lunes, 21 de marzo de 2016

Número 113. Andarás perdido por el mundo: ¿bailas?

No te creas que soy tonta, que sé de sobra cómo me llamáis. Pues que sepáis que para una burgalesa de pro como soy yo ¿¡qué mejor honor!?


El Papamoscas
Tampoco me creáis tan vieja, que no soy sorda y os oigo canturrear aquello de: 
Ya tengo quinientos años, ya tengo quinientos años, y voy pa quinientos uno.
Soy de espíritu joven, mal que os pese, bastante más joven que alguno, y he tenido mi juventud, y ahora vivo mi madurez, y ¡que me quiten lo bailao!
También sé que os molestan los ladridos de Pipo, pero es que ya se sabe que no tenéis sentimiento alguno, ni para los animales ni para las personas, pero yo me vengo de lo uno y de lo otro cuando tenemos que compartir el estrecho espacio del ascensor. Sí, lo hago a posta, y si no quieres subir conmigo y con Pipo, pues busca una excusa y espera.
¿Que por qué voy a la oficina todos los meses? ¿Que si no sé lo que es Internet? No me creas tan ignorante, amiguito, no te lo creas, pero ¿te has planteado de qué vas a vivir tú el día que todo se haga por Internet? Estamos sustituyendo a las personas por máquinas y lo vamos a pagar muy, muy caro. Yo prefiero entenderme con personas, y lo haré mientras pueda.  

Sí, no te extrañe que como sigamos a este paso cualquier día vas a tener que regalarle gladíolos a un robot, ya verás qué risa, claro, que contra gustos... ¡Ji, ji! Sí, soy mala, pero de pronto no he podido por menos que imaginarte todo serio, recién afeitado, con la cara como culo de niño chico, enfundado en una de esas camisas tuyas de marca, ajustaditas, que te pones para recibir a tus amigos, perfumado con unas gotitas de...,  ofreciéndole uno de tus exquisitos platos a un robot, y el robot, pues ya ves, poniéndote ojitos y diciéndote: ¿te parece que pasemos directamente al postre? ¡Ji, ji!

Confieso que esta tarde ni mi amigo ni yo hemos podido vencer la curiosidad y hemos bajado a pasear a Pipo para ver si veíamos al chico al que le ibas a regalar los gladíolos y ¡bingo! Un poco yogurcín te lo has buscado ¿no?, pero parece chico simpático y alegre, seguro que te da más de una alegría al cuerpo. ¡Huy, qué he dicho! ¡Ji, ji!

Sí, a mí mi amigo solo me regala aceite de su pueblo, un pueblo perdido de Aragón, pero ¡qué aceite, chico! Ya te daré un poco para que arregles alguna ensalada de esas especiales. ¿Que si preferiría flores? Pues no sé qué decirte, porque el aceite ayuda a hacer economías, que como tú bien sabes mis ingresos son los que son. Las flores se marchitan, el aceite te lo tomas y es saludable.


varias chicas en una clase de baile


Sí, confieso que me gusta bailar a rabiar. Ahora voy a un taller de ritmos latinos, todas chicas, pero es que allí a ligar no vamos, allí vamos a mover el esqueleto y a aprender los pasos y a movernos con armonía. A mi amigo le conozco de siempre, pero es que últimamente coincidimos en una boda y nos quedamos solos en la pista bailando. ¡Ay, Dios! Me tuve que quitar los zapatos, pero me vio la madre de la novia y resulta que habían previsto unas alpargatas de esparto para podernos cambiar, y las iban repartiendo en una cesta como de pan, ¡ya ves qué moderneces!, pero yo las rechacé y preferí seguir con los pies descalzos, allí sobre el parqué, porque como que sientes mejor la música, esa música que te entra por la coronilla y te sale por los dedos de los pies, y te hace vibrar. ¿A que me entiendes?


En una pista tres parejas maduras bailan


Mi amigo es muy bailón, baila de muerte, la verdad, y hemos decidido repetir la juerguecita en casa de vez en cuando. Chico, siento si hacemos un poco de ruido, pero espero nos comprendas. Sí, a Pipo lo sacamos al balcón, porque como es tan menudencia igual lo pisamos. ¿Tú no bailas?

Con cariño,


Maricarmen (tu vecina de arriba)

P. D. Sí, las mujeres siempre escribimos postdatas. No te sorprenda que te haya escrito esta carta, es que hay cosas que es mejor no decirlas a la cara, y el ascensor es demasiado pequeño.

Comentario para el club de lectura La Acequia.

martes, 15 de marzo de 2016

Número 112. Andarás perdido por el mundo: elogio del la

Mi paso por la facultad y la proximidad de unos cuantos amigos, casi talibanes de la corrección lingüística, me han llevado a erradicar prácticamente el laísmo de mi forma de hablar. Solo me lo permito en tres casos: mi madre, la Virgen de mi pueblo y la Loli, mi amiga del alma. Y sí, la Loli es la Loli y lo será siempre por más que se empeñe la corrección lingüística en recordarme que el artículo delante de los nombres de persona solo debe usarse en castellano ante las celebridades, verbi gratia la Caballé. Un la no tiene nada que ver con el otro la, pero sirvan ambos de aperitivo a este mi comentario lingüístico de los cuentos de Óscar.
Pintada con el texto "Te quiero Libre" y el símbolo femenino


Yolanda Juarros Benítez solo puede ser la Yoli, una Yoli entrañable, tremendamente femenina, mujer plena ya desde la niñez, para mí el cuento más valioso de toda la colección. Son varias las razones. 

La primera porque la protagonista es una mujer, y el cuento, aunque sea desde el punto de vista masculino difuminado por la niñez, intenta aproximarse a lo que piensa y siente esa mujer, esa compañera de estudios más desarrollada que los chicos de su edad. No recuerdo otro cuento de la colección en los que una figura femenina aparezca con tanta fuerza, son todos cuentos demasiado masculinos, así que aquí su primer mérito.

Dejando aparte las ternuras, el segundo es la reflexión sobre el lenguaje, sobre la forma de hablar, la presión que presenta sobre él la sociedad y la educación oficial, el paso de las generaciones, la importancia de la onomástica. En las novelas, decía Cela, ningún nombre es arbitrario, y ya desde el nombre, Yolanda Juarros Benítez, la Yoli, nos cuenta su historia. 

Desde las primeras líneas, en su recuerdo de la Yoli y de ese despertar al misterio de la vida, Julito, convertido ya en un músico internacional, trata de erradicar ese la nefasto, propio de paletos y de gente poco educada, trata de quitarse el pelo de la dehesa corrigiendo el lenguaje, pero, como en mi caso, la realidad —la forma de nombrar a nuestros seres más queridos— se impone siempre, siempre en la lengua.
Voy a nombrarte con el artículo, querida Yoli, porque si no, no sé de quién hablo.
La ciudad nos impone su forma de hablar, va haciéndonos olvidar esas palabras antiguas que ya solo pronuncian personajes como Lolo: tuso, orinar, chisquero... Óscar reinvindica todas esas palabras y hace una elogiosa defensa de la almóndiga, que por supuesto tiene mucho mejor sabor que la albóndiga. Pero ¡ay!, estas palabras van poco a poco desapareciendo de nuestras vidas y otras nuevas van invadiéndonos silenciosas, como el gas halón desplazando al oxígeno y ocupando poco a poco su lugar.
Fíjate, casi con la edad de éste y ya con un bebé. No se me va de la cabeza. ¡Pero si es una cría!
Son palabras que pronuncia el padre de Julito. ¿De verdad, querido Óscar, que el padre de Julito habría dicho que la Yoli iba a tener un bebé? ¿Mas bien, no habría dicho que iba a tener un chico, un crío, como ella misma, o en el español más neutro un niño?

Pequeños detalles que irremediablemente se nos cuelan y ya hasta las lagartijas de los terrarios tienen bebés, pero bueno, volvamos a la Yoli, y a sor Violante, otro personaje femenino magistralmente retratado, aficionada a los detalles, pero que al llegar a ciertas comprometidas páginas del libro de Naturales, recurre al lenguaje científico que siempre es socorrido: fecundación, óvulos espermatozoides... 
... había estudiado el sistema reproductor, que venía en el libro de Ciencias Naturales inmediatamente después del excretor.
Recuerdo personal de hace muchos, muchos años. Colegio de monjas, clase de por la tarde, las alumnas leen por turnos en voz alta las lecciones. La maestra, una monja, con un poco de apuro, avisa: «En la lección de hoy hay una palabra que no debían haber incluido. A la que le toque leerla, que la lea con normalidad y sin comentarios». Revuelo general, cuchicheos, las más avispadas ya han leído el texto en diagonal y han dado con la palabra conflictiva, y la señalan con el dedo. En un segundo todas las alumnas —¿qué tendríamos, nueve o diez años?— nos habíamos aprendido la palabra vergonzante: orina, vejiga de la orina. 
¡Que me orino, hostias!
La exclamación del tío Lolo lleva a su sobrino a pensar en las palabras, y sor Violante busca entre sus recursos cómo, sin faltar a la verdad, explicar la ausencia de la alumna Yolanda Juarros Benítez: «cambio de aires», «concurrían ciertas circunstancias», aunque antes había estado «con el desarrollo» o le «dolía la cabeza». Los amigos eran más crudos: «la Yoli sangraba como sangran todas las mujeres, sor Violante también».


Pintura infantil de Adán y Eva tentados por la serpiente


Un día, sor Violante fue muy clara, tan clara que todos supieron sin lugar a dudas qué le había pasado a la Yoli:


Tengo que deciros que Yolanda Juarros Benítez acaba de tener un bebé, una niña preciosa.

Sí, sor Violante también dice bebé. Para la Yoli su niña, a la que había puesto de nombre Dina, tras casi otro parto por las dificultades en encontrar del nombre, es su «cosa tan bonita» —¡cosa, cosita, guapetona!—, no como el niño que tuvo su compañera de habitación «peludo y chatungo como un chimpancé». 

La matrona, que se llamaba Begoña, se había portado como una amiga, y también sor Violante «que parecía muy seca, pero tenía buenos sentimientos», tanto así que las —aquí también me pide el cuerpo un las iba a pedir que fueran las madrinas de su niña, dos madrinas en vez de padrino y madrina. 

¿A que es genial?


Comentario para el club de lectura La Acequia.


jueves, 10 de marzo de 2016

Número 111. Andarás perdido por el mundo: su voz

Cartel del antiguo local Asociación Cuatro Ocas


A la hora de comentar El Chino de Cuatroca barajo varios subtítulos sin decidirme por ninguno, pero los últimos acontecimientos del barrio, que totalmente a propósito no enlazaré con noticia oficial o afín, me animan a titular este comentario: su voz. La voz de los inmigrantes del barrio: de los ecuatorianos y dominicanos, protagonistas del cuento, de los chinos y filipinos, que tienen su pequeño papel, e incluso de aquellos otros que no están, pero a los que Esquivias ha dado voz al meterse en la piel de uno de ellos. 




Vivimos en un barrio multicultural, aunque quizá sería más preciso decir multirracial, porque en cuestiones culturales el que más y el que menos bebemos hoy día de las mismas fuentes. «El colegio de Juan parece la ONU, salen de todos los colores», solía decir mi padre hace años, y no puedo por menos que recordar sus palabras nada más pisar la calle. 

El protagonista ha ido a colegio religioso, quizá uno de los más antiguos y con solera del barrio, barrio que en otro tiempo tuvo pequeños colegios privados situados en bajos y entresuelos que desbravaron a generaciones de tetuaneros. En el edificio de los salesianos de Estrecho —Óscar nos lo recuerda en un comentario— estuvo durante la guerra civil el cuartel del Quinto Regimiento, y en el barrio todavía queda memoria lejana de ello, aunque lo hayamos aprendido en libros y enciclopedias sobre la historia de este barrio del norte de Madrid, enorme, diverso y populoso. 

La calle de Bravo Murillo, en otro tiempo carretera de Francia, divide en dos el barrio, los pobres de los ricos, los de toda la vida de los nuevos centros financieros construidos sobre solares que no hace tanto alimentaron cebadas y algún merendero donde pasar las tardes de verano. 

Cuatro Caminos en 1934. Al fondo el Titanic.

Por el sur se abre la avenida de Reina Victoria que lleva hacia la Universitaria, en otro tiempo zona de expansión de cierto Madrid con posibles que podía permitirse vivir «en el primer ojeo del Pardo», según dicho de la época. Por allí tuvo casa donde ir a relajarse Ramón y Cajal, de la que hoy no queda ni el recuerdo, y muy cerca la casa-estudio del pintor Marceliano Santa María, todavía en pie, que parece conservada para rodar en ella películas de miedo.

Volviendo a la glorieta de Cuatro Caminos —otra Puerta del Sol de Madrid, que el nombre ya lo dice, y a la que muchos llaman Kuatroka— nos encontramos en el arranque de Reina Victoria con un edificio, que hoy pasa casi desapercibido, pero que cuando se construyó, muy reciente aún el hundimiento del Titanic, los vecinos no dudaron en bautizarlo así, porque sin duda y visto desde abajo se asemejaba a la proa de un imponente transatlántico varado en medio de aquella meseta. Allí, donde yo por más que miro solo veo oficinas, sitúa Esquivias los cendales de la vivienda de lujo de una pareja tópica de mariquitas con los roles muy definidos, padres de una niña de cuatro meses, a la que por esos caprichos que tienen algunos progenitores modernos pretenden enseñar chino desde los primeros susurros. 


Calle Topete

Recorrer la calle Topete, donde el prota va a recalar en un piso de dominicanos, es sumergirse en cierto modo en ese país caribeño. Un mundo en el que sus protagonistas no dudan en hacer tertulias en plena calle, al abrigo de los colmados de productos latinos, de pastelerías con escaparates que exhiben golosinas que parecen de pega, pero que deben estar hechas con el más dulce de los azúcares. ¡Azúcar! Los dominicanos tienen fama en el barrio de ser marchosos, y suelen llamarlos para dar color a las cabalgatas oficiales. También tienen fama, todo hay que decirlo, de ser un poco pendencieros y de mostrarse a veces desafiantes, sobre todo cuando les disputas una plaza de aparcamiento o les recuerdas en el ascensor del mercado que deben subir sus carros de mercancías en el montacargas. Hace algunos años, cuando todavía había cines en Bravo Murillo y yo pasaba los domingos con mis hijos camino de la sesión de la tarde, me sorprendía alguna riña doméstica en plena calle, donde la mujer reprochaba al hombre haber tomado más de la cuenta y no darle por tanto ni un duro más. De las numerosas peluquerías latinas, en plena ebullición los domingos por la tarde, salía el vaho de los secadores, olor dulzón a laca y el murmullo alegre de las voces de quien se prepara ilusionado para una fiesta. 

Plaza del Poeta Leopoldo de Luis

«¡Atención! —avisan en Twitter— identificaciones en la plaza Leopoldo de Luis». Esta plaza, espacio abierto donde en otro tiempo hubiera una manzana de casas bajas y populares, erizado ahora de los respiraderos del aparcamiento que hay debajo, espacio degradado que no logra despegar a pesar de todos los esfuerzos, es lugar de encuentro de dominicanos, a donde la policía suele acudir a hacer redadas. El pasado fin de semana hubo pelea en el barrio, policías fuera de servicio y dominicanos disfrutando de la noche del sábado, compartiendo el mismo espacio, alcohol y testosterona a partes iguales. 

«¿Vivimos en el infierno?», le pregunté a Óscar tras acabar Viene la noche. No recuerdo qué me contestó, pero es seguro que a los dos nos gusta sentir el pulso del barrio, y él sabe llevarlo al papel con trazo firme y ameno.

Comentario de Andarás perdido por el mundo para La Acequia.

lunes, 7 de marzo de 2016

Número 110. Andarás perdido por el mundo: con cariño

Hecho con cariño y buen oficio tenemos entre nosotros Andarás perdido por el mundo, el último libro de relatos de Óscar Esquivias, y estas primeras líneas van dedicadas, con todo merecimiento, a la labor de la editorial. Un libro, que como objeto material ronda la perfección, algo que en estos días se echa tanto de menos, incluso entre las más tradicionales y viejas familias editoras.

La portada, de ese verde suave degradado y relajante, ha sido muy alabada por todo aquel que se ha acercado físicamente al libro; suave es el tacto, también de todo el libro. La sugerente fotografía de Asís G. Ayerbe nos invita a perdernos entre las páginas del libro, donde hasta la fecha no he encontrado una sola errata. Algún defecto sabrán encontrarle, sin duda, los perfeccionistas de la edición, pero lo perfecto es enemigo de lo bueno, y sin duda estamos ante la buena labor de todo un equipo de profesionales, que vienen a arropar unas historias tan increíbles como cercanas.

Me detendré hoy en el cuento que para mí —probablemente para muchos lectores también— está escrito con más cariño de todo el volumen, el dedicado al tío Lolo, sea el personaje real o ficticio, interno en el psiquiátrico de Oña. 


Parque infantil en los jardines de Carlos París (Madrid)
La primera persona es en este cuento la voz de un niño de seis años, un niño que junto a su hermano lo primero que hacen al llegar a ese pueblo antes de iniciar la visita es jugar en esos columpios en los que todo adulto se hace niño, porque con ojos de niño hay que entrar en el «complejo».
—¿Qué significa «complejo», mamá?
—«Difícil». Algo complejo es algo complicado de hacer o de comprender.
Difícil atender con dignidad a los enfermos mentales, difícil incluso en estos tiempos de adelantos en que la actualidad nos hace volver la cabeza, y no vale mirar hacia otro lado, hacia ellos una vez más. Sin embargo, en Oña, y de la mano de sor María y de los habitantes del pueblo todo parece más fácil, todo más humano.

Es sencillamente cercano y totalmente plausible ese paseo por el pueblo del tío Lolo acompañado de su familia, saludando a los vecinos:
Qué bien se te ve, Bartolo. ¿Tienes visita? ¿Estás con tu familia?
Y tras esos paseos, algún vinito y algún pitillo fumado a escondidas y en familia, el tío Lolo quiere volver a lo conocido, a lo familiar, a su casa;
—¿Dónde quieres ir?
—A casa.
—...
—Al psiquiátrico.
El mundo de las enfermedades está llena de eufemismos, aunque la hermana de Lolo no esté muy ducha en la materia. Velamos nuestras debilidades, ciertas partes del cuerpo, los estados anímicos, y cuando alguna de ellas nos mata sin remedio se la nombra como «la terrible enfermedad». El mundo de los locos —¡qué bien viene en este cuento aplicar el refrán de los locos y los niños!— no se libra de este querer evitar la realidad a través del lenguaje, y ese punto de inflexión, necesariamente traumático en la vida familiar, pasa a difuminarse: «cuando enfermó».

Hasta los seres más apáticos tienen derecho a su minuto de gloria y el tío Lolo lo consigue de la mano de su sobrino un año lejano en el que sor María le había copiado curiosamente en un papel cuatro versos que hablan de un ser pequeño, nacido de un huevo, pero que puede volar, como los ángeles.   

Al tío Lolo ni se le pasa por la imaginación lo de echar a volar, se conforma con fumarse tranquilo un pito a escondidas, o quizá recordar momentos de juventud con la ayuda de una foto arrugada de periódico. El tío Lolo solo quiere que le dejen mear tranquilo, y tener alguien a mano que le ayude con la cremallera, y para eso tiene a su sobrino que amén de no dejarle solo le «socorre en un momento de gran necesidad».

 Años después aquel niño recordaría como especial aquella fiesta en la que su tío leyó una poesía hecha para niños.


Comentario para el club de lectura La Acequia.