jueves, 26 de diciembre de 2019

Núm. 215 Cencerrada en Pardilla

Cuentan los que todavía guardan memoria de ello, que en la Nochebuena los pastores dejaban los rebaños en las majadas, y bajaban al pueblo a adorar al Niño Dios.

Belén en el interior de la iglesia de Pardilla

Traían atados a la cintura, o a la espalda, varios cencerros que hacían sonar por las calles, produciendo un sonido característico, que daba a esta noche tan especial un recuerdo de cuando sus antepasados intentaban espantar a los malos espíritus durante el solsticio de invierno; pero también, sin duda, con la cristianización de las fiestas paganas, porque los pastores fueron los primeros en adorar al Niño, tal como nos recuerda el villancico popular de larga tradición en estas tierras:
Los pastores no son hombres,
que son ángeles del cielo;
cuando nació Jesucristo,
fueron ellos los primeros.
Nuestros pastores, tras recorrer las calles, recordando a los vecinos que estábamos en Nochebuena, subían hasta la iglesia y allí se postraban ante el Niño Dios. 


Dos hombres de espalda, con los cencerros atados a la espalda, llegan a la iglesiaa ap
¡Quién sabe si más de uno sacaría de su zurrón una botella de leche recién ordeñada con la que hacer algún manjar de Navidad!

La tradición se perdió hace años, porque ya apenas quedan pastores y hace tiempo que dejaron de dormir en el campo. 

No obstante, algo quedó de aquello, donde hubo fuego siempre quedará rescoldo, y recientemente un grupo de animosos decidió recuperar esta bonita tradición, al menos en parte.

Hoy arriba de una docena de personas, entre las que hay algún niño, con lo que la esperanza aumenta de que la tradición se mantenga, vuelven a atarse los cencerros y a recorrer la noche de Pardilla anunciando el nacimiento de Dios.

En la iglesia y alrededor del altar entonan una serie de villancicos tradicionales, villancicos cuyas letras están en unos cuadernillos que mantiene la parroquia para este tiempo litúrgico: Campana sobre campana, 25 de diciembre, ¡Ay del chiquirritín!..., y entre medias siguen sonando los cencerros.

Seguramente en otro tiempo se cantaron villancicos diferentes, pero hay que renovarse y adaptarse a los nuevos tiempos.

una decena de personas cantando en torno al altar

cantores y tamborilero en torno al altar


Llega un tamborilero con su tambor, y el improvisado coro entona el villancico  que no podía faltar desde que Raphael lo popularizó en los años sesenta, El tamborilero. Fuentes directas nos hablan de que ya era cantado en Burgos capital antes de que el popular cantante lo grabara. En cualquier caso quedó incorporado a la tradición navideña de por estas tierras, y a los oídos de los más jóvenes puede sonar tan lejano como cualquier otro, como la Marimorena, que también cantamos.

El acto resulta íntimo, simpático, a pesar de que de vez en cuando no se coja bien el tono de la canción. «Hay que ensayar antes», se dirá alguno para sí; «para el año que viene saldrá mejor...», pensará un segundo; «... quizás seamos más», pensará algún tercero. Sin lugar a dudas, este es el espíritu de la Navidad, compartir algo de aquello y algo de la nuevo, en un acto que no requiere más despliegue e inversión que la voluntad de llevarlo a cabo.

Va siendo tiempo de dejar al Niño en la iglesia y seguir la marcha... Luego, enseguida, habrá que ir a cenar, pero mientras tanto...
A Belén, pastores,
a Belén, chiquillos,
que el rey de reyes,
ha nacido.
Es casi media hora lo que han permanecido en la iglesia, ahora toca dejarla,   siguen calle abajo sonando los cencerros, no hay un alma por las calles, pero ellos están ahí, y a la luz de una linterna se adentran en la oscuridad a las afueras del pueblo, los nuevos pastores van convirtiéndose en sombras poco a poco ellos también, los cencerros empiezan a sonar cada vez más lejanos... 

la gente de espalda, dejando atrás la iglesia, y allejándose por las calles

Actualización (29-12-2019): Nos informa Victoriano del Olmo Veros, a través de su hermana Luz, que estas cencerradas comenzaban el 8 de diciembre y duraban hasta la Nochebuena. Los pastores de los pueblos vecinos, Honrubia, Milagros..., se llegaban hasta Pardilla vestidos con sus zamarras de piel, y provistos de su zurrón y cayada, se congregaban junto a la fuente en el centro del pueblo. De allí, una vez colocados los cencerros alrededor de su cuerpo, emprendían la marcha por las calles, hasta subir a la iglesia. Hacían tal ruido, que hasta los perros se espantaban.