lunes, 31 de julio de 2017

Número 168. Año de jerbas, nunca lo veas

Hace algunos días, en una reunión familiar, mis mayores comentaban que no habían conocido año como este, ni trigo, ni vino, ni fruta —mi peral tiene una triste pera y la manzana ya se cayó agusanada—, ni huerta, que se cae la flor de los tomates sin que salga el fruto y los calabacines no crecen, ni nada de nada.

—Es que año como este nada de nada.

—Dicen que año de jerbas, nunca lo veas —abundó uno de mis tíos—, pues este año ¡ni jerbas!

A mis oídos refraneriles no se les pasó por alto esta variante del más conocido y clásico, Año de brevas, nunca lo veas, así que decidí tomar nota.

Jerba es la variante local de serba, fruto del serbal (Sorbus domestica). Las jerbas, al contrario de las brevas, no eran muy apreciadas por estos lares, ya que se las consideraba un alimento marginal utilizado mayormente para cortar las diarreas por su poder astringente. Las brevas es bien preciado con el que nos obsequia el final de la primavera, principios del verano, pero el refrán clásico nos habla de que el año en que son abundantes, la cosecha de cereal, alimento básico de animales y personas, suele escasear, así que ¿las jerbas también? ¿El año que abundaban había sido malo igualmente para el cereal?

Sin más abundamiento, pensé o bien que mi tío había sufrido una confusión fonética de brevas por jerbas, o bien había adaptado el refrán clásico a la conversación. Sin embargo, la consulta a los refraneros me iba a proporcionar alguna sorpresa.

Por ejemplo, no solo las brevas, parece que la abundancia de peras tampoco es buena señal para las cosechas básicas: Año de peras, nunca lo veas.


Una pera en el árbol


Los asturianos (Viejo Fernández, 2012) nos dan abundante información sobre este aspecto:
Añu de munches peres, al otru de penes [Año de muchas peras, al otro de penas].Pues habrá escasez de cosecha escasa al año siguiente.
Otras variantes y versiones de sentido equivalenteAñu de munches peres, al otru de peruyes [Año de muchas peras, al siguiente de peruchas] (peruya, que hemos traducido recurriendo a un sufijo despectivo de sentido similar, es propiamente una variedad de pera, silvestre o no, de menor tamaño y calidad que la normal). Cf. Si un añu ye de peres, otru de peruyesAñu de peres, nunca vinieres [Año de peras, nunca vinieras].
Refranes más duros y más genéricos encontramos todavía en una reciente antología (García-Borrón, 2017: 427):
Año de frutas, nunca lo veas; palabras de putas, nunca las creas.
Volvemos al refranero asturiano (Viejo Fernández, 2012) para ampliar la lista de cultivos aparentemente incompatibles: 
Añu de yerba, añu de mierda [Año de hierba, año de mierda].
La abundancia de hierba guarda relación con la de lluvias que, por su parte, pueden ser perjudiciales para otro tipo de cosechas orientadas al consumo humano.
Otras variantes y versiones de sentido equivalenteAñu de yerba, añu de miseria. Añu en qu' heba muncha yerba, poca grana na panera [Año en que haya mucha hierba, poco grano en la panera]. Añu de yerba, nunca elli venga [Año de hierba, nunca él venga].
Igualmente el más clásico refranero castellano ya nos prevenía contra la abundancia en el huerto allá en el mes de mayo, aunque este año no haya sido tampoco el caso:
Mayo hortelano, mucha paja y poco grano.
«Pues este año no comemos tomates», insistían mis mayores, mientras observadores más jóvenes comentaban de la práctica ausencia de abejas, avispas, abejorros y otros insectos polinizantes. A lo mejor ese riesgo del que nos prevenía la prensa muy especializada sobre la muerte de las abejas y sus consecuencias ya la tenemos aquí. 
¿Pero y las jerbas?, dirán mis lectores enganchados todavía en el título de este post. La respuesta la encontramos en el refranero catalán que nos dice: 
Any de serves, mai lo veges y Any de serves, any de penes 
Literalmente, Año de serbas, nunca lo veas y Año de serbas, año de penas. Sobre la primera variante explican que el año en que se veían obligados a comer serbas es porque había habido malas cosechas, no solo de trigo. 
Ahora entendemos mucho mejor el lamento de mi tío: ¡Este año ni jerbas!
Los refranes viajan y de cómo llegó y por qué caminos este refrán, documentado en el Maestrazgo, a Burgos, seguirá siendo una incógnita, pero antes de despedirme quiero dejar otro testimonio de la sabiduría paremiológica del refranero, muy en consonancia con el uso más habitual en Burgos para las jerbas:
A mal de cagar, no hi valen serves
Es decir que contra las diarreas fuertes, poco pueden hacer los remedios más tradicionales.


Referencias

miércoles, 26 de julio de 2017

Número 167. Fuentelisendo

Había pasado siempre con prisas por Fuentelisendo, con la prisa del que pasa por la carretera camino de otro lugar: los 50 por hora a los que obliga la travesía dan para apreciar un puñado de casas, y una iglesia en lo alto, como asomada a un balcón y poco más. 

Y digo lo del balcón a propósito, porque ya dentro, a poco que camine por sus calles en busca de la iglesia, uno se da cuenta de que este pequeño pueblo es un balcón asomado a ese valle que forma la N-122, esa carretera que discurre entre viñedos a su paso por el sur de la provincia de Burgos. 

Es mediados de julio de un día de entre semana y las calles están vacías. No hace excesivo calor, el día ha salido apetecible y sin embargo, se tiene la sensación de que todos sus habitantes permanecen aún en sus casas, no atreviéndose a salir, esperando a que caiga la tarde aún más.

Casi por instinto, y tras serpentear con el coche por callejuelas cuesta arriba, y alguna cuesta abajo, llego a una placita relativamente amplia, donde en un extremo se ven dos arcos que tienen toda la pinta de cobijar una fuente y a sus pies un pilón. Estoy en el downtown, como me dirán más tarde, pero o nos adelantemos.
arcos de la fuente, barandilla y pilón. Por encima de la fuente se ven parras

Dejo el coche casi allí mismo y me dirijo a pie a la fuente, estoy ante el lugar en que la Wikipedia considera el origen del pueblo, o al menos del nombre, Fuente Lisendro. No hay que olvidar que son varios los pueblos que en la comarca llevan en su nombre la referencia al agua, a las fuentes: Fuentemolinos, Fuentecén, Fuentenebro y un poco más alejados Fuentespina y Fuentelcésped. 

Una terraza parece servir de techo a este conjunto, y por ella asoman unas cepas, estamos en la Ribera. Rodeo el monumento para admirar el parquecillo que lo corona y me reafirmo en que este pueblo es un gran balcón.


El agua del pilón, que no ha estrenado todavía este año las remojadas de los mozos en fiestas, me refleja casas de diversas formas y tamaños, grandes y pequeñas, nuevas y viejas, con las persianas bajadas y los postigos cerrados. El pueblo duerme y solo de vez en cuando se oyen rumores, alguna voz que sale de algún portal, pero todo vuelve enseguida a la calma.

Empiezo a caminar guiada por la torre de la iglesia, nadie en mi camino, solo puertas cerradas, persianas bajadas, talanqueras ajustadas...

El barrio de la iglesia me descubre el barrio de las bodegas, cerro arriba, con sus puertas arruinadas, sus techos caídos y sus zarceras sobrevivientes. Un cartel informa de la disposición de aquel barrio donde en otro tiempo múltiples bodegas y lagares dejaron su impronta. 


subida a la iglesia e inicio de la calle principal de las bodegas


Sigo hacia la iglesia entre zarceras y casas —es un pueblo, sobre todo en la parte alta, en el que conviven casas, bodegas y lagares—. La iglesia se abre en lo alto ante otro espléndido balcón, ya hemos dicho que es un pueblo lleno de balcones, que miran hacia el sur. Desde ese privilegiado mirador pueden verse algunas viñas primorosamente cultivadas, con las cepas aliñadas como los niños en un cuadro de gimnasia sueca. Justo enfrente de la iglesia, casi se tocan, hay un lagar cuidadosamente renovado. Está cerrado, pero se ve que se ha querido preservar para la posteridad. A pesar de que muchos pueblos en la Ribera conviven en un mismo espacio, generalmente un cotarro o cerrillo, la iglesia y las bodegas, creo que es la primera vez que veo la iglesia y un lagar tan juntos. 


Lagar visto desde la iglesia


Desciendo hacia lo que es el centro del pueblo, más casas cerradas, alguna habitada, pero con las persianas bajadas, no se ve un alma.

Una terracilla adornada de vides me saluda, otro balconcillo que se abre al valle, otro lugar para pararse, tomar una foto y fijarse en que a pesar de lo temprano de la estación, estamos tan solo a 20 de julio, ya hay racimos pintados. Por Santa Ana (26 de julio) pintan las uvas, dicen en los pueblos donde la uva madura pronto, pero en la Ribera todo va un poco más tardío. Aquí tenemos una clara excepción, se ve que el sol que reciben estas plantas hace su labor, y las casas les dan abrigo frente a las heladas. 


racimo pintado


Llegó a la plaza y me recibe el soberbio edificio del ayuntamiento y un árbol copudo y frondoso que preside otro gran balcón.


enorme árbol en el centro de Fuentelisendo


Balcón que se abre sobre los tejados del pueblo bajo y sobre el frontón que hay al lado, bajando unas escaleras, y que sin duda servirá también para pista de baile y otros usos. Unas pintadas nos hablan de un Fuentelisendo más juvenil, más gamberro, dirán algunos, pero los jóvenes no están en esta tarde de julio, solo su colorida huella en la pared.


frontón


Llevo una media hora paseando por el pueblo y todavía no me he cruzado con un alma.

De balcón a balcón me fijo en el que se abre en la fachada principal del ayuntamiento, y sobre él una inscripción que dice que se hizo reinando Carolo, el IIII esta vez, y el número romano aparece así escrito, con cuatro palitos.


balcón con inscripción de cuando se hizo el edificio

Un leve murmullo de voces me llega, pero sigo sin ver a nadie. De la misma fachada del Ayuntamiento parte la calle la Fragua, y me parece curioso que tal actividad, normalmente un poco relegada a la parte baja, hubiera podido estar junto a la parte más noble del pueblo: la iglesia le da la mano al lagar y a las bodegas y el ayuntamiento a la fragua.

Calle abajo sigo viendo lagares arruinados, casas abandonadas, entradas a bodegas en el cogollo del centro... Por un momento pienso que este pueblo tuvo más bodegas que casas, si sumamos todas las de barrio alto y las que aparecen entre las casas. 


entrada a bodegas en calle principal

Se va echando la hora que me he marcado, así que dirijo mis pasos hacia el coche y es entonces cuando oigo voces claras y distingo siluetas. Son dos hombres que han salido a dar su paseo vespertino y se andan preguntando de quién será aquel coche que no les es familiar. No me cuesta pegar la hebra con ellos, pronto se suma un tercero al que acompaña un perrillo. 
casa de dos pisos que parece habitada. Fachada enfoscada en tono ocre, cercos de las ventanas y balcón en ladrillo visto


Me hablan de la fuente: «románica», me dice el uno; «el downtown del pueblo —añade el otro— que aquí se reúne la gente». Hablamos de lo deterioradas que están las bodegas, y me aclaran que alguna van arreglando como merenderos, pero pocas. Les pregunto si tiene bar, y me responden que ahí fallan, que solo abre algunos fines de semana y en el mes de agosto, que en ese pueblo no son gente de bar. Sí me confirman que hay centro social de mayores, en los bajos del ayuntamiento, donde se reúnen las mujeres a jugar a las cartas y de donde probablemente saldrían los murmullos que oí cuando andaba en las cercanías.  

Me despido y según abandono el pueblo voy viendo algún viejecillo que toma el sol de la tarde sentado en algún banco del camino que rodea el pueblo, y un imponente tractor con remolque que va, no viene, a sus labores. 

Nota final: Para completar el paseo se puede visitar este blog en el que se da noticia de algunas curiosidades y del posible origen románico de las piedras de la fuente. 

sábado, 22 de julio de 2017

Número 166. Las informáticas de los ochenta

Esta entrada es atípica, no habla de refranes, ni de libros, ni tan siquiera de pueblos pequeños visitados a mi aire en ratos perdidos. Esta entrada está llena de nombres propios, y lo está porque está dedicada a todas las compañeras que allá por los ochenta, y algunas antes, estábamos ya pegándonos con los bytes.

La revista El Jueves, siempre tan aguda, dedica un temazo a los ordenadores de los 80, pero mire usted que en ninguna de sus viñetas aparece una sola mujer frente a alguno de aquellos añorados cacharros, y sin embargo, estábamos, y probablemente más de una añore el suyo, el suyo personal, y aquellos tiempos del cuplé.

Empezaré por una foto de mi primer ordenador personal, mío, mío, pagado con mi dinerito, que no quiere decir que fuera el primer ordenador ante el que yo me sentara. Todavía lo guardo, y más de una vez he pensado en donarlo a algún museo.

Ibm-convertible
IBM PC CONVERTIBLE

Hablamos de ordenadores personales, en el doble sentido de la palabra personal, pero es que para entonces, nosotras, las informáticas de los años 80, ya nos pegábamos a diario con grandes ordenadores, los mainframes, que por sí más sus periféricos ya ocupaban varias salas. Y si no pongo foto es porque eran muy poco fotogénicos y en las películas tenían que recurrir a las unidades de cinta dando vueltas para simular que los bits se movían por allí dentro.

Y allí estábamos, al pie de la consola, las informáticas de los 80, mis compañeras más cercanas, de las que seguro que olvido alguna: María José (la Atómica), que sabía mucho de una cosa llamada MVS; de Susi, Merche (que se nos murió un 8 de septiembre), que andaban enredando en las redes telemáticas; Maricarmen, María Antonia, Luci (a la que no vamos a dejar fuera), Cecilia (que también murió), que lo tenían todo a punto; Mariví, que operaba con soltura aquellos cacharros; Conchita (le jefa de los jefes); la otra Conchita y Rosa, del otro departamento, que probaban nuestros estropicios las largas noches en vela... 

Y luego estaban las que llegaron después, ya con su titulación en Informática bajo el brazo, como Fátima... Y como digo, he querido nombrar solo a las más cercanas departamental y geográficamente hablando, porque no me olvido de las informáticas del Centro de Proceso de Torrejón. Y seguro, seguro que me he olvidado a más de una, pero a esa le pido disculpas especialmente, y sé que comprenderá que las neuronas nos van fallando.

Sí, también teníamos nuestros referentes, las que sabían lo más de lo más, a las que acudía todo el mundo en apuros, las que siguieron demostrando su mucha valía años y años después, y entre ellas una con nombre y apellidos: Maripa Gimeno López-Dóriga. 

Y esta entrada se la dedico a mi referente particular, a Encarna Lillo, que me ayudó a perforar mi primer programa (en FORTRAN IV), en el Centro de Cálculo de la Complutense. Estábamos a mediados de los 70.

miércoles, 5 de julio de 2017

Número 165. DÍAS DE AZUL Y DE LLUVIA

Hay libros que van directamente a los sentidos, y este, DÍAS DE AZUL Y DE LLUVIA de Santiago Izquierdo, es uno de ellos. 



Portada: cuadro de Santiago Izquierdo con un paisaje abstracto castellano en rojos, ocres y azules.



Ya desde la portada, para la que Santiago ha elegido uno de sus coloridos y personales paisajes, nos damos cuenta de que no estamos ante un libro más. Un libro que hay que leer en papel, pasar las yemas de los dedos por el satinado de sus hojas, disfrutar de las ilustraciones, fijarse en ella, leer esos textos de pulcra caligrafía, libro completo.
El calor fugaz del roce de tus manos,
el eco perdido de tu imposible voz.
El eco perdido de tu imposible voz...  
Estamos ante un libro también musical, otra de las grandes aficiones de Santiago, artista completo, casi, casi renacentista:



Ilustración que contiene un texto y una partitura musical

Yo no escuchaba más que tambores opacos,
crepitar de fogatas y estruendos sin voz. 
Imágenes contrapuestas, a Santiago le gustan los contrastes, jugar con los oxímoros para ir creando ese ritmo pausado que va creando la atmósfera serena con manchas rojas del libro. La pasión, la ausencia, los silencios, el recuerdo.  

Decíamos que es un libro que va directo a los sentidos, el tacto, el oído, la vista, el gusto, casi imperceptible, aunque para acercárnoslo haya tenido que echar mano de una imagen conocida y quizá algo sobada: 
Llegaste del mar una tarde de niebla
y sabías a sal y a castillos de arena.
«Él vino en un barco, de nombre extranjero...», cantaba la Piquer en otros tiempos menos explícitos. 

Me señalaba Santiago, en amena conversación telefónica hablando de su libro, que había evitado conscientemente la presencia explícita del género gramatical: ni ellos, ni ellas, porque pretendía que sirviera para hombres y mujeres, que los sentimientos son universales. 

No sé si lo ha conseguido, quizá habría que leer el poemario en plan completamente anónimo, sin saber quién es el autor, sin saber nada de él, y entonces podríamos hablar de ese tono pretendidamente neutro, pero a mí me sigue pareciendo un libro eminentemente masculino: las mujeres expresamos los sentimientos de diferente manera, o por lo menos eso me parece a mí.



Ilustración que contiene un poema y un dibujo


«Lo mío quiere ser sencillo —me comenta también Santiago—, va de te quiero, me quieres.» Así es, texto e imágenes van trazando una historia universal de amor y desamor, el amor que crece en días azules, en noches estrelladas, y el desamor, que llega gris en días de lluvia. 

Se suceden hechos y recuerdos, quizá más de los segundos que de los primeros:


Era muy difícil
          dejar de oír tu voz:
que me llama en silencio,
           que susurra mi nombre,
                      que acaricia mi vida. 
La música y el tacto vuelven a mezclarse en acertadas contradicciones e imágenes van mezclándose página a página, cuadro a cuadro, ilustración a ilustración, hasta llegar tras la lluvia...


Cuadro de S. I. que da paso a la sección Después de la lluvia. Paisaje en tonos rojos y ocres


... la esperanza, porque...
Siempre quedan azules para obrar el milagro.

Ilustraciones cedidas por Santiago Izquierdo