Me recomienda un amigo, que suele leer alguna de las entradas de esta bitácora de agua dulce, que lea Cuaderno del Duero de Julio Llamazares, y yo, que ya he leído más de un libro de este señor, buceo en la biblioteca municipal y hago que me saquen del depósito este libro casi olvidado.
Aranda de Duero |
El autor lo advierte desde el principio, no es un libro como los otros, son las notas que tomó en un viaje realizado hace tiempo, no hay demasiado virtuosismo literario en ellas, o al menos, no lo pretende, aunque, quien tuvo retuvo, se nota la veta literaria en más de un párrafo.
Más que a ese Llamazares más literario este libro me recuerda mucho al viajero que fue Cela en su Viaje a la Alcarria, en algún pasaje parece que estoy leyendo al gallego en vez de al leonés. Su punto de socarronería o quizás de soflama ante una España más que desierta; todavía no se había inventado lo de que la vamos vaciando entre todos...
La mayor parte del libro, y del viaje, transcurre por la provincia de Soria, a la que he tenido la oportunidad de volver recientemente de la mano de uno de los mejores especialistas en románico. Soria siempre sorprende, siempre guarda en su corazoncito, aparentemente helado, la sorpresa de rincones en los que dan ganas de quedarse, si no fuera porque tras la primavera y el verano, llega el otoño y luego el invierno.
El viaje de Llamazares, y de su amigo Modesto, tiene lugar en primavera, en una primavera lluviosa, que obliga más de una vez a los viajeros a refugiarse en la cantina del pueblo, o a comprarse unas botas de agua en una de esas tiendas de antes, donde se podía encontrar todo lo que necesitabas, si no eras demasiado exigente.
-¿Hay bar en tu pueblo? -me preguntó una amiga hace poco.
-Cuatro -le respondo, porque en mi pueblo somos unos privilegiados, pero me acuerdo de ese pueblo con tan solo 15 habitantes en el que el bar solo abre en fiestas, y eso el año que viene de suerte.
«Pese a lo atractivo de su monumento principal, las visitas que recibe no dan para mantener abierto el teleclub», nos comenta el profesor de arte, derivando la lección hacia el tema del sacrosanto turismo rurocultural.
Soria. El Duero a la altura de San Juan del Duero
Sin duda es mejor ser viajero que ser turista, pero ser viajero no es fácil, porque aunque sea menos exigente que un turista, y ya no digamos que un enoturista, también necesita reponer fuerzas, y en esta Soria nuestra ya no es fácil encontrar un bar o una tienda donde comprar un poco de chorizo y un paquete de pan de molde, lo del pan de panadería ha pasado a ser directamente un lujo.
Llamazares se detiene a hablar con el paisanaje -¡qué obsesión por los gordos y los tontos!-, viejos que le cuentan otra vez la anécdota ya sabida, el chiste local que sobre ellos inventaron los del pueblo de al lado. Por otro lado, ya se sabe, que en en todo pueblo tiene que haber una fuente, un tonto y una... Por esta vez no terminaré el dicterio machista, pero leyendo estas notas de Llamazares parece como si los pueblos de Soria concentraran el mayor porcentaje de tontos de España, a pesar de estar vacíos.
Cuaderno del Duero, a pesar de no ser sublime, me ha llevado no solo a tierras de Soria y al nacimiento del Duero, donde creo que Llamazares no llega a subir, pero a donde llegué yo una mañana de agosto, hace ya muchos años, para ver cómo una cagada de vaca tapaba la meadilla de gato que es el Duero nada más nacer. Muchas otras presas remansarán su curso hasta llegar al Atlántico y rendir tributo a esos tres puentes magníficos que lo cruzan en Oporto.
Si no me he asomado al Duero desde todos sus miradores, sí que me he asomado a él desde distintos lugares, porque el Duero es mi río, y porque en las aguas de uno de sus modestos afluentes me bañé durante muchos años -hoy sería imposible, tanto por el caudal como por la contaminación-, y me enseñaron a nadar bajo la sombra de un sauce, a la orilla de un puente, que muchos se empeñan en que sea románico y otros romano, cuando no es más que un sencillo puente reconstruido muchas veces, pero que sin duda tiene su atractivo.
Tras Soria, el Duero y Llamazares entran en la provincia de Burgos, terreno más que conocido, Zuzones, La Vid, Guma, Vadocondes, Aranda, Berlangas, Roa, San Martín...
... y seguir su camino más allá de Peñafiel, donde se interrumpe
el viaje del autor, dejándonos ese regusto por continuar viajando con él...
Seguir y seguir, aunque sea a saltos, como he hecho yo en distintas excursiones, a asomarme al Duero, a ver cómo se convierte en un río enorme, por el que se puede navegar en los Arribes o ya en Portugal montarse en un barco donde te ofrecen un excelente Oporto para hacer una excursión por las distintas exclusas entre dos paredes tapizadas de viñas.
Al Duero siempre hay que volver, aunque sea a través del cuaderno de viaje de un autor más que renombrado.
Autor: Julio Llamazares
Título: Cuaderno de Duero
Editorial: EDILESA
Año: 1999
Págs. 144
3 comentarios:
Tiene que ser interesante asomarse al Duero de la mano de las palabras de Llamazares. De sus libros me gustó especialmente La lluvia amarilla, un señor Cayo mucho más bruto y primitivo que el de Delibes. Aunque yo lo asocio siempre con los pueblos inundados, un tema que él vivió realmente en su infancia.
Lo he escuchado dos veces en persona y su discurso es atractivo, como Cela no lo veo pero puede tener puntos en común...
Me lo apunto, gracias por traerlo aquí. Te aconsejo Vagalume,su última novela.
Besos
Consejo aceptado.
Sé que me hablaste de este libro escrito por Llamazares y tanto el título como lo que cuentas, puede estar interesante, ya que las descripciones de este autor en sus paisajes, siempre me han gustado en especial en su famosa "Lluvia amarilla", sin embargo, el último que he leído de él Vagalume y al que Mª Ángeles hace mención, no me acabó de atrapar como fueron sus anteriores.
No obstante, al tratarse del río Duero, me interesa por paisanaje, pues el arroyo de Pardilla y el de Ríofresno viertan o vertían sus aguas en el Riaza que baja hasta el Duero, todo ancho en Aranda.
Besos
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