miércoles, 22 de octubre de 2014

Número 58... es agua passada con la cual, como dizen, no puede moler el molino... (VI) Contando cuentos

Se remansan las aguas...

La frescura de una fuente y la sombra de unos sauces llevan a nuestros dos protagonistas, en compañía de dos nuevos compañeros de viaje, un ermitaño y un soldado, a descansar durante la hora de la siesta, pues los rigores del sol son excesivos. Allí, en aquel locus amoenus, encuentran a otros tres viajes, dos canónigos y un jurado, que les invitan a descansar en su compañía hasta que caiga el sol y puedan reanudar la marcha.

El calor aprieta, la sombra es acogedora, todos se relajan y aligeran las ropas, y aunque don Quijote declina aflojarse sus armas, por impedírselo la orden de Caballería que profesa, sí que invita al relajo intelectual pidiendo a la concurrencia que distraigan las horas contando cuentos.

Arboleda


Sancho, probablemente narrador ameno de historias cotidianas y nimias, amén de juegos de ingenio, se lanza entusiasmado a la empresa con un sonsonete, que nos recuerda nuestras historias infantiles: 

si no es mas desto, yo les contarè riquissimos cuentos, que a fe que los se lindos, a pedir de boca. Escuchen pues que yo comienço: Erase que sera, en hora buena sea. El mal que se vaya, el bien que se venga, a pesar de Menga. Erase vn hongo y vna honga, que yuan a buscar, mar abaxo, Reyes (pp. 275-276).  

Pero don Quijote, y probablemente el resto de sus acompañantes, andan pensando en historias más elevadas, por lo que callando en seco a Sancho —¡Calla, bestia!— invita al soldado a que cuente alguna historia curiosa, digna de su ingenio, y acaecida en Flandes, lo exótico o lejano frente a lo cercano y familiar. No se resiste el soldado y comienza la relación de un trágico y escabroso suceso acaecido a un noble joven de la ciudad de Lovaina.

La narración se remansa a lo largo de dos o tres capítulos, no hay prisa por terminar la historia, por llegar al clímax, por adivinar siquiera cuál sera el fatídico desenlace que el soldado ha adelantado al hablar de tragedia...

No desvelaremos los detalles narrativos, pero nos ha llamado la atención como se narran las escenas eróticas frente a los violentos asesinatos. Puede que nuestra Abejita vea en ello sotanas, aunque yo veo más bien la mano de Trento y la Contrarreforma, que no necesariamente tienen que llevar vestidos talares. 

El erotismo, que en aquellos años estaba presente en numerosas obras, especialmente en las más populares, se había revestido de todo un ropaje engañoso, insinuaciones, veladuras, eufemismos e incluso escrituras cabalísticas, a las que recurre Correas para poner en oscuro lo que el Comendador había puesto en claro el siglo anterior.(1) Recordemos algunos refranes y sus explicaciones a manera de ejemplo: 

  • A k4ñ4 h4d3d4 i a kabeza kebrada, nunka faltan rrogadores. Klaro lo eskrivió el Komendador.
  • A k4ñ4 h4d3d4, nunka le faltó marido. (2)
  • El abad i su vezino, el kura i el sakristán, todos muelen en un molino,; ¡ké buena harina harán! Los onbres pueden ser dos dekarados, «abad i vezino» por «kura i sakristán».
  • El abad i su manzeba, el barvero i su muxer, de tres guevos komen sendos, esto, ¿kómo puede ser? Fázil enima.
  • El abad i su vezino, todos muelen en un molino. A la ahixada, molérselo, i makilalla; i a la madrina, sin makila. En lugar de «hazérselo» se puso «molérselo», porke sonava desonesto. 
Como ya comentamos en su momento, los molinos y el léxico relacionado con ellos constituían no solo un espacio lúdico y de encuentro, sino también toda una metáfora de las relaciones sexuales.

Se puede argüir con razón que todos estos refranes ya existían en siglos anteriores, pero nótese que mientras el Comendador no tuvo ninguna necesidad de explicarlos, Correas, después de Trento, sí se ve obligado a velarlos.

Pero volvamos a la historia contada por el soldado donde los tabués sexuales se rompen al narrar una violación cometida además de sobreparto y en la persona de la esposa del anfitrión. Avellaneda se muestra aquí maestro en no contar, pues abundando en algunos detalles de los prolegómenos, resuelve sin entrar en detalles la consumación de la violación.

La escena del primer encuentro, descrita con pocas palabras, es de un erotismo contenido, y no sin eximir a la mujer de lo que está provocando:
pero el Español que auia hecho pasto de sus ojos a la hermosura de la partera,(3) y la gracia con que estaua assentada sobre la cama, algo descubierto los pechos, (que vsan mas llaneza las Flamencas en ese particular, que nuestras Españolas), comiò poquissimo, y eso con notable suspension (p, 286).
Avellaneda dosifica magistralmente los sentidos, la vista, el tacto..., en el silencio de la noche solo se oyen las razones de la esposa; de la boca del soldado no salen tan siquiera los sonidos propios de la pasión. Nótese también el protagonismo de la espada, tantas veces imagen de la virilidad, que como un paréntesis, abre y cierra la escena.
... y, poniendo la espada en tierra, alargò la mano y metiendola debaxo de las sauanas, muy quedito la puso sobre los pechos de la señora, que despertò al punto alborotada y asiendosela pensando que fuese su marido (que no imaginaua ella que otro que el, en el mundo pudiesse atreuerse a tal) le dixo: [...]. No auia acabado ella de dezir estas honestas razones, cuando el soldado la besó en el rostro sin hablar palabra [...]. Oyendo el soldado estas razones, coligiendo de ellas el engaño en que la dama estaua, alçò la ropa callando y se metio en la cama, do puso en ejecución su desordenado apetito [...], porque sin decirle cosa se levanto hecha su obra, y tomando con todo el silencio que pudo su desnuda espada, se boluio a su aposento, y cama, harto apesarado (p. 291). 
El arrepentimiento llega inmediatamente, como si el propio Avellaneda se arrepintiese de escribir lo que había escrito.

No parece tener estos remordimientos en la terrible escena del infanticidio que relatará líneas después con un realismo que pone la carne de gallina, para enlazar sin solución de continuidad con la desesperación y el suicidio.
y boluiendo la cabeça de alli a un rato vio cerca de si a la ama que criaua su hijo llorando amargamente con el niño en los braços, y llegandose a ella con una furia diabolica se le arrebatò, y asiendole por la faxa, dio con él cuatro o seys golpes sobre la piedra del pozo, de suerte que le hizo la cabeça y los braços dos mil pedaços, causando en todos esta desesperada determinacion increyble lastima y espanto, si bien con todo ninguno osaua llegarsele, temiendo su diabolica furia (p. 304). 
¿Qué terrible pecado había cometido este noble para ser castigado con ese cúmulo de desgracias y ulteriores pecados en cadena?

En contraste con la historia que vendrá después, la de los felices enamorados, el noble flamenco, a instancias del demonio, ha desobedecido los designios de Dios que le tenía reservado para sí. Pasado Trento, más peligrosa que la lujuria eran los pecados contra la fe, y aquí sí que veo yo, al igual que Abejita, el movimiento de sotanas.  

Notas

(1) Se refiere a Hernán Núñez, llamado el Comendador Griego, que en 1555 había publicado Refranes y proverbios en romance, colección que Correas recoge y amplía. 
(2) Para evitar la escritura explícita de los términos deshonestos, Correas recurre a sustituir las vocales de acuerdo al siguiente código: a = 1, e = 2, i = 3, o = 4 y u = 5. 
(3) Curioso el uso de partera por 'parturienta', que repite líneas más adelante, y que es totalmente singular, pues según Covarrubias partera en la época tenía el mismo significado que hoy, es decir el de 'comadre que ayuda en el parto'. 

Bibliografía

  • Correas, Gonzalo (1627 = 2001): Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. Louis Combet, revisada por R. Jammes y M. Mir, Madrid: Castalia. Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica, 19.
  • FERNÁNDEZ de AVELLANEDA, Alonso (1614 - 2011): El Quijote apócrifo. Ed. Alfredo Rodríguez López-Velázquez. Madrid, Cátedra. 
  • Núñez, Hernán (1555 = 2001): Refranes y proverbios en romance. Edición crítica de Louis Combet, Julia Sevilla, Germán Conde y Josep Guia. Madrid: Guillermo Blázquez, Editor; 2 vols.


El Quijote también puede escribirse en corto


Contribución para el club de lectura La Acequia.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Número 57... es agua passada con la cual, como dizen, no puede moler el molino... (V) El melonar

No seguiré aguas abajo sin detenerme en ese melonar en el que don Quijote, además de echar a perder toda una cosecha de melones, es apaleado por dos veces, él y su fiel Sancho, que seguirá recordando el episodio a lo largo de la novela.

Sucedió en Ateca, ya muy cerca de Zaragoza, donde el hidalgo, ante la vista de un melonar y su guarda —por cierto, resaltemos que tanto guarda como fantasma eran del género femenino en la época—  se le nubla la vista, se desborda su imaginación, y queriendo ver en el humilde melonero un caballero convertido en fiero gigante por arte de encantamiento, arremete contra él en singular batalla.

Pero antes de proseguir recordemos algo de la aventura de los molinos del Quijote original:
—Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.

—Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla (I, VIII).
Hablemos de verosimilitud: el que a los ojos de un loco, unos molinos de viento puedan en la lejanía parecerle gigantes está dentro de lo plausible, como bien demostró Romagosa en su extraordinaria versión en dibujos animados para la televisión, pero ¿qué extraño espejismo convierte a un melonero en el caballero Roldán, vuelto igualmente loco y propenso a los mayores desmanes?

Sancho lo describirá más adelante, pero pocas palabras gasta Avellaneda al presentarnos al melonero : 
boluio la cabeza, y vio en medio de vn melonar vna cabaña, y junto a ella vn hombre que la estaba guardando con un lançon en la mano, detuuose vn poco mirándole de hito en hito, y despues de auer hecho en su fantasia un desuariado discurso dixo: (p. 171).
Ni tan siquiera se dice, como se aclarará páginas después, que el melonero era morisco, detalle no despreciable, como ya vimos en la primera lectura, teniendo en cuenta las circunstancias históricas y sociales en las que apareció la novela. Un solo hombre, pobremente armado, en medio de un melonar desencadena la fantasía del loco. ¿Cómo? Ni tan siquiera podemos atribuirle al modesto lanzón, la característica de ser un arma peligrosa, pues como vimos en el episodio de la venta era un utensilio habitual en las casas de la gente de campo: «el ventero entró en la cozina y sacò un assador de tres ganchos, bien grande, y su muger vn medio chuzo de viñadero» (pp. 166-167). De hecho, el melonero, a la hora de enfrentarse a don Quijote, lo primero que hará será arrojar ese lanzón, al que no parece encontrarle utilidad ofensiva. 

Cabaña guardaviñas
Una vez presentado el nuevo personaje con simplemente lo que se ve, don Quijote, o Avellaneda, se sumerge en un larguísimo discurso, sin pies ni cabeza, ni mayor justificación, lentificando en exceso la acción;  arenga que, sin embargo, sí ha oído atentamente Sancho, que replica a su amo de esta manera: 
Señor Cauallero desamorado: lo que a mi me parece es, que no ay aqui, a lo que yo entiendo, ningun señor de Argante, porque lo que yo alli veo no es sino vn hombre que está con un lançon guardando su melonar, que, como va por aqui mucha gente a Çaragoça a las fiestas, se le deuen de festear por los melones, y assi digo que mi parecer es, no obstante el de v. m. que no alborotemos a quien guarda su hazienda, y guardela muy en hora buena, que assi hago yo [con] la mia; quien le mete a v. m. con Giraldo el furioso, ni en cortar la cabeça a vn pobre melonero? quiere que despues se sepa, y que luego salga tras nosotros la Santa hermandad y nos ahorque y asaetee, y después eche a galeras por sietecientos años, de donde primero que salgamos ternemos canas en las pantorrillas? Señor don Quijote, no sabe lo que dice el refran, que quien ama el peligro, mal que le pese, ha de caer en él? delo al diablo, y vamos al lugar que està cerca; cenaremos muy a nuestro plazer, y comeran las caualgaduras, que a fe que si a Rozinante, que va vn poco cabizbaxo, le preguntasse donde querria mas yr, al meson, ò a guerrear con el melonero, que dixesse que mas querria medio celemin de ceuada que cien anegas de meloneros; pues si esta bestia, siendo insensitiua, lo dize y se lo ruega, y yo también, en nombre della y de mi jumento, se lo suplicamos mal y caramente, razón es nos crea; y mire v. m. que por no hauer querido muchas vezes tomar mi consejo, nos han sucedido algunas desgracias. Lo que podemos her es: yo llegarè y le comprarè vn par de melones para cenar, y si el dize que es Gayteros, ò Bradamonte, ò essotro demonio que dize, yo soy muy contento que le despanzorremos; si no, dexémosle para quien es, y vamos nosotros a nuestras justas Reales (pp. 172-173).
Ciertamente no se queda atrás Sancho en su réplica a don Quijote, llena, como podemos ver de hipérboles —setecientos años, cien anegas— y prolepsis sin sentido: «nos ahorque y asaetee y después eche a galeras». Llama también la atención la personificación de Rocinante, al que no solo se dota de voluntad y discernimiento, y casi casi de habla, sino también de alguna característica de los fabulosos gigantes, capaces de comerse cien fanegas de meloneros, que no de melones, de una sentada. 

Curiosa también la expresión «tener canas en las pantorrillas», que parece original, aunque por lo que Tirso deja entrever en su obra El melancólico, donde emplea la expresión «pantorrillas de plata», era costumbre en la época intentar disimular la edad mediante el tinte de barba y cabello, pero el vello de las pantorrillas terminaba por delatar al impostor. 

Don Quijote no atiende a razones, y ávido de gloria, no importándole morir en semejante batalla siempre que sus cenizas sean llevadas junto a las del Cid, prosigue con su relación de grandes y fantásticos sucesos, pero Sancho no quiere oír hablar de la muerte de su amo: «que haria despues el triste Sancho Pança solo en tierra agena, cargado de dos bestias, si v. m. muriesse en esta batalla? (p, 174)».

Sigue don Quijote con sus razones, Sancho con las suyas, y a este, viendo que no puede torcer la voluntad de aquel, solo le queda rezar y ofrecer una misa al señor san Anton, para que guarde «a v. m. y a Rozinante (p. 176)». Recordemos que en la aventura de los molinos, don Quijote le dice a Sancho que entre en oración si tiene miedo. 

Arremeten caballero y caballo por medio del melonar, contrariado el segundo por ver pasar ante sus ojos y dientes aquellos verdes manjares, y a una distancia prudente de la cabaña donde espantado aguarda el melonero, don Quijote echa pie a tierra porque no quiere llevar ventaja sobre su enemigo, al que el malvado encantador no ha dotado de un caballo. 

El melonero, viendo «aquella fantasma» que se le venía encima y le estropeaba la tan celosamente guardada cosecha, intenta pararla con voces y amenazas, pero al segundo intento arroja el lanzón y echa mano de la honda, con la que parece tener gran destreza: David enfrentándose al gigante Goliat, los papeles se han cambiado y el valiente caballero cae por dos veces herido ante el insignificante melonero. 

La aventura no termina en la cabaña en la que Sancho trata de curar a don Quijote con conjuros en forma de romance: «pero agradezca la vida que tiene, a vn romance que yo le rezè del conde Peranzules, que es cosa muy prouada para el dolor de hijada (p. 177)». Mientras, Rocinante y el jumento, ya sueltos, gozan en el melonar, pero la venganza llega pronto, sin dar tiempo a Sancho ni a recitar más romances, ni a dar cuenta tan siquiera de un triste melón con el que saciar su hambre: el melonero, que ha vuelto a su hacienda, acompañado de unos mozos provistos de estacas y palos, propinan tal paliza al caballero y al escudero que los dejan malheridos. No contentos con ello, se llevan las caballerías en prenda y reparación, y si no se llevan el dinero y otros objetos de valor, es porque Sancho ha tenido la precaución de meter la maleta en la cabaña.

Nada parece dar consuelo a Sancho cuando, al intentar reponerse de los golpes, ve que su preciado jumento ha desaparecido. La personificación del animal, elevado a la categoría de «hermano de leche», se produce sin tardanza: «Adonde hallarè yo otro tan hombre de bien como tu, aliuio de mis trabajos, consuelo de mis tribulaciones (p. 180)».  

El sarcasmo con el que Avellaneda ve esta identificación entre amo y jumento lo corrobora cerrando el capítulo con Sancho cargado de la albarda camino del lugar: «Sí podrè, dixo Sancho, que no es esta la primera albarda que he lleuado a cuestas en esta vida (p. 181)».


Bibliografía

  • Cervantes, Miguel de (1605 - 2005): Don Quijote de la Mancha. Ed. Instituto Cervantes.
  • FERNÁNDEZ de AVELLANEDA, Alonso (1614 - 2011): El Quijote apócrifo. Ed. Alfredo Rodríguez López-Velázquez. Madrid, Cátedra. 

Contribución para el club de lectura La Acequia.

jueves, 9 de octubre de 2014

Número 56... es agua passada con la cual, como dizen, no puede moler el molino... (IV) A orillas del Ebro

Decía yo la semana pasada al comentario de Abejita de la Vega, que me parecía que el nivel escatológico que veían algunos críticos en esta obra era hasta ahora inferior a lo esperado, si hacemos excepción de las lindezas que Sancho y otros personajes dedican a los caracteres femeninos, palabras más groseras, que malsonantes. 

Pero hete aquí que si antes lo digo antes llego con don Quijote a orillas del Ebro en Zaragoza —por cierto, echo de menos al gran río en la novela — donde no solo se han pasado las justas, no pudiendo participar en ellas, sino que además una de sus aventuras en ese desfacer tuertos lo lleva directamente al cepo, del que sale libre gracias a las influencias de don Álvaro de Tarfe,

Herido y magullado, tanto de cuerpo como de espíritu, es aposentado el hidalgo en noble cama, con la promesa de que si reposa lo suficiente, podrá correr al día siguiente una sortija con la que se desquitará, sin duda, de lo que hubiera podido ganar en las justas.

Caballero entrando a la sortija

Soñando con esa sortija que le va a devolver la gloria, y desoyendo los consejos de su anfitrión, se levantará don Quijote medio sonámbulo de la cama de la siguiente guisa:
y sin poder reposar se levantô y començó a vestirse, imaginando ahincadamente en su negra sortija, y con la vehemente imaginacion se quedò mirando al suelo sin pestañear con las bragas a medio poner, y de ahí a vn buen rato arremetió con el braço muy derecho hazia la pared dando vna carrera (p. 214)
La escena se ha esbozado con apenas unos trazos y será la imaginación del lector la que tenga que componer la escena, que sin duda no será tarea difícil para el lector coetáneo; pero por si quedara alguna duda, enseguida aparecerá Sancho en escena, alertado por las voces de su amo, y dejando bien claro qué es lo que ocurre allí: 
A la voz grande que dio subieron vn page y Sancho Pança, y entran do dentro del aposento, hallaron a don Quixote las bragas caydas, hablando con los juezes mirando al techo, y como la camisa era vn poco corta por delante, no dexaua de ver alguna fealdad, lo qual visto por Sancho Pança, le dixo: cubra señor desamorado, pecador de mi, el etcetera, que aqui no hay juezes que le pretendan echar otra vez preso, ni dar doscientos açotes, ni sacar a la vergüença, aunque harto saca v. m. a ella las suyas sin paraque, que bien puede estar seguro. Boluio la cabeça don Quixote y alçando las bragas de espaldas para ponerselas, baxose vn poco, y descubrio de la trasera lo que de la delantera auia descubierto, y algo mas asqueroso; Sancho, que lo vio, le dixo: pesie a mi sayo, señor, que haze? que peor està que estaua, esso es querer saludarnos con todas las inmundicias que Dios le ha dado; riose mucho el page... (p.214)
¡Ay las bragas! ¡Esa prenda de la que Corín Tellado decía que no podía hablarse! Ellas solas, hechas un rebujo en los tobillos, son suficientes para mostrarnos la desnudez, más ridícula que indecente, de don Quijote. El paje se ríe, como no podía ser de otra forma, de la facha de don Quijote y del espanto que ha producido en Sancho la visión de su amo con las vergüenzas al aire. 

La acumulación de eufemismos en el pasaje: fealdad, paraque, algo más asqueroso, inmundicias que Dios le ha dado, y ese inigualable etcétera adornan la retórica de Sancho, contribuyendo, sin duda, a la comicidad del pasaje, pero no podemos olvidarnos de Trento y la censura, y por qué no de la autocensura, que ya estaba bien presente en todos los escritores y aún más en los tratadistas.

Por otro lado el destape accidental al quererse tapar otras partes tiene larga tradición, aunque normalmente son las mujeres las que caen en este pecado: Vergüenza es, marido, cual vais, con el sayo roto y el culo atrás. Vergonzosa es mi hija, que se tapa al cara con la falda de la camisa, Tocase Marigüela, y el colodrillo de fuera refraneaba Correas, que en lo tocante a mencionar explícitamente ciertas partes del cuerpo, el culo, no tenía empacho, pero se mostraba cauteloso con otras partes de la anatomía femenina: «A c4ñ4 h4d3d4, nunca le faltó marido. Claro lo escribió el Comendador». Tampoco encontramos demasiadas menciones explícitas a los órganos masculinos.

Bien, Avellaneda por boca de Sancho, se apunta en este y otros pasajes más adelante, al sugerir más que al decir. Sea cuestión de estilo, de pudor o de autocensura, el hecho es que pese a la naturalidad de ciertos hechos, el autor se muestra cauto. El uso de etcétera para nombrar lo innombrable, le aporta un tono culto impropio del habla de Sancho, que como bien han declarado algunos de mis compañeros, este Sancho es bastante más zafio y más bobo. Y a cuenta de esta palabra, deberemos recordar cómo le supo sacar partido ya en el siglo XX Pemán en la comedia Los tres etcéteras de don Simón, al fundir ignorancia y picardía, en una época en la que la censura tenía también las tijeras afiladas, aunque en el caso de Pemán lo atrevido de la situación pueda parecernos un juego de niños.

Volviendo al hecho de descubrirse al taparse, cuenta con larga andadura en nuestra tradición popular. Además de los refranes citados y alguno más  recogidos por Correas, circula entre nosotros el cuentecillo del padre que corre a tapar la cara de la hija, cuando una ráfaga de viento le levanta las faldas:
—¡Pero, padre, que lo que se me ve es el culo! —protesta avergonzada la hija.
—Ya, hija, ya, pero por el culo no te conoce nadie. —replica resoluto el padre.

Sin embargo, esa misma tradición popular, contradictoria siempre, recuerda también el episodio quevedesco por el que cree ser reconocido al ser sorprendido haciendo sus necesidades en la calle.
—¡Qué vedo! ¡Qué vedo! —se escandaliza en voz alta la dama.
—¡Qué barbaridad! ¡Hasta por el culo me conocen! —exclama sorprendido Quevedo.

Ciertamente el maestro Quevedo no tenía ningún problema para mencionar las partes del cuerpo ni para describir con detalle la naturaleza humana.

Volviendo a Avellaneda, Sancho será, algunas páginas después, igualemente sujeto de la misma burla, igualándolo con su amo, aunque ya para qué insistir en lo sabido, una vez más basta con insinuarlo:
Estauan los dos en camisa, porque don Quijote con la imaginacion vehemente con que se leuantò, no se puso mas de celada, peto y espaldar, como queda dicho, olvidandose de las partes, que por mil razones piden mayor cuydado de guardarse. Sancho tambien salio en camisa, y no tan entera como lo era su madre el dia que nacio (p. 253).
Los criados también salen todos en camisa, «de la misma librea», y frente a ellos don Álvaro «vestido de una ropa larga de damasco, salio con chinelas a la sala». Los pobres y los locos salen como pueden, los nobles salen decentemente vestidos y calzados, detalle que no hay que perder de vista.
Caballero en justas ricamente engalanado


Continuaremos el viaje de don Quijote de vuelta a su casa.

Bibliografía

  • Correas, Gonzalo (1627 = 2001): Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. Louis Combet, revisada por R. Jammes y M. Mir, Madrid: Castalia. Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica, 19.
  • FERNÁNDEZ de AVELLANEDA, Alonso (1614 - 2011): El Quijote apócrifo. Ed. Alfredo Rodríguez López-Velázquez. Madrid, Cátedra. 

Contribución para el club de lectura La Acequia.





miércoles, 1 de octubre de 2014

Número 55. ... es agua passada con la cual, como dizen, no puede moler el molino... (III)

A decir verdad, en la entrada anterior, no pensaba haberme entretenido con las mujeres de este Quijote apócrifo, pero se me cruzaron en el camino y por algo sería.

Volvamos pues aguas arriba, una vez más, hacia donde queríamos ir y detengámonos en las cartas del capítulo segundo, la que don Quijote le escribe a su amada y la respuesta que esta le da, y que llevaran al protagonista al desamoramiento explícito del capítulo cuarto, donde ya diré que encuentro todo una logro esa nueva denominación del protagonista, El Caballero Desamorado, aunque poco le dure, pues enamorado o no de la moza de la venta, querrá vengarla y redimirla de las infamias sufridas, volviendo así a tener una nueva musa al servicio de la que poner sus armas.

Mosaico con temas quijotescos de la estación de Alcázar de San Juan
La carta de don Quijote a su amada se nos presenta de tal forma que, incluso rodeada de un texto para nosotros hoy «antiguo», sabemos reconocer en ella esos arcaísmos, esas efes forzadas a principio de palabra: fermosura, finojos, fallar..., esa sintaxis imposible: «maguer que muchas vezes ando embuelto en sangre de jayanes cedo» (p. 130); y ese, en fin, juntar palabras altisonantes sin ton ni son, y a poder ser con los adjetivos por delante: enojoso reproche, dulce enemiga, imperial acatamiento,..., que la sitúan fuera de lugar y de época. Don Quijote, todavía Caballero de la Triste Figura, le escribe a su amada una elevada carta —siempre según su criterio— a fin de obtener un hipotético perdón por alguna falta, y conseguir con ello que siga siendo la musa que le guíe en sus aventuras.

No sabemos la edad de don Álvaro, enamorado de una joven de dieciséis años, de un serafín, pero notamos la burla que hace el mismo don Álvaro de los amores desiguales del hidalgo:
adminore no poco, señor Quijada, que vn hombre como v. m., flaco y seco de cara, y que a mi parecer passa ya de los quarenta y cinco, ande enamorado, porque el amor no se alcança sino con muchos trabajos, malas noches, peores días, mil disgustos, zelos, çoçobras, pendencias y peligros, que todos estos, y otros semejantes, son los caminos por donde se camina el amor. Y si v. m. ha de passar por ellos, no me parece tiene sujeto para sufrir dos noches malas al sereno, aguas y nieues como yo se por experiencia que passan los enamorados (p. 124.)
A juzgar por la descripción de don Álvaro, los enamorados del siglo XVII debían tenerlo muy difícil con tantos trabajos, y sin duda, por ello también, el señorito don Álvaro no duda en cambiar los versos a la luz de la luna de las noches frías granadinas por una juerguecita en Zaragoza con los amigos. Curiosa forma de entender los amores. 

Por otro lado, lo de que no era sujeto don Quijote para sufrir penalidades queda descartado no solo por lo pasado de sus aventuras, sino por la gran resistencia física que mostrará a lo largo de la novela ante apaleamientos, golpes, puestas en cepo, y mil penalidades físicas que sufrirá en esta nueva salida.

«Malas noches y peores días» ya había pasado don Quijote en la primera parte, según el pasaje en el que Sancho sospecha de la bella Dorotea:
—Esto digo, señor, porque si al cabo de haber andado caminos y carreras, y pasado malas noches y peores días, ha de venir a coger el fruto de nuestros trabajos el que se está holgando en esta venta, no hay para qué darme priesa a que ensille a Rocinante, albarde el jumento y aderece al palafrén,pues será mejor que nos estemos quedos, y cada puta hile, y comamos (El Quijote, I, cap. XLVI).
Ahora bien, ¿qué lleva al enamorado don Quijote a desamorarse de Dulcinea en este Quijote apócrifo?

Ya dijimos que la presentación que de la labradora Aldonza Lorenzo nos hace Avellaneda por boca de Sancho no puede ser más demoledora. Desabrida y puerca, pero también trabajadora, aplicando estiércol en días de lluvia, la honrada labradora no puede por menos que sentir que le están tomando el pelo al verse llamar Emperatriz y Dulcinea de la Mancha, nombre este de Dulcinea que hoy por fuerza de la costumbre puede parecernos normal, incluso bonito, pero que en la realidad manchega de la época no podía por menos que sonar ridículo. Así que la honrada mujer no puede por menos que resumir su realidad reafirmando, al final de la carta, su verdadera identidad (p. 132):
Mi nombre propio es Aldonza Lorenço, o Nogales por mar y por tierra. 
Nada se nos dice, aunque entendemos que es esta negativa, este querer ser tratada como lo que es y no como  emperatriz, la que lleva a don Quijote a desamorarse, así, de la noche a la mañana, y que quiera hacer bien notorio este su nuevo estado del ánimo. Así decide que hará de su desamoramiento divisa de tal forma que un pintor le pinte en la adarga (p. 151):
dos hermosíssimas donzellas enamoradas de mi brío y el Dios Cupido encima, que me esté asestando vna flecha, la cual yo reciba en el adarga, riendo del, y teniendolas en poco a ellas, con vna letra que diga alrededor de la adarga
El Caballero Desamorado
La locura, o más bien la ridiculez de este caballero se pone de manifiesto a continuación con unos disparatados versos, que al lector moderno se le escapan, pero que seguramente en su época encerraran buena parte de las disputas entre aquellos hombres que vivían muy cerca unos de otros en el Barrio de las Letras:
Sus flechas saca Cupido
de las venas del Pyrú,
a los hombres dando el Cu,
y las danas dando el pido.


Bibliografía

FERNÁNDEZ de AVELLANEDA, Alonso (1614 - 2011): El Quijote apócrifo. Ed. Alfredo Rodríguez López-Velázquez. Madrid, Cátedra. 

Contribución para el club de lectura La Acequia.