martes, 27 de diciembre de 2016

Número 142. La parodia de la parodia. Más que amigos

Si empezábamos la novela con don Quijote y Sancho travestidos de personajes de La guerra de las galaxias, poco después de visitar el Cervantes, donde no causan la impresión que debiera, se encuentran ambos protagonistas, sin saber ni cómo ni por qué, protagonizando una película de catástrofes. 


El cine se hace explícito, y como no tenemos una cámara que nos vaya describiendo la visión apocalíptica que encuentran al recorrer las calles, es la pluma de Perezagua la que con todo lujo de detalles nos va describiendo las escenas de desolación, en las que no ha quedado ni bicho viviente ni materia orgánica alguna, y donde un agua rojiza va inundándolo todo. 

Puesta de sol: cielo rojo reflejado en el agua.

Emprende don Quijote entonces la búsqueda de la Marcela de sus sueños, que no es otra que la torre Libertad, que se le desveló en una duermevela con mucho de pesadilla esperanzada. Sancho, siempre fiel, sigue los pasos de su señor sin osar separarse un átomo de su estela. 

Y aquí llega, sin duda, para mí lo mejor de la novela: el monólogo —elegía lo llama la autora— de Sancho ante su señor desmayado. Nunca fue tan lúcido el noble manchego como al verse allí, teniendo entre sus brazos al caballero y temiéndose lo peor:
—¡Oh, mi noble y venerable viejo! [...] Pero heme aquí solo. sin nadie que me ayude siquiera a sacarme todas las lágrimas [....] ¡Despierte, mi amo! ¡Viva conmigo muchos años, aunque seamos las dos últimas almas vivientes! ¡Ay, si yo pudiera engendrar con vuestra merced los primeros hijos que devolvieran la alegría, y la hierba, y los soles, y las brisas, y los trenes a esta ínsula! ¿Para quién soñaré yo ahora? ¿Para quién querré ser otro diferente de mí mismo? [...]
Leyendo este lamento nos damos cuenta de algo que puede ser una obviedad, pero que no siempre se ha puesto en su verdadero valor: don Quijote sin Sancho no hubiera sido posible. Son dos en uno, yendo de acá para allá como en un road movie, por seguir con las metáforas cinematográficas. 

Se siente Sancho solo y desolado, pero las cámaras del estadio en el que se encuentran serán las encargadas de volver en sí a uno y otro. 

Recuperado don Quijote, Sancho, el Sancho que tan solo unos segundos antes se había sentido hasta capaz de asumir el papel y los valores de su señor —Sancho el Bravo Sancho el Temerario, Sancho el Iracundo, Sancho Contra la Muerte— se convierte en el hombre más feliz sobre la Tierra:
Y de este modo, Sancho Feliz, Sancho Con Amo, Sancho Con Brújula y Rumbo siguió a don Quijote, mirándole con la fascinación de quien admira el paso efímero de una estrella fugaz y ve cumplido, al instante, su deseo. 
Final de vértigo, sin poder gobernar una improvisada nave, don Quijote y Sancho encontrarán al final su verdadero destino, que no es otro que intentar arreglar los desastres del mundo, pero para ello es preciso estar locos. 

Comentario para el club de lectura La Acequia

martes, 20 de diciembre de 2016

Número 141. La parodia de la parodia. Los refranes de Sancho


Cuando don Quijote y Sancho han dado fin a su última aventura, al menos en este libro, la autora incluye una página de referencias a las que nos remite por si nos queda alguna duda de las citas o formas de hablar de sus personajes. 

Así nos dice que si bien es verdad que nunca se habló en el libro original de «desfacer entuertos», ella se ha tomado la licencia de ponerlo en boca de sus personajes, porque a fin de cuentas esa forma de hablar, presuntamente cervantina o al menos quijotesca, se ha ido fraguando en el imaginario popular y no vamos a llevarle ahora la contraria a siglos de tradición. 

No solo los personajes, también la voz del narrador ha adoptado para contarnos las aventuras un tono «antiguo», que si no coincide con el pulso cervantino, al menos contribuye a crear ambiente exótico. En este punto no podemos olvidar que el Quijote, y su personaje, está lleno de anticuallas, no solo en el vestir, también en el lenguaje, para lo que se estilaba a principios del siglo XVII. 


En este mundo de convenciones y lugares comunes, los refranes en boca de Sancho no podían faltar, y así vemos en el centro de la novela cómo un Sancho locuaz, dicharachero por demás, y dando patadas al diccionario de continuo para desesperación de su amo, ensarta unos cuantos refranes para que quede constancia de ese modo de hablar que tanta fama le ha dado.

Conviene recordar, que en el Quijote no es Sancho el único que dice refranes, aunque destaque por su número, al propio don Quijote le contabilizan los especialistas numerosas paremias, tanto populares como cultas, y de igual modo a casi todos los personajes secundarios puede atribuírseles algún que otro refrán (Cantera Ortiz de Urbina et alii, 2005; 17-27).

Salvo alguna excepción, que señalaré enseguida, Perezagua ha reducido notablemente el hablar sentencioso de don Quijote y podemos decir que pone en boca de Sancho algunos refranes, casi de forma testimonial. Ella, como narradora, utiliza también este recurso alguna vez, ya vimos lo de El hábito hace al monje, en el capítulo anterior, pero veamos en profundidad alguna de estas series.
—Sea, pues. Búrlese vuestra merced de mí, y alla se lo haya. Pues verdad es que muerto el perro se acabó la rabia, y que en la juventud, piojos son salud, y que de fraile y de soldado el piojo es enemigo declarado, y que a correr piojo que viene el peine, y que piojo por piojo, liendre por... 
Cinco paremias ensartadas en tan corto párrafo es ciertamente todo un logro. ¿De dónde salen estas paremias que la autora maneja con una cierta maestría? Si para don Quijote no había refrán que no fuera verdadero «porque todo son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de todas las ciencias», no nos cabe la menor duda de que Perezagua ha recurrido a Google, o a un recurso similar, para obtener sus refranes, que en general no son muy conocidos. 

En cuanto a ese piojo por piojo, liendre por... que nos encontramos al final, y que nos remite por proximidad fonética al Ojo por ojo, diente por diente, es sin duda una modificación jocosa más, un antiproverbio, tan fáciles de encontrar en todas las épocas, del que también encontramos alguna realización en Internet, por ejemplo esta incrementada de Twitter:
Piojo por piojo, liendre por liendre, ganaremos esta lucha, engendre lo que engendre.  (@tannnit, 8-06-2015).
En otras ocasiones Perezagua ha optado por una variante poco común, como A buen hambre, no hay pan malo, cuando son más habituales las variantes con «pan duro» y «pan seco». 
—Ay, Dios mío, la que nos va a caer. ¡Oigan, oigan, vuestras mercedes, que yo no estoy en huelga de hambre! Si no me creen, tráiganme una buena hamburguesa doble con beicon y mucho queso, o lo que vuestras mercedes prefieran, que a buena hambre, no hay pan malo, y que nunca engaña el bostezo, que es de hambre o es de sueño, y así bostezo yo, miren, miren qué bostezo y, puesto que no tengo sueño, es de pura hambre que quiero saciar, ¡les juro que no estoy en huelga de hambre! 
Acude también Perezagua a la tradición popular, revitalizada por alguna puesta en escena moderna, y a algún refrán muy cervantino, ¡claro que sí!: Muera Marta, y muera harta, que dice el propio Sancho (II, 59) y ese Ándeme yo caliente, y ríase la gente, que dice Sanchica en la obra principal (II, 50), y que en esta novela aparece dos veces en boca de Sancho:
—Y yo diré más —añadió el escudero—. [...] Y cuánta razón tenía mi abuela cuando decía aquello de que si los curas comieran piedras del río, no estarían tan gordos, los tíos joíos. Y yo veo a esos policías en los coches come que te come, come que te come, que hasta se me figura que están diciendo a dos carrillos lo de que muérase Marta, pero muérase harta... claro... como manejan las pistolas desde lejos, no tienen por qué correr... En cuanto a mí, ande yo caliente y ríase la gente, que bien que lleno yo mi estómago, sí, pero duermo como un machote, no como esas autoridades redondas y, como dice mi amo, ¡cobardes! 



Basten estos ejemplos para caracterizar a este Sancho que deambula por Manhattan y vayamos ahora con don Quijote, que en sus largos parlamentos tiende también a ser sentencioso, aunque deje a un lado lo popular. Si en Niebla decía Unamuno que «sólo está de veras cuerdo el que tiene conciencia de su locura», don Quijote , en su devenir por un Manhattan inundado, vuelve a reflexionar una y otra vez acerca de quiénes son los verdaderos locos: 
Confiemos, Sancho amigo, en estos indicios, que todo puede ser que estos canales nos lleven a buen puerto, que así como en un mundo de locos, el cuerdo es el más loco y todos los locos son cuerdos, en un mundo de mares bien podría ser que las aguas se volvieran espacios habitables. 
Las metáforas marinas envuelven a don Quijote y Sancho en los últimos capítulos, pero ahí, en la adversidad, es donde echa mano don Quijote del refranero náutico. La experiencia de navegar por las llanuras manchegas llegan también a los océanos: Ningún mar en calma hizo experto a un marinero.

—¡Ay, Sancho! ¡Mil veces, ay! ¿En qué momento nos hicimos merecedores de tan gran caída? En este justo lugar, ya antes de hoy, sentímonos deslizados en las aguas, pero lo que ahora es agua a punto de anegarnos, en aquel momento, eran manos que dócilmente nos desplazaban como dulces olas que, en la aurora apacible, mecen y arrullan al pescador en su barca. Dicen, Sancho, que ningún mar en calma hizo experto a un marinero. ¿Habremos de ser ya expertos marineros? Cargamos dentro toda una tempestad que nos llueve de afuera. Sí, acaso ahora seamos diestros hombres de mar, pero ¿dónde está la nave sobre la que podamos demostrar nuestra maestría, y surcar y domeñar los mares hasta que en buena hora bajen las aguas? 
Antes o después, las paremias en todas sus modalidades se hacen presentes en esta obra formando una rica colección, y no quiero cerrar el comentario sin resaltar dentro de los límites de la fina ironía, cuando no de la sátira social, la interpretación que de una de estas paremias muy populares hace la voz en off de una narradora del viaje virtual, que como en un moderno Clavileño, lleva a don Qujote y Sancho al espacio. 
Ahora contemplen esto otro. No ven nada. Es porque el ochenta por ciento del número observable de la materia oscura es invisible. No emite ni refleja luz. No desprende radiación. No se ve, pero está. Sabemos que existe porque porque tiene gravedad, una gravedad tan grande que con ella mueve los cúmulos galácticos. Por eso la materia oscura ha sido bautizada con el nombre de Fe, pues, aunque no podamos verla, mueve montañas. Así fue cómo se dijo una vez en la Tierra: La fe mueve montañas.

Comentario para el club de lectura La Acequia.

Referencias

  • Cantera Ortiz de Urbina, Jesús; Sevilla Muñoz, Julia y Sevilla Muñoz, Manuel (2005): Refranes, otras paremias y fraseologismos en Don Quijote de la Mancha. Edición de Wolfgang Mieder. Vermont: University of Vermont.
  • Cervantes, Miguel de (1605, 1615 = 2005): Don Quijote de la Mancha. Francisco Rico (ed.). Instituto Cervantes. [En línea]: (http://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/default.htm), [consulta:20-12-2016].
  • Perezagua, Marina (2016): Don Quijote de Manhattan. (Testamento yankee). Barcelona: Los Libros del Lince.

martes, 6 de diciembre de 2016

Número 140. La parodia de la parodia. El hábito hace al monje



De pronto, por arte de birlibirloque, don Quijote y Sancho Panza se despiertan un buen día en las calles centrales de Manhattan en pleno siglo XXI. 

Así, sin demasiadas explicaciones y sin mayores controversias técnicas y científicas comienza esta novela de Marina Perezagua, homenaje bienentencionado a la obra cervantina, que por si no quedara suficientemente clara la intención en el título, todavía añade un subtítulo: «Testamento yankee».

Don Quijote y Sancho no se cuestionan cómo ni por qué han llegado hasta allí, sufren una especie de amnesia que los sume en la ignorancia acerca de su origen, pero en su ADN debe estar bien impreso su condición de caminantes, por lo que sin más planteamientos empiezan a andar, las aventuras no tardarán en llegar a ellos. Van ligeros de equipaje, esta vez, como en los libros de caballerías, tampoco se dice que vayan repletas las alforjas, no hay alforjas, pero sí dos cosas muy necesarias en este siglo XXI y más en Nueva York, que la autora sí que explicita: la tarjeta de crédito y la del seguro médico. 

De pronto una sábana se despliega ante sus ojos Jesus loves you, y una dama predicadora decide regalar una Biblia al Caballero de la Triste Figura en agradecimiento por sus atenciones. Enseguida vemos que esa Biblia va a ser el nuevo Amadís para su protagonista . 

Don Quijote y Sancho ven llegada la hora de buscar posada, y en un hostal de Manhattan, que don Quijote paga por adelantado con tarjeta de crédito, se encierran sin pensarlo durante esa semana a leer ese grueso libro, que a pesar de lo confuso, atrae desde el primer momento la atención del caballero. Mientras don Quijote se empapa de lo que ese extraño libro pone, Sancho Panza busca comida precocinada en los alrededores y duerme panza arriba en la cama de al lado. 

Transcurrida la semana preparatoria, comienza la verdadera aventura. Necesitan ropajes más acordes, y Sancho Panza encuentra en la tienda de disfraces de enfrente del hostal lo que va a ser su segunda piel: un traje en plástico metalizado de C-3PO para don Quijote y uno de ewok para él mismo. 

El bondadoso C-3PO es experto en comunicación con toda clase de seres vivos, así que no ha de extrañarnos que don Quijote se mueva por Manhattan como si su casa fuera, en lo que a lenguas y formas de contactar con humanos se refiera: el inglés no tiene secretos para él.

Por su parte, Sancho Panza, dentro de su peluda piel, procura mantenerse a salvo de los dislates de su amo, reservándose para servirle lo mejor que pueda y soñando con esa ínsula que no sabemos si por fin llegará.

Escrita en un lenguaje que recuerda con los arcaísmos y estilo desfasado a la parodia cervantina —no olvidemos que el habla de don Quijote ya resultaba pintoresca en su época— Marina Perezagua nos va acercando de la mano de los personajes cervantinos en los grandes tópicos neoyorkinos.

Por momentos parece como si en alguna de esas esquinas don Quijote fuera a encontrarse con Woody Allan y juntos tocar el clarinete.

Libro ameno que se lee casi de un tirón.

Comentario para el club de lectura La Acequia.

martes, 29 de noviembre de 2016

Número 139. Niebla. Hablar sentencioso

Recuerdo ahora a don Manuel Guerrero, el que fue mi profesor de Literatura e Historia en preu, que decía a menudo: «Como aconsejaba Unamuno, lo que puedas llevar en el bolsillo no lo llevéis en la cabeza». Con buen criterio nos recomendaba guardar el fósforo para aquellas cosas imprescindibles y las importantes confiarlas a medios más seguros, menos volátiles, como un cuaderno de notas sabiamente guardado en el bolsillo. Hoy con todos los medios electrónicos a nuestro alcance, podríamos sustituir el bolsillo por el móvil, por la nube o por Internet, que no es que sean mucho más seguros que las propias neuronas, pero la idea subyacente permanece: lo importante hay que guardarlo en lugar seguro.
No hay más arte mnemotécnica que llevar un libro de memorias en el bolsillo. Ya lo decía mi inolvidable don Leoncio: ¡no metáis en la cabeza lo que os quepa en el bolsillo! A lo que habría que añadir por complemento: ¡no metáis en el bolsillo lo que os quepa en la cabeza! 

Pintada: Nunca recuerdo lo que sueño, sueño con no olvidarme de quien soy. Fdo. 6+1-

El lenguaje utilizado por Unamuno en Niebla da para escribir una tesis: los muchos coloquialismos que introduce en los diálogos, las frases sentenciosas, desde refranes a máximas latinas, los titubeos bien traídos al papel y otros detalles contribuyen a dar una vivacidad a la obra, que se nos hace real, no soñada.

El lenguaje, a través del diálogo, va haciendo la obra. Los amigos juegan o intercambian sobre estilística literaria en un tono distendido, las familias discuten en sus casas y algún grito llega al cielo, los criados de toda la vida aconsejan echando mano de la sabiduría popular, los filósofos nos dejan sus pensamientos a través de citas que osan a veces discutir.

Sin embargo, hay un personaje que no parece encajar en este orden natural. Se trata de Rosario, la planchadora, muy probablemente analfabeta si hemos de guiarnos por los estándares de la época, que presenta un tono contenido, ni una palabra fuera de lugar en ningún sentido, sus frases son pensadas y están impecablemente construidas. Rosario parece haberse educado en un internado suizo. Mientras que Augusto trata de mantener ese nivel coloquial utilizado con las personas del entorno familiar, Rosario no abandona el registro, incluso cuando se sienta en las rodillas de su señorito y Augusto le pide que le tutee, es solo un momento, enseguida la distancia entre ellos, el cada uno en su sitio vuelve.
—Es que yo, don Augusto...
—Augusto, Augusto....
—Es que yo, Augusto...
¿Y si hablamos del lenguaje especializado de ciertas artes? ¿Esa habilidad que conocían bien los autores del 98? ¿Qué podemos decir de ese párrafo para cuya interpretación necesitamos acudir a un diccionario especializado?
Mira, Orfeo, las lizas, mira la urdimbre, mira cómo la trama va y viene con la lanzadera, mira cómo juegan las primideras; pero, dime, ¿dónde está el enjullo a que se arrolla la tela de nuestra existencia, dónde?
La novela está llena de frases sentenciosas ya desde el prólogo de Goti, personaje que nos deja numerosas perlas a lo largo de la obra:
  • La espada lleva la cruz en el puño.
  • La religión es guerrera, la metafísica es erótica y voluptuosa.
  • No hay por debajo de ella sino la estupidez de un aficionado a toros, colmo y copete de estupidez.
Esta última haría hoy sin duda las delicias de más de un antitaurino. 


Placa con el nombre de la calle Generación del 98



Citas, frases contundentes de las que se burla el propio Unamuno: 
—Pues a mí, Víctor, eso de ser o no ser me ha parecido siempre una gran vaciedad.—Las frases, cuanto más profundas, son más vacías. No hay mayor profundidad que la de un pozo sin fondo. ¿Qué te parece lo más verdadero de todo?
—Pues... pues... lo de Descartes: «Pienso, luego soy».
—No, sino esto, A es igual a A.
[...]
—¡Claro! Y, figúrate, eso equivale a decir que ser es pensar y lo que no piensa no es.
—¡Claro está!
—Pues no pienses, Augusto, no pienses. Y si te empeñas en pensar...
Frases, lugares comunes que nos llevan al ámbito doméstico tan lleno de paradojas: 
  • Estos son los que nos hacen viejos.

O aquellas con un tinte misógino:
  • Las mujeres saben siempre cuando se las mira, aun sin verlas, y cuándo se las ve, sin mirarlas.
Frases que nacen y se repiten con vocación de ser universales: 
  • Enseña mucho la vida, y más la muerte.
  • La ley nace del pecado.
  • Solo está verdaderamente cuerdo el que tiene conciencia de su locura.
  • El que no confunde se confunde. 
  • Dicen que nadie conoce su voz.
Alguna inventada, con su correspondiente autoridad, que luego la historia pondrá en boca de Wiston Churchil:
Lo que dice el refrán árabe: «Si vas a detenerte con cada perro que te salga a ladrar al camino, nunca llegarás al fin de él»
Refranes verdaderos que todos nos sabemos:
  • Nadie puede decir de esta agua no beberé.
  • Viene de fuera quien de tu casa te echa.
  • No hay mal que por bien no venga.
  • Más mató la cena que sanó Avicena.
  • El que juega no asa castañas.
La prudente Rosario de nuevo dejándonos sus pensamientos:
Lo que no se sabe es lo que no se hace. 
En definitiva y como resumen:
No se sueña dos veces el mismo sueño, 
le dice Augusto a su creador cuando ambos sueñan sus sueños respectivos.

Contribución al club de lectura La Acequia.

martes, 22 de noviembre de 2016

Número 138. Niebla: ¿Es feminista Eugenia?

Calificar a Unamuno de feminista o misógino, basándonos en sus personajes femeninos, suele ser un tópico bastante socorrido a la hora de enfrentar al autor con las mujeres. Otro tópico, sobre todo a raíz del personaje de Tula, es ver a las mujeres unamunianas como mujeres fuertes, abnegadas, fieles herederas del matriarcado vasco. Unamuno, dicen, admira a la mujer, pero la quiere al frente de la casa, no en círculos intelectuales, dirigiendo con mano fuerte la familia y sacrificándose por ella. Los espacios públicos son para los varones, con lo que en general reproduce un modelo de sociedad muy tradicional y nada revolucionario.

Pues bien, ¿a qué modelo responde Eugenia, la protagonista de Niebla de la que se enamora el pobre Augusto con tan solo seguir sus pasos una mañana de lluvia?

Las Mamblas (Tierra de Lara)

Si pasamos un poco por encima de los detalles de la presentación del personaje y los datos «objetivos» que da la portera sobre ella, y de que ella misma se declara anarquista, donde vemos aparecer a la Eugenia que apunta carácter es en el encuentro con su novio, el que no tiene ni oficio ni beneficio, y al que está dispuesta a mantener. ¡Oh! ¡Una mujer trabajando para sostener a la familia!, pero no nos fiemos demasiado, que ya sabemos que a Unamuno le gusta jugar: 
–Y ¿de qué vamos a vivir?
–De mi trabajo hasta que tú lo encuentres.
–¿De tu trabajo?
–¡Sí, de la odiosa música!
¡Qué contrasentido! ¡Una profesora de piano que odia la música! No obstante, Mauricio, al que se le dan bien las artes amatorias, sabe ponerle música a esas dudas, a la Eugenia «que no se vende» le gusta que le calienten la oreja, y Unamuno seguro seguro que estaba pensando en añadir un «como a todas», pero ya sabemos que prefería ahorrarse las opiniones directas y dejar hablar a los personajes: 
–¡Tienes razón, no te enfades, rica mía! –y contrayendo el brazo atrajo a la cabeza la de Eugenia, buscó con sus labios los de ella y los juntó, cerrando los ojos, en un beso húmedo, silencioso y largo.
—¡Mauricio!
Y luego le besó en los ojos.
–¡Esto no puede seguir así, Mauricio!
–¿Cómo? Pero ¿hay mejor que esto?, ¿crees que lo pasaremos nunca mejor?
Sin embargo, es en sus encuentros con Augusto, primero en su casa y luego en la de él, donde muestra todo su carácter, dominando la situación: 
Y ¿con qué derecho hizo eso? [...] Es decir, que usted pretende que dependa yo de usted, ya que no le soy indiferente... [...] Lo sabía, y por eso le dije que usted no pretende sino hacer que dependa de usted. Me quiere usted ligar por la gratitud. ¡Quiere usted comprarme! [...] Sí, quiere usted comprarme, quiere usted comprarme; ¡quiere usted comprar... no mi amor, que ese no se compra, sino mi cuerpo! [...] No merece usted nada, me voy, pero ¡cónstele que no acepto su limosna o su oferta! Trabajaré más que nunca; haré que trabaje mi novio, pronto mi marido, y viviremos. Y en cuanto a eso, quédese usted con mi casa. [...]¡Ah, ya, ya caigo; usted se reserva el papel de heroica víctima, de mártir! Quédese usted con la casa, le digo. Se la regalo.
Se muestra Eugenia, al menos aparentemente, llena de dignidad, como una mujer que no quiere depender de ningún hombre, de ser capaz de trabajar para hacer frente a sus deudas, de no poner en venta ni su cuerpo, ni menos su alma. ¿Qué ha pretendido el bobalicón de Augusto? ¿Que la iba a ganar poniendo a sus pies una hipoteca? ¡No! Ella es pobre, pero digna. No será verdad que Eugenia Domingo del Arco se dejé comprar de esa manera por el primero que llegue.

La conversación con Augusto se completa con la que mantiene con su tía al llegar a casa, que mucho más práctica no ve con buenos ojos cómo su sobrina deja escapar su gran oportunidad. Eugenia sigue con su honor ofendido emperrada en que la han querido comprar, sigue mostrándose como una mujer digna sin fisuras:
–¿Qué he hecho? Lo que usted, si es que tiene vergüenza, habría hecho en mi caso; estoy de ello segura. ¡Querer comprarme!, ¡querer comprarme a mí!
–Mira, chiquilla, es siempre mucho mejor que quieran comprarla a una que no es el que quieran venderla, no lo dudes.
–¡Querer comprarme!, ¡querer comprarme a mí!
–Pero si no es eso, Eugenia, si no es eso. Lo ha hecho por generosidad, por heroísmo...
–No quiero héroes. Es decir, los que procuran serlo. Cuando el heroísmo viene por sí, naturalmente, ¡bueno!; pero ¿por cálculo? ¡Querer comprarme!, ¡querer comprarme a mí, a mí! Le digo a usted, tía, que me la ha de pagar. Me la ha de pagar ese...
¡Y vaya si se las paga!, pero no adelantemos acontecimientos. Como ocurre en otros pasajes de la novela, la tensión del diálogo entre tía y sobrina va en aumento, y como están en la intimidad del hogar la sobrina no ahorra calificativos para la mitad de la humanidad, aparecen los estereotipos:  
Sí, por mi bien... por mi bien... Por mi bien ha hecho el señor don Augusto Pérez esa hombrada, por mi bien... ¡Una hombrada, sí, una hombrada! ¡Quererme comprar...! ¡Quererme comprar a mí... a mí! ¡Una hombrada, lo dicho, una hombrada... una cosa de hombre! Los hombres, tía, ya lo voy viendo, son unos groseros, unos brutos, carecen de delicadeza. No saben hacer ni un favor sin ofender. [...]¡Todos, sí todos! Los que son de veras hombres se entiende. [...] Sí, porque los otros, los que no son groseros y brutos y egoístas, no son hombres. [...] ¡Qué sé yo... maricas! [...] Brutos, todos brutos, brutos todos.
pintada: muerte al patriarkado

Unamuno parece presentarnos una mujer feminista, avanzada para su época, «es la mujer del porvenir», ha dicho su tío, el anarquista, orgulloso de la forma de ser de su sobrina. Pero este feminismo digno que Eugenia despliega durante toda la obra es solo otro truco de Unamuno para con sus lectores. Eugenia, al final, no es más que una frívola que juega con los sentimientos de Augusto para sacar provecho económico de él y en definitiva salirse con la suya, casarse con Mauricio. Su meta en la vida era esa: ser mujer de su casa. 
Apreciable Augusto: Cuando leas estas líneas yo estaré con Mauricio camino del pueblo adonde este va destinado gracias a tu bondad, a la que debo también poder disfrutar de mis rentas, que con el sueldo de él nos permitirá vivir juntos con algún desahogo. No te pido que me perdones, porque después de esto creo que te convencerás de que ni yo te hubiera hecho feliz ni tú mucho menos a mí. Cuando se te pase la primera impresión volveré a escribirte para explicarte por qué doy este paso ahora y de esta manera. Mauricio quería que nos hubiéramos escapado el día mismo de la boda, después de salir de la iglesia; pero su plan era muy complicado y me pareció, además, una crueldad inútil. Y como te dije en otra ocasión, creo quedaremos amigos. Tu amiga.
 ¿Por qué esa crueldad, don Miguel? ¿Por qué esa frialdad y cálculo en Eugenia? ¿Por qué ese cargar las tintas también sobre ella?
De pronto sintió que alguien le tiraba de una pierna. Era Orfeo [...]. Viviremos juntos en la vida y en la muerte. No hay mal que por bien no venga, por grande que el mal sea y por pequeño que sea el bien.
Contribución para el club de lectura La Acequia.

Número 138. Niebla: ¿Es feminista Eugenia?

Calificar a Unamuno de feminista o misógino, basándonos en sus personajes femeninos, suele ser un tópico bastante socorrido a la hora de enfrentar al autor con las mujeres. Otro tópico, sobre todo a raíz del personaje de Tula, es ver a las mujeres unamunianas como mujeres fuertes, abnegadas, fieles herederas del matriarcado vasco. Unamuno, dicen, admira a la mujer, pero la quiere al frente de la casa, no en círculos intelectuales, dirigiendo con mano fuerte la familia y sacrificándose por ella. Los espacios públicos son para los varones, con lo que en general reproduce un modelo de sociedad muy tradicional y nada revolucionario.

Pues bien, ¿a qué modelo responde Eugenia, la protagonista de Niebla de la que se enamora el pobre Augusto con tan solo seguir sus pasos una mañana de lluvia?

Las Mamblas (Tierra de Lara)

Si pasamos un poco por encima de los detalles de la presentación del personaje y los datos «objetivos» que da la portera sobre ella, y de que ella misma se declara anarquista, donde vemos aparecer a la Eugenia que apunta carácter es en el encuentro con su novio, el que no tiene ni oficio ni beneficio, y al que está dispuesta a mantener. ¡Oh! ¡Una mujer trabajando para sostener a la familia!, pero no nos fiemos demasiado, que ya sabemos que a Unamuno le gusta jugar: 
–Y ¿de qué vamos a vivir?
–De mi trabajo hasta que tú lo encuentres.
–¿De tu trabajo?
–¡Sí, de la odiosa música!
¡Qué contrasentido! ¡Una profesora de piano que odia la música! No obstante, Mauricio, al que se le dan bien las artes amatorias, sabe ponerle música a esas dudas, a la Eugenia «que no se vende» le gusta que le calienten la oreja, y Unamuno seguro seguro que estaba pensando en añadir un «como a todas», pero ya sabemos que prefería ahorrarse las opiniones directas y dejar hablar a los personajes: 
–¡Tienes razón, no te enfades, rica mía! –y contrayendo el brazo atrajo a la cabeza la de Eugenia, buscó con sus labios los de ella y los juntó, cerrando los ojos, en un beso húmedo, silencioso y largo.
—¡Mauricio!
Y luego le besó en los ojos.
–¡Esto no puede seguir así, Mauricio!
–¿Cómo? Pero ¿hay mejor que esto?, ¿crees que lo pasaremos nunca mejor?
Sin embargo, es en sus encuentros con Augusto, primero en su casa y luego en la de él, donde muestra todo su carácter, dominando la situación: 
Y ¿con qué derecho hizo eso? [...] Es decir, que usted pretende que dependa yo de usted, ya que no le soy indiferente... [...] Lo sabía, y por eso le dije que usted no pretende sino hacer que dependa de usted. Me quiere usted ligar por la gratitud. ¡Quiere usted comprarme! [...] Sí, quiere usted comprarme, quiere usted comprarme; ¡quiere usted comprar... no mi amor, que ese no se compra, sino mi cuerpo! [...] No merece usted nada, me voy, pero ¡cónstele que no acepto su limosna o su oferta! Trabajaré más que nunca; haré que trabaje mi novio, pronto mi marido, y viviremos. Y en cuanto a eso, quédese usted con mi casa. [...]¡Ah, ya, ya caigo; usted se reserva el papel de heroica víctima, de mártir! Quédese usted con la casa, le digo. Se la regalo.
Se muestra Eugenia, al menos aparentemente, llena de dignidad, como una mujer que no quiere depender de ningún hombre, de ser capaz de trabajar para hacer frente a sus deudas, de no poner en venta ni su cuerpo, ni menos su alma. ¿Qué ha pretendido el bobalicón de Augusto? ¿Que la iba a ganar poniendo a sus pies una hipoteca? ¡No! Ella es pobre, pero digna. No será verdad que Eugenia Domingo del Arco se dejé comprar de esa manera por el primero que llegue.

La conversación con Augusto se completa con la que mantiene con su tía al llegar a casa, que mucho más práctica no ve con buenos ojos cómo su sobrina deja escapar su gran oportunidad. Eugenia sigue con su honor ofendido emperrada en que la han querido comprar, sigue mostrándose como una mujer digna sin fisuras:
–¿Qué he hecho? Lo que usted, si es que tiene vergüenza, habría hecho en mi caso; estoy de ello segura. ¡Querer comprarme!, ¡querer comprarme a mí!–Mira, chiquilla, es siempre mucho mejor que quieran comprarla a una que no es el que quieran venderla, no lo dudes.–¡Querer comprarme!, ¡querer comprarme a mí!–Pero si no es eso, Eugenia, si no es eso. Lo ha hecho por generosidad, por heroísmo...–No quiero héroes. Es decir, los que procuran serlo. Cuando el heroísmo viene por sí, naturalmente, ¡bueno!; pero ¿por cálculo? ¡Querer comprarme!, ¡querer comprarme a mí, a mí! Le digo a usted, tía, que me la ha de pagar. Me la ha de pagar ese...
¡Y vaya si se las paga!, pero no adelantemos acontecimientos. Como ocurre en otros pasajes de la novela, la tensión del diálogo entre tía y sobrina va en aumento, y como están en la intimidad del hogar la sobrina no ahorra calificativos para la mitad de la humanidad, aparecen los estereotipos:  
Sí, por mi bien... por mi bien... Por mi bien ha hecho el señor don Augusto Pérez esa hombrada, por mi bien... ¡Una hombrada, sí, una hombrada! ¡Quererme comprar...! ¡Quererme comprar a mí... a mí! ¡Una hombrada, lo dicho, una hombrada... una cosa de hombre! Los hombres, tía, ya lo voy viendo, son unos groseros, unos brutos, carecen de delicadeza. No saben hacer ni un favor sin ofender. [...]¡Todos, sí todos! Los que son de veras hombres se entiende. [...] Sí, porque los otros, los que no son groseros y brutos y egoístas, no son hombres. [...] ¡Qué sé yo... maricas! [...] Brutos, todos brutos, brutos todos.
pintada: muerte al patriarkado

Unamuno parece presentarnos una mujer feminista, avanzada para su época, «es la mujer del porvenir», ha dicho su tío, el anarquista, orgulloso de la forma de ser de su sobrina. Pero este feminismo digno que Eugenia despliega durante toda la obra es solo otro truco de Unamuno para con sus lectores. Eugenia, al final, no es más que una frívola que juega con los sentimientos de Augusto para sacar provecho económico de él y en definitiva salirse con la suya, casarse con Mauricio. Su meta en la vida era esa: ser mujer de su casa. 
Apreciable Augusto: Cuando leas estas líneas yo estaré con Mauricio camino del pueblo adonde este va destinado gracias a tu bondad, a la que debo también poder disfrutar de mis rentas, que con el sueldo de él nos permitirá vivir juntos con algún desahogo. No te pido que me perdones, porque después de esto creo que te convencerás de que ni yo te hubiera hecho feliz ni tú mucho menos a mí. Cuando se te pase la primera impresión volveré a escribirte para explicarte por qué doy este paso ahora y de esta manera. Mauricio quería que nos hubiéramos escapado el día mismo de la boda, después de salir de la iglesia; pero su plan era muy complicado y me pareció, además, una crueldad inútil. Y como te dije en otra ocasión, creo quedaremos amigos. Tu amiga.
 ¿Por qué esa crueldad, don Miguel? ¿Por qué esa frialdad y cálculo en Eugenia? ¿Por qué ese cargar las tintas también sobre ella?
De pronto sintió que alguien le tiraba de una pierna. Era Orfeo [...]. Viviremos juntos en la vida y en la muerte. No hay mal que por bien no venga, por grande que el mal sea y por pequeño que sea el bien.
Contribución para el club de lectura La Acequia.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Número 137. Niebla en Pensión Salamanca



Decía Pancho, al comentar mi entrada de la semana pasada, que Unamuno va construyendo los paisajes poco a poco y que Salamanca «la va haciendo suya, párrafo a párrafo, a medida que pasan los años».

Cierto, ¿qué sería hoy de Salamanca sin Unamuno y qué sería Unamuno sin Salamanca? Tan unidos que cuando se cruza en nuestra relectura de Niebla una novelita contemporánea, Pensión Salamanca, pensamos que quizá Unamuno, Augusto, su famoso diálogo autor-personaje, y la propia Salamanca tengan algo que ver en ella, así que hacemos un inciso en Niebla y vamos con esta novelita contemporánea. 


Bosques - 54 (16246000857)


Se abre el libro en primera persona.
Llegué a Salamanca una soleada tarde de principios de mayo.
La autora, Susana Martín Gijón, convertida en su propio personaje, arrastra la maleta por las calles más comerciales, donde se agolpan los transeúntes, atraviesa la imprescindible y «churrigueresca plaza Mayor» y tras cruzar otra plaza con solera, la del Corrillo, llega a su destino, la Pensión Salamanca, de la que la autora piensa que «con el nombre no se habían roto los cuernos». 

No sabemos sus propósitos, ni qué es lo que la ha llevado allí a primeros de mayo, aunque los seguidores del género negro quizá sepan adivinar que en la ciudad universitaria tiene lugar desde hace bastantes años un importante congreso de novela y cine negro, y quizá su autora preferida, pues a pesar de su juventud cuenta con su público, haya ido allí a participar en ese congreso. Efectivamente, unos párrafos más abajo se nos desvela que la autora va a presentar una comunicación, que «la ficción criminal, el detective hard-boiled, las discusiones sobre los límites del género y el eterno debate entre vísceras o psicología poblarían» las siguientes horas.

El género negro hablando del propio género negro.

Comenta Susana en una reunión con un grupito pequeño de seguidoras, que esta novelita suya, la última, es en realidad un «experimento». Adelanta ella y también las que ya la han leído que en esta novela ella es un personaje más y que interactúa y conversa con sus personajes, ¿a qué nos suena esto y además en Salamanca?
—No cuelgues, por favor. Te necesito más que nunca.  
Dice el personaje de Susana, ya en tercera persona, al principio del capítulo segundo cuando telefonea a Annika Kaunda. 

¿Quién es Annika Kaunda? 

Según la contraportada del librito, Annika es una oficial de policía adscrita a la comisaría de Mérida, de origen africano y negra. Los seguidores de Susana Martín Gijón sin duda sabrán dar muchos más detalles sobre este personaje, que se nos presenta con gran fuerza. 

Ahora Annika está de baja y embarazada —¡spoiler!, ¡spoiler!, gritará la palabra de moda algún lector—, y esos mismos lectores sabrán qué tiene eso de extraordinario en el devenir de esta policía singular, aunque a los que el azar nos ha hecho que empecemos por esta última novela, el hecho nos parezca nada reseñable. En cualquier caso, a Annika, que al contrario de Augusto Pérez, no reconoce a su autora, una fuerza interior parece impulsarla a dar por buena aquella llamada loca y a acudir, como el propio Augusto, a Salamanca para reunirse con su creadora.
Cuando Annika consiguió llegar a la dirección indicada habían transcurrido más de dos horas.
Mucha prisa se dio Annika en hacer el trayecto de Mérida a Salamanca, trayecto que según Google Maps lleva un mínimo de dos horas y media, pero no nos ensañemos en estos detallines en una novela donde todo es tan real, y donde la mayoría de los personajes que aparecen en ella lo son. En ese ambiente, Annika Kaunda es sin duda conocida, y por ello no deja de sorprender a los asistentes al congreso: 
—¿David Knutson? Soy Annika Kaunda, oficial de policía. Necesito hablar con usted.
Aquel hombre abrió desmesuradamente los ojos. Se la quedó observando con suspicacia y después una sonrisa divertida afloró a sus labios.
—No la imaginaba así.
—Disculpe.
—Nada, cosas mías, no me haga caso.
Si a estas alturas alguien duda de la existencia de Annika, de su personalidad fuera del papel impreso, habría que volver a recordar al maestro y a su personaje en el célebre diálogo entre ambos:
Vamos a cuentas: ¿no ha sido usted el que no una, sino varias veces, ha dicho que don Quijote y Sancho, no son ya tan reales, sino más reales que Cervantes?
El personaje, que ha conseguido más fama en el mundillo de la novela negra que su autora, se mueve sin salir de su asombro por entre personajes reales que saben de su vida más que ella misma. 

Y mientras Annika hace su trabajo, investigando sangrientos crímenes, esperemos que estos sí inventados, Susana, en comisaría, quizá repase mentalmente las notas de su próxima comunicación:

«Mis novelas están ambientadas en Extremadura, porque quiero dar visibilidad a Extremadura, y la conozco bien... No concibo la literatura fuera del compromiso y la responsabilidad social... La novela negra me sirve de vehículo para la denuncia social, es un género que te permite ir a los bajos fondos y denunciar lo que allí pasa.»(1)

¿Qué es lo que denuncia Susana Martín Gijón en esta novela? ¿Cuáles son esos bajos fondos salmantinos que permiten sacar a la luz lo que ocurre en la ciudad universitaria?

Aunque la pista definitiva que pone a Annika Kaunda en el buen camino para encontrar al criminal no esté nada clara, la motivación se nos muestra en toda su crudeza, sobre todo para aquellos que conozcan bien los ambientes universitarios donde las puñaladas dialécticas abundan a la hora de que una comunicación prevalezca, de que el jefe te cite en un artículo, de que tú, por supuesto, cites al jefe y a poder ser a sus discípulos preferidos, donde se mata —en Pensión Salamanca literalmente— por hacerse con un puesto en el escalafón académico, por sumar puntos al currículum, por conseguir esa beca o esa estadía en el extranjero... Y poco importa que esta vez la acción se mueva entre los aspirantes, entre los que empiezan, los consagrados sabemos que son incluso mucho peores.

Sigue Susana repasando mentalmente sus notas: «el mundo de la novela negra es un mundo muy masculinizado, las autoras, que hay muchas, son completamente invisibles, por supuesto rara vez consiguen algún premio, pero incluso es que nuestra presencia molesta. Nos quieren ver en casa y con la pata quebrada...»(1).

Plaza de Anaya

Resuelto el crimen, el congreso continúa, los ciento cincuenta comunicantes se intercambian tarjetas en días frenéticos saltando de sesión en sesión... Susana pasea relajada por la calle de Canalejas con Annika. Gracias a ella se ha librado de un buen susto y podrá seguir su carrera en un mundo lleno de chalados, según palabras de Annika. Una Annika que sigue sin entender qué hace ella en fuera de su Mérida en un congreso de locos de remate, descubriendo a asesinos inventados y siguiendo pistas sangrientas en baños de viejas pensiones con olor a vieja Salamanca. 

Antes de despedirse no puede vencer la tentación de preguntar a Susana:
Pero antes aclárame algo que no había tenido ocasión de preguntarte: ¿tú a mí de qué me conocías?
Susana la miró de hito en hito. Por un momento pareció tentada a responder. Después cambió de opinión:
—Es una larga historia, Annika... nos queda pendiente para otro día, ¿de acuerdo?
Comentario para el club de lectura La Acequia.

(1) Notas tomadas en el encuentro con la autora dentro de Cuarto Propio (Medialab-Prado) el 8 de noviembre del 2016.

  Medialab- 

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Número 136. Niebla: hablar por hablar

En Niebla abundan los diálogos. De hecho Unamuno sigue el consejo que se da a sí mismo cuando Víctor Goti, su personaje prologuista, le expone a su amigo Augusto las teorías sobre la novela, que para que no lleve el diablo a nadie se convierten en nivola, y así todos contentos.
—Lo que hay es diálogo; sobre todo diálogo. La cosa es que los personajes hablen, que hablen mucho, aunque no digan nada.
Unamuno, como narrador, quiere aportar un punto de vista objetivo, no intervenir en la novela más que lo imprescindible. Los personajes son sus propios autores, no solo los protagonistas, van haciéndose a sí mismos a medida que avancen las páginas:
Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen, sobre todo según hablen; su carácter se irá formando poco a poco. Y a las veces su carácter será el de no tenerlo. 
Como detalle al margen, no pasemos por alto en esta conversación en la que se define el nuevo —si es que lo es— género narrativo, la sutileza con la que Unamuno se refiere a Manuel Machado:
Pues le he oído contar a Manuel Machado, el poeta, el hermano de Antonio, que una vez le llevó a don Eduado Benot para leérselo un soneto que estaba en alejandrinos o en no sé qué otra forma heterodoxa. Se lo leyó y don Eduardo le dijo: «Pero ¡eso no es soneto!...» «No, señor —le contestó Machado— no es soneto, es sonite». Pues así es como mi novela no va a ser novela, sino..., ¿cómo dije?, navilo..., nebulo, no, no, nívola, eso, ¡nivola! Así nadie podrá decir que derogan las leyes de su género, invento el género, e inventar un género no es más que darle un nombre nuevo, y le doy las leyes que me place. ¡Y mucho diálogo!
Que no se líen los estudiantes que buscan claves en El rincón del vago acerca del nuevo género, don Miguel lo aclaró en el prólogo que escribió para la reedición de 1935:
Esta ocurrencia de llamarle nivola —ocurrencia que no es mía, como lo cuento en el texto— fue otra ingenua zorrería mía para intrigar a los críticos. Novela y tan novela como cualquiera otra que así sea. 
¡Qué juguetón era Unamuno! ¡Qué forma de envolver todo en la niebla!


escena oscura: silueta recortada en un fondo de luz tenue.

Pero a lo que íbamos íbamos, y queríamos hablar de los diálogos, los diálogos que van haciendo la novela, en los que a don Miguel no le duelen prendas a la hora de bajar a un registro coloquial en el que echa mano con presteza de modismos y expresiones que acercan texto y personajes a ese ámbito familiar que casi podemos tocar con la mano.

Bien calibradas y dosificadas estas piezas del lenguaje, nos van graduando las conversaciones, nos van introduciendo poco a poco en esa atmósfera de realismo, somos espectadores de primera fila.

Tómese, por ejemplo, el capítulo XIX, ese en el que la tía de Eugenia, doña Ermelinda, visita a Augusto con un recadito diplomático de parte de su sobrina. Al principio, el diálogo, reposado, transcurre con todos los rasgos de la formalidad que impone una visita de cortesía entre dos personas educadas:
Salió a recibirla y se encontró con doña Ermelinda, que al: «¿Usted por aquí?» de Augusto, contestó con un «¡Cómo no ha querido volver a vernos...!»
Más formal el tono de Augusto: «Usted comprende, señora...», más cómplice el de ella, «¿sabe usted?». Una vez declarado que su visita tiene un propósito específico, doña Ermelinda toma carrerilla, dándole pocas opciones a Augusto de interrumpirla.
Y me estuvo repitiendo su estribillo de que los hombres son ustedes unos brutos y nada más que unos brutos. Y ha estado estos días de morro, con  un humor de todos los diablos.
La conversación avanza envuelta en numerosas contradicciones, paradojas, juegos de palabras... 
—Y creo que no lo crea.
[...]
—Y la mejor diplomacia, señora, es no tenerla, y sobre todo conmigo...
Hasta que toda diplomacia y contención pasa a un segundo plano:
—¡Basta, señora, basta! Ahora parece que sin darse cuenta vuelven a ofenderme...—Será sin intención.—Hay ocasiones en que las peores ofensa son esas que se infligen sin intención, según se dice.—Pues no lo entiendo...—Y es, sin embargo, cosa muy clara. Una vez entré en una reunión y uno que allí había [...].

La conversación va subiendo de tono, el flemático Augusto parece realmente enfadado:
—¡No se exalte usted así,don Augusto...!
—¡Pues no he de exaltarme, señora, pues no he de exaltarme! ¿Es que esa... muchacha se va a burlar de mí y va a querer jugar conmigo? —y al decir esto se acordaba de Rosarito.
—¡Por Dios, don Augusto, por Dios...!
[...]
—¡No se exalte usted así!
Los personajes deben hablar y hablar, ese será su retrato y su mejor descripción.
foto de un perrillo



Comentario para el club de lectura La Acequia.

martes, 1 de noviembre de 2016

Número 135. Mañanas de Niebla...

Se empeña don Miguel de Unamuno en que ponga yo un prólogo a este su libro en que relata la tan lamentable historia de mi buen amigo Augusto Pérez y su misteriosa muerte, y yo no puedo menos sino escribirlo, porque los deseos del señor Unamuno son para mí mandatos en la más genuina acepción de este vocablo. Sin haber llegado yo al extremo de escepticismo hamletiano de mi pobre amigo Pérez, que llegó hasta a dudar de su propia existencia, estoy por lo menos firmemente persuadido de que carezco de eso que los psicólogos llaman libre albedrío, aunque para mi consuelo creo también que tampoco goza don Miguel de él.
Así, a la chita callando, destripando algunos de los secretos de su relato, empieza Niebla, una de las más conocidas nivolas de Miguel de Unamuno, tan amigo de romper moldes, de salirse de lo habitual y lo marcado.

Aquí lo hace desde esa primera línea del Prólogo, en realidad un capítulo más de la ficción, en la que se nos presenta a los personajes, algunas conjeturas sobre lo que pasó y no se cuenta, o sobre lo que se cuenta y no pasó, puestas en negro sobre blanco por uno de los personajes secundarios, Víctor Goti, que bien pudiera haber sido el narrador, si no fuera porque Víctor y don Miguel tienen puntos de vista bien diferentes acerca de la realidad de lo ocurrido.

«Parecerá acaso extraño —prosigue Víctor Goti con su prólogo— que sea yo, un perfecto desconocido en la república de las letras españolas, quien prologue un libro de don Miguel...». ¿Quién es este perfecto desconocido que firma como Víctor Goti?, se pregunta el ingenuo lector que acaba de abrir por primera vez el libro. la novela. No le suena de entre la nómina de escritores del XX más celebrados, ni Google parece devolver otros documentos que no sean el del libro que tiene entre manos, entonces ¿desconocido era y desconocido siguió siendo?

A poco que el ingenuo lector siga leyendo, enseguida se dará cuenta de que ha caído en uno de los muchos trucos literarios de Unamuno, del autor material del texto que tiene ante sus ojos. Unamuno se inventa todo, no solo la trama, los personajes, el ambiente, e incluso el género, se inventa hasta el prologuista. Todo es pura fantasía, todo es invención, ¿todo? No, porque como se apunta en el primer párrafo ya hay un cierto determinismo y el autor material no es libre de hacer lo que quiera, ni con sus personajes, ni con su historia, ni con su devenir, ni consigo mismo una vez que los ha parido y puesto en este mundo, un mundo en el que la ficción y la realidad se mezclan continuamente, sin que apenas se divisen los contornos de unos y de otros.


Las torres del Bernabeu entre niebla


Cuando Augusto, el protagonista, se levanta ya no hay niebla, aunque llueve, así que empieza a deambular por la ciudad, sin rumbo, pensando en seguir a un perro, para terminar siguiendo a una señorita que, al contrario que él, ocioso caballero, madruga para dar clases y ganarse con ello el pan de cada día. 

Este motivo de seguir a perros y señores como arranque de una relación sería muy bien llevado al mundo de la animación en 101 dálmatas, pero no nos vayamos por las ramas, y quedémonos con Augusto, que tras conocer lo imprescindible, portera y propina mediante, sobre la muchacha a la que ha seguido vuelve a su casa, y en la intimidad de su habitación comienza a «hacerla» a «crearla» según sus deseos, en lo que constituye su pan de cada día de vida ociosa. 
«¡Mi Eugenia, sí, la mía —iba diciéndose—, esta que me estoy forjando a solas, y no la otra, no la de carne y hueso, no la que vi cruzar por la puerta de mi casa, aparición fortuita, no la de la portera! ¿Aparición fortuita?  ¿Y qué aparición no lo es? [...] ¡El pan nuestro de cada día dánosle hoy! Dame, Señor, las mil menudencias de cada día. Los hombres no sucumbimos a las grandes penas ni a las grandes alegrías, y es porque esas penas y esas alegrías vienen embozadas en una inmensa niebla. La vida es una nebulosa. Ahora surge de ella Eugenia. ¿Y quién es Eugenia? ¡Ah!, caigo en la cuenta de que hace tiempo la andaba buscando. [...] ¡Eugenia!, ¡Eugenia!, ¡Eugenia!»

Algunos años después, Antonio Machado expresaría sentimientos muy cercanos ante la separación de su amada Guiomar:
Todo amor es fantasía;
él inventa el año, el día,
la hora y su melodía;
inventa el amante y, más,
la amada. No prueba nada,
contra el amor, que la amada
no haya existido jamás.
Para el club de lectura La Acequia.

lunes, 17 de octubre de 2016

Número 134. Nosotros, los evacuados. Sarna con Franco no pica

La suerte y el contar con buenos amigos, que se acuerdan de mí cuando no saben qué hacer con algún que otro libro, me han hecho conocer a una gran escritora, Josefina de Silva, que todavía no tiene entrada en la Wikipedia, algo a lo que habrá que poner remedio.

De entre toda su variada producción, que no fue escasa, destaca un libro: Nosotros, los evacuados, en el que narra la vida de una familia evacuada durante la guerra civil a Murcia, para huir la guerra y los bombardeos de Madrid, ciudad donde hasta entonces habían tenido su hogar.

Narrada en el tono sencillo en el que podría escribir la niña protagonista, de Silva no nos ahorra detalle de aquellos días, siempre desde la óptica de la pequeña, que presenta grandes dotes de observación y análisis, para hacernos llegar de primera mano unos hechos poco conocidos de los muchos que nos dejó la guerra: ¿Cómo vivían?, ¿qué comían?, ¿cómo era la escuela?, ¿en qué trabajaban?, ¿cómo se organizaban? La intrahistoria de la historia, la paz en la guerra, esta vez una guerra mucho más cercana y de la que fue preciso huir, si tal cosa era posible, para poner a salvo los cuerpos y también las almas.

Familia pequeño burguesa, de la que los hombres, por la guerra o por otras circunstancias, están ausentes. Las mujeres resueltamente toman el mando, y van acogiendo en el hogar a otros familiares que lo habían abandonado para seguir la vocación religiosa. 

Son una familia de derechas, pero con matices, la abuela es firme partidaria de Gil Robles, al que lee con devoción, mientras que la madre es más de Franco. En cualquier caso todos sin excepción tratan de disimular sus ideas y creencias, de pasar desapercibidos, porque a fin de cuentas son gente normal, gente del montón y no han podido elegir ni bando ni lugar. 

Las penurias e intrigas de la guerra en aquel Madrid desquiciado acaba pronto con los más vulnerables, y el resto de la familia, mujeres y niños, emprende la huida hacia Murcia, ciudad en la que según los periódicos caen menos bombas en aquel momento y por lo tanto es una ciudad segura. 

El lento viaje en tren constituye la primera aventura para los más pequeños, que descubren nuevos mundos y horizontes.

Los primeros meses no son nada fáciles en la ciudad de acogida: hacinamiento, hambre, enfermedad..., una ciudad donde no es fácil encontrar agua y jabón con los que lavar el jergón que les ha sido asignado, pero donde funciona una curiosa solidaridad a veces impuesta por la fuerza, que ayuda a encontrar soluciones drásticas cuando ya casi se ha perdido la esperanza.

El ingenio, el trabajo y el tesón de las mujeres de la familia hacen el resto, procurando una vida mejor para aquellos evacuados. Los días van pasando pero empieza a no haber nada, ni en las huertas, ni en los escaparates de las tiendas, ni papel en las oficinas, ni lápices con los que escribir. Se rumorea que en los sótanos y bodegas se guardan algunos bienes en espera de mejores oportunidades comerciales. Solo queda dinero en los bolsillos, un dinero que no puede comprar nada, porque nada hay, pero que da una cierta seguridad a los que lo tienen en su poder.

Foto antigua en la que se ve un niño agachado bebiendo de una fuente pública


La guerra avanza, los republicanos van perdiendo posiciones, y entre medias de la desinformación, se va abriendo paso la noticia de que el final de la guerra se acerca, y la gente se prepara en secreto para ello, para retomar su vida normal.

Los evacuados deberán volver a sus lugares de origen, y allí en el capítulo final, en un capítulo ampliamente citado en distintos trabajos, se produce el choque con la realidad de «la paz», aun más dura que la propia guerra: la vuelta a casa donde no queda nada.  ¿Estará aún la casa en pie?

Dice el profesor Ojeda por algún lado que un buen libro es aquel que entre otras cosas te abre las puertas a otros libros, sin duda este abre nuevas inquietudes, entre ellas la de seguir profundizando en lo que ocurrió a la vuelta, a la llegada a Madrid. De Silva no nos lo ha contado, pero son tantas y tantas veces las que se lo hemos oído a nuestros padres, a nuestros abuelos, a esa vecina que pasó toda la guerra en Madrid, o a aquella otra, a la que el 18 de julio la pilló con sus hijos en La Granja, y tuvo que ingeniárselas para vestir durante los duros inviernos a tres niños pequeños, pero, en cualquier caso la vuelta a la normalidad siempre fue dura, con muchas carencias en el día a día.

A pesar de aquellos tiempos inciertos que los esperaban en la vuelta al hogar, la paz siempre se veía con esperanza, y más si se había ganado la guerra y por el entonces ya admirado Franco empezaba a organizar la nueva vida de los españoles. «Contra Franco vivíamos mejor», dijimos muchos años después, una vez superado el subidón de la transición, y de algún modo en ese frente se alinea la madre de la protagonista: todo lo que venía de Franco era bueno.
Yo estuve a punto de rebelarme, de decir que no entraba en aquellos vagones; pero comprendí que no había más remedio. Los rojos nos habían llevado en vagones normales, apretujados, pero era un medio para personas, con asientos, ventanillas y techo a una altura que permitiese respirar. ¡Y estábamos en guerra!
Mi madre argumentó que aquellos tiempos eran peores todavía que la guerra, que la nación estaba más agotada y existían menos medios, que los pocos trenes que habían los necesitaban para reincorporar a los soldados... En resumen, que sarna con Franco no pica.

 

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Número 133. Cartas marruecas (y IV). Los proverbios

Tras el fructífero Barroco en el que las obras literarias están plagadas de refranes, las muestras más conocidas de la sabiduría popular, llega el siglo XVIII, el siglo de las luces y de aliviar los excesos pasados, donde es difícil encontrar estas formas populares en literatura.


Escudo nobiliario


Los refranes son denostados como forma del pasado, propios de gente vulgar, así que se rechazan, parodiándolos en obras como en el Fray Gerundio, o lo que es más común desechándolos, ignorándolos conscientemente de las plumas de los escritores.

Sin embargo, no todas las frases sapienciales fueron eliminadas de los escritos. Siempre quedan rescoldos que con la pátina de las nuevos tiempos pueden pasar muy bien los exámenes de los críticos más exigentes.

A priori no es previsible que en las cartas escritas presuntamente por un culto moro aljamiado del siglo XVIII podamos encontrar demasiadas paremias, ya no vulgares, sino incluso cultas, ya que el uso airoso de ellas supone un gran dominio de la lengua, pero las apariencias engañan y escondidas entre esas cartas podemos encontrar alguna frase sentenciosa de interés.

Bien es verdad que no aparecen como vulgares refranes, porque en el siglo XVIII aquellos devinieron en formas más cultas tales como proverbios, máximas o adagios, pero existir existen y he aquí los que podemos encontrar en estas Cartas marruecas, que estamos analizando.

El primero de ellos lo encontramos, como no podía ser menos, en la pluma del noble castellano Nuño, en la carta número XXI que le escribe a Ben-Beley:
Cada nación es como cada hombre, que tiene sus buenas y malas propiedades peculiares a su alma y cuerpo. Es muy justo trabajar a disminuir éstas y aumentar aquéllas; pero es imposible aniquilar lo que es parte de su constitución. El proverbio que dice «Genio y figura hasta la sepultura», sin duda se entiende de los hombres; mucho más de las naciones, que no son otra cosa más que una junta de hombres, en cuyo número se ven las cualidades de cada individuo. No obstante, soy de parecer que se deben distinguir las verdaderas prendas nacionales de las que no lo son sino por abuso o preocupación de algunos, a quienes guía la ignorancia o pereza. Ejemplares de esto abundan, y su examen me ha hecho ver con mucha frialdad cosas que otros paisanos míos no saben mirar sin enardecerse. Daréte algún ejemplo de los muchos que pudiera.
Genio y figura hasta la sepultura, es sin duda hoy uno de los refranes más conocidos y bastante usado por escritores del XIX y del XX. Sin duda andaría ya en circulación en el siglo XVIII ente el pueblo llano, pero sorprende saber que no había sido recogido en los refraneros habituales, y que es Cadalso uno de los primeros escritores en utilizarlo, al menos si nos atenemos a los testimonios que podemos encontrar en el CORDE. Nótese lo que hemos dicho arriba, Cadalso no lo presenta como un refrán, sino como un proverbio, sin duda algo más culto.

No obstante, donde Cadalso parece encontrarse más a gusto es recogiendo y utilizando refranes extranjeros, posiblemente fruto de sus lecturas y su educación europea, en la que hace siempre un hueco para homenajear a nuestros escritores del Siglo de Oro. Gazel su alter ego le pone esta vez la voz (carta LXXX):
A esto añadió Nuño otras mil reflexiones chistosas, y acabó levantándose con los demás para dar un paseo, diciendo: -Señores, ¿qué le hemos de hacer? Esto prueba lo que mucho tiempo se ha demostrado, a saber, que los hombres corrompen todo lo bueno. Yo lo confieso en este particular, y digo lisa y llanamente que hay tantos dones superfluos en España como marqueses en Francia, barones en Alemania y príncipes en Italia; esto es, que en todas partes hay hombres que toman posesión de lo que no es suyo, y lo ostentan con más pompa que aquellos a quienes toca legítimamente; y si en francés hay un adagio que dice, aludiendo a esto mismo, Baron allemand, marquis français et prince d'Italie, mauvaise compagnie, así también ha pasado a proverbio castellano el dicho de Quevedo:
Don Turulaque me llaman
pero pienso que es adrede,
porque no sienta muy bien
el don con el Turuleque.
Del adagio francés al dicho español en pluma prestigiosa. Nótese con qué desenvoltura utiliza este dictado tópico que hoy caería en la categoría de los no decibles, y menos escribibles. Ni nos imaginamos la que podría provocar si alguien se decidiera a tuitearlo, pero Cadalso no parece plantearse esas pegas políticamente incorrectas.

Las comparaciones entre naciones, como en los chistes, habían aparecido en una carta anterior, la XXXVIII, en la que Gazel se sumerge en los tipos clásicos que han transitado por nuestras mejores obras del Siglo de Oro. Los personajes del pícaro, pero sobre todo del altivo hidalgo, atraen la atención de Gazel/Cadalso:
Todo lo dicho es poco en comparación de la vanidad de un hidalgo de aldea. Éste se pasea majestuosamente en la triste plaza de su pobre lugar, embozado en su mala capa, contemplando el escudo de armas que cubre la puerta de su casa medio caída, y dando gracias a la providencia divina de haberle hecho don Fulano de Tal. No se quitará el sombrero, aunque lo pudiera hacer sin embarazarse; no saludará al forastero que llega al mesón, aunque sea el general de la provincia o el presidente del primer tribunal de ella. Lo más que se digna hacer es preguntar si el forastero es de casa solar conocida al fuero de Castilla, qué escudo es el de sus armas, y si tiene parientes conocidos en aquellas cercanías. Pero lo que te ha de pasmar es el grado en que se halla este vicio en los pobres mendigos. Piden limosna; si se les niega con alguna aspereza, insultan al mismo a quien poco ha suplicaban. Hay un proverbio por acá que dice: «El alemán pide limosna cantando, el francés llorando y el español regañando».
Finalizamos con otro proverbio de corte europeo y de nuevo los políticos a la palestra, que sueñan y solo piensan en hacer fortuna. ¡Qué novedad en esta España nuestra! (carta LI):
Políticos de esta segunda especie son unos hombres que de noche no sueñan y de día no piensan sino en hacer fortuna por cuantos medios se ofrezcan.  [...] Desprecian al hombre sencillo, aborrecen al discreto, parecen oráculos al público, pero son tan ineptos que un criado inferior sabe todas sus flaquezas, ridiculeces, vicios y tal vez delitos, según el muy verdadero proverbio francés, que ninguno es héroe con su ayuda de cámara. De aquí nace revelarse tantos secretos, descubrirse tantas maquinaciones y, en sustancia, mostrarse los hombres ser defectuosos, por más que quieran parecer semidioses. 


Colaboración para el club de lectura La Acequia