lunes, 17 de enero de 2022

Núm. 261. Las tardes al sol de doña Emilia

Al que va a la romería, pésa-y al otru día

Pasea doña Emilia Pardo Bazán, una calurosa tarde de mayo, por Recoletos. Algunas gotas de sudor perlan su canalillo generoso, pues la sombrilla, recién llegada de París, que sujeta con su mano derecha, apenas la protege de los rigores del astro rey. Su brazo izquierdo se engancha en el de su amigo con derecho a roce, José Lázaro Galdiano, al que ha dedicado su última novela, Insolación (Historia amorosa), «en prenda de amistad». 

Monumento a Emilia Pardo Bazán en la calle de la Princesa

 

Lázaro, joven, apuesto y culto mozo, supo hacer las delicias, escapada romántica incluida, de doña Emilia cuando se conocieron en Barcelona hará algunos meses... ¡Ay! Ahora está en Madrid para que doña Emilia le aconseje sobre una revista, pero  doña Emilia parece tener otros planes: ¿Quién se resiste a lucir mozo en el paseo donde va a ser el foco de atención y donde con un poco de suerte hasta se cruza con su miquiño? ¡Ay!

-Le agradezco, Emilia querida -el joven Lázaro mantiene el tratamiento de respeto porque Recoletos está lleno de oídos- esa dedicatoria de su novela. Le agradezco sinceramente esa amistad que me otorga, pero valiéndome de ella, permítame que le diga, que tengo la sensación de que usted ha querido vengarse de alguna o de varias damas de estas que nos saludan con fingida sonrisa...

La Pardo Bazán disimula y reparte ella también sonrisas y buenas tardes a izquierda y derecha.

-Algo de la propia vida hay siempre en las novelas, amigo José, y sí, puede que alguna de estas señoras de alto copete haya sido la fuente directa de inspiración. ¡Cuánta hipocresía hay en esta sociedad! -¡Y cuánto mal gusto en el vestir de algunas!-. A mí vuelta de Barcelona todo eran lenguas sobre mí, tantas, que me vi obligada a sincerarme con mi Benitiño, ¡otro que tal baila! Él tan celoso de lo suyo, de su independencia, de su soltería, me hace pucheros a la primera de cambio. ¡Pues apañadiñas vamos las mujeres en esta sociedad!

-Usted no lo ha sido menos cruel con la pobre Paquita de Asís, a la que ha llevado primero  por esos cerros pelados de San Isidro, poniéndola en peligro de recibir un navajazo, emborrachándola kuego con malos vinos y peores chácharas, para terminar, luego de arrepentimientos y desarrepentimientos, en una venta de citas en las Ventas, escenita de celos con el pueblo llano incluida. Vamos, Emilia, ¿su pequeño desliz merecía ese castigo final?

-¿A qué castigo te refieres?

-¿A cuál va a ser? A la boda con ese truhan, que a la legua se ve que ha dejado su Cádiz con el único propósito de engatusar a una dama que le solucione la vida cómoda para los restos. ¿No habrían valido una confesión, tres padrenuestros y aquí paz y después gloria?

-¿Es el matrimonio acaso un castigo?

-¡Ay, señora mía! Me lo pregunta usted, que es vox populi que lleva separada de su esposo unos cuantos años.

-Lo mío, como bien sabes, no fue un castigo, más bien al contrario. Gracias a que sigo siendo una señora casada, puedo permitirme entrar en ciertos círculos. A una casada se le abren muchas más puertas que a una muchachita soltera,  aunque no se le perdonen... Porque, seamos sinceros, ni el mínimo desliz te perdonan. Fíjate en mi Gabriel Pardo, sobre cuya verdadera identidad no te daré pistas, mucho discurso liberal, escucha, escucha: 

La infeliz de ustedes que resbala, si olfateamos el resbalón, nos arrojamos a ella como sabuesos, y o puede casarse con el seductor, o la matriculamos en el gremio de las mujeres galantes hasta la hora de la muerte. Ya puede después de su falta llevar vida más ejemplar que la de una monja: la hemos fallado..., no nos la pega más. O bodas, o es usted una corrida, una perdida de profesión... ¡Bonita lógica! Usted, niña inocente, que cae víctima de la poca edad, la inexperiencia y la tiranía de los afectos y las inclinaciones naturales, púdrase en un convento, que ya no tiene usted más camino... Amiga Asís...¡Tonterías!

-... y luego como todos-prosigue doña Emilia, no sin lanzar una mirada asesina a un caballero que se ha quitado el sombrero para saludar a la pareja-. La simple vista de un tarjetero, que puede ser de cualquiera, le sirve al magnánimo señor para meterse en un soliloquio «al que en igualdad de circunstancias haría otra persona que pensase según todos los clichés admitidos». La marquesa viuda de Andrade es tonta de capirote, pero ¡anda que la mosquita muerta de su amigo Pardo!

Me ha engañado la viuda... Yo que la creía una señora impecable. Un apabullo como otro cualquiera. No he mirado las iniciales del tarjetero: serían... ¡vaya usted a saber! Porque en realidad, ni nadie murmura de ella, ni veo a su alrededor persona que... En fin, cosas que suceden en la vida: chascos que uno se lleva. Cuando pienso que a veces se me pasaba por la cabeza decirle algo formal... No, esto no es un caballo muerto, ¡qué disparate!, es sólo un tropiezo del caballo... No he llegado a caerme... ¡Así fuesen los desengaños todos!...

Ríe con ganas don José Lázaro Galdiano y a doña Emilia Pardo Bazán se le baja el pavo hasta el escote, cuando ve a pocos metros la figura grácil de don Benito Pérez Galdós, que provisto de canotier -esa prenda tan impropia de caballeros, pero que hace furor en las tardes madrileñas- se dirige hacia ellos con intención de saludarlos. 

Ella ha conseguido salvar su amistad, que no es poco, y un respeto hacia lo que ambos hacen: fijarse en lo que pasa por Recoletos, y luego llevarlo a la estampa. 

José Lázaro Galdiano no puede ocultar su embarazo ante la situación, pero todos son personas civilizadas, y el paseo prosigue.

 

Fachada vaciada del palacete, foto antigual
Palacete de Pozas en la calle la Princesa, núm. 33, donde vivió Emilia Pardo Bazán sus últimos años 

Nota: Foto antigua obtenida a través de la cuenta de Twitter El Madrid desaparecido de Penny y J. García Moutón

 

Colaboración para el Club de Lectura La Acequia

3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Qué magnífica manera de dar voz a doña Emilia para explicarse. No sé si sucedió ese paseo, pero pudo ser. A ella le gustaban estas cosas y él todavía no tenía cercana su boda que le permitiría acceder a una de las grandes fortunas americanas, origen de lo que ahora conocemos como el Museo que lleva su nombre. Gracias, Carmen.

Sor Austringiliana dijo...

Me ha gustado tu paseo con doña Emilia al sol de don Lázaro. Pudo ser, quién sabe. Según doña Ermitas Penas, se notó lo de Arenys en las galeradas de corrección. Muy buena entrada. Y fotos. Besos, Carmen.

Ele Bergón dijo...

Me ha encantado tu mirada sobre Insolación. Estás hecha una gran cuentista, en el buen sentido de la palabra.

Felicidades por la entrada.

Besos