lunes, 16 de septiembre de 2024

Núm. 301. Quintanarraya, donde conviene pararse, si vas de camino (y II)

Después de visitar la iglesia de Quintanarraya, seguimos conociendo el pueblo y algunas de sus curiosidades, como por ejemplo que la antigua casa consistorial, con su correspondiente cárcel, no estuvo en la plaza, sino en una pequeña calle, perpendicular a la calle Real. En la plaza mayor sí que estuvo el corral de villa.

Mojón de piedra al lado de la iglesia

La calle Real, antiguo camino real hasta finales del siglo XIX, unía las localidades de Coruña del Conde y Huerta de Rey. Es una calle amplia, con algún hito que recuerda su antigua función y construcciones de todo tipo. En ella podemos reconocer algún ejemplar de la arquitectura tradicional de la zona, con dos pisos en piedra, el segundo más bajo aparentemente, pero con un remate central, a dos aguas, y provisto de balcón.

casa tradicional

Llegamos a los terrenos donde antes se situaban las eras, y ahora son campos destinados a practicar deportes. Las eras eran comunales, y a principios de junio se sorteaba el trozo que le iba a corresponder a cada vecino. 

Quintanarraya fue uno de los primeros pueblos en donde se hizo la concentración parcelaria. Ello propició la compra de maquinaria agrícola y el abandono de la trilla tradicional, dejando de tener uso las eras. Este adelanto en las nuevas técnicas agrícolas y la abundancia de tractores hizo que a los quintanarrayenses se les apodara como americanos

Se cultivaba trigo y cebada, y también algo de centeno con el que las mujeres fabricaban los conocidos vencejos, cuya flexibilidad permitía atar los haces. Con esta paja se hacían luminarias los días 15 y 16 de agosto, y además se aprovechaba también para chamuscar el cochino. Las mujeres aprovechaban también la recolección del hongo cornezuelo para vendérselo a los boticarios, que lo utilizaban en sus preparados por su contenido en alcaloides, para sacarse un dinero extra.

Campo de deportes, antiguas eras, hoy rodeado de árbolessTerre


«El cura de Navaleno, cuando no tiene pan de trigo, come pan de centeno», recuerda un visitante al hablar de la mala calidad del pan de centeno frente al pan de trigo, pero también de la resignación, más allá del chascarrillo, cuando se carece de algo. 

Por Quintanarraya, cruce de caminos, pasaba un ramal secundario que unía la cañada real Galiana y la Segoviana. Hoy otros caminos, con finalidades distintas, atraviesan esta localidad, como veremos más adelante.

Seguimos nuestro paseo por un camino paralelo a la acequia o canal. Cuenta con tres kilómetros de longitud y en buena parte está hormigonado. La concentración parcelaria y las aguas del canal permitieron la plantación de buenas extensiones de remolacha, cuyo producto se llevaba a la azucarera sita en Aranda. Hoy, abandonado este cultivo también, el campo cerca del canal, convertida la parte más cercana al pueblo en parque, presenta un aspecto relajante y ameno.

El canal alimentó también durante el siglo XX los rodeznos de cuatro molinos, dos particulares, uno perteneciente a la Iglesia y otro del concejo. Hoy todavía queda un testimonio, que podremos visitar, de esta actividad molinar tan importante tanto para la alimentación humana como para la del ganado.

Carretera de entrada al pueblo rodeada de árboles


Con el fondo del parque, hacemos una parada a la sombra para recordar que el británico Churton Fairman se había casado en 1949 con una exiliada española, Aurelia Pascual Pérez, originaria de Quintanarraya (ver nota 2 al final). Visitaron España, especialmente el pueblo de ella, y de esa experiencia nació el libro Another Spain (1952), donde describe la vida cotidiana de la posguerra en la España rural. Varias cosas llamaron la atención del británico, entre ellas el gran número de hijos que tenían las familias, y las malas condiciones de las mujeres a la hora de realizar las tareas domésticas, especialmente el lavado de la ropa.

Llegamos así al lavadero, que acaba de estrenar un mural conmemorativo del trabajo de esas mujeres, pintado por Susana Velasco. En una restauración anterior, el lavadero se cubrió y las «tablas» estaban elevadas, por lo que las mujeres no tenían necesidad de arrodillarse, lo cual suponía una cierta comodidad dentro de lo ingrato de la tarea. El agua del canal con salida natural alimenta también sus pilas.

Mural en el que se representa a las mujeres lavando.

Junto al parque infantil, el canal se ensancha para formar una pequeña «piscina», que sin duda hace las delicias de los más pequeños en las tardes del verano.

Seguimos su curso y llegamos a uno de los antiguos molinos, el que pertenecía a la Iglesia, todavía pueden apreciarse en él el cárcavo por el que pasaba el agua que movía el rodezno. En algunos casos estos molinos sirvieron también como batanes y proporcionaron la primera luz eléctrica a los pueblos vecinos. Ahora, que si de molinos hablamos, la siguiente parada será la del molino aún en funcionamiento. 

Nos recibe Jose, el Moli, que se presenta como el último molinero del río Arandilla. El último molinero de toda una saga de molineros nos va explicando las características del cauce, al que califica como «la piscina particular de sus hijos», 75 metros aguas arriba pertenecen al molino. Por el canal baja un caudal de 400 metros por segundo, la fuerza necesaria para mover el rodezno, pero cuando regaban la remolacha bajaba menos; se cerraba entonces una pequeña compuerta, que permitía remansar más agua. Parte abajo de la presa, el depósito tiene una profundidad de tres metros.

Jose aprovecha para contarnos alguna anécdota de cuando el molino daba luz a los pueblos vecinos. En cada casa había una bombilla, y si se encendían más, el molinero lo notaba porque el molino perdía velocidad. Era la hora de encender y apagar varias veces la llave general, lo cual provocaba que más de una bombilla se fundiera, con lo que el molino recuperaba su fuerza, capaz de atender a lo contratado. Quizás pagaran justos por pecadores, pero...

En el interior del molino nos colocamos alrededor de la plataforma donde se encuentran las piedras, protegidas por su guardapolvos, la tolva y el cajón para recoger la harina una vez molido el grano. El Moli nos explica que las piedras venían de Francia, y que necesitaban ocho años para fraguar. En picar las piedras se tardaba día o día y medio, y para ello se utilizaban una serie de herramientas con distintos filos. Las piedras destinadas a moler el trigo para la harina de consumo humano llevaban unas estrías adicionales, llamadas filantes, que tenían por objeto hacer más fina la harina. 

El mecanismo del molino solo se alimenta de agua, el rodezno va unido a un eje, que es el que mueve la piedra volandera, la de arriba. Jose muestra orgulloso una pequeña pieza en la que estuvo enganchado el eje y que funcionó durante muchos años; la hizo un herrero de Huerta con el mango de un almirez y latas de conserva. Las piedras, que tienen que estar completamente horizontales, se equilibran con unas pequeñas cuñas de madera de encina.

Vista general del interior del molino, a un lado el molinero explica su funcionamientoJose


Jose dice haber molido de todo, hasta bellotas, pero estas tienen que estar muy secas. En los últimos tiempos de funcionamiento del molino se molía solo piensos para el ganado, pero en el año 2000 bajó mucho el precio de los cerdos, y entonces se cerraron muchas granjas, con lo que también se acabó la actividad molinar. Él se desplazaba a los pueblos de alrededor a buscar los sacos de grano, una vez a la semana o una vez al mes. En cada uno de los viajes molía unos 30 0 40 sacos. El perro guardián debajo del carro del molinero era un colaborador esencial para la seguridad de lo que se transportaba.

Una visitante prueba con su mano la finura de la harina que sale por la canaleta

En un momento determinado, Jose acciona la palanca que pone en marcha el molino, porque todavía muele algo de grano para sus gallinas. 

Otras curiosidades y objetos se guardan en aquel espacio, donde se siguen desgranando anécdotas y suscitando preguntas, entre ellas que el polvillo de la molienda es el mejor cosmético para la limpieza del cutis, algo que en su familia conocían bien, pues él desconoció lo que era el acné juvenil. Una de las visitantes no duda en probar la finura del polvillo.

Salimos del pueblo y enfilamos el camino de las bodegas y del cementerio. A lo lejos se ve una construcción con un gran mural que anuncia que estamos en el Camino del Cid. Llegamos a la explanada donde se abren las bodegas, que dadas las características del terreno son poco profundas. Nos encontramos en el límite del cultivo de la vid, y allí se situaban también los lagares, algunas de cuyas piedras podemos ver por allí. El cementerio se amplió también a costa de los lagares, y una de sus piedras es la base del crucero colocado en su centro.

Por el lugar en el que nos encontramos transcurren dos caminos, el Camino del Cid y el Camino de Santiago de la Lana, que entronca en Burgos con el Camino francés. En algunos tramos, entre ellos Quintanarraya, coinciden ambos caminos, con la particularidad de que los ruteros del Cid suelen ir en bicicleta y en dirección SE, y los peregrinos a Santiago en dirección NE y mayormente andando.

Vista de las bodegas. Mural al fondo indicativo del Camino del Cid con el Cid a caballoco


Por Quintanarraya pasa un pequeño río que nace y muere en el término, el Dor, un afluente del Arandilla, además de otros arroyos. Quintanarraya es, por tanto, una localidad en la que abunda el agua, aunque la concentración parcelaria anuló algunos de estos arroyos, que conferían a su terreno la fisonomía de un tablero de ajedrez. 

Se acerca el final de la visita y ha sido todo un acierto haber incluido en ella la visita al albergue, sito en una ala de las antiguas escuelas. El albergue es pequeño, cinco camas creo contar, pero cuenta con todo lo necesario, incluido un rincón de estar, cocina, aseos y un pequeño vestíbulo donde sobre una mesa se encuentran los libros donde los peregrinos dejan sus mensajes. No me he podido resistir a hojearlo, aunque sea por unos segundos y a fotografiar uno de esos mensajes que me ha servido de inspiración para estas dos entradas.. 

Texto del mensaje en el texto del artículo


No solo se hace camino al andar, también al parar. Gracias por vuestra generosidad y por ser parte del camino.

Pedro, Madrid



La visita termina donde empezó, junto al majestuoso nogal de la plaza. Quintanarraya sabe cuidar sus árboles.

                                                                                                                           Agosto-septiembre 2024

Nota: Si tienes curiosidad por esta visita y estás lejos, quizá te sirva el vídeo de Canal Huerta.

Nota 2: Según la aportación de un familiar (ver los comentarios) Aurelia Pascual Pérez, no nació en Quintanarraya, sino en Bilbao. Sus padres, Dámaso Pascual Carazo y Felisa Pérez Yagüe emigraron de Quintanarraya a Bilbao y ella fue una niña exiliada en 1937 a Inglaterra donde se casó posteriormente con Churton Fairman, y con quien tuvo 4 hijos. Cuando éste viajo a conocer a su familia política en Berango (Bizkaia),(primera parte del libro) viajo junto a su mujer y suegra a conocer Quintanarraya. Era mi tía.


domingo, 8 de septiembre de 2024

Núm. 300. Quintanarraya, donde conviene pararse, si vas de camino (I)


Cuadro con el año en el que se cubrió el lavadero, 1963 y una pintada posterior en la que se lee Quintanarray@aya en la que se lee Quintanarraya y el año ellavadero

En este paseo por Quintanarraya, empezaré casi por el final de la visita, por la anotación que un peregrino dejó escrita en el libro del albergue: 

«No solo se hace camino al andar, también al parar.»

Nunca, pese a la relativa proximidad había estado en Quintanarraya. Mentiría si dijera que el indicador de la carretera me había pasado desapercibido, pero lo cierto es que nunca me había planteado ir ex profeso y tampoco se puede decir que me pillara de camino. El pasado día 25 de agosto tuve la oportunidad de conocerlo a conciencia de la mano de Pedro y el programa ¿Te enseño mi pueblo?

Edificio de la junta vecinal. A un lado parte del nogal

La cita es en la plaza junto al emblemático nogal, al lado del edificio de la junta vecinal, salón de los quintanarrayenses. La planta baja sirve para todo tipo de celebraciones, incluidas las de su patrón, San Pedro en Cátedra, que se celebra en febrero. También puede alquilarse para otro tipo de actos. En un lateral está el consultorio médico y arriba el bar, al que se accede por una escalera exterior, a la espera de que se disponga de los fondos para instalar el ascensor que en su día fue planificado, pero no llevado a cabo. El bar es amplio y cuenta con hermosos ventanales y vistas, amén de una buena terraza y otra más pequeña para disfrutar en el buen tiempo.

Pequeña puerta románica de acceso a la iglesia con arco lobulado


La iglesia, irregular y de distintos estilos y épocas, se encuentra allí mismo. Accedemos a ella por una puerta que parece sacada de un cuento de hadas, románica y con un arco lobulado de influencia árabe. 

Virgen sedente con el Niño sentado en su pierna izquierda. Gira la cabeza ligeramente hacia su madre. Ambos llevan ricas coronas.
En la iglesia se pueden apreciar distintas obras de arte, empezando por la sencilla pila bautismal románica, que ocupa el centro de la primera capilla del lado del evangelio. En esta capilla se encontraban una serie de pinturas pertenecientes al antiguo retablo. En el 2005 se restauraron y se colocaron en otra capilla que se adecuó como museo. Se trata de la capilla de López Figueroa, pero antes de llegar a ella, conviene fijarnos en la imagen gótica de la Virgen con el Niño, que muestra unos colores muy vivos en los ropajes, fruto de una reciente restauración. Los vestidos tanto de la Madre como del Infante son lujosos con detalles de la moda de época, siglo XIV.
 
Retablo barroco completamente dorado de tres calles
Sin duda es el retablo mayor, barroco, lo que más llama la atención por su grandiosidad. Presenta una arquitectura en tres calles separadas por soberbias columnas, siendo las del centro dobles. Completamente dorado, fue tallado y transportado en piezas a Quintanarraya, Costó tanto dorarlo como tallarlo. Lo preside la imagen del patrón, San Pedro en su Cátedra y lo corona un crucifijo. En los laterales pueden verse las imágenes de San Vicente Ferrer y Santa Bárbara.  

Este retablo, del siglo XVIII, sustituyó a uno renacentista de tablas, que tras su colocación en una de las primeras capillas, fue restaurado a principios del siglo XXI y colocado en una capilla, que se abre en el presbiterio en el lado del evangelio; se trata de la capilla de López de Figueroa o capilla Resina, por ser la familia Resines sus arquitectos. Esta capilla, auténtico joyero, llama la atención ya desde su entrada. 

Escena del nacimiento de Jesús con ángeles



Diego de Urbina fue el que pintó las antiguas tablas, que representan escenas de la vida de la Virgen y de la infancia de Jesús. Además puede contemplarse un retablo con distintas imágenes y otras piezas de arte. Merece la pena mirar para arriba y contemplar la bóveda renacentista estrellada, flanqueada por cuatro lunetos. en forma de semiveneras. 

Bóveda estrellada

Salimos de la capilla museo y nos acercamos al lado de la epístola a contemplar la capilla del Cristo. En el camino veremos la imagen de la patrona del pueblo, la Virgen de la Antigua, cuya devoción llegó de Sevilla. Preguntamos si el nombre de Antigua se lo ponen a las niñas en Quintanarraya, pero se nos contesta que no hay ninguna que lleve ese nombre.

La nave de la epístola se remata con una capilla gótica situada debajo de la torre. 
En ella encontramos un altar barroco presidido por un Cristo gótico, sin duda otra joya del templo.

Capilla gótica presidida por la imagen de Cristo

Salimos de la iglesia, no sin antes echar un último vistazo a todo el conjunto y vamos ahora hacia su exterior donde nos esperan otras sorpresas.

La portada barroca del siglo XVIII, presidida por San Pedro en Cátedra, se abre solo para las solemnidades. El suelo del atrio es de piedra caliza de Espejón, y está bordeado por un jardín en el que se han plantado distintas especies de árboles autóctonos representativos: sabina, encina, quejigo y enebro. Un gran detalle este de integrar naturaleza y arquitectura. 
Portada barroca presidida por San Pedro en Cátedra


La torre se hundió en 1930 y reedificada poco después. En ella un texto reza: «El esfuerzo de un pueblo me levantó con la vista de su alma fija en Dios».

Torre de la iglesia



Puede apreciarse en ella un escudo del obispo portugués Acosta. 

Ábside y árboles


Dejamos la iglesia, pero del pueblo nos queda todavía mucho por recorrer, y seguiremos deteniéndonos en esos muchos detalles que nos brinda este pueblo.

miércoles, 28 de agosto de 2024

Núm. 299. La edad del sueño: la vida recordada

Ya casi al final de la novela, Martín Cebrián recuerda una cita de García Márquez: «La vida no es como la vivimos, sino como la recordamos», y a recordar, más bien a recrear, la vida de antes, dedica Modesto Martín Cebrián esta novela, que tan gratos momentos me ha hecho pasar este verano.

Casa vieja con dos balcones con tiestos de flores. Una silla al lado de la puerta.psi


Martín Cebrián, maestro y etnógrafo entre otros títulos, reúne en más de 400 páginas no solo lo que fueron sus recuerdos de infancia en su pueblo, Villabrágima, también mucho de su experiencia como educador y recopilador de la cultura oral. Y ello, dando un salto en su actividad previa, con una obra de ficción que sigue el guión clásico: introducción, nudo y desenlace.

Enseguida conocemos a David, un joven que percibimos como «distinto», que nos va a llevar por la vida de un pueblo en la segunda mitad del siglo XX. El culto a Miguel Delibes y su influencia en Martín Cebrián es algo que se nota también enseguida. Porque «ser de pueblo es un don de Dios», parece recordarnos a cada página o a cada capítulo, con la introducción de nuevos personajes que van a servir de hilo conductor de aspectos de la vida rural. 

A través de ellos recordamos las pequeñas tiendas, ahora diríamos de chuches, que alegraron nuestra infancia con pequeñas golosinas y a las que íbamos a gastar las propinas que de tíos y abuelos juntábamos los domingos y fiestas de guardar. Recordamos los mil oficios que había que tener para mantener una casa, cuando no se tenía suficiente hacienda; recordamos las prácticas religiosas, cómo eran aquellas escuelas, los buenos maestros, los menos buenos y los malos que nos tiraban de las orejas o nos imponían castigos físicos. 

Un personaje singular recorre el libro de principio a fin, se trata de la joven Anunciación, desaparecida un buen día sin que nadie tuviera una mala pista, y de la que apenas sabemos nada, pero que se convertirá en ese hilo recurrente a través de pequeños detalles. Anunciación, mejor dicho su desaparición, dejó tanto impacto en el pueblo, que sería difícil olvidar ese hecho, incluso después de descubierto el misterio muchos años después.

La abuela Jacoba, Beatriz, la madre, la señora Antolina, mujeres de pueblo que todos hemos conocido, y que sin ellas la vida no hubiera sido posible. También, por supuesto, los hombres: los abuelos, el padre, el cura, el boticario, los vecinos, los amigos... Los primeros juegos, los juegos en la calle, la experiencia como monaguillo, el estudio concienzudo guiado por la madre hasta aprender a leer..., toda su formación hasta terminar en un internado, donde acabaría de formarse.

No falta en el recorrido por la vida de aquellas gentes de los años cincuenta el recuerdo para los perdedores de la guerra, y para sus descendientes, condenados a ocultar su pasado y su presente, que difícilmente podían esquivar con subterfugios. «REQUISADO», ponía en varios papeles guardados en una caja en el desván, caja que desapareció sigilosamente, de la misma forma que apareció. ¡Cuántas de esas cajas quemadas por miedo vestido de precaución!

Escrito con mimbres muy castellanos, al principio pensé en ir apuntando las palabras, los muchos localismos, las palabras desaparecidas con el cambio de vida, pero eran tantas, que enseguida olvidé la tarea y decidí disfrutar de la lectura. No es un libro para leer de un golpe, y no solo por el número de páginas, es un libro para leer poco a poco, dos, tres páginas al día y disfrutarlo, y disfrutarlo dejándose llevar por las palabras, por las cantinelas, por los refranes, por las adivinanzas, que sabiamente Martín Cebrián ha colocado a todo lo largo del texto. No vamos a decir que es una antología de lo mejor de la tradición oral, pero sin duda, pertinentes y bien colocados los muchos testimonios que aparecen. 

Por aquí va la hormiguita, buscando su casita...

En definitiva, esta novela es un buen broche para toda una carrera dedicada a la investigación etnográfica, pero sobre todo es una fuente de disfrute.


Título: La edad del sueño

Autor: Modesto Martín Cebrián

Ediciones Eolas

Año: 2024

ISBN: 978-84-10057-11-1

martes, 2 de julio de 2024

Núm. 298. El vino, con el amigo: ¿Tomamos un rioja?

Para comentar la última novela de Concepción Mira, ¿Tomamos un rioja?, quizá fuera mejor ilustración un par de copas, una al lado de la otra, pero no tengo ahora mismo esa imagen en digital, así que vayamos al origen e ilustremos con la foto de una viña, que sin viñas no hay vino.

Viña y nogales. En primer plano una pequeña cerca de piedra

Una viña, que, no nos engañemos, nada tiene que ver con las descritas por Conchita —para mí Concepción Mira siempre será Conchita— en su novela, porque en ella la autora nos traslada a la Rioja, al corazón de una gran finca de bodegueros, de esos de toda la vida. La viña de la foto es mucho más modesta, pero quizá menos conflictiva, aunque nunca se sabe.

Novela de pasiones, de crímenes resueltos muy al principio, que ese no es el caso, porque no estamos ante un thriller, sino ante los conflictos de unos personajes, que de normales no tienen nada. ¿Cómo pueden los tres protagonistas llegar a esos extremos, por mucho rencor que aniden y deseen la venganza sobre todo? Un crimen nunca resuelve otro crimen, pero no estamos ante una novela que pretenda dar lecciones de moralidad, sino ante la narración de unos hechos, que, si no sucedieron así, bien pudieron suceder.

Se escuda la autora en el viejo recurso literario de haber oído la historia durante un viaje en tren, y esa anécdota haberle recordado las viejas tragedias griegas. De ahí sale una novela,  que, como dice su prologuista, es casi adictiva. Hay que reconocerlo, la novela llega a enganchar, abunda en diálogos que en alguna parte se convierten en cursillos de viticultura, todo ello sin descuidar la gestión comercial, porque como dice cierto bodeguero que conozco: «Hacer un buen vino no es difícil, lo difícil es venderlo», y esta novela ya va por su segunda edición.

Se lee bien, que no es tontería ni menosprecio. Te la puedes llevar a la playa, sin temor a que la arena la deje inservible, y si la lees en una tarde de lluvia, sírvete una copa de tu vino preferido para tomártelo junto a Conchita, porque qué mejor compañía que un libro, un vino y una amiga.

Autor: Concepción Mira

Título: ¿Tomamos un rioja?

Editorial: Círculo Rojo

Año: 2024

ISBN: 8411999858


lunes, 3 de junio de 2024

297. Las herederas

Fue en una tertulia literaria sobre el cambio climático, compartiendo mesa con una escritora conocida, donde conocí a la hasta entonces para mí desconocida Aixa de la Cruz.

Y confieso, igualmente, que lo que me enganchó fue oírle decir que la novela se había gestado en una aldea de Burgos, en la que la autora urbanita había pasado la pandemia con su familia. 

En primer plano un gran espacio rural vacío, al fondo un par de casas. El cielo muy azul,


Las herederas de la casa de la abuela en aquel pueblo perdido son cuatro, dos y dos hermanas. Ha llegado la hora de hacerse cargo de la herencia, y la casa y el pueblo las acogen durante un fin de semana del verano. Bien distintas entre ellas, llevan hasta la casa sus propias inquietudes y preocupaciones, incluida la del hijo de una de ella, un niño que todavía gasta pañal.

La primera acción que emprenden presionadas por la mayor, la que parece más científica y racional, es rebuscar por los cajones las pastillas a las que la abuela, que se había suicidado abriéndose las venas meses antes, era al parecer adicta. Saber las razones por las que la abuela se ha quitado la vida es importante, pero no será lo más importante.

La casa, a pesar de todo, parece ser no solo amplia, también acogedora, y además susceptible de transformarse, para proporcionar alojamiento a los peregrinos que puedan desviarse ligeramente de su camino, o quién sabe. Cada una de ellas, tratando de dar un giro a sus vidas, trazan para sí sus propios planes.

Las herederas es una novela rural, pero no es una novela al uso. No hay nada en ella que lleve a épocas idílicas en las que se carecía de todo y se disfrutaba con cualquier cosa, Las herederas es una novela de urbanitas, que tratan de encontrar, en contacto directo con la tierra, lo que el asfalto no ha sido capaz de proporcionarles. Novela del siglo XXI, con inquietudes propias del siglo XXI, no defrauda en su desarrollo: el campo es salvaje y tiene sus peligros bien visibles, pero son peligros fáciles de domesticar con la ayuda de San Google, Para las necesidades más inmediatas, no faltará el pueblo cercano o ya, llegado el caso, el repartidor de Amazon.

Pronto sabemos que cada una de las herederas, no solo la abuela, mantiene una estrecha relación con los distintos tipos de drogas. Sobre esa relación transcurre casi toda la novela, que entre medias nos deja magníficas descripciones de paisajes y estados anímicos en ese pueblo que adivinamos llenos de ruinas, algunas de las cuales pueden esconder algún secreto y alguna clave.

Puerta de corral totalmente rota. Deja ver a su través la hierba inculta.la n

La narración se mueve de mujer a mujer, de punto de vista a punto de vista, de interior a interior, dejando que cada acto, a veces insignificante, penetre en la psique de cada una de ellas. A medida que pasamos hojas, vamos no solo conociéndolas, también compartiendo sus vivencias.

El pueblo se nos describe como aparentemente habitado por mujeres ancianas y por un señor con cosechadora dispuesto a arrollar a algún incauto urbanita que se pierde por allí; pero estas personas parecen estar dispuestas a acudir a la invitación de las hermanas para celebrar el supuesto cumpleaños del niño. El niño que, casi mágicamente, crece de pronto en aquel fin de semana.

Decididas a quedarse en el pueblo, incluso a repoblarlo, ¿de qué vivirán esas mujeres? ¿Solo de ilusiones?

Camino con muchas amapolas en el centro



Titulo: Las herederas

Autora: Aixa de la Cruz

Editorial: Anagrama

Año: 2022

lunes, 6 de mayo de 2024

296. El asesino ciego: las formas de despellejar un gato

 «Hay que salir de debajo de la parra», les digo de vez en cuando a esas amigas lectoras con las que comparto impresiones sobre nuestras lecturas.

Ya que la vida nos impide viajar, viajemos. Viajemos con la imaginación, guiadas por la buena escritura de esas plumas internacionales. Y eso hice, cuando vi en el estante de novedades de la biblioteca El asesino ciego de Margaret Atwood. Tenía un mes por delante para disfrutar de esta autora canadiense, de la que ya había leído su famoso Cuento de la criada.

Los primeros días avanzaba poco, me gustaba esa forma de describir lo cotidiano, me recreaba en los pequeños detalles...

He repasado lo escrito hasta ahora y me parece inadecuado. Tal vez haya demasiada frivolidad, o demasiados detalles que podrían considerarse frívolos. Muchos trajes, de estilos y colores pasados de moda, alas caídas de mariposas. Muchas cenas, no siempre buenas. Desayunos, pícnics, viajes oceánicos, bailes de disfraces, periódicos, paseos en barco por el río. Pero en la vida una tragedia no es un gran grito que dura un instante. Incluye todo lo que conduce a ella. Hora tras hora de trivialidad, día tras día, año tras año y, luego, el momento repentino: la puñalada, el neumático que explota, la caída en picado desde el puente.

Hacia el final de las más de seiscientas páginas que ocupa la novela, la propia autora le quita aparentemente la pluma a la protagonista principal para reflexionar sobre lo escrito. Estamos ante un ejercicio de metaliteratura, que no estorba ni quita, al contrario, añade a la historia que está contando.

Una historia que, como en tantas otras ocasiones, contada como capas de cebolla, como muñecas rusas desplegadas y colocadas en un orden desordenado en el estante de la vida. 

Una mujer, ya anciana, empieza a escribir sus memorias, memorias que van dirigidas a una nieta que apenas conoce, lejana, pero que va a ser su única heredera. Las memorias se mezclan con su cotidianidad, con sus limitaciones propias de la edad y de la enfermedad.

El desencadenante es un premio homenaje a un libro de culto, El asesino ciego, póstuma y única novela de una joven que, al final de la guerra, se suicida precipitando el coche que conduce por un puente.

La joven pertenecía a una familia importante de la ciudad, su hermana es la encargada de presidir el homenaje muchos años después, pero ¿era todo oro lo que brillaba en aquella sociedad? 

Página a página vamos desgranando la saga familiar con todas sus miserias. 

Dice una amiga que los relatos de la Atwood cuentan historias de mujeres, mujeres y más mujeres. Así es, y así tiene que ser, porque si nosotras no hablamos de nosotras, ¿quién? Porque aunque el entorno de las hermanas Chase esté muy alejado del nuestro, siempre hay algo común que nos une a las mujeres, aunque haya que leer las líneas y la novela entera como una metáfora. Nuestras miserias, nuestras tragedias pueden ser mucho menos novelescas que las de las protagonistas de las novelas, pero son.

Puede que a esta novela inmensa, más de seiscientas páginas, le sobren detalles, pero en ellos está precisamente el regocijo de la buena literatura. 

Siempre nos quedará además el pueblo llano con sus personajes secundarios para acercarnos a nuestra realidad. Reenie, mujer para todo, encargada de criar lo mejor que puede a dos niñas huérfanas de madre, y casi de padre, pues este no es otro que uno de los muchos muertos vivientes que dejó la otra guerra, la llamada Gran Guerra, merece por sí sola la lectura de la novela.

Una característica de Rennie, mujer pragmática, que no puedo dejar de mencionar es su afición a las máximas y refranes. Como estudiosa de ellos, me pregunto cómo serán sus equivalentes en el original inglés y cuántas veces la traductora, Dolors Udina, habrá recurrido a las técnicas de compensación. La fraseología en general resulta tan natural en la versión española que solo puede haber detrás una excelente profesional.

Algunos refranes son claros calcos del inglés. No hace tanto que incorporamos a nuestra lengua La curiosidad mató al gato, pero qué apropiado ese A buenas horas, mangas verdes, tan de nuestra cultura, sea lo que sea que Atwood haya escrito.

Pero, como solía decir Reenie, siempre hay más de una manera de desollar a un gato. Si no puedes hacerlo directamente, abórdalo dando un rodeo.

El subrayado es mío, There is more than one way to skin a cat. Refrán muy utilizado en América en otros tiempos, pero ¿quién se atreve en el siglo XXI a despellejar gatos sin más? Udina en un préstamo directo lo hace, ¿y Atwood? La traductora bien podría haber recurrido a la traducción equivalente que dan los diccionarios, Cada maestrillo tiene su librillo, o sin salirnos del mundo animal, al más popular en Hispanoamérica de Cada uno tiene su manera de matar las pulgas; pero apliquemos el propio refrán y dejémoslo aquí. No seré yo quien corrija a dos excelentes escritoras.


mural en un casa del pueblo de Quemada que representa a un gatoa
Quemada (Burgos) Mural del Gato.


Título: El asesino ciego (The Blind Assassin, 2000)

Autora: Margaret Atwood

Traductora: Dolors Udina

Editorial: Penguin Random House, Barcelona, 2023.


miércoles, 6 de marzo de 2024

295. Cartas a las mujeres de España

Pese a tener pleno conocimiento de quién fue y qué escribió María de la O Lejárraga García -como diría mi amigo Alvear, la gente en España tiene madre y por lo tanto, segundo apellido-, reconozco que apenas he leído cosas de ella, aunque vería y volvería a ver mil veces, ya fuera en teatro o en cine, esa joya humanamente literaria que es Canción de cuna. 

Por todo ello, cuando en la estante de «novedades» de la biblioteca de mi barrio vi Cartas a las mujeres de España, no me quise resistir. Había llegado la hora de leer algo más de la Lejárraga y de los feminismos históricos.

En edición de Renacimiento realizada por Juan Aguilera Sastre e Isabel Lizarraga Vizcarra, se recogen en el volumen las cartas que publicaron en Blanco y Negro, durante 1915 y 1916, María Lejárraga y su marido Gregorio Martínez Sierra. Como se sabe y se recuerda en el ensayo previo de los editores, aunque las firmaba él, era ella quien escribía los textos;  Martínez Sierra los repasaba antes de mandarlos a la revista. Las cartas se publicaron en un volumen de 1916 firmadas igualmente por G. Martínez Sierra.

Sorprende hoy este tejemaneje, esta «usurpación» de la personalidad, que solo el tiempo y la investigación posterior han sido capaces de dar a cada uno lo suyo; pero para entender esta obra, quizá haya que viajar de verdad en el tiempo y situarnos en aquella sociedad pacata, que quería ser moderna. Sorprende, además que, visto con los ojos del siglo XXI, estemos ante un libro «ferminista», aunque quiero entender el esfuerzo realizado por el matrimonio, y sobre todo por Lejárraga, para hacer que ciertos principios mínimos llegaran a las mujeres de aquella sociedad española de comienzos del siglo XX.

Martínez Sierra no solo firma, sino que desde una voz y una posición «masculinas», da consejos y no solo consejos, recetas morales, en un auténtico ejercicio de lo que hoy llamaríamos un mainsplaining, claramente excesivo, a las mujeres de la burguesía española. Porque no nos engañemos, pese a que las obreras aparecen en estas cartas, las destinatarias son las mujeres de la alta sociedad, seguidas por las pobres mujeres de la clase media, y digo pobres, porque probablemente a la mayoría de ellas no les quedaría demasiado tiempo para leer revistas después de encargarse de la casa y el cuidado de los hijos y demás miembros de la familia. 

Hay un capítulo curioso en el que él, el varón, trata de dignificar ese trabajo doméstico que recaía sobre las espaldas de las mujeres en la Edad Media, mientras que en los albores del siglo XX, las máquinas las han liberado de las más penosas tareas: la ropa se compra hecha, ya no se teje, ya no se hila, no se lava, no se friega... Aunque todo eso sucede en Norteamérica, tomada como modelo, donde ya existen las máquinas de lavar y donde ya no se enciende la lumbre, pues existe el gas y la electricidad. Nada que ver esta estampa americana con la que nos dejó el gran fotógrafo Alfonso de su mujer, lavando la ropa con balde y banquilla en la buhardilla donde vivían en sus primeros tiempos de matrimonio.

En primer plano una mujer joven lava la ropa en un balde en lo que parece una cocina. La luz entra por la izquierda por una ventana en el tejado.
Mi mujer (1904) por Alfonso Sánchez García

Algunos capítulos, algunas cartas, sorprenden porque parecen salidas directamente de los mejores consejos de la Sección Femenina algunas décadas después, ese estar contentas para alegrar a los maridos que llegan cansados tras una agotadora jornada de trabajo. La mujer, el ama de casa, a pesar de su también dura jornada debe mandar a los chiquillos caprichosos a la cama prontito para poder gozar de cierta intimidad con su marido a la hora de la cena y posteriores momentos de sosiego. De no hacerlo así, el marido terminará por irse de casa a buscar lo que no encuentra en ella.

El ánimo religioso tampoco está ausente, Dios quiere que seamos felices, y para ello, nada mejor lo que tan bien resumían mis monjas y Lejárraga y Martínez Sierra desarrollan en varios párrafos: «Hay que estar siempre alegres para hacer felices a los demás». Junto a estos alegres consejos una gran lección en lo que respecta a la caridad, que debe empezar por la justicia laboral. Paguen justos salarios a sus sirvientas, les dicen a las ricachonas. 

Dentro de los capítulos curiosos, «¿Qué deben estudiar las mujeres?». Bueno, pues de todo, aunque por orden: primero Ciencia, Derecho e Historia, y luego todas aquellas materias que llenaban los bachilleres de otros tiempos -por supuesto una mujer de su casa debe saber de cuentas, cálculo-, y para nuestra sorpresa en dos personas de letras, ¡consideran la gramática totalmente inútil! No hay que perder el tiempo en tratar de entenderla.

En ese dar una de cal y otra de arena, en otro capítulo se aconseja a las mujeres de la burguesía que busquen tiempo para ellas, que junten unos cuartos para poder alquilar un local y creen sociedades en las que poder reunirse a charlar de sus cosas, a oír música, a ser ellas mismas... ¡Qué importante este consejo sobre todo hoy día en los pequeños pueblos!

Busto de Clara Campoamor portando una banda abolicionista de la prostitución
Madrid, 3 de marzo de 2024

Para terminar, me detengo en uno de los últimos capítulos en el que los autores «responsabilizan» a las madres de que los hijos persistan en el «Vicio, así, con mayúscula». Un poco excesivo cargar sobre las madres la responsabilidad de eliminar el Vicio, es decir, la prostitución, de la sociedad. En realidad los autores remiten a la necesidad de una educación afectivo sexual, tan necesaria en aquella sociedad como en la presente. 

En este 8 de Marzo en el que el feminismo se ha declarado claramente abolicionista no está de más recordar alguna frase del libro: «¡Mejor que abrir casas de maternidad para mujeres deshonradas es evitar la tolerancia infame que hace de la deshonra de la mujer un juego para el hombre que se llama honrado!...»

Título: Cartas a las mujeres de España

Autores: María de la O Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra

Editores: Juan Aguilera Sastre e Isabel Lizarraga Vizcarra

Editorial; Renacimiento.

Año: 2022 


lunes, 19 de febrero de 2024

294. Las mujeres de Ulpiano Checa

En Colmenar de Oreja, pueblo de Madrid, que ahora parece que se ha puesto de moda, hay un museo de esos que conviene visitar, es el museo dedicado al pintor Ulpiano Checa, natural de esa villa. 

Reconozco que hasta ayer era para mí un perfecto desconocido, pero no perdí la tarde cuando quisimos pasarla un poco más para allá de Chinchón. 

Han dedicado los colmenarates un edificio en el centro de la villa a albergar la obra del pintor, que se distribuye en tres plantas. Al edificio, totalmente accesible, se accede por un jardín, en el que puede contemplarse también elementos muy característicos del pueblo, un tinajón y una piedra labrada. 

Si por algo sorprende la obra de Checa a los que de arte no entendemos nada es por la variedad y los muchos temas que tocó: costumbristas, retratos, mitológicos, romanos... También por el colorido y el movimiento de los muchos caballos, casi todos al galope, volando, que aparecen en muchos de sus cuadros.

Yo quise fijarme especialmente en las mujeres que aparecen en ellos. Veamos, Martína García, la torera, paisana del pintor a la que vemos de perfil y medio cuerpo. Lamentablemente mi foto no salió, pero puede verse en el enlace. 

En el otro extremo podríamos situar a la poetisa Philadelphe de Gerde, a la que probablemente pintó en su estancia en los Altos Pirineos; para mí otra desconocida hasta ayer. Vestida de negro, con la melena suelta enmarcando su rostro risueño, sostiene la pluma de la que salen sus versos.


Retrato de la poetisa. Viste de negro y está en actitud de escribir con pluma de ave
Philadelphe de Gerde


Hay entre sus retratos damas elegantísimas pertenecientes a la alta sociedad, a las que el pintor muestra espléndidas ataviadas con sus mejores galas y joyas.

Dama sentada luciendo vestido blanco de fiesta

Según cuentan en la sala dedicada a Roma, Checa quedó encantado con algunas novelas de romanos, Benhur de Wallace entre ellas, y ello le llevó a recrear una serie de escenas, esas mismas escenas que más tarde servirían a los cineastas para recrearlas en el cine. En la sala se puede visionar la famosa carrera de cuádrigas entre Benhur y Messala, basada en uno de los cuadros.

Sin embargo, a pesar de su espectacularidad, es el cuadro de una joven el que me llama la atención con esa serenidad que nos mira desde ¿hace cuánto tiempo? 

Joven romana vestida de blanco, sentada con las piernas cruzadas y decorado monumentaldo gcsve

Checa pintó mujeres de todas las edades, de todas las clases sociales y en todo tipo de actividades. ¿Qué decir de esa mujer joven y sonriente del cuadro Lectura placentera?

Retrato de una joven vestida de blanco, con cinta negra al cuello que sostiene un libro y sonríecon
Lectura placentera


Las escenas costumbristas, algunas de ellas mostrando lo cotidiano desu pueblo, nos dejan también bellos ejemplos femeninos.   

Muchacha vestida en traje campesino, acompañada de un burro que lleva serones. eajea
Regreso del mercado

Mujeres mayores, 


Retrato de mujer mayor. Viste de negro

algunas de su familia,

  
Retrato de la madre del artista. Viste de negro

que miran circunspectas desde los lutos.


Busto de dama joven vestida son sobriedad de negro. La cara y las manos pálidas contrastan con el negro del vestido


Los sobrios atuendos de estas damas contrastan con los coloridos trajes de campesinas y gitanas, pero nada como la sobriedad en blanco de este medallón.
Busto de mujer vestida de blanco y escote. Una rosa rosa sobre su hombro izquierdo.a cm



lunes, 29 de enero de 2024

293. Lecciones de química... y alguna de física

Hace tiempo que no comento aquí alguna de mis lecturas, y quizá haya llegado el tiempo de hacerlo con una de las últimas; un libro atípico para mí, porque está en inglés, y porque no suele entrar en la clase de novelas que suelo leer, Lessons in Chemistry.

Portada de la edición en ingleś


Me la prestó una amiga, sin preguntar y acompañada de una velada recomendación, asegurándome que, pese a estar en inglés, era fácil de leer. Nunca viene mal un refresco de la lengua de Shakespeare, así que Go on, you can do it!

De Shakespeare hay poquito en esta obra, escrita en un inglés actual y coloquial, quizá demasiado coloquial para mi nivel, así que esta vez no hablaré de palabras ni de expresiones, me atendré al meollo, procurando no destripar demasiado el contenido.

En los años 50 y 60 del siglo pasado, EE. UU., la protagonista, Elisabeth Zott, es una química que ha tenido que interrumpir los estudios por una agresión sexual de uno de sus profesores, ¡vaya novedad! Sí, en aquel país de comedias rosas y teléfonos blancos, también ocurrían estas cosas, probablemente con mucha más frecuencia de la que creemos. Entra a trabajar en una empresa y allí conoce al que sería el hombre de su vida: David Evans, eminente científico, que ya ha sido nominado para el Nobel. ¿Joven y ya para Nobel? Uno de esos pecadillos que tiene la novela, quizá puesto ahí para poner de relieve las distintas expectativas profesionales de mujeres y varones.

Porque Zott y Evans comparten más que una profesión, comparten un pasado carente de vínculos familiares, son dos solitarias almas gemelas, que se entienden. Pese a estar hechos el uno para el otro, Zott toma una drástica decisión, no se casará con Evans, aparentemente para no seguir los convencionalismos sociales, seguir siendo ella y conservar su apellido.

La tragedia, un accidente mortal que sufre Evans cuando paseaba al perro, cambia totalmente la vida de Zott. Casi inmediatamente, ya puesto de manifiesto su embarazo, es despedida porque es política de la empresa no tener empleadas embarazadas y menos si están solteras. ¿Cuántas mujeres no son despedidas todavía hoy -los subterfugios son innumerables- cuando se convierten en madres?

Zott no se arredra, se crece ante la adversidad. Convierte la cocina de su casa en un laboratorio funcional, y nombra ayudante a su perro, Six Thirty, un inteligente animal, al que solo le falta hablar, por utilizar una frase coloquial de por aquí. Su fuente de ingresos principal es hacer para sus antiguos compañeros de laboratorio los trabajos que ellos son incapaces de hacer.

El nacimiento de su hija se produce en la más absoluta de las soledades. Todo va bien, gracias a que el tocólogo es un amigo conocido de sus actividades de remo, porque Evans y Zott practicaban esta actividad deportiva, no muy recomendable para mujeres, pero ¿qué les importaba eso a ellos?

Zott se entrega a la crianza de Medeline, Mad, con una actitud científica. No podía ser de otra forma, pero en su mar de dudas de los primeros días, aparece una figura decisiva, Harriet, la típica vecina cotilla, que se convierte en pieza fundamental para sacar adelante a la niña y ayudar a Zott en el día a día. Una vez más, mujeres salvando a mujeres. Gran lección de sororidad. No nos olvidemos de Six Thirty, otra pieza fundamental en el cuidado de Madeline, una niña, demasiado despierta para su edad, hija de tales padres, como no podía ser de otra forma.

¿Un perro que entiende el lenguaje humano al cuidado de una niña pequeña? Inverosímil, sí, pero es una novela, no lo olvidemos.

En una época de apuros económicos, Zott acepta el trabajo de un vecino que trabaja en la televisión para hacer un programa sobre cocina en una franja de baja audiencia.

¡Y Elizabeth revoluciona la televisión, que además emite en directo! 

Su programa no va de recetas de cocina, no va de decirles a las mujeres cómo deben hacer la sopa, su programa va de química y de cómo la justa proporción de elementos, combinados con otros factores, producen el efecto deseado. Su programa va de química, ella es una científica, ella es química, pero sobre todo es mujer. Y lo que les dice a esas amas de casa aburridas, que preparan las tediosas cenas a la espera de los maridos, es que lo que hacen es importante, que ellas son importantes y deben ser ellas.

cazuela de bonito con tomatillos y aceitunas negras

Y hasta aquí llego con el argumento. Sin duda, lo peor de la novela es el final, demasiado convencional, folletinesco y hasta previsible.

De lo que no cabe duda es de que Lecciones de química, título de la traducción al español, es una historia de mujeres. Mujeres, que, no importa ni la época ni el lugar, deben enfrentarse con situaciones muy parecidas: abuso de poder, incomprensión, verse relegadas a los fogones... Mujeres que tuvieron que abrirse camino en el ámbito profesional a codazos, demostrando día a día que tenían más valor que los hombres, porque a las mujeres no nos está permitido ser mediocres.

En ciertos pasajes, la novela me ha recordado a mis compañeras de los ochenta, en aquel post, que tan bien amplió un compañero que permaneció anónimo. También hay en la novela alguna fémina, fiel colaboradora y más papista que el propio papa, de las cosas como están, pese a haber sido también víctima. El personaje evoluciona, porque siempre hay un punto, un cruce, en el que se puede elegir el otro camino, no lo olvidemos.

Más allá de Evans, es de destacar también el personaje del jefe en la televisión y vecino de Zott, Walter Pine, un hombre que tiene que criar solo a una hija, y tampoco se le da demasiado bien.  

En definitiva, una novela divertida a ratos, convencional las más de las veces, previsible..., pero que viene a recordar que las mujeres seguimos ahí, remando.

Título: Lessons in Chemestry.

Autor: Bonnie Garmus

Editor: Doubleday

Año: 2022