miércoles, 19 de abril de 2017

Número 155. La Fuente de los Pájaros

Si algo nos refresca la vista a los castellanos son esas arboledas, esas manchas de verde que, como oasis en el desierto, nos producen algo de alivio en los rigores a los que nos tienen acostumbrados nuestros campos, resecos en exceso.


Arboleda, barbecho en primer plano.

En una soleada tarde de abril —¡Dios mío, qué seco está todo!— me dejo llevar por Luz y su hijo David hasta la arboleda de Riofresno. 

Luz es bloguera, poeta, cuentista... y desde 2015 también narradora con una buena e interesante novela La Fuente de los Pájaros, en la que mezcla elementos históricos con otros fruto de su fantasía, pues según ella dice tiende a novelarlo todo. 

Debo confesar que de su novela me gusta más la parte inventada que la documental, y ello a pesar de que considero algunos de esos documentos de importancia para entender la vida de la Ribera del Duero en el siglo XIX, es decir para entender nuestra vida, o dicho de otra forma de dónde venimos y quizá también a dónde vamos. 

Su pueblo, como el mío, está al borde la carretera general, y ello te marca de una o de otra forma, aunque sea para ver cómo discurre la historia de España por ella, y cómo llegan los avances de otras tierras, por lo menos antes, cuando el tráfico aéreo o no existía o era tan escaso, que lo bueno y lo malo, queramos o no, tenía que pasar por delante de nuestras eras.

Alejémonos un poco del pueblo y vayamos a esa Fuente de los Pájaros, que se esconde en esa alameda a la que me lleva Luz una calurosa tarde de abril. 

Pocas veces se tiene la oportunidad de que un artista te lleve al corazón mismo de su proceso de creación: «... y el almendro que siempre mira al arroyo está cubierto de flores blancas».

No baja agua por el arroyo, la sequía es extrema, así que no podemos oír como el agua «forma una pequeña cascada que apenas hacía ruido», pero sí está remansada antes de cruzar el camino, donde según Luz es fácil que se acumulen mariposas azules y blancas, esas que «siente Eustasia en el estómago cuando se va por el camino»... Es difícil que una muchacha del siglo XIX sintiera mariposas en el estómago, expresión reciente en nuestra lengua, pero que define muy bien ese cosquilleo, esa intranquilidad, ese no sé que, y que quizás por eso es expresión que ha venido para quedarse, pero en cualquier caso está bien traída sobre todo cuando Luz me invita a pasar el charco por la pasadera y me advierte de que la última piedra se mueve.

charco con suelo de piedras y reflejo de los chopos

Sé, por habérselo oído a ella, que el principio de la tercera parte de la novela es uno de sus pasajes favoritos... y también uno de los míos, porque la novela, que hasta entonces ha sido una novela de superación, se nos convierte, al volver la página, en una historia de amor, y esta es la gran sorpresa: el haber sabido mantener el pulso narrativo y mantenerlo hasta el final.

No despreciemos los esfuerzos de esa muchachita de pueblo, humilde, empeñada en aprender a leer, pero sigámosla en esta su nueva etapa de mujer hecha y derecha, ya casi una solterona para los usos de la época, en sus encuentros amorosos en la Fuente de los Pájaros. 

En la primavera del 2017 la fuente está casi seca, mana menos de lo habitual y los juncos que la rodean presentan las puntas excesivamente resecas, pero el lugar es amable e idílico, crecen a su aire álamos y chopos, es una arboleda silvestre, casi salvaje, con algunos troncos torcidos. Al final del camino las tierras de labor y un paisaje típico de la Ribera que, pese a estar acostumbrados nuestros ojos, no dejan de sorprendernos en esos mil y un detalles. 

ladera con algunos árobles verdes, barbecho y viña con frutal florido en primer término

Esas nubecillas que se ven a lo lejos no traerán el agua deseada, quizá haya que volver atrás en las páginas y sacar a los santos, aunque de llover no esté, porque en Pardilla, como en tantos otros lugares, se creía en la fuerza de la fe, de la Naturaleza y del Altísimo por intercesión de su madre:
Santa Virgen del Rosario
rogad por los labradores,
que se nos secan los campos,
y se marchitan las flores.
No son de despreciar en ningún modo las escenas costumbristas que Luz ha sabido recrear con ayuda de los papeles de un cura que lo anotaba todo en una especie de diario: las rogativas, las fiestas, las romerías, las idas y venidas a Aranda, de donde llegaba la prensa y las principales noticias, y en medio esa carretera que nos une con el mundo.

Volvemos del paseo tarde, nos perdemos por las calles de Pardilla, donde apenas se ve gente y muchas casas cerradas: «... y aquí estaba fragua y aquí la panadería...», las mismas calles que sin asfaltar pisaron Eustasia, la chica que quiso aprender a leer, y Juan, el chico sencillo que vino de otro pueblo, y que aprendió a amarla en la Fuente de los Pájaros, hoy casi seca. Ellos y tantos personajes: el cura, el médico, la madre, las comadres...

Hay dos chopos secos al final del camino, pero no nos engañemos, los árboles aparentemente muertos también tienen vida. Hace tiempo que me enseñaron que de su madera, alimentándose de sus entrañas, salen nuevos seres, seres que alimentan a otros y al final nada muere y todo revive cada primavera, aunque hayamos cambiado dos veces de siglo, aunque ya casi nadie quede en Castilla para contemplar esos árboles, esas manchas verdes sobre fondo pardiamarillo, que son un descanso para los ojos y una esperanza para el alma.


copas de los árboles secos

Luz del OLMO VEROS: La Fuente de los Pájaros. Edición de la autora. Pardilla: 2015.