miércoles, 6 de marzo de 2024

295. Cartas a las mujeres de España

Pese a tener pleno conocimiento de quién fue y qué escribió María de la O Lejárraga García -como diría mi amigo Alvear, la gente en España tiene madre y por lo tanto, segundo apellido-, reconozco que apenas he leído cosas de ella, aunque vería y volvería a ver mil veces, ya fuera en teatro o en cine, esa joya humanamente literaria que es Canción de cuna. 

Por todo ello, cuando en la estante de «novedades» de la biblioteca de mi barrio vi Cartas a las mujeres de España, no me quise resistir. Había llegado la hora de leer algo más de la Lejárraga y de los feminismos históricos.

En edición de Renacimiento realizada por Juan Aguilera Sastre e Isabel Lizarraga Vizcarra, se recogen en el volumen las cartas que publicaron en Blanco y Negro, durante 1915 y 1916, María Lejárraga y su marido Gregorio Martínez Sierra. Como se sabe y se recuerda en el ensayo previo de los editores, aunque las firmaba él, era ella quien escribía los textos;  Martínez Sierra los repasaba antes de mandarlos a la revista. Las cartas se publicaron en un volumen de 1916 firmadas igualmente por G. Martínez Sierra.

Sorprende hoy este tejemaneje, esta «usurpación» de la personalidad, que solo el tiempo y la investigación posterior han sido capaces de dar a cada uno lo suyo; pero para entender esta obra, quizá haya que viajar de verdad en el tiempo y situarnos en aquella sociedad pacata, que quería ser moderna. Sorprende, además que, visto con los ojos del siglo XXI, estemos ante un libro «ferminista», aunque quiero entender el esfuerzo realizado por el matrimonio, y sobre todo por Lejárraga, para hacer que ciertos principios mínimos llegaran a las mujeres de aquella sociedad española de comienzos del siglo XX.

Martínez Sierra no solo firma, sino que desde una voz y una posición «masculinas», da consejos y no solo consejos, recetas morales, en un auténtico ejercicio de lo que hoy llamaríamos un mainsplaining, claramente excesivo, a las mujeres de la burguesía española. Porque no nos engañemos, pese a que las obreras aparecen en estas cartas, las destinatarias son las mujeres de la alta sociedad, seguidas por las pobres mujeres de la clase media, y digo pobres, porque probablemente a la mayoría de ellas no les quedaría demasiado tiempo para leer revistas después de encargarse de la casa y el cuidado de los hijos y demás miembros de la familia. 

Hay un capítulo curioso en el que él, el varón, trata de dignificar ese trabajo doméstico que recaía sobre las espaldas de las mujeres en la Edad Media, mientras que en los albores del siglo XX, las máquinas las han liberado de las más penosas tareas: la ropa se compra hecha, ya no se teje, ya no se hila, no se lava, no se friega... Aunque todo eso sucede en Norteamérica, tomada como modelo, donde ya existen las máquinas de lavar y donde ya no se enciende la lumbre, pues existe el gas y la electricidad. Nada que ver esta estampa americana con la que nos dejó el gran fotógrafo Alfonso de su mujer, lavando la ropa con balde y banquilla en la buhardilla donde vivían en sus primeros tiempos de matrimonio.

En primer plano una mujer joven lava la ropa en un balde en lo que parece una cocina. La luz entra por la izquierda por una ventana en el tejado.
Mi mujer (1904) por Alfonso Sánchez García

Algunos capítulos, algunas cartas, sorprenden porque parecen salidas directamente de los mejores consejos de la Sección Femenina algunas décadas después, ese estar contentas para alegrar a los maridos que llegan cansados tras una agotadora jornada de trabajo. La mujer, el ama de casa, a pesar de su también dura jornada debe mandar a los chiquillos caprichosos a la cama prontito para poder gozar de cierta intimidad con su marido a la hora de la cena y posteriores momentos de sosiego. De no hacerlo así, el marido terminará por irse de casa a buscar lo que no encuentra en ella.

El ánimo religioso tampoco está ausente, Dios quiere que seamos felices, y para ello, nada mejor lo que tan bien resumían mis monjas y Lejárraga y Martínez Sierra desarrollan en varios párrafos: «Hay que estar siempre alegres para hacer felices a los demás». Junto a estos alegres consejos una gran lección en lo que respecta a la caridad, que debe empezar por la justicia laboral. Paguen justos salarios a sus sirvientas, les dicen a las ricachonas. 

Dentro de los capítulos curiosos, «¿Qué deben estudiar las mujeres?». Bueno, pues de todo, aunque por orden: primero Ciencia, Derecho e Historia, y luego todas aquellas materias que llenaban los bachilleres de otros tiempos -por supuesto una mujer de su casa debe saber de cuentas, cálculo-, y para nuestra sorpresa en dos personas de letras, ¡consideran la gramática totalmente inútil! No hay que perder el tiempo en tratar de entenderla.

En ese dar una de cal y otra de arena, en otro capítulo se aconseja a las mujeres de la burguesía que busquen tiempo para ellas, que junten unos cuartos para poder alquilar un local y creen sociedades en las que poder reunirse a charlar de sus cosas, a oír música, a ser ellas mismas... ¡Qué importante este consejo sobre todo hoy día en los pequeños pueblos!

Busto de Clara Campoamor portando una banda abolicionista de la prostitución
Madrid, 3 de marzo de 2024

Para terminar, me detengo en uno de los últimos capítulos en el que los autores «responsabilizan» a las madres de que los hijos persistan en el «Vicio, así, con mayúscula». Un poco excesivo cargar sobre las madres la responsabilidad de eliminar el Vicio, es decir, la prostitución, de la sociedad. En realidad los autores remiten a la necesidad de una educación afectivo sexual, tan necesaria en aquella sociedad como en la presente. 

En este 8 de Marzo en el que el feminismo se ha declarado claramente abolicionista no está de más recordar alguna frase del libro: «¡Mejor que abrir casas de maternidad para mujeres deshonradas es evitar la tolerancia infame que hace de la deshonra de la mujer un juego para el hombre que se llama honrado!...»

Título: Cartas a las mujeres de España

Autores: María de la O Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra

Editores: Juan Aguilera Sastre e Isabel Lizarraga Vizcarra

Editorial; Renacimiento.

Año: 2022 


lunes, 19 de febrero de 2024

294. Las mujeres de Ulpiano Checa

En Colmenar de Oreja, pueblo de Madrid, que ahora parece que se ha puesto de moda, hay un museo de esos que conviene visitar, es el museo dedicado al pintor Ulpiano Checa, natural de esa villa. 

Reconozco que hasta ayer era para mí un perfecto desconocido, pero no perdí la tarde cuando quisimos pasarla un poco más para allá de Chinchón. 

Han dedicado los colmenarates un edificio en el centro de la villa a albergar la obra del pintor, que se distribuye en tres plantas. Al edificio, totalmente accesible, se accede por un jardín, en el que puede contemplarse también elementos muy característicos del pueblo, un tinajón y una piedra labrada. 

Si por algo sorprende la obra de Checa a los que de arte no entendemos nada es por la variedad y los muchos temas que tocó: costumbristas, retratos, mitológicos, romanos... También por el colorido y el movimiento de los muchos caballos, casi todos al galope, volando, que aparecen en muchos de sus cuadros.

Yo quise fijarme especialmente en las mujeres que aparecen en ellos. Veamos, Martína García, la torera, paisana del pintor a la que vemos de perfil y medio cuerpo. Lamentablemente mi foto no salió, pero puede verse en el enlace. 

En el otro extremo podríamos situar a la poetisa Philadelphe de Gerde, a la que probablemente pintó en su estancia en los Altos Pirineos; para mí otra desconocida hasta ayer. Vestida de negro, con la melena suelta enmarcando su rostro risueño, sostiene la pluma de la que salen sus versos.


Retrato de la poetisa. Viste de negro y está en actitud de escribir con pluma de ave
Philadelphe de Gerde


Hay entre sus retratos damas elegantísimas pertenecientes a la alta sociedad, a las que el pintor muestra espléndidas ataviadas con sus mejores galas y joyas.

Dama sentada luciendo vestido blanco de fiesta

Según cuentan en la sala dedicada a Roma, Checa quedó encantado con algunas novelas de romanos, Benhur de Wallace entre ellas, y ello le llevó a recrear una serie de escenas, esas mismas escenas que más tarde servirían a los cineastas para recrearlas en el cine. En la sala se puede visionar la famosa carrera de cuádrigas entre Benhur y Messala, basada en uno de los cuadros.

Sin embargo, a pesar de su espectacularidad, es el cuadro de una joven el que me llama la atención con esa serenidad que nos mira desde ¿hace cuánto tiempo? 

Joven romana vestida de blanco, sentada con las piernas cruzadas y decorado monumentaldo gcsve

Checa pintó mujeres de todas las edades, de todas las clases sociales y en todo tipo de actividades. ¿Qué decir de esa mujer joven y sonriente del cuadro Lectura placentera?

Retrato de una joven vestida de blanco, con cinta negra al cuello que sostiene un libro y sonríecon
Lectura placentera


Las escenas costumbristas, algunas de ellas mostrando lo cotidiano desu pueblo, nos dejan también bellos ejemplos femeninos.   

Muchacha vestida en traje campesino, acompañada de un burro que lleva serones. eajea
Regreso del mercado

Mujeres mayores, 


Retrato de mujer mayor. Viste de negro

algunas de su familia,

  
Retrato de la madre del artista. Viste de negro

que miran circunspectas desde los lutos.


Busto de dama joven vestida son sobriedad de negro. La cara y las manos pálidas contrastan con el negro del vestido


Los sobrios atuendos de estas damas contrastan con los coloridos trajes de campesinas y gitanas, pero nada como la sobriedad en blanco de este medallón.
Busto de mujer vestida de blanco y escote. Una rosa rosa sobre su hombro izquierdo.a cm