sábado, 27 de diciembre de 2014

Número 61. Junio, la caña en el puño

A veces los refranes y los escritores dan sorpresas, como cuando Clarín escribe  en el capítulo XXVII de la segunda parte de La Regenta (1885).
Dame el brazo, Quintanar; vamos a dar una vuelta por la galería de los perales, mientras la señora torre de la catedral se decide a cantar la hora...
Con mil amores, mia esposa cara.
La pareja se escondió bajo la bóveda no muy alta de una galería de perales franceses en espaldar. La luna atravesaba a trechos el follaje nuevo y sembraba de charcos de luz el suelo a lo largo del obscuro camino.
Mayo se despide con una espléndida noche -dijo Ana, apoyándose con fuerza en el brazo de su marido.
Es verdad; hoy se acaba Mayo. Mañana Junio. Junio la caña en el puño. ¿Te gusta a ti pescar? El río Soto, ya sabes, ese que está ahí en pasando la Pumarada de Chusquin.
Sí, ya sé... donde se bañan Obdulia y Visita algunos veranos antes de ir al mar.
Justo, ese... pues el río Soto lleva truchas exquisitas, según me dijo el Marqués. ¿Quieres que escriba a Frígilis, que nos mande dos cañas con todos sus accesorios?
Sí, sí, ¡magnífico! Pescaremos.
Nos sorprende este refrán, que no sabemos si fue una recreación de Clarín, porque si por algo se distingue junio es porque en él los labradores empiezan a recoger el fruto de su trabajo: Junio, la hoz en el puño, reza el genuino refrán, pero nada habla de ir a pescar por más que las truchas anden en sazón y casi salten a las orillas. Algunas ediciones de La Regenta dan por bueno el refrán y aclaran que el mes de junio es el más propicio para la pesca. 


¿Adecuó Clarín el refrán clásico para hacerlo compatible con la actividad ociosa de sus burgueses protagonistas, gentes a los que no les importaba levantarse temprano para ir a cazar o a pescar? 

Para dar respuesta a esta incógnita, hemos tratado de buscar más realizaciones de esta variante. 

Río Eume


Pocos años después (1889) encontramos el segundo testimonio en una carta de José Martí escrita en Nueva York el dieciocho de julio y dirigida a La Opinión Pública de Montevideo.

El autor describe para sus lectores del diario unas escenas de playa en su viaje por los Estados Unidos: 
...  él la conoció anoche, y se dieron cita para el baño de hoy: ella es la hija del fabricante, del abogado, del regidor; la madre está por allí, comiendo plátanos de los del italiano, o no está la madre, o está de baños también: el padre anda de pesca con los amigos, porque ya dice el refrán que «Junio caña en puño» y si van de amistad en un bote de a diez llevan una caja de cerveza, que da idea de pecado, o un balde mayor, con la mitad de agua Apolinaris que está muy de moda y la mitad de champaña.
Entra totalmente dentro de lo posible que Martí hubiera leído La Regenta y el refrán, genuino o inventado, se le hubiera quedado en la mente y ahora lo trajera a colación. Salvando las distancias, el ambiente de relajo es muy parecido al del paseo de los protagonistas de La Regenta, y no encontramos en los refraneros americanos ninguna entrada que avale que este refrán fuera popular en Cuba o en otro país. 

La primera aparición en un refranero, y el tercero de nuestros testimonios, aparecerá pocos años después (1901)  en una antología de refranes asturianos publicada en cuatro artículos titulados «Folk.lore español» cuyo autor es Antonio Balbín Unguera. Lo introduce en un epígrafe titulado «De los refranes en general y en especial de los asturianos» (Revista contemporánea (Madrid). 7/1901, n.º 123, página 676.): 

El mes de Junio, la caña (de pescar) en el puño.

Según declara su autor los refranes recogidos son «refranes peculiares de Asturias, ó al menos naturalizados en Asturias, porque aparecen y corren con la marca del provincial lenguaje» (p. 519).

Nos llama la atención que el autor aclare de forma precisa que la caña es la de pescar y que pese a lo expuesto no tenga ninguna marca del lenguaje local: ¿Es el hecho de haber sido pronunciado por los habitantes de Vetusta razón suficiente para considerarlo un refrán asturiano? ¿El hecho de haber aparecido en la pluma prestigiosa de un renombrado asturiano era razón suficiente para incluirlo? Tampoco tenemos respuestas para esas preguntas. 

Martínez Kleiser en su recopilación (1953) lo incluye como refrán referente a la pesca con el número 50.093, El mes de junio, la caña en el puño, pero no cita l fuente y tampoco lo incluye en su recopilación anterior dedicada a los refranes del tiempo. 

El siguiente recogido en la recopilación proviene de Rodríguez Marín, y en él intervienen otros meses del año:
50.094 En enero, la caña en el humero; en marzo, la caña al brazo

¿Podría ser el refrán que nos ocupa el que hipotéticamente cerrara la serie con la inclusión del tercer mes?

Como refrán que tiene que ver también con las artes de pesca lo recoge Enrique Manuel Benítez Rodríguez en su tesis sobre los refranes del calendario: El mes de junio, la caña en el puño (p. 227). 

Ya en la actualidad (2005) lo encontramos recogido en un trabajo de campo sobre el patrimonio etnológico y cultural relacionado con el azafrán de la comarca del Jiloca: El mes de junio, la caña en el puño. Y este quizá sea el mejor testimonio que podemos encontrar de que el refrán, si en un principio no fue tal, sino una adaptación de Clarín, pasó con el tiempo a formar parte del saber popular de tal forma que aparece citado como uno más entre los relacionados con el mes de junio.

En cuanto a otros testimonios que puedan aparecer en Internet no nos ofrecen tantas garantías, pues al aparecer sin citar fuentes su credibilidad es relativa.

Este post ha sido posible gracias a la colaboración de Enrique Benítez.

martes, 23 de diciembre de 2014

Número 60. A la sombra de la paz

Los pueblos prosperan a la sombra de la paz

Comentario para el club de lectura La Acequia de La sonrisa robada de José Antonio Abella.


«Y es que en las guerras, lamentablemente, solo hay muerte, dolor y vergüenza, nada más; la razón y la justicia quedan al margen.»
«En las guerras los soldados deberían volverse de culo y disparar contra los que los mandan.»
«Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen.»


Las citas anteriores, no todas anónimas, pero anonimizadas intencionadamente, quieren resumir el horror de los horrores: las consecuencias de las guerras para los inocentes e incluso para los culpables. El pueblo es quien sufre todas sus consecuencias, el pueblo en sentido amplio, el pueblo personificado en cada individuo, en cada hombre, en cada mujer, en cada niño, en cada anciano, incluso en cada soldado: 

A la guerra me lleva mi necesidad;
si tuviera dineros, no fuera en verdad.

No siempre los dineros sirven hoy para librarse del frente o de las calamidades, aunque sí pueden ayudar a poner tierra por medio, a ponerse a salvo en otro país, en otra tierra, mientras vuelve la paz a la propia. 

El Rin a su paso por Colonia
La ciudad está en ruinas, las iglesias reducidas a escombros, las cañerías reventadas, la leña agotada y los cuerpos siguen tiritando de frío al abandonar el invierno. Los pocos habitantes que no han podido o no han querido salir de la ciudad sobreviven ateridos, apretujados, dándose calor y sostén unos a otros, con profundas heridas en el alma cuando no en los cuerpos. Miran con esperanza la primavera que se anuncia en esas briznas y florecillas que quieren salir entre los escombros, y cuando el final y la paz parecen tocarse con los dedos, entonces llega el horror.

Las violaciones masivas y sistemáticas son utilizadas como un arma de guerra. No solo quieren producir un efecto psicológico de desgaste, sino que con frecuencia quieren también borrar toda semilla del enemigo y sustituirla por la propia: no solo los niños son enemigos potenciales, también los futuros representan una amenaza y deben ser aniquilados.

Las violaciones de mujeres alemanas, principalmente por parte del Ejército Rojo, fueron un hecho constatado históricamente, aunque poco conocido. La imagen que nos ha llegado de los alemanes durante la II Guerra Mundial va unida unívocamente a los crímenes del nazismo, a los horrores de los campos de concentración, pero poco se habla de los horrores que ellos mismos sufrieron al término de la guerra, ni de las vejaciones que sufrieron ellos mismos, y sobre todo sus familias, a medida que los ejércitos aliados avanzaban.

El número de violaciones, de abortos y de suicidios entre las mujeres fue tan notable que son estadísticamente comprobables. De hecho, al contemplar todavía estampas de los horrores del final de la guerra y la destrucción de las ciudades —Colonia, por ejemplo, quedó destruida casi en su totalidad— hay quien susurra que no entiende cómo no se lanzaron los supervivientes al Rin, pero el orgullo de ser alemán —«somos alemanas», repite la madre de la protagonista— y la constancia volvieron a levantar esas ciudades en poco tiempo. De hecho, fueron las mujeres, principales sobrevivientes de la masacre, las que iniciaron ese remover los escombros y empezar a edificar una Alemania nueva.

Berlín. Postdamer Platz

Edelgard, la protagonista de La sonrisa robada, lo ha perdido todo, todo menos la dignidad de vivir, la sensibilidad para contemplar las estrellas y tender puentes imaginarios, y para defender la memoria de los que se fueron antes que ella. Edelgard y Sigrid, dos mujeres de la nueva Alemania, que aun dentro de su enfermedad, de su minusvalía, terrible secuela de la guerra, no dejan de mirar al futuro, aunque saben que por fuerza ha de ser limitado. 

A Natalia, que sufre ahora mismo una de esas malditas guerras.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Número 59... es agua passada con la cual, como dizen, no puede moler el molino... (y VI) Érase que se era... El habla de Sancho

No voy a dar por concluida la lectura del Quijote apócrifo sin haber dedicado unas líneas al habla de Sancho; sí, de este Sancho más simple que el auténtico, pero que más allá de los refranes que se le critican continuamente representa bien la cultura popular.

Casa, padilla y corral en Pinilla Trasmonte
Concluidas y alabadas las narraciones del soldado y el ermitaño, se le permite a Sancho enhebrar su cuento, un cuento que empieza así:
Erase que se era, que en buena hora sea, el bien que viniere para todos sea, y el mal para la manceba del Abad, frío y calentura, para la amiga del Cura, dolor de costado, para la ama del Vicario, y gota coral para el rufo Sacristán, hambre y pestilencia, para los contrarios de la Iglesia (pág. 363). 
Avellaneda no duda en ridiculizar este comienzo propio de los cuentos populares, comienzo que estaba en las calles, plazas y cocinas, y del que Cervantes se había hecho eco, poniéndolo también en boca de Sancho (I, 20). Ahora, si bien en el genuino, don Quijote recibe bien el inicio del cuento y anima a su escudero a proseguirlo, no ocurre lo mismo en Avellaneda, en el que un Quijote altivo aprovecha cualquier ocasión para ridiculizar los cuentos de su escudero. Bien es verdad que la parrafada de Sancho no tiene mucho sentido, pero hay que tener en cuenta que estos comienzos tenían como objetivo captar la atención de los oyentes. En nuestros pueblos todavía perviven algunas de esta retahílas, como esta recogida en Quintana del Pidio:
Por ahí pasa un pobre mendicante, Dios quiera que no le falte, poco pan y muchos hijos, la mujer con cagalera, siete semanas y media...
El cuento de Sancho es simple y parece tener poco argumento, solo una leve trama que sustenta todo un juego de repeticiones que recuerdan los que las abuelas repiten junto al fuego:
Erase un Rey y una Reyna, y este Rey y esta Reyna estauan en su Reyno y todo al que era macho llamauan el Rey y a la que era hembra la Reyna; este Rey y esta Reyna, tenian un aposento tan grande como aquel que en mi lugar tiene mi señor don Quixote para Rocinante, en el cual tenian el Rey y la Reyna muchos reales amarillos y blancos, y tantos que llegauan hasta el techo; yendo dias y viniendo dias dixo el Rey a la Reyna: ya veis Reyna deste Rey, los muchos dineros que tenemos; en que, pues, os parece seria bueno emplearlos, paraque dentro de poco tiempo ganassemos muchos mas, y mercassemos nueuos Reynos? (pág. 363)
La continua aliteración de la erre, con los animales incluso tomando los nombres de los reyes, da al fragmento un aire de trabalenguas, pero este entretenerse con los sonidos es solo momentáneo, enseguida nos llega el planteamiento: ¿qué hacer para doblar los dineros improductivos? En un tiempo en el que según nos muestra la literatura los hidalgos preferían morirse de hambre a meterse en negocios, ya no digamos en trabajos, no deja de sorprender el que un rey y una reina piensen en cómo poner el dinero a trabajar. ¿En que estaría pensando el de la sotana, que diría nuestra Arañita, para que se le colara este desliz más propio de luteranos que de apostólico-romanos? ¿En qué reino lejano podrían darse estas cosas?

Sin embargo, como ocurre hoy en día en nuestros cuentos populares, la lejanía es solo momentánea, pues enseguida se produce el acercamiento a la realidad más conocida: la feria del Toboso y la ciudad de Toledo, y ese otro reino algo más alejado, pero no demasiado, situado en Tierra de Campos. El breve diálogo entre el rey y la reina vuelve a adquirir la condición de trabalenguas, esta vez con la alternancia de la negación y la voz dixo, más la permanente aliteración de la erre:
Dixo luego la Reyna al Rey: Rey y señor, pareceme que sería bueno que los comprassemos de carneros;  dixo el Rey: no, Reyna, mejor sería que los comprasemos de bueyes; no, Rey, dixo la Reyna, mejor sera, si bien lo mirays, emplearlos en paños y llevarlos a la feria del Toboso; anduuieron en esto haziendo varios arbitrios diciendo la Reyna, no, a quanto el Rey dezia si; y el Rey si a quanto la Reyna dezia no; y a la postre postre, vinieron ambos en que seria bueno yr con los dineros a Castilla la Vieja ò tierra de campos, do por aver muchos gansos los podriamos emplear en ellos mercandolos a dos reales; y añadia la Reina que dio este consejo; y luego mercados, los llevamos a vevder a Toledo, do se venden a quatro reales y a pocos caminos multiplicaremos assi infinitamente el dinero en poco tiempo; al fin el Rey y la Reina lleuaron todos sus dineros a Castilla en carros, coches, carroças, literas, cauallos, azemilas, machos, mulas, jumentos y otras personas deste compas (pág. 364).
La personificación de los animales de carga, con la que se identifica a menudo Sancho, es continua. ¿En qué terminará esta nueva versión del cuento de la lechera?

No desvelemos el final del cuento, que tiene también mucho de popular, con el Rey y la Reyna discurriendo cómo pasar el caudaloso Manzanares —fina ironía dedicada al aprendiz de río— por el puente de Segovia, sin que se les escapen los miles de gansos río abajo, ni desvelaremos tampoco la reacción que entre los interlocutores suscita el cuento de Sancho.

En toda tierra de garbanzos, seis gansos y seis gansas son doce gansos
En mundo en el que los estudiantes pugnaban por plantear elaborados enigmas en verso a sus acompañantes, Sancho, en su simpleza, no se deja encandilar por estos juegos de artificio, pero es Bárbara quien da con el punto de los enigmas, sin duda por estar muy al cabo de la calle de estos juegos pretendidamente cultivados. Juegos que, más allá de la espontaneidad popular, llegan hasta nuestros días como grandes enigmas que todavía se nos proponen hoy en distintas fórmulas de entretenimiento. ¿La clave? No hay oyentes más inteligentes que otros, simplemente se saben la solución por haberla oído antes:
Agora digo, respondio Sancho, que es mas vellaca de entender esa que la passada, pero apostemos con todo lo que quisieren, que si las tornan a dezir las acierto de primera vez. Miren el ignorante, dixo don Quixote, dessa menera qualquier hombre del mundo, si se lo dizen antes, lo acertara. Pues quando dixo Sancho cosa que no se la dixessen antes?, replicò Barbara, pero esso no es marauilla pues nunca nadie acertò a dezir lo que primero no lo aya aprendido y estudiado, y si no, diganme quien ay que sepa nombrar cosa por su nombre, aunque sean las mas comunes, ni aun el pater noster, que es la cartilla de nuestra fe, si primero no se lo dizen y repiten (pág. 422-423).
Bárbara da totalmente en el clavo, no son más listos los estudiantes que Sancho, aunque este crea que engaña y humilla con cuentos de retórica simple a los bribones que en la cárcel de Sigüenza le han robado la bolsa.
Pues que castigo, dixo don Quijote, les diste? El castigo, añadio Sancho, que les di (a, pobre dellos, y quales quedan) es que començamos a jugar al que es cosa y cosa, y quando huuieron dicho todos, les preguntè yo: que es cosa y cosa que parece burro, en pelo, cabeça, orejas, cola, manos, y pies y lo que mas es, hasta en la voz y realmente no lo es. Y no me supieron dezir jamas que era la burra. Mire v. m. si les parè buenos, pues de corridos quedan hechos vnas monas, sin saber que les ha sucedido, y aun si no me llamara tan por la posta aqui el señor Alguazil, yo les dexara como nueuos con otra pescuda que tenia ya en el pico de la lengua (págs. 406-407).
Cuentos que de boca en boca sirven tanto para entretener el camino como la estancia en la cárcel; cuentos mínimos que Sancho se sabe y repite: Érase que se era..., Qué es cosa y cosa... Por otra parte, el habla de Sancho no solo está coloreada con refranes, sus expresiones son también dignas de atención, hoy seguimos utilizando la mayor parte de ellas: Más corrido que una mona, Tener en el pico de la lengua...

El trabucar refranes no es cosa de ahora ni tan siquiera de ingeniosos talentos estudiantiles, pues con la letra los refranes siempre se ha jugado, y Avellaneda nos da buenas muestras de ello, sirviéndose de la necedad de Sancho, y haciendo que don Quijote le corrija y eche en cara sus yerros. Veamos alguno de ellos:
sino que tomen exemplo y viendo la barba de su amigo remojar, hechen la suya a quemar (pág. 406).
Mero juego ingenioso que se permite Avellaneda en este caso, aunque no todos son tan inocentes:
pero con su pan se lo coman, que a fe que les costò poco menos caro que la vida, porque como dizen: haz mal y no cates a quien, haz bien y guardate (pág. 417).
Por lo que vemos, Sancho no está dispuesto a perdonar fácilmente las vejaciones que ha sufrido a manos de los estudiantes, aunque el momento vital que están viviendo sea el de ayudar a una pobre alcahueta y bruja que han encontrado en muy mal estado atada a un árbol, y a la que han vestido como una princesa.

La historia acaba, poco a poco los personajes van encontrando su mejor o peor destino, Sancho y su mujer Mari Gutiérrez encontrarán acomodo como criados bien pagados, vestidos y regalados, en casa de un archipámpano; lo que no saben es que su habilidad más preciada no va a ser la del arado o la cocina, sino el ser así de simples, capaces de contar cuentos simples. Las últimas palabras de Sancho, antes de despedirse la novela, son buen resumen de su persona, y de cómo ha conseguido tener algunas letras, punto que nos ha sorprendido a más de uno:

No he estudiado, respondio Sancho, en Salamanca, pero tengo vn tio en el Toboso, que ogaño es ya segunda vez mayordomo del Rosario, el qual escriue tan bien como el Barbero, como dize el Cura; y como yo he ydo muchas vezes a su casa, toda via me he aprouechado algo de su buena habilidad, porque como dizen, quien es tu enemigo? el de tu oficio; en la arca abierta, siempre el malo peca; y finalmente, quien hurta al ladron, harto digno es de perdon; y assi, del se escriuir cartas, y se le he hurtado algo de lo que el sabe desto, como se ve en esse papel, no importa, que bien me lo deuia, pues dia y medio anduue a segar con el, y lleue el diablo otra blanca me dio, si no vn real de a quatro; y a mi muger, que fue a escardar doze dias en su heredad, el mes de Março, no le dio sino vn real amarillo, que no sabemos quanto vale; por esso estoy yo mejor en los quartos y en los ochauos, que son moneda que corre y los han de tomar hasta el mismo Rey y Papa, aunque les pese (págs. 554-555).

Monumento a Cervantes. Plaza de las Cortes.

Bibliografía

Contribución al club de lectura colectiva La Acequia

miércoles, 22 de octubre de 2014

Número 58... es agua passada con la cual, como dizen, no puede moler el molino... (VI) Contando cuentos

Se remansan las aguas...

La frescura de una fuente y la sombra de unos sauces llevan a nuestros dos protagonistas, en compañía de dos nuevos compañeros de viaje, un ermitaño y un soldado, a descansar durante la hora de la siesta, pues los rigores del sol son excesivos. Allí, en aquel locus amoenus, encuentran a otros tres viajes, dos canónigos y un jurado, que les invitan a descansar en su compañía hasta que caiga el sol y puedan reanudar la marcha.

El calor aprieta, la sombra es acogedora, todos se relajan y aligeran las ropas, y aunque don Quijote declina aflojarse sus armas, por impedírselo la orden de Caballería que profesa, sí que invita al relajo intelectual pidiendo a la concurrencia que distraigan las horas contando cuentos.

Arboleda


Sancho, probablemente narrador ameno de historias cotidianas y nimias, amén de juegos de ingenio, se lanza entusiasmado a la empresa con un sonsonete, que nos recuerda nuestras historias infantiles: 

si no es mas desto, yo les contarè riquissimos cuentos, que a fe que los se lindos, a pedir de boca. Escuchen pues que yo comienço: Erase que sera, en hora buena sea. El mal que se vaya, el bien que se venga, a pesar de Menga. Erase vn hongo y vna honga, que yuan a buscar, mar abaxo, Reyes (pp. 275-276).  

Pero don Quijote, y probablemente el resto de sus acompañantes, andan pensando en historias más elevadas, por lo que callando en seco a Sancho —¡Calla, bestia!— invita al soldado a que cuente alguna historia curiosa, digna de su ingenio, y acaecida en Flandes, lo exótico o lejano frente a lo cercano y familiar. No se resiste el soldado y comienza la relación de un trágico y escabroso suceso acaecido a un noble joven de la ciudad de Lovaina.

La narración se remansa a lo largo de dos o tres capítulos, no hay prisa por terminar la historia, por llegar al clímax, por adivinar siquiera cuál sera el fatídico desenlace que el soldado ha adelantado al hablar de tragedia...

No desvelaremos los detalles narrativos, pero nos ha llamado la atención como se narran las escenas eróticas frente a los violentos asesinatos. Puede que nuestra Abejita vea en ello sotanas, aunque yo veo más bien la mano de Trento y la Contrarreforma, que no necesariamente tienen que llevar vestidos talares. 

El erotismo, que en aquellos años estaba presente en numerosas obras, especialmente en las más populares, se había revestido de todo un ropaje engañoso, insinuaciones, veladuras, eufemismos e incluso escrituras cabalísticas, a las que recurre Correas para poner en oscuro lo que el Comendador había puesto en claro el siglo anterior.(1) Recordemos algunos refranes y sus explicaciones a manera de ejemplo: 

  • A k4ñ4 h4d3d4 i a kabeza kebrada, nunka faltan rrogadores. Klaro lo eskrivió el Komendador.
  • A k4ñ4 h4d3d4, nunka le faltó marido. (2)
  • El abad i su vezino, el kura i el sakristán, todos muelen en un molino,; ¡ké buena harina harán! Los onbres pueden ser dos dekarados, «abad i vezino» por «kura i sakristán».
  • El abad i su manzeba, el barvero i su muxer, de tres guevos komen sendos, esto, ¿kómo puede ser? Fázil enima.
  • El abad i su vezino, todos muelen en un molino. A la ahixada, molérselo, i makilalla; i a la madrina, sin makila. En lugar de «hazérselo» se puso «molérselo», porke sonava desonesto. 
Como ya comentamos en su momento, los molinos y el léxico relacionado con ellos constituían no solo un espacio lúdico y de encuentro, sino también toda una metáfora de las relaciones sexuales.

Se puede argüir con razón que todos estos refranes ya existían en siglos anteriores, pero nótese que mientras el Comendador no tuvo ninguna necesidad de explicarlos, Correas, después de Trento, sí se ve obligado a velarlos.

Pero volvamos a la historia contada por el soldado donde los tabués sexuales se rompen al narrar una violación cometida además de sobreparto y en la persona de la esposa del anfitrión. Avellaneda se muestra aquí maestro en no contar, pues abundando en algunos detalles de los prolegómenos, resuelve sin entrar en detalles la consumación de la violación.

La escena del primer encuentro, descrita con pocas palabras, es de un erotismo contenido, y no sin eximir a la mujer de lo que está provocando:
pero el Español que auia hecho pasto de sus ojos a la hermosura de la partera,(3) y la gracia con que estaua assentada sobre la cama, algo descubierto los pechos, (que vsan mas llaneza las Flamencas en ese particular, que nuestras Españolas), comiò poquissimo, y eso con notable suspension (p, 286).
Avellaneda dosifica magistralmente los sentidos, la vista, el tacto..., en el silencio de la noche solo se oyen las razones de la esposa; de la boca del soldado no salen tan siquiera los sonidos propios de la pasión. Nótese también el protagonismo de la espada, tantas veces imagen de la virilidad, que como un paréntesis, abre y cierra la escena.
... y, poniendo la espada en tierra, alargò la mano y metiendola debaxo de las sauanas, muy quedito la puso sobre los pechos de la señora, que despertò al punto alborotada y asiendosela pensando que fuese su marido (que no imaginaua ella que otro que el, en el mundo pudiesse atreuerse a tal) le dixo: [...]. No auia acabado ella de dezir estas honestas razones, cuando el soldado la besó en el rostro sin hablar palabra [...]. Oyendo el soldado estas razones, coligiendo de ellas el engaño en que la dama estaua, alçò la ropa callando y se metio en la cama, do puso en ejecución su desordenado apetito [...], porque sin decirle cosa se levanto hecha su obra, y tomando con todo el silencio que pudo su desnuda espada, se boluio a su aposento, y cama, harto apesarado (p. 291). 
El arrepentimiento llega inmediatamente, como si el propio Avellaneda se arrepintiese de escribir lo que había escrito.

No parece tener estos remordimientos en la terrible escena del infanticidio que relatará líneas después con un realismo que pone la carne de gallina, para enlazar sin solución de continuidad con la desesperación y el suicidio.
y boluiendo la cabeça de alli a un rato vio cerca de si a la ama que criaua su hijo llorando amargamente con el niño en los braços, y llegandose a ella con una furia diabolica se le arrebatò, y asiendole por la faxa, dio con él cuatro o seys golpes sobre la piedra del pozo, de suerte que le hizo la cabeça y los braços dos mil pedaços, causando en todos esta desesperada determinacion increyble lastima y espanto, si bien con todo ninguno osaua llegarsele, temiendo su diabolica furia (p. 304). 
¿Qué terrible pecado había cometido este noble para ser castigado con ese cúmulo de desgracias y ulteriores pecados en cadena?

En contraste con la historia que vendrá después, la de los felices enamorados, el noble flamenco, a instancias del demonio, ha desobedecido los designios de Dios que le tenía reservado para sí. Pasado Trento, más peligrosa que la lujuria eran los pecados contra la fe, y aquí sí que veo yo, al igual que Abejita, el movimiento de sotanas.  

Notas

(1) Se refiere a Hernán Núñez, llamado el Comendador Griego, que en 1555 había publicado Refranes y proverbios en romance, colección que Correas recoge y amplía. 
(2) Para evitar la escritura explícita de los términos deshonestos, Correas recurre a sustituir las vocales de acuerdo al siguiente código: a = 1, e = 2, i = 3, o = 4 y u = 5. 
(3) Curioso el uso de partera por 'parturienta', que repite líneas más adelante, y que es totalmente singular, pues según Covarrubias partera en la época tenía el mismo significado que hoy, es decir el de 'comadre que ayuda en el parto'. 

Bibliografía

  • Correas, Gonzalo (1627 = 2001): Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. Louis Combet, revisada por R. Jammes y M. Mir, Madrid: Castalia. Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica, 19.
  • FERNÁNDEZ de AVELLANEDA, Alonso (1614 - 2011): El Quijote apócrifo. Ed. Alfredo Rodríguez López-Velázquez. Madrid, Cátedra. 
  • Núñez, Hernán (1555 = 2001): Refranes y proverbios en romance. Edición crítica de Louis Combet, Julia Sevilla, Germán Conde y Josep Guia. Madrid: Guillermo Blázquez, Editor; 2 vols.


El Quijote también puede escribirse en corto


Contribución para el club de lectura La Acequia.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Número 57... es agua passada con la cual, como dizen, no puede moler el molino... (V) El melonar

No seguiré aguas abajo sin detenerme en ese melonar en el que don Quijote, además de echar a perder toda una cosecha de melones, es apaleado por dos veces, él y su fiel Sancho, que seguirá recordando el episodio a lo largo de la novela.

Sucedió en Ateca, ya muy cerca de Zaragoza, donde el hidalgo, ante la vista de un melonar y su guarda —por cierto, resaltemos que tanto guarda como fantasma eran del género femenino en la época—  se le nubla la vista, se desborda su imaginación, y queriendo ver en el humilde melonero un caballero convertido en fiero gigante por arte de encantamiento, arremete contra él en singular batalla.

Pero antes de proseguir recordemos algo de la aventura de los molinos del Quijote original:
—Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.

—Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla (I, VIII).
Hablemos de verosimilitud: el que a los ojos de un loco, unos molinos de viento puedan en la lejanía parecerle gigantes está dentro de lo plausible, como bien demostró Romagosa en su extraordinaria versión en dibujos animados para la televisión, pero ¿qué extraño espejismo convierte a un melonero en el caballero Roldán, vuelto igualmente loco y propenso a los mayores desmanes?

Sancho lo describirá más adelante, pero pocas palabras gasta Avellaneda al presentarnos al melonero : 
boluio la cabeza, y vio en medio de vn melonar vna cabaña, y junto a ella vn hombre que la estaba guardando con un lançon en la mano, detuuose vn poco mirándole de hito en hito, y despues de auer hecho en su fantasia un desuariado discurso dixo: (p. 171).
Ni tan siquiera se dice, como se aclarará páginas después, que el melonero era morisco, detalle no despreciable, como ya vimos en la primera lectura, teniendo en cuenta las circunstancias históricas y sociales en las que apareció la novela. Un solo hombre, pobremente armado, en medio de un melonar desencadena la fantasía del loco. ¿Cómo? Ni tan siquiera podemos atribuirle al modesto lanzón, la característica de ser un arma peligrosa, pues como vimos en el episodio de la venta era un utensilio habitual en las casas de la gente de campo: «el ventero entró en la cozina y sacò un assador de tres ganchos, bien grande, y su muger vn medio chuzo de viñadero» (pp. 166-167). De hecho, el melonero, a la hora de enfrentarse a don Quijote, lo primero que hará será arrojar ese lanzón, al que no parece encontrarle utilidad ofensiva. 

Cabaña guardaviñas
Una vez presentado el nuevo personaje con simplemente lo que se ve, don Quijote, o Avellaneda, se sumerge en un larguísimo discurso, sin pies ni cabeza, ni mayor justificación, lentificando en exceso la acción;  arenga que, sin embargo, sí ha oído atentamente Sancho, que replica a su amo de esta manera: 
Señor Cauallero desamorado: lo que a mi me parece es, que no ay aqui, a lo que yo entiendo, ningun señor de Argante, porque lo que yo alli veo no es sino vn hombre que está con un lançon guardando su melonar, que, como va por aqui mucha gente a Çaragoça a las fiestas, se le deuen de festear por los melones, y assi digo que mi parecer es, no obstante el de v. m. que no alborotemos a quien guarda su hazienda, y guardela muy en hora buena, que assi hago yo [con] la mia; quien le mete a v. m. con Giraldo el furioso, ni en cortar la cabeça a vn pobre melonero? quiere que despues se sepa, y que luego salga tras nosotros la Santa hermandad y nos ahorque y asaetee, y después eche a galeras por sietecientos años, de donde primero que salgamos ternemos canas en las pantorrillas? Señor don Quijote, no sabe lo que dice el refran, que quien ama el peligro, mal que le pese, ha de caer en él? delo al diablo, y vamos al lugar que està cerca; cenaremos muy a nuestro plazer, y comeran las caualgaduras, que a fe que si a Rozinante, que va vn poco cabizbaxo, le preguntasse donde querria mas yr, al meson, ò a guerrear con el melonero, que dixesse que mas querria medio celemin de ceuada que cien anegas de meloneros; pues si esta bestia, siendo insensitiua, lo dize y se lo ruega, y yo también, en nombre della y de mi jumento, se lo suplicamos mal y caramente, razón es nos crea; y mire v. m. que por no hauer querido muchas vezes tomar mi consejo, nos han sucedido algunas desgracias. Lo que podemos her es: yo llegarè y le comprarè vn par de melones para cenar, y si el dize que es Gayteros, ò Bradamonte, ò essotro demonio que dize, yo soy muy contento que le despanzorremos; si no, dexémosle para quien es, y vamos nosotros a nuestras justas Reales (pp. 172-173).
Ciertamente no se queda atrás Sancho en su réplica a don Quijote, llena, como podemos ver de hipérboles —setecientos años, cien anegas— y prolepsis sin sentido: «nos ahorque y asaetee y después eche a galeras». Llama también la atención la personificación de Rocinante, al que no solo se dota de voluntad y discernimiento, y casi casi de habla, sino también de alguna característica de los fabulosos gigantes, capaces de comerse cien fanegas de meloneros, que no de melones, de una sentada. 

Curiosa también la expresión «tener canas en las pantorrillas», que parece original, aunque por lo que Tirso deja entrever en su obra El melancólico, donde emplea la expresión «pantorrillas de plata», era costumbre en la época intentar disimular la edad mediante el tinte de barba y cabello, pero el vello de las pantorrillas terminaba por delatar al impostor. 

Don Quijote no atiende a razones, y ávido de gloria, no importándole morir en semejante batalla siempre que sus cenizas sean llevadas junto a las del Cid, prosigue con su relación de grandes y fantásticos sucesos, pero Sancho no quiere oír hablar de la muerte de su amo: «que haria despues el triste Sancho Pança solo en tierra agena, cargado de dos bestias, si v. m. muriesse en esta batalla? (p, 174)».

Sigue don Quijote con sus razones, Sancho con las suyas, y a este, viendo que no puede torcer la voluntad de aquel, solo le queda rezar y ofrecer una misa al señor san Anton, para que guarde «a v. m. y a Rozinante (p. 176)». Recordemos que en la aventura de los molinos, don Quijote le dice a Sancho que entre en oración si tiene miedo. 

Arremeten caballero y caballo por medio del melonar, contrariado el segundo por ver pasar ante sus ojos y dientes aquellos verdes manjares, y a una distancia prudente de la cabaña donde espantado aguarda el melonero, don Quijote echa pie a tierra porque no quiere llevar ventaja sobre su enemigo, al que el malvado encantador no ha dotado de un caballo. 

El melonero, viendo «aquella fantasma» que se le venía encima y le estropeaba la tan celosamente guardada cosecha, intenta pararla con voces y amenazas, pero al segundo intento arroja el lanzón y echa mano de la honda, con la que parece tener gran destreza: David enfrentándose al gigante Goliat, los papeles se han cambiado y el valiente caballero cae por dos veces herido ante el insignificante melonero. 

La aventura no termina en la cabaña en la que Sancho trata de curar a don Quijote con conjuros en forma de romance: «pero agradezca la vida que tiene, a vn romance que yo le rezè del conde Peranzules, que es cosa muy prouada para el dolor de hijada (p. 177)». Mientras, Rocinante y el jumento, ya sueltos, gozan en el melonar, pero la venganza llega pronto, sin dar tiempo a Sancho ni a recitar más romances, ni a dar cuenta tan siquiera de un triste melón con el que saciar su hambre: el melonero, que ha vuelto a su hacienda, acompañado de unos mozos provistos de estacas y palos, propinan tal paliza al caballero y al escudero que los dejan malheridos. No contentos con ello, se llevan las caballerías en prenda y reparación, y si no se llevan el dinero y otros objetos de valor, es porque Sancho ha tenido la precaución de meter la maleta en la cabaña.

Nada parece dar consuelo a Sancho cuando, al intentar reponerse de los golpes, ve que su preciado jumento ha desaparecido. La personificación del animal, elevado a la categoría de «hermano de leche», se produce sin tardanza: «Adonde hallarè yo otro tan hombre de bien como tu, aliuio de mis trabajos, consuelo de mis tribulaciones (p. 180)».  

El sarcasmo con el que Avellaneda ve esta identificación entre amo y jumento lo corrobora cerrando el capítulo con Sancho cargado de la albarda camino del lugar: «Sí podrè, dixo Sancho, que no es esta la primera albarda que he lleuado a cuestas en esta vida (p. 181)».


Bibliografía

  • Cervantes, Miguel de (1605 - 2005): Don Quijote de la Mancha. Ed. Instituto Cervantes.
  • FERNÁNDEZ de AVELLANEDA, Alonso (1614 - 2011): El Quijote apócrifo. Ed. Alfredo Rodríguez López-Velázquez. Madrid, Cátedra. 

Contribución para el club de lectura La Acequia.

jueves, 9 de octubre de 2014

Número 56... es agua passada con la cual, como dizen, no puede moler el molino... (IV) A orillas del Ebro

Decía yo la semana pasada al comentario de Abejita de la Vega, que me parecía que el nivel escatológico que veían algunos críticos en esta obra era hasta ahora inferior a lo esperado, si hacemos excepción de las lindezas que Sancho y otros personajes dedican a los caracteres femeninos, palabras más groseras, que malsonantes. 

Pero hete aquí que si antes lo digo antes llego con don Quijote a orillas del Ebro en Zaragoza —por cierto, echo de menos al gran río en la novela — donde no solo se han pasado las justas, no pudiendo participar en ellas, sino que además una de sus aventuras en ese desfacer tuertos lo lleva directamente al cepo, del que sale libre gracias a las influencias de don Álvaro de Tarfe,

Herido y magullado, tanto de cuerpo como de espíritu, es aposentado el hidalgo en noble cama, con la promesa de que si reposa lo suficiente, podrá correr al día siguiente una sortija con la que se desquitará, sin duda, de lo que hubiera podido ganar en las justas.

Caballero entrando a la sortija

Soñando con esa sortija que le va a devolver la gloria, y desoyendo los consejos de su anfitrión, se levantará don Quijote medio sonámbulo de la cama de la siguiente guisa:
y sin poder reposar se levantô y començó a vestirse, imaginando ahincadamente en su negra sortija, y con la vehemente imaginacion se quedò mirando al suelo sin pestañear con las bragas a medio poner, y de ahí a vn buen rato arremetió con el braço muy derecho hazia la pared dando vna carrera (p. 214)
La escena se ha esbozado con apenas unos trazos y será la imaginación del lector la que tenga que componer la escena, que sin duda no será tarea difícil para el lector coetáneo; pero por si quedara alguna duda, enseguida aparecerá Sancho en escena, alertado por las voces de su amo, y dejando bien claro qué es lo que ocurre allí: 
A la voz grande que dio subieron vn page y Sancho Pança, y entran do dentro del aposento, hallaron a don Quixote las bragas caydas, hablando con los juezes mirando al techo, y como la camisa era vn poco corta por delante, no dexaua de ver alguna fealdad, lo qual visto por Sancho Pança, le dixo: cubra señor desamorado, pecador de mi, el etcetera, que aqui no hay juezes que le pretendan echar otra vez preso, ni dar doscientos açotes, ni sacar a la vergüença, aunque harto saca v. m. a ella las suyas sin paraque, que bien puede estar seguro. Boluio la cabeça don Quixote y alçando las bragas de espaldas para ponerselas, baxose vn poco, y descubrio de la trasera lo que de la delantera auia descubierto, y algo mas asqueroso; Sancho, que lo vio, le dixo: pesie a mi sayo, señor, que haze? que peor està que estaua, esso es querer saludarnos con todas las inmundicias que Dios le ha dado; riose mucho el page... (p.214)
¡Ay las bragas! ¡Esa prenda de la que Corín Tellado decía que no podía hablarse! Ellas solas, hechas un rebujo en los tobillos, son suficientes para mostrarnos la desnudez, más ridícula que indecente, de don Quijote. El paje se ríe, como no podía ser de otra forma, de la facha de don Quijote y del espanto que ha producido en Sancho la visión de su amo con las vergüenzas al aire. 

La acumulación de eufemismos en el pasaje: fealdad, paraque, algo más asqueroso, inmundicias que Dios le ha dado, y ese inigualable etcétera adornan la retórica de Sancho, contribuyendo, sin duda, a la comicidad del pasaje, pero no podemos olvidarnos de Trento y la censura, y por qué no de la autocensura, que ya estaba bien presente en todos los escritores y aún más en los tratadistas.

Por otro lado el destape accidental al quererse tapar otras partes tiene larga tradición, aunque normalmente son las mujeres las que caen en este pecado: Vergüenza es, marido, cual vais, con el sayo roto y el culo atrás. Vergonzosa es mi hija, que se tapa al cara con la falda de la camisa, Tocase Marigüela, y el colodrillo de fuera refraneaba Correas, que en lo tocante a mencionar explícitamente ciertas partes del cuerpo, el culo, no tenía empacho, pero se mostraba cauteloso con otras partes de la anatomía femenina: «A c4ñ4 h4d3d4, nunca le faltó marido. Claro lo escribió el Comendador». Tampoco encontramos demasiadas menciones explícitas a los órganos masculinos.

Bien, Avellaneda por boca de Sancho, se apunta en este y otros pasajes más adelante, al sugerir más que al decir. Sea cuestión de estilo, de pudor o de autocensura, el hecho es que pese a la naturalidad de ciertos hechos, el autor se muestra cauto. El uso de etcétera para nombrar lo innombrable, le aporta un tono culto impropio del habla de Sancho, que como bien han declarado algunos de mis compañeros, este Sancho es bastante más zafio y más bobo. Y a cuenta de esta palabra, deberemos recordar cómo le supo sacar partido ya en el siglo XX Pemán en la comedia Los tres etcéteras de don Simón, al fundir ignorancia y picardía, en una época en la que la censura tenía también las tijeras afiladas, aunque en el caso de Pemán lo atrevido de la situación pueda parecernos un juego de niños.

Volviendo al hecho de descubrirse al taparse, cuenta con larga andadura en nuestra tradición popular. Además de los refranes citados y alguno más  recogidos por Correas, circula entre nosotros el cuentecillo del padre que corre a tapar la cara de la hija, cuando una ráfaga de viento le levanta las faldas:
—¡Pero, padre, que lo que se me ve es el culo! —protesta avergonzada la hija.
—Ya, hija, ya, pero por el culo no te conoce nadie. —replica resoluto el padre.

Sin embargo, esa misma tradición popular, contradictoria siempre, recuerda también el episodio quevedesco por el que cree ser reconocido al ser sorprendido haciendo sus necesidades en la calle.
—¡Qué vedo! ¡Qué vedo! —se escandaliza en voz alta la dama.
—¡Qué barbaridad! ¡Hasta por el culo me conocen! —exclama sorprendido Quevedo.

Ciertamente el maestro Quevedo no tenía ningún problema para mencionar las partes del cuerpo ni para describir con detalle la naturaleza humana.

Volviendo a Avellaneda, Sancho será, algunas páginas después, igualemente sujeto de la misma burla, igualándolo con su amo, aunque ya para qué insistir en lo sabido, una vez más basta con insinuarlo:
Estauan los dos en camisa, porque don Quijote con la imaginacion vehemente con que se leuantò, no se puso mas de celada, peto y espaldar, como queda dicho, olvidandose de las partes, que por mil razones piden mayor cuydado de guardarse. Sancho tambien salio en camisa, y no tan entera como lo era su madre el dia que nacio (p. 253).
Los criados también salen todos en camisa, «de la misma librea», y frente a ellos don Álvaro «vestido de una ropa larga de damasco, salio con chinelas a la sala». Los pobres y los locos salen como pueden, los nobles salen decentemente vestidos y calzados, detalle que no hay que perder de vista.
Caballero en justas ricamente engalanado


Continuaremos el viaje de don Quijote de vuelta a su casa.

Bibliografía

  • Correas, Gonzalo (1627 = 2001): Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. Louis Combet, revisada por R. Jammes y M. Mir, Madrid: Castalia. Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica, 19.
  • FERNÁNDEZ de AVELLANEDA, Alonso (1614 - 2011): El Quijote apócrifo. Ed. Alfredo Rodríguez López-Velázquez. Madrid, Cátedra. 

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miércoles, 1 de octubre de 2014

Número 55. ... es agua passada con la cual, como dizen, no puede moler el molino... (III)

A decir verdad, en la entrada anterior, no pensaba haberme entretenido con las mujeres de este Quijote apócrifo, pero se me cruzaron en el camino y por algo sería.

Volvamos pues aguas arriba, una vez más, hacia donde queríamos ir y detengámonos en las cartas del capítulo segundo, la que don Quijote le escribe a su amada y la respuesta que esta le da, y que llevaran al protagonista al desamoramiento explícito del capítulo cuarto, donde ya diré que encuentro todo una logro esa nueva denominación del protagonista, El Caballero Desamorado, aunque poco le dure, pues enamorado o no de la moza de la venta, querrá vengarla y redimirla de las infamias sufridas, volviendo así a tener una nueva musa al servicio de la que poner sus armas.

Mosaico con temas quijotescos de la estación de Alcázar de San Juan
La carta de don Quijote a su amada se nos presenta de tal forma que, incluso rodeada de un texto para nosotros hoy «antiguo», sabemos reconocer en ella esos arcaísmos, esas efes forzadas a principio de palabra: fermosura, finojos, fallar..., esa sintaxis imposible: «maguer que muchas vezes ando embuelto en sangre de jayanes cedo» (p. 130); y ese, en fin, juntar palabras altisonantes sin ton ni son, y a poder ser con los adjetivos por delante: enojoso reproche, dulce enemiga, imperial acatamiento,..., que la sitúan fuera de lugar y de época. Don Quijote, todavía Caballero de la Triste Figura, le escribe a su amada una elevada carta —siempre según su criterio— a fin de obtener un hipotético perdón por alguna falta, y conseguir con ello que siga siendo la musa que le guíe en sus aventuras.

No sabemos la edad de don Álvaro, enamorado de una joven de dieciséis años, de un serafín, pero notamos la burla que hace el mismo don Álvaro de los amores desiguales del hidalgo:
adminore no poco, señor Quijada, que vn hombre como v. m., flaco y seco de cara, y que a mi parecer passa ya de los quarenta y cinco, ande enamorado, porque el amor no se alcança sino con muchos trabajos, malas noches, peores días, mil disgustos, zelos, çoçobras, pendencias y peligros, que todos estos, y otros semejantes, son los caminos por donde se camina el amor. Y si v. m. ha de passar por ellos, no me parece tiene sujeto para sufrir dos noches malas al sereno, aguas y nieues como yo se por experiencia que passan los enamorados (p. 124.)
A juzgar por la descripción de don Álvaro, los enamorados del siglo XVII debían tenerlo muy difícil con tantos trabajos, y sin duda, por ello también, el señorito don Álvaro no duda en cambiar los versos a la luz de la luna de las noches frías granadinas por una juerguecita en Zaragoza con los amigos. Curiosa forma de entender los amores. 

Por otro lado, lo de que no era sujeto don Quijote para sufrir penalidades queda descartado no solo por lo pasado de sus aventuras, sino por la gran resistencia física que mostrará a lo largo de la novela ante apaleamientos, golpes, puestas en cepo, y mil penalidades físicas que sufrirá en esta nueva salida.

«Malas noches y peores días» ya había pasado don Quijote en la primera parte, según el pasaje en el que Sancho sospecha de la bella Dorotea:
—Esto digo, señor, porque si al cabo de haber andado caminos y carreras, y pasado malas noches y peores días, ha de venir a coger el fruto de nuestros trabajos el que se está holgando en esta venta, no hay para qué darme priesa a que ensille a Rocinante, albarde el jumento y aderece al palafrén,pues será mejor que nos estemos quedos, y cada puta hile, y comamos (El Quijote, I, cap. XLVI).
Ahora bien, ¿qué lleva al enamorado don Quijote a desamorarse de Dulcinea en este Quijote apócrifo?

Ya dijimos que la presentación que de la labradora Aldonza Lorenzo nos hace Avellaneda por boca de Sancho no puede ser más demoledora. Desabrida y puerca, pero también trabajadora, aplicando estiércol en días de lluvia, la honrada labradora no puede por menos que sentir que le están tomando el pelo al verse llamar Emperatriz y Dulcinea de la Mancha, nombre este de Dulcinea que hoy por fuerza de la costumbre puede parecernos normal, incluso bonito, pero que en la realidad manchega de la época no podía por menos que sonar ridículo. Así que la honrada mujer no puede por menos que resumir su realidad reafirmando, al final de la carta, su verdadera identidad (p. 132):
Mi nombre propio es Aldonza Lorenço, o Nogales por mar y por tierra. 
Nada se nos dice, aunque entendemos que es esta negativa, este querer ser tratada como lo que es y no como  emperatriz, la que lleva a don Quijote a desamorarse, así, de la noche a la mañana, y que quiera hacer bien notorio este su nuevo estado del ánimo. Así decide que hará de su desamoramiento divisa de tal forma que un pintor le pinte en la adarga (p. 151):
dos hermosíssimas donzellas enamoradas de mi brío y el Dios Cupido encima, que me esté asestando vna flecha, la cual yo reciba en el adarga, riendo del, y teniendolas en poco a ellas, con vna letra que diga alrededor de la adarga
El Caballero Desamorado
La locura, o más bien la ridiculez de este caballero se pone de manifiesto a continuación con unos disparatados versos, que al lector moderno se le escapan, pero que seguramente en su época encerraran buena parte de las disputas entre aquellos hombres que vivían muy cerca unos de otros en el Barrio de las Letras:
Sus flechas saca Cupido
de las venas del Pyrú,
a los hombres dando el Cu,
y las danas dando el pido.


Bibliografía

FERNÁNDEZ de AVELLANEDA, Alonso (1614 - 2011): El Quijote apócrifo. Ed. Alfredo Rodríguez López-Velázquez. Madrid, Cátedra. 

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miércoles, 24 de septiembre de 2014

Número 54. ... es agua passada con la cual, como dizen, no puede moler el molino... (II)

por el siglo de mi madre, que me parece auerle visto aqui otra vez, y aun que en su cara y figura me parece a otro que yo quise harto, pero agua passada no mueve molino, dexome y dexele, libre como el cuclillo, no soy yo muger de todos como otras disolutas
Así se expresa la Gallega, la buscona de la venta, que se ofrece a don Quijote —y por lo que sabemos, anteriormente a Sancho—, a fin de obtener unos pocos reales con los que paliar su pobreza que es tal que ni tan siquiera merece un nombre cristiano.


Pero hagamos justicia, que las aguas del molino vuelvan hacia atrás, y no le cortemos el discurso, pues en él encontraremos algunas claves.
buenas noches tenga v. m. señor Cauallero, manda algo en su servicio?, que aunque negras. no tiznamos; gusta v. m. le quite las botas, o le limpie los çapatos, o que me quede aqui esta noche, por si algo se le ofreciere?, que por el siglo de mi madre, que me parece auerle visto aqui otra vez, y aun que en su cara y figura me parece a otro que yo quise harto, pero agua passada no mueve molino, dexome y dexele, libre como el cuclillo, no soy yo muger de todos como otras disolutas: donzella, pero recogida muger de bien, y criada de un ventero honrado, y engañome vn traydor de vn Capitan que me saco de mi casa dandome palabra de casamiento; fuesse a Italia y dexome perdida como v. m. vee, lleuome todas mis ropas y joyas que de casa de mi padre auia sacado; començo la moça a llorar tras esto, y dezir: ay de mi, ay de mi, huerfana y sola y sin remedio alguno, sino del cielo, ay de mi; y si Dios deparasse... (p. 159)
Mozas de servicio, con frecuencia gallegas, en aquellas posadas mugrientas llenas de sorpresas, luchando por salir adelante y viendo pasar un caballero tras otro. Con razón se quejaba aquella moza del nuevo romance:
La moza gallega
que está en la posada
subiendo maletas
y dando cebada
llorosa se sienta
encima de un arca
...
«¡Mal haya quien fía
de gente que pasa!»
La historia debía ser lo suficientemente repetida como para no ser creíble. A don Quijote se le desata la vena caballeresca, las dolorosa cuitas de la joven le conmueven el corazón y promete solemnemente «desfacer esos entuertos», y sin duda que lo hubiera llevado a cabo de no ser por la presencia de Sancho, y sobre todo del ventero, que ponen a la moza en su lugar. 

¿En su lugar?

Sorprende solo unos párrafos aguas abajo, ver cómo la trata su amo el ventero. Palabras crudas y crueles, ¿a qué viene tanta saña?

Bien distinta —volvemos otra vez aguas arriba de la narración— se nos presenta la amada ideal de don Álvaro Tarfe, doncella de apenas dieciséis años a la que se nos presenta con todas las lindezas propias de un manual de estilística.
porque fuera de las virtudes de animo, es sin duda blanca como el Sol, las mexillas de rosas rezien cortadas, los dientes de marfil, los labios de coral, el cuello de alabastro, las manos de leche, y finalmente tiene todas las gracias perfetissimas de que puede juzgar la vista; si bien es verdad que es algo pequeña de cuerpo (pág. 118). 
Lugares comunes de los serafines ideales, milagros de la naturaleza, frente a la descarnada realidad de las mujeres de carne y hueso como las mozas de mesón, la sobrina eliminada sin mayor explicación, y la propia Aldonça Lorenço, alias Nogales, analfabeta que no entiende de cartas de amor, aunque sí de cuidar caballerías, a la que Sancho vilipendia también con sus mejores piropos y refranes ensartados. 

Por respeto hacia esas mujeres, nos ahorramos repetir los improperios.
... continuaremos con el análisis... 

Bibliografía

FERNÁNDEZ de AVELLANEDA, Alonso (1614 - 2011): El Quijote apócrifo. Ed. Alfredo Rodríguez López-Velázquez. Madrid, Cátedra. 

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miércoles, 17 de septiembre de 2014

Número 53. ... es agua passada con la cual, como dizen, no puede moler el molino... (I)

El Sabio Alisolán, historiador no menos moderno que verdadero, dize que siendo expelidos los Moros Agarenos de Aragon, de cuya nazion el decendia, entre ciertos Annales de historias halló escrita en Arabigo la tercera salida que hizo del lugar del Argamasilla el inuicto hidalgo don Quixote de la Mancha, para yr a unas justas que se hazian en la insigne Ciudad de Çaragoza, y dize de esta manera:  
Así, con un descargo de responsabilidad en toda regla, de la que tan gustosos eran en aquellos años, y de cuyo atractivo no quiso escaparse ni el propio Cervantes al introducirnos a Cide Hamete Benengeli en un temprano capítulo IX de la primera parte, comienza este Quijote apócrifo. Primer homenaje, sin duda, del vilipendiado copión a su admirado autor, porque no nos engañemos, Avellaneda, quien quiera que fuese, fue el primer admirador de la obra de Cervantes y esta tercera parte no es más que un continuo homenaje a los muchos logros narrativos y estilísticos del Quijote verdadero. 

Si he elegido como título de este comentario el refrán que Avellaneda pone en boca de don Quijote en el primer capítulo de su obra, es porque en este caso, con el agua pasada, es decir con los muchos detalles de la primera y segunda partes de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605) va alimentando el nuevo molino de lo que bien pudo ser la tercera parte de las aventuras del hidalgo (1614) de no haber salido un año después, y por mano de su primer autor, la Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (1615). 

El admirador copiota no pudo superar ni tan siquiera igualar al maestro, pero lo intentó y nos dejó su homenaje, digno de principio a fin, y que bien merece su lectura, aunque solo sea porque de esa forma volveremos sobre algunos de los mejores pasajes de la obra de Cervantes.

Entremos ya, sin más dilación, en ver algunos de estos detalles de los primeros capítulos. 

No deja de ser curioso, e imagino que a mis amigos traductores este detalle no se les pasará por alto, que si nos atenemos a la letra, tanto el Quijote como su imitación no sean sino traducciones más o menos fieles de manuscritos escritos en arábigo. ¿Qué papel ocupaba esta lengua en la realidad española de entonces? Diría más, ¿qué papel en la España culta? 

Mucho se nos ha hablado de la importancia de la población morisca como mano de obra productiva, campesinos, artesanos..., pero poco de su importancia en otras industrias, para lo que quizá deberemos acudir a leer entre líneas. La expulsión de los moriscos se produjo de forma escalonada entre los años 1609 y 1613, es decir los años en los que se fraguan tanto el Quijote apócrifo como la segunda parte del genuino, y este hecho que debió ser realmente traumático en la España de la época supo dejar sus huellas en ambos libros.

En Avellaneda no solo es el supuesto autor material de la historia morisco, sino también procede de la más alta nobleza nazarí el caballero que saca a don Quijote de nuevo de su lugar: don Álvaro de Tarfe, emparentado nada menos que con los linajes de «Abencerrajes, Zegries, Gomeles y Mazas, que fueron Christianos despues que el Chatholico Rey Fernando gano la insigne ciudad de Granada» (pág. 117).

Yugo, collera, silla y atalaje descansando sobre armazón de madera. 
Mientras todo esto ocurre en los reinos de España, en la aldea de Argamasilla —esta vez el autor sí se quiere acordar del nombre del lugar— don Quijote se recupera leyendo vidas de santos y acudiendo puntualmente a las prácticas religiosas como cristiano viejo que es. Sancho, no demasiado lejos de su amo, mal conformado tras el año de aventuras con haberse quedado en «ser ni Rey ni Roque», encuentra estas lecturas y vidas algo desproporcionadas para ponerlas en práctica un cristiano de a pie:
Por Dios (dixo Sancho) que yo no soy amigo de saber vidas ajenas, y más de mala gana me dexaría quitar el pellejo y asar en parrillas: Pero dígame, a San Bartholome quitaronle el pellejo, y a San Lorenço pusiéronle a asar en vez de muertos, o acabando de viuir? Oygan que necedad (dixo don Quixote), viuo desollaron al uno y viuo asaron al otro. Ho, ydeputa (dixo Sancho) y como les escoceria, pardiobre no valia yo un higo para Flas Sanctorum; rezar de rodillas media dozena de credos, vaya en hora buena, y aun ayunar como comiesse tres vezes al día razonablemente bien lo podria lleuar (p.112).
La bonhomía de Sancho sabe, sin embargo, encontrar acomodo a esta nueva afición de su amo y así encuentra que san Bernardo puede ser un muy buen abogado para sus cuitas como escudero de caballero andante.
Acabando don Quixote de leer la vida de San Bernardo, dixo, que te parece, Sancho? has leydo Santo que mas aficionado fuesse a nuestra Señora que este? mas deuoto en la oracion? mas tierno en las lagrimas y mas humilde en obras y palabras? a fe, dixo Sancho, que era Santo de chapa; yo le quiero tomar por deuoto de aqui adelante por si me viene en algun trabajo, como aquel de los batanes de marras, o manta de la venta, me ayude, ya que v. m. no pudo saltar las bardas del corral (p. 113).
Cuatrocientos años después de que Sancho, pluma de Avellaneda mediante, recordara alguna de sus peores tropiezos como escudero de don Quijote, los lectores seguimos recordando, precisamente, esos mismos episodios: el manteo y los batanes.

La influencia de Cervantes en Avellaneda no se discute, pero ¿influyó algo Avellaneda en el maestro?

Nos fijaremos en dos expresiones de este primer capítulo, puestas en boca de Sancho.

La primera es ese «ni Rey ni Roque», entrecomillada arriba. Proveniente del juego del ajedrez —la torre recibía antes el nombre de roque, de ahí enrocar, y entre ambas piezas se colocan las piezas principales— era muy popular ya en el siglo XVI, estando todavía en uso, En la segunda parte del Quijote nos la encontramos dos veces:
—Por mí —dijo el barbero—, doy la palabra, para aquí y para delante de Dios de no decir lo que vuestra merced dijere a rey ni a roque, ni a hombre terrenal, juramento que aprendí del romance del cura que en el prefacio avisó al rey del ladrón que le había robado las cien doblas y la su mula la andariega (cap. I).
y ha llegado a tanto la desgracia desta burla, que muchas veces con mano armada y formado escuadrón han salido contra los burladores los burlados a darse la batalla, sin poderlo remediar rey ni roque, ni temor ni vergüenza (cap. XXV).
La segunda es «santo de chapa», con la que Sancho califica a san Bernabé. El DRAE da como acepción de chapa, usada en forma coloquial la de 'seso' y 'formalidad', que ejemplifica en Hombre de chapa.  Una vez más, expresión bien conocida en los Siglos de Oro, la introduce Cervantes en la segunda parte para calificar al caballero del verde gabán:
y si mucho miraba el de lo verde a don Quijote, mucho más miraba don Quijote al de lo verde, pareciéndole hombre de chapa (cap. XVI).  
... continuaremos con el análisis... 

Bibliografía

FERNÁNDEZ de AVELLANEDA, Alonso (1614 - 2011): El Quijote apócrifo. Ed. Alfredo Rodríguez López-Velázquez. Madrid, Cátedra. 



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