jueves, 6 de julio de 2023

Num. 288. Hoyales de Roa y su media torre (y II)

Alguno de mis pacientes lectores se quejan de que les he dejado a medias en la entrega anterior, que no les he explicado la iglesia, y que han tenido que buscar la información por su cuenta. Paciencia, señores, paciencia, que todo llegará, pero sigamos nuestro recorrido, que todavía quedan cosas muy interesantes por ver antes de volver a la plaza y visitar la iglesia.

Y del barrio de bodegas nos acercamos a un lagar, no sin antes volver a elevar la vista al horizonte, esta vez hacia el sur, o bajarla hasta el suelo, donde nos saludan multitud de florecillas silvestres, cuyos nombres tratamos de adivinar. No en balde estamos en primavera.

flores silvestres

La siguiente visita la hacemos a un lagar, que aunque todos parezcan iguales, son un poco como las iglesias, que cada uno tienes sus particularidades. Este ha sido convertido en merendero, pero conserva sus elementos característicos. Como no podía ser de otra manera, nos impresiona la gran viga de olmo que lo atraviesa de extremo a extremo. El lagar no es solo la viga, la piedra y el husillo, y no solo es recordar el proceso de pisado y prensado de la uva, desde que se descargaban los cestos por los porticones, hasta que el mosto salía en pellejas a hombros de los tiradores, camino de la bodega. En ese proceso vamos haciendo memoria sobre las antiguas medidas, cada aparcero contaba con una parte del lagar medida en carros o en cargas. Cada carga eran 16 arrobas de uva, y cada arroba 11,5 kilos; y con dos arrobas de uva, es decir, con 23 kg se hacía una cántara de vino. El mosto se repartía en cada proceso en partes proporcionales a la uva metida, de esa forma todos los aparceros recibían un mosto de igual calidad.

Viga y husillo del lagar


La viga se apoyaba en una pared reforzada, el cargadero, y el armazón por el que bajaba y subía la viga, la trinchera. Ganar trinchera era subir la gran piedra de contrapeso, operación para la que se necesitaban cuatro hombres, que ejercían su fuerza sobre el andadero, palo que atravesaba el husillo.

cañón de bajada a la bodega

No faltaban en el ambiente de los lagares las pequeñas bromas que se realizaban a los niños, lagarejos aparte, como la de que si bebían mucho mosto se les pondría la lengua azul, sin duda para que no abusaran. Las riberizadoras se ríen: «Aquí estamos nosotras, y nunca se nos puso la lengua azul».

Bajar a una bodega, aunque no sea la primera vez, siempre tiene algo de trascendente, es como volver al origen, al útero, a ese tiempo en que nos alimentaron con sueños y un poco más adelante con untado en vino y azúcar. Adentrarse por ese cordón umbilical abovedado, con cuidado, para no resbalar en los escalones, y recordar al subir, que los viejos decían que si el calor llegaba hasta la cuarta escalera, lo mejor era ir bajando de una en una, hasta conseguir esa temperatura ideal.  

Es pronto todavía y agradecemos el traguillo que se nos ofrece, aunque no lo probamos, pese a que recordamos aquello que dice que quien fue a la bodega y no bebió vino, burro fue y burro vino. ¡Otra vez será!

La ermita de la Virgen de Arriba se halla en el centro de la población, en la parte de arriba, como su nombre indica. Relativamente cerca de la cañada, en ella se cobraban los derechos de paso de los rebaños. 

Se alza sobe un jardín elevado al que se accede por unos pocos escalones y una pequeña verja. A su pie se alza una airosa espadaña. Es de una sola nave, y su interior presenta ese aire que mezcla lo popular con lo devocional. Al lado de la entrada se aprecia un capitel abullonado decorado con una cara, y en el exterior, una piedra con inscripciones sin identificar. 

 Capitel con bullones y caara

piedra con inscripción


 


 

 

 

 

 

En su primitivo trazado, la cañada pasaba por el centro de la población, pero pronto se vio la necesidad de desviarla, por lo que hace una curva rodeando el núcleo principal. Los Avellanada, en silueta de metal, parecen vigilar todavía este paso de los rebaños.

Escultura metélica representando en silueta a los Avellaneda

De los arrenes que rodeaban el pueblo, y ahora quedan en el centro de la población, ya hemos hablado con anterioridad, así que seguimos nuestro camino hacia el cauce molinar que bordea el pueblo por la parte baja, ya de cara a la vega.

Ese cauce, un verdadero río para el pueblo, servía también de lavadero.. Una placa recuerda la labor de aquellas mujeres que acudían con el balde, muchas veces a la cabeza, y la banquilla a un lado, a hacer la colada. Allí, mientras se soleaba la ropa blanca en la hierba, alguna noticia corría de boca en boca. Hoy sigue sirviendo de recreo a los niños del pueblo que chapotean en él llegado el verano, y donde, según dicen, se puede pescar algún cangrejo.

 

cauce molinar

placa en terracota alusiva  a la labor de las lavanderas

Y por fin, subiendo por una de las calles principales, aquella que conducía al vado del Riaza, llegamos otra vez a la plaza, donde ahora sí, nos espera la iglesia.

La fábrica de este edificio es un tanto singular, si lo comparamos con otras iglesias que estamos acostumbrados a ver. La torre se levanta sobre lo que fue la antigua iglesia, y a continuación, de frente, observamos la nave, que fue construida en proporción de 3 a 1. La iglesia nueva, que sustituyó a la antigua, data de finales del siglo XVIII y fue proyectada por el arquitecto Ángel Ubón, que realizó importantes obras en El Burgo de Osma. Tras su muerte terminó la obra José Tristán siguiendo los planos de Ubón. La unión entre la antigua iglesia y torre y la nave actual queda algo forzada, y no deja de sorprender esa entrada lateral.

Presbiterio de la iglesia

Antes de entrar hay que fijarse en la puerta principal, realizada con plafones en las que se representa a san Mateo, san Juan Evangelista, san Juan Bautista y florones. La puerta fue restaurada recientemente, aunque conserva algún plafón original.

Dentro sobresale la mucha luminosidad, no hace falta que nos señalen esa característica para darnos cuenta de que se puede leer con luz natural en cualquier punto de ella. La bóveda que se eleva sobre el crucero es magnífica e igualmente es notable la decoración de yesería con motivos florales que la recorre. Rodeando el presbiterio, una leyenda nos recuerda la fecha en que fue construida, 1778.

alto de la nave principal con toda su luminosidas y decoración en yeseríasdava nave de la

 Además del altar mayor, dedicado a san Bartolomé, patrono del pueblo, cuenta con otros altares barrocos dedicados a la Inmaculada y al Crucificado.

Hemos llegado al final de la visita. A nosotros se nos hizo corto. Volveremos.

Junio de 2023

2 comentarios:

Ele Bergón dijo...

Tengo bastante nítido en mi memoria el cómo las uvas se transformaban en vino. El aplastarlas con la viga o con los pies, como hacía mi padre en su lagareta pequeña y también el trasiego de ese vino en los pellejos de uno a otro lado. Todo olía a vino, mientras nos divertía aquello de los lagarejos entre mozos y mozas y también lo peligroso del tufo y el buen sabor del mosto.

Otros tiempos que pasaron, pero las viñas por nuestra tierra, siguen aumentando, aunque la forma de elaborar el vino, haya cambiado mucho.

Besos



Sor Austringiliana dijo...

Tu entrada huee a mosto fresquito. Me hace gracia lo de la lengua azul. cuando yo era pequeña nos decían que si bebías anís se te ponía el ombligo azul. Ya.
Solo entré una vez en una bodega, era en Aranda, la que suelen enseñar a los forasteros, no lo pasé bien, sentí claustrofobia, qué se le va a hacer.
Entraré en la iglesia, mejor. Una joya.
Gracias, Carmen, por mostrarnos estas riquezas ribereñas, adelante ribetizadores y riberizadoras.