lunes, 20 de agosto de 2018

Número 194. Mujeres detrás de las sombras (y II)

Mujeres detrás de las sombras (I)

Quizá sea Teresa de Cartagena el personaje más conocido de este ramillete de mujeres, que empiezan a ocupar el puesto que les corresponde en la historia y en la cultura. 

Para entender su personalidad hay que empezar hablando de su abuelo, rabino convertido al cristianismo, que adoptó el nombre de Pablo de Santa María, gran teólogo, fue nombrado obispo de Cartagena, de donde la familia tomó el nombre, y más tarde de Burgos.
"Le Monastére de las Huelgas, près Burgos" (19936968475)
Entre sus hijos destacaron Alonso de Cartagena, que fue como su padre un importante humanista, y Pedro de Cartagena, mercader muy rico que fundó un linaje y erigió el castillo de Olmillos de Sasamón. Pedro fue el padre de Teresa. 

Teresa estudió en Salamanca latín y griego, aunque no es seguro que lo hiciera en la Universidad, y volvió a Burgos donde ingresó en el convento de Santa Clara en el que permaneció nueve años.

De allí salió, no se sabe muy bien por qué motivos, para ingresar hacia 1449 en Las Huelgas, monasterio cisterciense muy ligado a su familia. Una enfermedad la dejó totalmente sorda, lo que según su propio testimonio le permitió una mejor comprensión de la obra de Dios. 

Su primera obra, Arboleda de los enfermos, tenía tal profundidad teológica que los sesudos varones que la leyeron dijeron que no podía haber sido escrita por una mujer. Respondió a estos ataques en una segunda obra, Admiración operum Dey, en la que inteligentemente adoptó una táctica de humildad que más tarde sería empleada también por santa Teresa: «Solo soy una pobre mujer, pero Dios reparte sus dones como quiere». 

De las puramente intelectuales pasamos a las más guerreras. La guerra de sucesión al trono de Castilla entre Juana de Castilla, la Beltraneja, desposada con el rey de Portugal, y su tía, la reina Isabel, la Católica, fue el marco donde algunas de estas mujeres destacaron, tanto en uno como en otro bando. 

Teresa Martínez de Cantalapiedra (Salamanca) defendió los derechos de Isabel. Fue apresada por los portugueses, torturada y finalmente ejecutada. En pago a sus servicios, los Reyes Católicos le otorgaron a ella, a su marido y a sus descendientes, la hidalguía del solar con 300 sueldos a perpetuidad.

En el bando de Juana encontramos a María de Sarmiento, esposa de Juan de Ulloa, señor (desde 1449) de Villalonso, Benafarces, Pozoantiguo y Toro. Este había entregado a Juana Toro y los castillos de Villalonso, Mota del Marqués, Tiedra y Urueña. Muerto en 1476 defendiendo Toro, su esposa siguió defendiendo la plaza y conservó el castillo después de haber entrado en ella los Reyes Católicos. Más tarde se rindió a cambio de perdón e indulto para ella y sus hijos.

Acuarela de Toro desde la orilla opuesta del Duero


Volvemos al bando de Isabel, pero sin movernos de Toro para hablar de Antona García, nacida en Tagarabuena, mujer del pueblo, pero rica y casada con Juan de Monroy, hidalgo, a ella la llaman gentilhombra. Formó parte de los conspiradores para entregar la plaza a Isabel, por lo que intentó abrirle las puertas de la ciudad. Fueron apresados y a Antona la encerraron en el convento de Santa Clara, fue ajusticiada por ahorcamiento, dada su condición de pechera, ya que no le alcanzó la hidalguía de su esposo. Su cadáver fue colgado como escarmiento de la reja de su casa, reja que la reina Isabel mandó dorar en su memoria, dando origen a una difundida leyenda..  

Tirso de Molina le dedicó una de sus obras, Antona García (1622). La describe como muy guapa y de presumir de haber cogido en brazos a un burro y al hombre que iba sobre él: «La Valentona me llaman, porque no sufro cosquillas». Sin embargo, muy en la línea de La perfecta casada (fray Luis de León, 1583), Tirso no está muy de acuerdo con este actitud activa en las armas, por lo que pone en boca de la reina Isabel las siguientes palabras: «Antona, ya estáis casada vuestro esposo es la cabeza», y le pide que se dedique a él, añadiendo los siguiente:
No os preciéis de pelear,
que el honor de la mujer
consiste en obedecer
como en el hombre el mandar.
Visiones distintas de la gente del pueblo que forja leyendas en torno a bravas mujeres, y la de los hombres de religión que ven en estas mujeres con iniciativa un peligro constante.

Dejamos a las mujeres guerreras que descansen en paz, y nos vamos a tierras de Ayllón, donde nos encontramos con una interesante figura de mujer, que García Amo considera su gran descubrimiento, y a la que solo puede llamar la Innominada pues en todos los documentos aparece como «la de Francisco de Briviesca», fallecido en 1581.

Aparece en los libros de tazmías, libros parroquiales donde se registran los diezmos que están obligados a pagar los vecinos. Ella aparece como la mayor contribuyente durante 17 años (1544-1561) en cereales y vid y durante 7 (1545-1552) en ganadería. Sin duda fue lo que podríamos llamar «una importante empresaria agrícola y ganadera», que dirigió su casa y hacienda durante todo ese tiempo, sin que los eclesiásticos que le cobraban los diezmos fueran capaces de nombrarla por su nombre y apellidos. 

García Amo finaliza haciendo hincapié en el hecho de que en los libros parroquiales se omite con frecuencia el nombre de las mujeres, incluso cuando fallecían, siendo referidas como «la de Fulano» o «Mengano y su mujer», cuando tenían hijos. Quizá haya llegado la hora de preguntarse por qué esta ocultación, como si quisieran que desapareciéramos de la faz de la tierra o como si no tuviéramos la condición de personas, para poder llevar un nombre propio.

Nota final: Agradezco a la autora de la conferencia las notas que en su día me mandó y que han servido, junto a mis apuntes, para pergeñar estos resúmenes.

1 comentario:

Sor Austringiliana dijo...

Bravas mujeres, algunas lo pagaron muy caro. Ay este Tirso lo que pone en boca de Isabel que no fue nunca perfecta casada al uso.
Conocía a la Cartagena, me ha impresionado Antonia...
Besos y gracias por el haz.