jueves, 24 de noviembre de 2022

277. Zuzones: el último de la fila

A la localidad de Zuzones le cabe el curioso privilegio de ser, en un listado alfabético de los pueblos de España, el último de ellos: la última consonante, la última vocal, otra vez la última consonante... Zuzones es también el último pueblo de Burgos según vamos para Soria desde Aranda de Duero, así que hoy este post va de un último que bien puede ser de los primeros en unas cuantas cosas.

Arquitectura tradicional y paisaje al fondo

 

Por ejemplo, en paisaje, en vistas, esas que son gratis, pero cada vez más caras de ver. Desde lo alto del pueblo, y con la mancha oscura de los árboles de ribera que ocultan al padre Duero, enfrente vemos una cresta que guarda la cueva en la que una vez dicen que una Virgen se la mostró a un rey, que andaba por allí cazando, como refugio. No siempre las Vírgenes se aparecen a los pastores, también a los reyes. Hoy un sendero ciclable sube hasta la misma cueva convertida en ermita, la Virgen del Monte.

Quizá sea más fácil, o al menos más cómodo, quedarse en el valle, y seguir la ribera del Duero, por su margen izquierda, hasta las chimeneas de las hadas, que en Zuzones llaman las Monjas o los Frailes, porque también tienen detrás su leyenda.

Con la parquedad a la que somos tan aficionados los castellanos, como me lo contaron os lo cuento:

Pues iban unas monjas de paseo por la senda, y detrás iba un frailecito cojo, y el pobre no podía seguirlas y las maldijo: «¡Ojalá os convirtáis en piedras!». Y en piedras se convirtieron.

Con un poco de atención puede verse también la torre del castillo de Langa, y más allá, porque miremos hacia donde miremos, el paisaje merece la pena.

La vida pública de Zuzones, como en tantos pueblos pequeños -apenas llega a los cincuenta habitantes en invierno, de ellos afortunadamente cuatro niños-gira en torno a la plaza, ni grande ni pequeña, suficiente, y cerca de ella el bar social, donde en otro tiempo se situó el frontón.

Porque en Zuzones son muy aficionados a la pelota a mano, tanto a practicarla como al espectáculo. Es por ello que pelotaris profesionales llegan para animar las fiestas al moderno frontón situado en la otra punta del pueblo, junto a un pequeño parque infantil.

Antes de llegar allí visitaremos la iglesia, situada en alto y sin otras características reseñables que la de presentar un sólida mole y unas escalinatas señoriales de acceso a ella.

A sus pies una placa recuerda a los tres sacerdotes hijos del pueblo que fueron asesinados durante la guerra civil: Juan Alcalde Alcalde (1911-1936), José Gutiérrez Arranz (1883-1936) y Gerardo Gil Leal (1871 –1936). En la iglesia destaca también su retablo, todo de madera presidido por la imagen de san Martín de Tours, patrono de la localidad, partiendo su capa con un pobre. 

Además de San Martín, los jitos, que así se denomina a sus habitantes, celebran a San Antonio de Padua, al que tienen gran devoción, y cuya imagen podemos ver en el dintel de algunas casas. 

Zuzones conserva aún algunas barderas, construcciones rústicas consistentes en un entramado de madera que sustenta un techo de bardas, ramas, principalmente de enebro, que van formando una cubierta impermeable. En las barderas se guardaba tanto la leña y los aperos, como los animales.

Bardera en la parte alta del pueblo
 

Pero sin duda, de lo que más orgullosos están ahora mismo los jitos es de su lagar recientemente restaurado con la ayuda y aportación, en todos los sentidos, de las asociaciones del pueblo. 

Al lagar, situado en la zona de lagares y bodegas, solo le falta hacer vino, pues cuenta con todos los elementos característicos: la gran viga, el husillo, la piedra, las pilas donde depositar las uvas y recoger el mosto. Por fuera el descargadero con el palo del que se colgaba la romana para ir pesando los cestos que los distintos aparceros aportaban. El mosto, ya se sabe, se repartía en proporción a la uva metida, y para ello era imprescindible la figura del arromanador, que había sido contratado por el aparcero principal, encargado de organizar toda la labor.

Pila del lagar y viga, al fondo un cesto de vendimia

 

Del lagar a la bodega, en pellejas. Situadas las bodegas en un cerrillo cercano, hoy,  por desgracia, la mayoría de ellas están arruinadas, en parte porque son varios los propietarios de ellas.

En la pequeña plaza donde se sitúa el edificio del ayuntamiento nos enteramos de la peculiar situación administrativa de esta localidad que no es ni pueblo, ni pedanía, ni barrio. «¿Qué somos», insiste Ana, la riberizadora que nos está enseñando su pueblo, empeñada en mostrarnos no solo lo que se ve, sino también lo que no se ve, al detallarnos las peculiaridades que les impiden muchas veces acceder a dineros para mantener sus infraestructuras en buen estado.

Seguimos nuestro camino deteniéndonos en la arquitectura tradicional, las antiguas escuelas, que guardan un pequeño museo etnográfico, cerrado ahora por imposibilidad de mantenerlo... 

Al otro lado de la carretera, por la que antes del desvío circulaba todo el tráfico de Valladolid a Soria, están las vías del tren y el Duero. 

Vía del tren. Han crecido árboles entre las traviesas.

 

Al transitar por la antigua vía del ferrocarril, hoy invadida por la naturaleza, y mantenida en sus orillas libre de zarzas por voluntarios, no podemos por menos que sentir algo de nostalgia, por aquel tren, el único de España en atravesarla de este a oeste, construido para sacar el cereal de Castilla hacia Aragón, y de allí a los puertos del Mediterráneo. En aquel tren, en el mítico Changái, marcharon los emigrantes, no solo castellanos, hacia Barcelona, y volvían los veranos al pueblo. El tren dio una cierta prosperidad al pueblo, pero lamentablemente la línea se cerró definitivamente en 1994; había estado activa 99 años.

Casi paralelo a la vía va el canal de riego que une Langa de Duero con San Juan del Monte, hoy en proceso de renovación, ya que pierde mucha agua. ¿Llegará a concluirse reparación tan necesaria o se dejará morir como tantas otras infraestructuras?

Paisaje: Mancha verde de árboles. En primer plano la carretera.eol.cn

 

Y más abajo el paseo del Duero. Una explosión de naturaleza al lado del río: fresnos, chopos, saúcos, sauces, enebros... forman, sin lugar a duda, un paseo envidiable, un sitio al que ir a relajarse, a leer o a estar tranquilos contemplando como el agua del Duero corre. 

Junto al antiguo abrevadero, cuyo manantial está allí mismo, hay una zona con mesas para reponer fuerzas con una sabrosa merienda, o para jugar, llegado el caso, alguna partida de cartas. Nada que ver con la actividad que llevaban a cabo las mujeres en otro tiempo parte abajo del pilón, porque allí, en el agua sobrante, en el arroyo que se forma, iban a lavar en otro tiempo la ropa de sus casa.

Casetaconinscripcion y abrevadero

 

Dejamos atrás Zuzones con otra lección de naturaleza, con las hierbas medicinales que crecen al lado de sus caminos poco transitados por tractores y que sirven para preparar buenos remedios, siempre que se tenga la paciencia y la curiosidad por aprender sus propiedades.

Zuzones, un pueblo para perderse en plena Ribera del Duero.

 



martes, 8 de noviembre de 2022

Núm. 276. Todo va a mejorar

Suena a lema, y lo es, el título de la obra póstuma de Almudena Grandes. 

 

Arcoriris por encima de unos tejados. Se ve una antena de telefoníai

Todo va a mejorar

Según cuenta su marido al final del libro, en el primer mes de pandemia -que en la novela será la Gran Pandemia- la escritora tomó un cuaderno y empezó a bosquejar lo que sería su siguiente novela, suspendiendo, por las circunstancias, la finalización de la serie sobre las secuelas de la guerra civil en la sociedad española.

De la mano de una colmena de personajes, tal como nos tiene acostumbrada la autora, nos adentramos en un futuro próximo. A la Gran Pandemia sucedieron otras, pero lo que cambió la vida de todos los españoles fue el Apagón un día a principios del mes de agosto, en que media España estaba de vacaciones. De pronto todo dejó de funcionar. Bueno, dejaron de funcionar las comunicaciones: Internet, los móviles...

¿Dónde se quedó aquella estrategia de los que diseñaron la red de redes de tal forma de que era capaz de buscar su camino alternativo ante posibles «atentados»? 

Aquello era al principio, pero desde hace tiempo sabemos que las operadoras, y por encima de ellas los gobiernos, hacen y deshacen, te dan acceso o te capan aquellos contenidos a los que no quieren que accedas. 

La distopía a la que nos lleva Grandes es tan plausible, es tan actual, diríamos, que solo tenemos que pararnos un momento a pensar para darnos cuenta de que ya vivimos en ella. De ahí que no solo la acción nos atrape, nos emociona también ver descrita la vida misma desde un observatorio elevado, que bien puede ser un dron. Un dron omnipresente y amenazante con su sola presencia, aunque en el fondo sea inocuo.

He leído tres veces la descripción, la presentación, de una de sus protagonistas. Megan García tiene de raro únicamente el nombre de pila. No llama la atención, nada que ver con esas antiheroínas, siempre del lado de los malos, que salen en algunas películas: rubias, esbeltas, vistiendo faldas tubo con aberturas laterales y subidas en tacones de aguja de esos imposibles. Nada de eso:

Su físico a cambio era intercambiable con el de cualquier chica insignificante, más baja que alta, más gorda que delgada, gafas redondas de montura fina, media melena de pelo castaño, ni ondulado ni absolutamente liso, y ningún atractivo particular. 

Megan García la segunda vez que aparezca en escena será ya una oficinista pija, conjuntada de pies a cabeza, y embarazada, aunque esta circunstancia ya la sabíamos desde el principio. 

Por el contrario, Paula, la hacker -escrito así, en redonda y sin tilde, al contrario de software, que aparece siempre escrito en cursiva- no presenta ninguna característica especial, salvo una gran sensibilidad ante los estímulos físicos. Al avanzar la novela, sabremos que tiene unas tetas generosas, que a su debido tiempo cumplirán su misión.

Las concesiones al erotismo son escasas, y Grandes es directa, no se recrea en este aspecto, va al grano, anclada en aquellas Edades de Lulú, que revolucionaron la novela española de la transición.

La acción sigue enmarañada, nos adelantamos y nos atrasamos, volvemos para atrás, como para coger impulso, y seguimos bordeando los límites del negacionismo. ¿Es todo mentira? 

¿Vivimos una gran mentira? ¿Fue mentira la pandemia, los apagones, los atentados que vemos por la televisión...? «No te creas todo lo que te muestren las cámaras -me dijeron una vez en un simposio sobre cine documental-. No lo estás viendo "con tus propios ojos", sino con los ojos del cámara». Y detrás del cámara hay demasiado como para lo que sale en la pantalla sea objetivo. 

«Todo va a mejorar», repiten incansables los servidores del nuevo régimen. Un régimen que empezó democráticamente, ganando unas elecciones a fuerza de talonario y desencanto, pero que los ciudadanos votaron porque estaban «hartos de estar hartos». Lo que no podían adivinar es que después de unos cuantos años de vivir una felicidad fingida, alguno de los personajes secundarios estallaría:  «Me largo porque estoy hasta los cojones. No aguanto aquí ni un minuto más.»

Grandes parece advertirnos contra los nuevos partidos, las nuevas promesas y los cantos de sirena. ¿Ha deslizado un mensaje subliminal a favor de los viejos partidos en decadencia?

Vamos con los eslóganes. Un eslogan se combate con otro, pero ¿puede un simple eslogan abrir una brecha en el sólido muro tan bien y pacientemente construido?

Escaparate de farmacia durante la pandemia lleno de dibujos infantiles con multitud de arcoiris.

El último capítulo lleva un título que no puede dejarnos indiferentes: «La transición». Por muy atados y bien atados que se tengan todos los cabos, parece que el tiempo también tiene un papel en la historia, un papel con el que puede que no contaran sus protagonistas. 

Más allá de estar ante una novela más de Grandes, con sus personajes, sus intrigas y sus esperanzas, más allá de la supuesta genialidad de unos háckers que manejan máquinas virtuales escondidas en memorias USB, más allá de juegos de manos y de villanos, de verdades descubiertas por casualidad, más allá de crímenes cuasi perfectos, más allá de buenos y malos, Almudena Grandes nos ha dejado una novela para pensar un rato, para levantar la vista de nuestras pantallas y mirar a nuestro alrededor, para ver la distopía en la que ya vivimos con otros ojos. 

Todo ello sin olvidar la humanidad de esta autora, que mantuvo la esperanza hasta el último momento de terminar su novela. No pudo ser, y muchas más reflexiones se habrán quedado en el tintero, en su tintero. Los pequeños fallos de esta novela quedarán pronto en el olvido. 

Gracias, Almudena, por esta y por todas tus otras novelas. Descansa en paz.