miércoles, 13 de junio de 2018

Número 190. El pisito (y II). El baúl de la Piquer

Como buen retrato de la sociedad madrileña de finales de los cincuenta, El pisito no es solo un retrato en blanco y negro, es que tiene hasta su caspa para que resulte más real, lo cual hasta puede que sea un plus que añadir a la novela.

cartel anunciando a la bailarina Tórtola Valencia y su baúl en la exposición "La bailarina de el futuro"ául T
El baúl de la bailarina Tórtola Valencia en la exposición «La bailarina del futuro»

Rafael Azcona no es en absoluto un observador objetivo que narre los hechos desde fuera, a una cierta distancia, él es también un personaje que se mueve aquí y allá tomando partido. Es uno de esos señores que frecuentan el café donde Petrita y Rodolfo matan las tardes de su noviazgo, esas tardes en las que no salen a buscar piso por esos descampados.  

Allí, entre humos, cafés y copas de coñac, los «intelectuales» con pretensiones observan el mundo para sacar ideas que llevar a las páginas humorísticas. Por el bien de sus estómagos, ellos deben mirar a los simples mortales un poco por encima, no exentos de suficiencia.

Esa tarde él está solo, los amigos de tertulia no le han acompañado, así que carga las tintas contra la pareja que le ha tocado en suerte. 


Deben estar celebrando algo porque hoy se han pedido un sánwich, quizá han encontrado ese pisito con el que llevan soñando décadas, porque es claro que la pareja ha entrado ya en esa etapa de rutina y aburrimiento propia de los noviazgos largos. Además ella ya no es una jovencita, y debe «cumplir con el imperativo biológico» de todas las mujeres, está a punto de pasársele el arroz, y ya se sabe que a esas edades las mujeres se ponen burras y son capaces de cualquier cosa por conseguirlo. ¡Alto ahí! ¿Las mujeres se ponen burras? ¿Qué pasa por la cabeza, o el subconsciente, de ese señor que escribe para aplicar el adjetivo burra varias veces a Petrita? Hasta casi una docena de veces se la califica a Petrita de esta forma, lo cual no solo es injusto sino tendencioso.

¡Menos mal que a la dulce de doña Martina, Petrita le parece una joya que no es merecedora de llevarse un marido calzonazos, cojonazos, lavativa y otras lindezas como es Rodolfo! Sí, al tipo el novio tampoco le cae nada bien, el mundo está lleno de hombres grises como Rodolfo, Madrid más, y así está el patio. ¿Pero la joya? Poco le falta al autor para decirnos bien clarito en toda su ironía que la joya es una joya con dientes, y además ¡qué dientes!, ¡qué uñas! y ¡qué bolsazos!

Cambiamos de barrio, y el autor se dirige bajo la lluvia hacia la Puerta del Sol donde disfrutamos de un sabroso bocadillo de calamares. Madrid no sería Madrid sin estos bares típicos de alrededor de la Puerta del Sol, uno de los más famosos en la calle de Tetuán, precisamente, muy cerca de El Corte Inglés y Galerías Preciados, que aquí, a lo mejor sí que habría venido bien una nota aclaratoria del editor: La Farola, todo un clásico y uno de los lugares con más fama para disfrutar de este manjar. 

Dejemos a Azcona y sus caricaturescos personajes y centrémonos en la edición, que a mi juicio tiene aciertos y sorpresas. 

Los aciertos vienen de la mano de la introducción que nos sitúa a Azcona en su puesto en el mundo de las letras, y el ir marcando qué añadidos se han ido sumando o quitando a medida que la novela ha ido evolucionando. Sin duda, Azcona y esta novela deben figurar en la nómina de las novelas realistas de los cincuenta y no solo en la de los guiones cinematográficos.  

Las sorpresas vienen de la mano de explicarnos a pie de página bastantes de las locuciones y expresiones coloquiales que aparecen en el libro, bastantes aún en vigor, y remitiéndonos para su explicación al Diccionario de fraseología de Seco et alii, diccionario del que acaban de sacar una segunda edición

¿Hace falta que nos expliquen a los españolitos por dónde amargan los pepinos o cómo de estrechos andan los piojos en costura? ¿Se nos ha olvidado ya que cataplines es un eufemismo? Todo parece indicar que los editores han querido matar varios pájaros de un tiro y estamos ante una obra para estudiantes adelantados de español para extranjeros, pues sin duda encontrarán en estas páginas un lenguaje vivo y coloquial, muy próximo al que se hablaba en aquellos años, y aún en estos, pero ¡ojo!, no vayamos a enseñar a nuestros estudiantes hablar como en aquellos años, que aunque esas expresiones sean reconocidas, ahora se llevan otras cosas.

Se puede agradecer que nos recuerden quién era Concha Piquer y hablando de cine, el hito que supuso Lo que el viento se llevó. Para los que peinamos canas estas ingenuas explicaciones nos harán sonreír, aunque quizá vengan bien para cuando los millennials peinen las suyas y vuelvan sobre este clásico, porque sin lugar a dudas estamos ante todo un clásico que merece la pena leer.

Título: El pisito. Novela de amor e inquilinato
Autor: Rafael Azcona
Edición de: Juan A. Ríos Carratalá
Editorial: Cátedra
Año: 2005, edición realizada para la nueva versión (1999), basada en la película homónima (1959) sobre la primera novela (1957).  

Comentario para el club de lectura La Acequia.

martes, 12 de junio de 2018

Número 189. El pisito (I)

Cuando llegamos a Madrid, en el otoño del 53, el ajuar de mis padres era un colchón de lana, mi cuna, una radio y dos maletas. Alquilaron una habitación con derecho a cocina cerca de Cuatro Caminos, y mi madre compró un infiernillo pequeño para cocer la leche en la propia habitación y no tener que hacer mucha cola en la cocina común. El cueceleches provocó algún pequeño accidente sobre mi persona, pero no es que yo lo recuerde, es que mi padre me entretuvo muchos años contándome historias de aquel piso, los cuentos de cuando yo era pequeñita, cuentos ingenuos aptos para menores, que nadie vaya a pensar otra cosa:
Mamá había ido a la cocina a preparar la cena, y yo estaba jugando contigo en la habitación, y había atado una cuerda a la silla y empujaba la silla hasta el otro extremo de la habitación y luego la recogía con la cuerda, y así una y otra vez, y tú palmoteabas y te reías, hasta que agachaste la cabeza, tropezaste con la mesita, se cayó la leche encima de tu cabeza y te pusiste a llorar que no había forma de callarte, y mamá llegó alarmada de la cocina porque tus chillidos se oían en toda la casa, y no hubo forma de calmarte, ni asomándote al espejo para ver que seguías viva, ni...Y encima mamá me riñó porque a ver qué desayunábamos al día siguiente con toda la leche por el suelo... ¡Y con el olor que deja!... (fragmento recreado desde mi memoria).
Aunque allí estuvimos poco, pues mi padre tuvo suerte y le asignaron pronto un piso en alquiler en otro barrio de Madrid, mis padres recibieron un día el aviso de que iban a recibir visita, y ni cortos ni perezosos fueron a comprar un juego de café a la cercana glorieta para obsequiar a las visitas. El café sería de puchero, pero fue servido en buenas y elegantes tazas recién adquiridas. Las visitas se sentarían donde pudieran, es decir en la única silla de la habitación, y los demás sobre la cama; la mesa en la que reposar las tazas del café, se improvisaría, como hacía la familia de Petrita a la hora de las comidas:
La mesa era una puerta de madera colocada sobre la cama matrimonial; como los tres chicos mayores estaban de campo con un cura empeñado en descubrirles la vocación, los comensales pudieron liquidar los filetes con patatas y la ensalada de lechuga, tomate y cebolla, sin despellejarse los codos (p. 149).
La casa todavía existe y cuando pasó por ella miro hacia los balcones con una cierta nostalgia recordando aquella noche que no paré de llorar porque me había caído encima de la leche, o aquella otra en que mi madre se alarmó porque según ella me había tragado un pendiente, o aquellas visitas a las que les devolveríamos la atención en breve, porque el mejor entretenimiento de las tardes de los domingos de las familias con niños, eran visitar a los paisanos que iban llegando poco a poco a instalarse en Madrid. 

Aunque, como decía, nosotros tuvimos suerte y conseguimos enseguida el pisito deseado sin necesidad de grandes vericuetos, las visitas a los paisanos y amigos del pueblo las tardes de los domingos fueron una buena lección de costumbrismo y hasta de urbanismo para mí:
El tranvía se había detenido en un paisaje lunar: no se entendía bien qué buscaba allí un rebaño de ovejas, si no se veía ni una brizna de hierba (p. 151).
En aquellos años se vivía donde se podía, la habitación con derecho a cocina era lo habitual, y cuando la familia conseguía un piso en propiedad o en alquiler, para pagar uno y otro, lo más normal era alquilar una habitación a algún paisano recién llegado del pueblo a buscar trabajo, o, si la vivienda estaba céntrica, a estudiantes. La vivienda en Madrid nunca fue cosa fácil,  ni ayer ni hoy

La casa es la que vivimos cerca de Cuatro Caminos era una casa normal, sólida, pero sin pretensiones, y hoy pasa por ser un edificio gris entre dos más altos, distintas épocas, distintos estilos. La casa donde Rafael Azcona tenía alquilada una habitación, en el número 135 de la calle de Fuencarral, era entonces, y lo es hoy, aún más, una casa con prestancia, pero el realquiler llegaba a todas las capas sociales. Situada en una zona comercial y muy cerca de los cines de estreno, albergó en sus bajos una cafetería de renombre, hoy cerrada, y en esa especie de zaguán hoy mismo, una indigente guarda sus cosas —un colchón, un carro de la compra, una silla...— y se cobija ella misma de las inclemencias del tiempo. Vivir en la calle en Madrid es hoy una triste realidad. 

Fachada de Fuencarral 135, a la izquierda la cafetería Somosierra, cerrada, y una indigente cobijándose. Cierres de tiendas.

Haber descubierto a Rafael Azcona como escritor, no solo como guionista de una España muy real, se lo debemos a Pedro Ojeda y a su club de lectura La Acequia. Más allá de la nostalgia que pueda suscitar en algunos de nosotros, su lectura puede ser muy bien una obligación y un acierto para las generaciones venideras que tienen de primera mano una descripción de aquella España en blanco y negro, pero sin embargo, fructífera en valores artísticos y literarios: las películas en las que participó Azcona serán igualmente imprescindibles. 

Título: El pisito. Novela de amor e inquilinato
Autor: Rafael Azcona
Edición de: Juan A. Ríos Carratalá
Editorial: Cátedra
Año: 2005, edición realizada para la nueva versión (1999), basada en la película homónima (1959) sobre la primera novela (1957).