No hace tanto que ordenando y desprendiéndome de esos papales «que ya no voy a necesitar» di con un par de revistas de literatura y culturales de las que ya no me acordaba. Revistas de cuando compraba revistas en los quioscos o en las librerías especializadas, revistas cuya relectura me ha proporcionado unos conocimientos que realmente nunca llegué a asimilar. Así que ¿por qué no tentar a la suerte y esperar a que a la vuelta de veinte años esta revista me produzca un efecto parecido?
No hace tanto también que compré, esta vez en un quiosco del centro, otra nueva revista en la que escribían conocidos y algún amigo, revista que se me quedó corta, y ahora, con una mínima recomendación, sin pensármelo dos veces me suscribo por todo un año y por adelantado a una revista de la que nada sé.
Aquí está y el primer vistazo me resulta reconfortante, tiene un poco de todo: análisis, relatos, poemas, gente conocida, perfectos desconocidos....
En días sucesivos voy leyendo despacio y por puro placer uno a uno los artículos, uno a uno los relatos.
Me llama la atención la primera de las entrevistas, realmente extraordinaria. ¿Quién es Teresa Hidalgo? Una chica de melena lacia y negra que sonríe francamente y me recuerda a alguna artista de televisión. El entrevistador nos la presenta:
No es escritora, música, cineasta.
Seguramente esa primera frase yo la habría redactado de otra manera, pero me agrada ver esa flexión de música, femenino al que no pocos se resisten, y ese principio me parece un buen principio.
Teresa Hidalgo no es nada de eso, a pesar de un amplio currículo administrativo que se nos detalla de pe a pa, pero nada más empezar a leer preguntas y respuestas, me doy cuenta de que Teresa Hidalgo está en la revista porque tiene algo que contar, su vida, que puede ser la de tantas y tantas lectoras que nos refugiamos en los libros como asidero que nos arranque de la monotonía del día a día. Sin embargo, Teresa no es una lectora más, que descansa con los ojos metidos en el negro sobre blanco, Teresa es madre de una hija con síndrome de Down y la mitad de la entrevista va a girar en torno al día a día de Alicia, esa hija que se va superando con la ayuda y el esfuerzo de todos.
¿Qué hace una entrevista así en una revista cultural? Me lo pregunto y no termino de encontrar la respuesta, pero sin duda me ha gustado leer a esa madre, saber que en el mundo existen mujeres corrientes, o no tanto, como Teresa Hidalgo.
Encuentro la recomendación de lecturas pertinente, pero quizás un poco añeja, incluso algún libro ya me he leído... yo, que siempre llego tarde a estas cosas de las novedades.
Me gusta la sección de relatos, con plumas de aquí y de allá. Me gusta la sección de poemas, aunque un verso por el que sin duda no han pasados los ojos del corrector, me haga sonreír y me recuerde una vieja historia de braceros y braseros:
EstuporesMalditos estupores que rosaban con las ropasComo púas sanguinarias.
Rosaban, rosaban... Te enviaré una rosa cada día, que cantaba Alberto Cortez, que se nos ha ido sin sentir...
No, la revista no vaticina la muerte prematura del cantante, simplemente es que me rondan sus canciones, pero sí trae otra interesante entrevista con un músico desconocido que vive en Sitges en una autocaravana. También un artículo cuyo título es tan sugestivo como el contenido: «La literatura de la crueldad en la música rock».
Más y más cosas, pero no quiero despedirme sin mencionar una mención a Arturo Barea, ese escritor desconocido del que solo nos suena el nombre, el título de sus obras y sobre el que nada sabemos. El artículo se titula «El hijo de la lavandera» y en él se habla del clasismo económico, pero también de ese clasismo de la izquierda intelectual, aquellos jóvenes que se educaron en la Institución Libre de Enesñanza que tanto admiramos desde la distancia. Esas líneas me recuerdan una vieja discusión de mis tiempos de estudiante acerca de si la hija del catedrático, compañera nuestra, tenía algún tipo de ventaja respecto a nosotros más allá del enchufe. Alguien apuntó acertadamente:
«Ella tendrá todo tipo de libros y apoyos en casa mientras que los demás debemos ir a la biblioteca y ponernos muchas veces a la cola para conseguir un libro». De algo así se habla también en «La hija del camionero», una reflexión que no pertenece a la revista, pero que viene muy muy al caso.
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