y me quemé y el segundo, por amor propio me dije: Si pasa todo el mundo ¿por qué yo no? Y me volví a quemar, así que ya no he vuelto. 
La tradición se ha asentado en Tubilla del Lago. Los promotores iniciales dieron paso al Ayuntamiento, que asumió la organización como un acto más de las fiestas: la preparación de la leña, del terreno, que no haya piedras que son las que pueden quemar, estar al tanto de todo y de que nada falte...

Todo ha terminado, ya no hay más voluntarios al paso del fuego. 



La atracción del fuego es incuestionable, aunque todo consista en tan solo ver arder una hoguera. Las ceremonias de paso de hogueras, más coincidiendo con las fiestas locales que con la posición de los astros, solsticios o equinoccios, van proliferando. Se saltan las hogueras a las que se ha arrojado todo lo malo, se intenta purificar mediante el fuego sabe Dios qué, o simplemente se trata de superar retos personales.

martes, 22 de septiembre de 2015

Número 89. El tiempo incinerado: In memóriam

La tercera para del diario, titulado muy acertadamente El tiempo incinerado, está dominada por la idea de la muerte, presente en todo él, incluso cuando no se nombra, agazapada, anticipando el final, que lógicamente el autor no pudo prever cuando inició su escritura el primero de año, ni los lectores pueden adelantar.


chopos otoñales con todas sus hojas amarillas


Con un padre de 59 años enfermo de cáncer, el autor, con tan solo 32, pero con mucha lecturas, conciertos y estudios a sus espaldas, empieza a obsesionarse por la muerte que a principios de año era algo lejano.
Franco Ferrarotti —anota el 8 de septiembre, al  escribir Leer, leerse quiso analizar la agonía del libro en nuestra época. 
Consternado por la realidad que le sobrevino a principios del verano, no solo las personas agonizan, también lo hacen los libros, todo lo que gira a su alrededor y toca:
En definitiva, Leer, leerse es el pequeño testamento de un verdadero enamorado de los libros: "Sé que moriré con un libro en la mano. Será mi extramaunción" —concluye su entrada ese mismo día de septiembre. 
¿Quién puede hablar de extramaunciones y testamentos con tan solo 32 años? El impacto ha sido tremendo y la entrada del 14 de septiembre es sencillamente sobrecogedora:
Según Epicuro —empieza—, "nada es la muerte para nosotros, puesto que cuando nosotros no estamos la muerte no está, y cuando ella llega, ya no estamos nosotros". La muerte como experiencia individual, porque la muerte de aquellos a los que amamos sí está al mismo tiempo que nosotros.
[...]
Esta noche no he podido dormir. No puedo hacer nada para que la enfermedad de mi padre siga avanzando. Nadie puede hacerlo. He traído a mi habitación tres libros con el mismo título: La muerte.
Pero, ¡hombre de Dios!, ¿cómo pretende dormir con esas lecturas! Venga, hombre, hay que ser más vitalista, que mientras hay vida, hay esperanza, y ya sabemos que nadie, y menos nosotros, podemos hacer nada. Nada podemos hacer ante esos detalles costumbristas, en los que sin embargo, se nos revela un hilo de esperanza.
No es infrecuente, sobre todo en poblaciones pequeñas, ver a ciertas personas con un gesto de sorpresa delante de una esquela: no conocen la fallecido. Les ha sido negado su mayor placer: la animada conversación en el tanatorio y su hilera de frases hechas. Esta mañana, una mujer me ha preguntado por mi padre. Al responderle que se encuentra mejor, ha esbozado la misma mueca que ante el desconocido nombre de la esquela.
¿Que tu padre está mejor y tú te fijas en las muecas y en las frases hechas? Personalmente, y después de que cierre el ojo ¡tanto me da!, pero mientras tenga vida que me den la enfermedad y la muerte en un pueblo, porque cuando encuentren a tus familiares por la calle les preguntarán: «¿Qué tal marcha tu madre?» y cuando contestes encogiéndote de hombros con un gesto de resignación, no faltará quien te diga: «¡Vaya! Que se mejore», porque en la ciudad sí que nadie te pregunta por la familia, ni te da ánimos, ni tan siquiera saben quién eres, porque en la ciudad eres un poco inclusero, que dijo con razón Delibes, y con el tiempo no queda ningún testigo del nacimiento de uno. 

Alégrate, tu padre está mejor y eso es lo importante más allá de las muecas de las vecinas.

El 15 de octubre quieres dar al lector una pista de por qué empezaste a escribir un diario, pronto hará un año: 
Puede que al escribir este diario no busques tu memoria sino el tiempo que te espera: el débil discurrir de una triste profecía. Son estas palabras las que construyen tu destino, porque fijan una red que nutre, con cálida paciencia, la frustración que te desnuda. 
Diez días más tarde puedes disfrutar de la compañía de tu padre a la sombra otoñal de los chopos del monasterio: 
Las hileras de los chopos cambiaban con sus hojas el color de la hierba: en el Monasterio de la Santa Espina, el otoño ha crecido mientras hablaba con mi padre.
Un martes, 16 de noviembre, y de la mano de Susan Sontag (La enfermedad y sus metáforas), vuelve Fernández Magdaleno a reflexionar sobre esa enfermedad que ha cambiado más que su vida, el modo de mirarla:
Esos constantes rodeos para evitar la palabra cáncer son contrarios al uso que de ella se hace como metáfora en el lenguaje político y económico. 
La enfermedad no es ninguna metáfora, pero las enfermedades se curan, el cáncer tiene cura, aunque se resistan los medios materiales que tenemos a nuestra disposición.
Han sido emocionantes muchas de las llamadas de enfermos de cáncer y familiares a propósito de mi artículo sobre los recursos destinados... (jueves, 2 de diciembre).
A veces, las palabras de un famoso puestas en negro sobre blanco en algún periódico de regular tirada, o dichas en cualquier espacio televisivo de esos de prime time producen más efecto en las altas esferas que sesudos informes de investigadores, médicos, enfermeras y personal sanitario. Somos así, nos movemos por impulsos. 

Se acerca el final, ya quedan pocas hojas de este diario:
Una primera mentira, insignificante, se encadena a otras, cada vez mayores y más graves (miércoles, 22 de diciembre). 
La certeza es morir, pero no la fecha ni lo que envolverá ese instante. Para quien está gravemente enfermo y aquellos que le aman, la incertidumbre disminuye: el futuro ha sido ya delimitado (sábado, 25 de diciembre).   
Ha muerto mi abuela Amparo (domingo, 26 de diciembre). 
Ahora toma sentido la dedicatoria que abre El tiempo incinerado, un diario empezado a escribir un buen día, quizás en un momento bajo, y sin adivinar lo que ese año, el 2004, iba a deparar a su autor: 
Para Alicia, Pablo-Andrés y Álvaro
En memoria de nuestra abuela Amparo. 


Contribución al club de lectura La Acequia.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Número 88. Un lagar en Cilleruelo de Arriba

Cilleruelo de Arriba es un pequeño pueblo de la provincia de Burgos al que hay que ir casi ex profeso, aunque Google maps indique que pasando por él es el camino más corto para ir de Burgos a Santa María del Mercadillo. Curiosidades de esta aplicación, Google maps, para ir a Pinilla Transmote, pueblo intermedio entre Cilleruelo y Mercadillo, Google aconseja ir por Oquillas. Lo dicho, no sé si por Cilleruelo de Arriba pasará mucha gente al cabo del año.

Pasa una vez a la semana, los viernes, la furgoneta tienda que vende de todo, así como la del pescadero. No sé si todos los días sube el panadero desde el otro Cilleruelo, Cilleruelo de Abajo distante 18 kilómetros, y el carnicero, Manolo, que es de Pineda, el pueblo de al lado, pero con establecimiento en Gumiel. Fue el propio Manolo el que me contó que lo de ir por los pueblos vendiendo la carne es tradición en la familia, pues ya su padre llevaba los corderos metidos en serones a lomos de un macho por esos pueblos. 


mujeres tomando el sol ante un lagar arruinado en Cilleruelo de Arriba
También pasa por Cilleruelo de Arriba todos los días del curso escolar el minibús del colegio, pues de ese pueblo bajan dos niños al colegio comarcal sito en Gumiel de Izán. 

Todo esto me lo contaron a la entrada del pueblo unas buenas mujeres que tomaban el sol apoyadas en lo que fue un antiguo y hermoso lagar, ahora completamente arruinado.

Y aquí me detengo con ellas un rato, porque aparte de los datos facilitados más arriba, me dan algunos detalles de lo que fue en otro tiempo ese hermoso edificio adornado con figuras de animales labrados en la piedra, como es canalón y esas ménsulas clásicas que todavía pueden apreciarse en la fachada. 


Cilleruelo_lagar_detalle de canalón y ménsula
«Dentro, la canilla, por donde salía el mosto a la pila, tenía también forma de animal, así como de culebra —me dice una de ellas, y otra añade—: Vino una vez un señor preguntando por él, que era escultor o pintor y que la gustaba para estudio, pero no ha vuelto... Como es de catorce...»

La oveja que es de muchos los lobos se la comen, dice el refrán y algo así le ha ocurrido a este en otro tiempo noble edificio y hoy arruinado e invadido por las zarzas.

En otro tiempo, en Cilleruelo de Arriba hubo bastantes viñas, de las que hoy, aparte de lagares arruinados, solo queda el recuerdo de las bodegas subterráneas convertidas en merenderos. 

No me canso de mirar el noble tímpano del edificio, todavía en pie, como puede apreciarse, y una de las vecinas me señala una semiesfera en el centro de la fachada entre las dos ménsulas, cuyo significado y utilidad no acertamos a discernir.


Tímpano del lagar


Ménsulas de la fachada del lagar


El lagar es el primer edificio de la calle Real, y es sin duda una buena atalaya para disfrutar del paisaje de la vega de un arroyo sin nombre, tributario del Esgueva, y más allá los bosques de enebros y encinas. 


Cilleruelo: vista desde la calle Real

Se ven algunos palomares, pero las palomas ya «no los quieren» y prefieren las casas viejas o las nuevas, pero de la cría de pichones, que tan buenas meriendas propiciaban en otros tiempos, ya nadie habla. 



Pilón y fuentes
El poyo del antiguo lagar sirve ahora de asiento o de sencillo apoyo para las mujeres que disfrutan del sol. Hace un día hermoso en comparación con los que hemos pasado de viento y lluvia. No haciendo viento, no hace mal tiempo, me recuerdan.

Me señalan, al pie y antes de subir la cuesta, el parque de la antigua fuente y lavaderos. Hasta hacer la fuente de la plaza, aquella era la única fuente y aquel era el único pilón del pueblo, por lo que siempre fue lugar de concurrencia, con el agua fresca en verano y «caliente» en invierno para poder lavar sin pasar demasiado frío. Hoy es un ameno parque con asaderos, buena chopera y algún ciruelo chino.

En ese día de septiembre el parquecillo está desierto, ya se marcharon los veraneantes que meriendan allí las tardes de agosto.

Mis informantes también me señalan algo blanco, allí al lado del parque:


La escultura en forma de almendra en primer plano, al fondo y en alto la entrada a una bodega
—¿Ve aquella piedra blanca? Pues es un accésit que le dieron a un escultor, hijo de uno del pueblo, en Burgos, y la puso allí. 

No todas las mujeres que tan amablemente me cuentan cosas sobre su pueblo viven todo el tiempo allí, algunas viven en Burgos, y solo en el verano vuelven a abrir la casa.

Antes de abandonar el pueblo, recorro algunas de sus calles, saco otras fotografías y bajo hasta el parque a fotografiar la almendra de cerca. 

Se titula De almendra y sus autores son Luis Ismael Ortega y Jorge Ortega, habiendo obtenido el accésit en el I Simposio Escultura Piedra Burgos Pinacal de la Fundación Chillida. Burgos 2009. 

En Cilleruelo de Arriba lo nuevo y lo viejo se combinan. 

lunes, 14 de septiembre de 2015

Número 87. El tiempo incinerado: la realidad en primera persona

En la segunda parte del Diario, la realidad toma el control.  Ya no es el autor el que elige contar esto o aquello, el que decide matar o dar vida a nuevos personajes, dar a conocer a sus viejos amigos, o darles la palabra a los nuevos.
La medicina era la única disciplina que respetaba.
Frase incluida entre las reflexiones del pianista, un martes, 1 de junio, en un largo parlamento que comienza decididamente: «Pienso en mi trabajo». Su trabajo o su vocación, que le obsesiona desde que tiene once años y a la que afortunadamente puede dedicarle sus inquietudes, sus desvelos y sus dudas.

No todo el mundo tiene esa oportunidad, pese a buscarla, porque  incluso a los más afortunados la vida, la realidad, les vuelve la espalda y toma el control:
Mi padre está ingresado en el hospital. En cierto modo, la vida detiene su flujo inconscientemente para dar paso a las preguntas esenciales sobre sí misma. 
No te engañes, la vida sigue su curso y las preguntas esenciales dejarán paso a las más prosaicas, a las más cotidianas, y en ciertos momentos tu preocupación más acuciante será estar atento a la última gota del gotero, o ver quién te va a sustituir en la cabecera mientras acudes a esa obligación ineludible.

Mientras tanto, relecturas no programadas ocuparán el espacio que has tenido que alterar en tu agenda:
Esta tarde he vuelto a leer Esta salvaje oscuridad, de Harold Brodkey. La lectura en el hospital, acompañando a mi padre, ha sido aun más intensa que en la primera ocasión, cuando la muerte no estaba más que en las páginas del libro, sin rondar el cuarto en el que estamos. 
Antes o después todos nos enfrentamos a la muerte, no a la propia, que también, sino a la de los seres más queridos y más próximos. Nadie la espera, pero ella está allí y sigue implacable. Tan implacable que nos obliga a levantar los ojos de la lectura.
Jueves, 22 de julio
Durante la tarde el sol aplasta la fachada de la habitación de mi padre. Es un calor espeso mezclado con el desagradable olor del hospital. Algunos enfermos pasean... 
Realidad tras realidad, como la propia vida:
Jueves, 29 de julio
A mi padre le volverá a ver un médico dentro de quince días. No podemos esperar tanto. La sanidad pública es una de las grandes conquistas de cualquier sociedad, pero la lentitud que arrastra su funcionamiento es exasperante, al margen de los argumentos médicos que sean idóneos en el tratamiento de un paciente, y el excepcional trabajo de algunos especialistas.
Pancartas de la Marea Blanca en Sol
Y en medio de tanta impotencia crees que tu propio sacrificio, la renuncia momentánea a tu vocación, siempre que esa renuncia sea posible, aliviará en algo la situación:
Sábado, 31 de julio
He cancelado todos los cursos y conciertos que iba a dar en julio y agosto para estar junto a mi padre todo el tiempo que pueda. 
Con la llegada de septiembre, todo parece volver a ese orden que la vida se encargó de romper a principios del verano: para el cáncer hay tratamiento.
Los pacientes están sentados sobre cómodos asientos. Algunos leen y otros incluso duermen con aparente tranquilidad mientras les administran la quimioterapia. 
Manos solidarias sostienen un lazo
A mis amigos y familiares enfermos de cáncer. 
Contribución al club de lectura La Acequia.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Número 86: Virginia Woolf (El tiempo incinerado)

Tu habitación está llena de retratos de Virginia Woolf.
collage de retratos de Virginia Woolf (Wikimedia Commons)

La segunda persona se apodera del autor ese domingo, 1 de febrero. Vuelve a su casa con una cierta inquietud. ¿Qué o a quién ha visitado? ¿Alguna exposición? ¿Quizá en el hospital y de mañana a algún familiar enfermo?

No lo sabemos, el músico, la persona, se desdobla, deja su cuerpo y observa cómo ese otro personaje evoluciona: 
Enciendes un cigarrillo. Bajas las escaleras. Pisas la calle como cuando sales al escenario para dar un concierto. Vuelves a casa.
Ya en el refugio del hogar, busca sosiego en su biblioteca, pero no vale un libro cualquiera. Seguimos sin saber por qué tiembla y por qué escoge precisamente escritura femenina: 
Buscas un libro. Diarios de Alejandra Pizarnik: "Escribir es querer darle algún sentido a nuestro sufrimiento". Y recuerdas a Marguerite Duras: "Escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos". Sí, las dos tenían razón. Pero tienes que marcharte. Y no quieres.
Contagiándote de la segunda persona, tú te preguntas por qué fuerza el autor la puntuación, por qué corta o entrecorta las frases. ¿Una forma de exteriorizar ese desasosiego que siente? ¿Una forma de transmitirnos una de las melodías que pueblan su mente y que sus dedos trasmiten con maestría en el teclado del piano? ¿Intenta hacer lo mismo en el teclado del ordenador? 
Sólo deseas leer en silencio, lejos del ruido de ahí fuera. Hay mujeres que amas rodeándote: Virginia Woolf, Anne Sexton, Sylvia Plath... Desconoces la razón por las que hoy son ellas las que te llaman desde las estanterías de tu biblioteca.
Nombres femeninos, escritoras que conoces, aunque solo sea de nombre... y entre ellas Virginia Woolf, en su propia habitación:
Pero me diréis, le hemos pedido que nos hable de las mujeres y la novela. ¿Qué tiene esto que ver con una habitación propia? (Virginia Woolf).
No hace falta leerse todas las páginas del delicioso ensayo de Virginia para comprender que las mujeres necesitamos de una habitación propia, y alguna renta, para poder escribir con libertad. ¡Una habitación propia! ¡Un cuarto de atrás!


portada del libro Una habitación propia de Virginia Woolf

El gran poeta romántico inglés Wordsworth, en el que me sumerjo en estos días a través de un MOOC, también afianzó su vocación poética tras recibir una herencia. ¿Quién no? ¿Novelas o poemas? ¿Hombres o mujeres? Volvamos a nuestro músico poeta y diarista en ese día en que las manos femeninas le llamaban especialmente: 
En una ocasión Clive Bell [bendita Wikipedia que te desasna] se rió de un sombrero nuevo que llevaba Virginia Woolf. Ella, según sus propias palabras, se sumió en una "negra desesperación". La primera vez que lo leíste hace años te pareció una exageración. Ahora no. 
Extrañas las relaciones entre las mujeres y los sombreros, sobre todo en aquella época en la que era imprescindible llevar sombrero para salir a la calle. Un elogiable proyecto de RTVE, Las sinsombrero, trata de rescatar las figuras, ocultas más que olvidadas, de las mujeres de la Generación del 27, de esas intrépidas que rara vez están presentes en las exposiciones de la Residencia de Estudiantes, y que sin embargo, ocupan una página importante de la literatura que poco a poco va saliendo a la luz, porque sin ellas la «historia de nuestra literatura no está completa».  

Busco entre mis fotos del viaje a Londres alguna de la plaza de Bloomsbury, pero no la encuentro, solo entre mis recuerdos la breve anécdota a la vuelta, al comentarlo con los compañeros:
—Y en Bloomsbury traté de descubrir a Virginia Woolf.
—¿La encontraste? —se reía divertido Andy, un británico que no sé si ha pisado mucho las calles de Bloomsbury.

Bloomsbury Square


Fernández Magdaleno, sin duda, conoce muchísimos más detalles que cualquiera de la vida de la escritora británica, y se para en ella, sus gestos y sus retratos: 
Virginia Woolf 1927





Virginia Woolf tiene la mejilla derecha apoyada sobre su mano extendida, como si se estuviera acariciando, absorta. ¿En que estaría pensando? Quizá en Leonard Woolf, o en Las olas, o en Vita Sackville-West, o en el río. O quizá en nada.




A esta sinsombrero inglesa y universal le dedica el autor de El tiempo incinerado otra entrada cuanto menos. Es la del 9 de marzo, y en ella se da noticia de la biografía escrita por Nigel Nicolson, el hijo de Vita Sackville-West, amiga y amante de Virginia. La observación sorprende:
... no oculta algunos rasgos menos favorables de la escritora, como cierta xenofobia, o un feminismo que no llegaba a las mujeres más humildes.
La admiración del escritor por ella no se resiente: 
Y no es que yo piense que eso supone demérito alguno para Virginia Woolf, sino que le da credibilidad a la biografía de Nicolson, y me hace amar más, si es que se puede, a esta mujer maravillosa.
«El deber primordial de un biógrafo —escribe Virginia en su Orlando— es rastrear, sin mirar a izquierda o derecha, las huellas indelebles de la verdad».

La siguiente entrada en el diario es la del 11 de marzo del 2004.

Contribución al club de lectura La Acequia.

martes, 1 de septiembre de 2015

Numero 85: El tiempo incinerado

Son distintos los motivos por los que alguien —digamos alguien consagrado en el mundo de las letras, o en otro campo artístico— empieza un buen día un diario. 

No nos queda clara la razón por la que el pianista Diego Fernández Magdaleno toma la pluma, o se sienta al ordenador, el jueves, 1 de enero del 2004, para anotar distintas impresiones a lo largo de un año, que va a ser más trascendente en su vida de lo que él probablemente espera ese día, para escribir una «novela no voluntaria pero sí conseguida» como la denomina el prologuista, un tal Antonio Carvajal, que escribe nada menos que desde el Suspiro del Moro, a un tal Guillermo. 

La breve declaración de intenciones de ese 1 de enero nos habla de un personaje que ha influido mucho en su vida. al parecer otro músico, Josep Soler.

Hasta ahora cuatro desconocidos para mí y de los que, probablemente, cuando termine de leer el diario y se pliegue la última página del 31 de diciembre sabré algo más.

El primer día, podríamos decir, que es de trámite, corto y escueto, pero el 2 de enero se llena de luz y de palabras. 
La luz tenía la propiedad de aquel texto, implacable, de Maurice Blanchot [otro personaje para mí desconocido y van cinco]. Habitaba en espacios donde las palabras lo eran todo.
Luz y palabras entretejiéndose, dejando sus patitas negras sobre la página en blanco. ¿A dónde nos llevarán?
Y en la vastedad de lo que solo la imaginación ponía contornos, la luz era avivada por un viento que la hundía, con delicadas manos transparentes, en un punto indefinido que rozaba la superficie de la tierra, al sur del polvo.
Prosa poética, sin duda, o poesía puesta en prosa, el diarista llena más de dos páginas ese día 2 que cayó en viernes. Ni una mención al tiempo, algo muy socorrido en los diarios, ni tampoco a lo que pasa en el resto del mundo, más socorrido, si cabe. Solo palabras y luz.

El sábado 3 de enero nos da una sorpresa: 
La vida de unas mujeres en Irán. El segmento de una realidad compleja y, pese a la información, lejana. 
Nuevos personajes que no conocemos, referencias a una película y una reflexión final para cerrar el único párrafo, denso de varias líneas, que conforma la entrada de ese día.
He visto esta película ocho días después de que un terremoto causara cincuenta mil víctimas mortales en Bam, cuya ciudadela, considerada la mayor fortaleza de adobe que existe en todo el mundo, se desplomó como un castillo de arena.
Reconozco no recordar ni ese terremoto ni esas imágenes, quizá porque otras muchos más recientes y en las que la fanática mano del hombre tienen mucho que ver se interponen. 

La vida de unas mujeres en Irán narrada en una película, El círculo, de Jafar Panahi —hay que precisar pues hay varias películas homónimas—, película que no he visto, pero que trataré de ver algún día. Las mujeres estamos obligadas a ver las historias de mujeres, aunque hayan sido escritas y dirigidas por hombres.

La ilustración que sigue no es iraní, permítaseme la licencia, es afgana y pertenece al libro Afghan proverbs, compilado por Edward Zellem e ilustrado en las escuelas afganas, del que hay traducción a varios idiomas. El pie es una interpretación mía totalmente libre.
El cielo está en el regazo de nuestra madre

Comentario para el club de lectura La Acequia.