lunes, 14 de mayo de 2018

Número 188. Los refugios de la memoria

Recordar es vivir

En el desierto de Atacama, en el Norte de Chile, contemplé un fenómeno que ocurre muy raramente. Cada siete un ocho años, tras una noche lluviosa, las semillas que han estado hibernando bajo la tierra seca y pedregosa del desierto, germinan en un estallido de flores de vivísimos colores que iluminan la superficie de una tierra tan inhóspita. Desierto florido, así bauticé aquella manifestación de la naturaleza, que era lo más parecido a un milagro que hubiera visto nunca. 

Este es uno de los contados pasajes en los que José Luis Cancho, autor de Los refugios de la memoria, dedica a la parte, no ya más lírica, sino pausada, de estas sus memorias, escritas según él mismo «como si estuviera muerto». 

«Al menos una vez estuve muerto», nos dice en el primer capítulo y ello nos lleva a 1974, pero aunque el libro arranque de ese momento, con una breve mirada hacia atrás, José Luis Cancho no pretende contarnos su aventurera vida —su paso por América se resuelven en apenas unos pocos apuntes— sino su experiencia con la literatura, una forma de vivirla.

«Aprendí a vivir en la ficción —nos dice en las primeras páginas—. Sin darme cuenta estaba experimentando en carne propia la tarea del fabulador, la labor esencial del escritor». A partir de esta declaración nos queda claro el carácter del libro que tenemos entre manos. Sabremos que no fue exactamente eso lo que pasó, pero que con el tiempo esas vivencias fueron las que se fueron asentando, refugiando en su memoria y son las que quiere sacar a la luz en un parto tardío.

Su estilo es directo, poco dado a las metáforas y a las repeticiones. «... asistí al milagro que ya he descrito», dice dos páginas después de describirlo, refiriéndose al desierto florido, para a continuación, en punto y seguido entrar en un momento de satisfacción, de placer personal proporcionado por los recuerdos.  




Chile - Atacama rosado por PUC
 
Y aquella imagen, la de un desierto florido, se quedaría grabado para siempre en mi memoria; y cada vez que la recuerdo me siento embargado por una inefable excitación extrañamente parecida al júbilo.
Me paro aquí en la cita. Dejo al curioso lector la libertad de acercarse a la página 69 y volver sobre ella todas las veces que haga falta, porque recordar es vivir. 

No solo se refugia entre las páginas del libro la memoria personal, también hay un hueco para la memoria colectiva de los que vivimos aquellos años llenos de slglas alrededor de las primeras elecciones democráticas.
... no puedo evitar preguntarme si todo lo que estoy contando más que verdaderos recuerdos personales no serán en realidad recuerdos compartidos por todos aquellos que atravesaron la época que estoy describiendo... 
Sin duda que las líneas de esta memoria nos trae recuerdos a los coetáneos de Cancho, a los que vivimos en primera persona aquellos años, aunque luego la vida nos llevara por caminos diferentes. 

Leyendo el libro me ha venido a la memoria esta canción también coetánea, así que imitando a mi compañero de tertulia Pancho, ahí la dejo.


Comentario para el club de lectura La Acequia.

Nota: Imágenes obtenidas de Wikimedia Commons.

sábado, 12 de mayo de 2018

Número 187. Tetuán Resiste

Hay libros imprescindibles, libros a los que hay que volver una y otra vez, y que cuando volvamos a ellos, pasados algunos años, veremos que son un testimonio vivo de un tiempo que nos tocó vivir y que muy probablemente hayamos olvidado para entonces. 
Hablamos de 
 



Este libro es fruto de una de las cosas buenas que nos dejó el 15M, del que en estos días más de uno se acuerda con nostalgia, cuando a lo mejor deberían volver los ojos a estos pequeños detalles y tratar de revitalizarlos dentro de aquel espíritu que llenó las plazas y se perpetuó en los barrios. 
 
Tetuán Resiste nació entonces y todavía sigue haciendo causa común junto a otros colectivos especializados próximos a él: Banco de Alimentos o Invisibles de Tetuán. 

Pero hablemos del libro, un libro hecho desde abajo con muchas aportaciones, y no solo las de aquellas personas que pusieron sus euros en el montón de la solidaridad, porque creían en el proyecto, sino también con gentes de fuera del barrio, pero que sabemos que vienen por aquí, como ellos dicen a aprender. Son grandes firmas de la opinión nacional, son fotógrafos de primera línea que han dejado su testimonio y dan un marco teórico e ideológico a lo que representa un colectivo de apoyo mutuo. Porque eso es Tetuán Resiste, un colectivo que trata de apoyar, de sostener a los que han perdido o están a punto de perder, uno de los bienes más preciados: ese techo que nos cobije, que nuestra Constitución ampara, pero que resulta papel mojado a la hora de la verdad, porque las leyes protegen más al propietario que al inquilino, más a los bancos que a los trabajadores, más a los entes que a las familias... 

Más allá de ese marco teórico y social, ese «De aquí venimos», que nos recuerda la historia del barrio, un barrio obrero hecho de aluvión al que de los años 50 en adelante se le fue añadiendo una zona rica, la margen izquierda de la Castellana, pero ¡ojo!, que no por vivir en esa zona acomodada estamos libres de que algún día nos toque: la historia de Mónica, y otras historias que se cuentan en el libro y que también se comentaron en la presentación nos vienen a recordar que nadie, nadie estamos libres de esa desgracia, de esa amenaza que penden implacable sobre todos nosotros: mañana te puedes quedar sin casa, mañana te puedes ver en la calle. 

Hay una parte central del libro contada en primera persona, en varias primeras personas, que sin duda son un mosaico de esa lucha por la vida que en otro tiempo trataron de reflejar escritores realistas como Baroja. No hay pluma contemporánea hoy en día que describa mejor que ella misma la historia de Jessica, una migrante que con sus dos hijos pequeños se vio literalmente un día viviendo en el parque y con la sola agua de la fuente como único alimento. Historias como la suya y como otras del libro han arrancado las lágrimas a más de uno, sin duda, repito, la mejor colección de relatos sociales que podemos encontrar ahora mismo a nuestro alcance, en esta España plural que es ahora mismo nuestro país representado por un barrio populoso de una gran ciudad. De cómo la especulación inmobiliaria arrasa con todo, Ofelia Nieto 29, y de cómo los llamados «ayuntamientos del cambio» tampoco dan soluciones satisfactoria, se da testimonio en el libro y se quedó patente en la presentación en los comentarios de los asistentes.

diversos activistas sentados de cara al público y vistiendo camisetas reinvindicativas cuentan su historia
Presentación del libro en el huerto urbano. Sus protagonistas cuentan ellos mismos su historia.
Ante este desamparo por parte de todas las instancias oficiales, solo hay una salida: el apoyo mutuo.
 
Uno de los últimos capítulos, un riguroso estudio sociológico, pone en cifras lo que supone la evolución de los desahucios en estos años del siglo XXI. La clara estafa que supusieron las hipotecas concedidas alegremente a quien de antemano se sabía que no podía pagarlas era solo una parte del programa. Tras las hipotecas impagadas, vinieron los alquileres, en muchos casos porque las viviendas que tenían que ser sociales, se vendieron a fondos buitre, incluso por debajo del precio del mercado. La historia de los desahucios no se para ahí, porque en algún sitio hay que vivir, y como recordó el autor del capítulo, en nuestra niñez, los pobres estaban condenados a vivir debajo de un puente, al menos así lo reflejaban los tebeos, hoy tenemos en el barrio puentes que son ocupados por migrantes, pero es que ya no hay puentes para todos y la okupación de casas teóricamente vacías es una realidad. Del desahucio por no poder pagar la hipoteca, se pasa al desahucio por no poder pagar el alquiler y el siguiente paso es la okupación... ¿Cuál será el siguiente?
 
Dejo para el final las palabras desde dentro de la activista por la que este libro se hizo una realidad, dejo hablar a Isa, juzgada y condenada por su solidaridad con los que carecen de casa:    
Las cajas. Durante los tres años que duró la espera de juicio empaqueté «cajas». No cajas de verdad, porque no me iba. Cajas figuradas, mentales. La primera ponía «juicio» y la cerré porque no lo entendía. Es una caja pequeña, de mano, que llevo siempre, de mano.
Seguí cerrando cajas.
Como para una mudanza. Están por ahí. Una vez conocida la sentencia abrí una:  «represión». Mis compas abrieron una para mí: «solidaridad», aunque yo en esa ya atesoraba el apoyo de todas. De la familia del barrio. Las notificaciones las metía en la caja del «juicio» e inmediatamente se abría la de «solidaridad». No sufrí más de la cuenta. 
Ahora imagino que hay muchas cajas por ahí.
Con todo mi reconocimiento y admiración a Tetuán Resiste.