miércoles, 5 de enero de 2022

Núm. 260. Mil amaneceres. Dicho y hecho

Estando este blog dedicado, al menos en parte, a comentar refranes, parece obligado hacer alguna entrada sobre los que aparecen en Mil amaneceres.

Dos figuras carnavalescas. El uno lleva una máscar de colores hecha a ganchillo. El otro con pinta de hombre del XVIIodleseru

Una de las cosas que me saltó a la vista en la primera lectura fue la proliferación de la expresión Dicho y hecho. No menos de cinco veces aparece en la obra, y tal abundancia creo no haberla encontrado en ningún otro libro de los que he leído en los últimos años, aunque es expresión que abunda en nuestra literatura.

Dicho y hecho implica, queramos o no, un diálogo y una narración. No es refrán que se pueda decir sin más, requiere un determinado contexto, aunque las posibilidades sean varias. Para la mayor parte de los estudiosos, esta paremia lleva poca carga idiomática: el significado puede derivarse muy bien de la suma del significado de sus componentes: algo se dice y a continuación se actúa, sin pensárselo mucho.

-Venga, Niño, no le des más vueltas, solo quieren echar un vistazo a tu cosa... [...] ¡Espera!, se me ocurre algo para divertirlas y que tú no sientas que faltas al decoro. Ponte ahí. 

(Vuelve a hablar al público.)

Y dicho y hecho. Sin que yo pudiera ni rep[l]icar, me hizo abrir las piernas, y sin que ellas lo vieran, ocultándome un poco en el otro lado de la fuente, echó mano al hatillo, sacó su trozo de remo... (pp. 42-43).

El diálogo en esta obra entre el dicho y el hecho, entre los dos protagonistas, es constante, también en la forma de hacerlo llegar al público. Benjamín interpreta y narra alternativamente. Como buen bululú, cuenta con el único recurso de su voz y su cuerpo para meter a los espectadores en los hechos pasados y multiplicarse en escena. 

Otro dicho y hecho aparece enseguida, nada más volver la página, cuando para burlar el castigo que les espera por la burla a las mujeres con el remo, Antón anuncia que va a golpear a su díscolo criado:

—¿Cómo te atreves, criado atontado, a lavarte delante de estas buenas vecinas? Ahora vas a ver los palos que te doy por haber cometido ruindad semejante. ¡Por no guardar el respeto que debes a las gentes del lugar: toma y toma!

(Vuelve a su voz y al público.)

Y dicho y hecho, empezó a llenarme el cuerpo de cardenales con el remo mientras yo me cubría lo mejor que podía con mis brazos y daba gritos de dolor que se oían al otro lado del pueblo (p. 44).

¡Toma y toma! Los títeres de cachiporra a escena y dicho y hecho

La expresión aparece también en el estilo indirecto, dentro de la narración pura cuando los que hablan no son los dos protagonistas, cuyos papeles está interpretando Benjamín.

Ella estaba en Almagro ese día con un carro en el que llevaba a su hospicio del convento de Ciempozuelos, cerca de la villa de Madrid, a los locos de los pueblos cercanos. Nos dijo que hacernos pasar por locos era fácil pues ya por tales nos tenían todos. Que recogiéramos nuestras cosas rápidamente y le dejáramos a ella entenderse con el señor alcalde. Dicho y hecho. El alcalde aceptó que llevara esa misma noche a esos locos de allí metidos en el carro con los otros extraviados que iban al hospicio del convento de La Caridad. Y al rato estábamos Quilla y yo dentro del carro, con otros desgraciados como nosotros, camino de esta loquería —perdonen hermanas—, de este hospicio de La Caridad (p.96).

Estás para que te manden a Ciempozuelos, a la famosa loquería —palabra totalmente en desuso—, era expresión que corría por el Madrid de hace décadas, y a ese hospital envía Almudena Grandes a la protagonista de su La madre de Frankenstein. Sirva esta pequeña mención como modesto homenaje a la autora.

Antón encuentra en el refranero remedio y consejo para sus cuitas. Acude al él con frecuencia, según nos recuerda oportunamente Benjamín. Y volvemos al diálogo, aunque sea con un muerto, para mostrar su disconformidad con algunas sentencias: 

—¡Niño, ya sé lo que vamos a hacer! Ya que no tenemos obligaciones de familia y estamos libres como pájaros... ¡A volar! A la Corte, que es donde van todos los que no tienen dónde caerse muertos, y los cómicos a triunfar, que Dios aprieta pero no ahoga.

(Mira la caja.)

¿A qué sí, Quilla, a que dijiste eso?

(Habla al público.)
Siempre repetía eso de «Dios aprieta, pero no ahoga», pero yo creo que es al revés. Como veía nuestro porvenir más negro que sotana de cura, se le ocurrió irnos a la Corte, a Madrid (p. 77).

Hablando de muertos, el pasaje en que tienen que compartir cama con un difunto, está salpicado también de sabiduría popular:

Que teníamos cena de sobra en la cocina, y un lugar para pasar la noche, lo que le habíamos pedido. Y cogió la puerta y nos dejó, confusos por lo del muerto, pero oliendo a comida, que era de lo que se trataba, como siempre. ¡Qué hambre! Y como al hambre no hay pan duro, ni muerto que estorbe, allí nos quedamos (p. 66).

¡Qué bien adapta Alonso de Santos los refranes a las circunstancias! 

La carne es débil y más en verano (p. 60)

Y otra vez dicho y hecho:

Un rato después decidimos bajar el muerto al suelo, que a él le iba a dar igual, para poder nosotros dormir tranquilamente en la cama, como Dios manda. Cuando has estado mil días en galeras no le tienes mucho respeto ya ni a los vivos ni a los muertos, así que dicho y hecho: al suelo (p. 67).

¿En qué refrán está pensando Alonso de Santos cuando escribe

Yo no dejaba de recordar en el viaje el refrán que dice: «cuando se sale de malas se va a dar siempre en peores» (p. 65)?

¿Y qué refrán se les viene a la mente a los espectadores-lectores?

El vino hace amistades (p. 60) no es propiamente un refrán, al menos un refrán registrado como tal, pero siempre se ha dicho que el vino, con el amigo. Algo parecido podríamos decir de No dura mucho el pan en la casa del pobre (p.60) que nos recuerda aquel de Poco dura la alegría en la casa del pobre.

A la fuerza ahorcan (p. 52), La vida enseña a golpes (p. 70), Los caminos del Señor son inescrutables (p. 77), Más da el duro que el desnudo (p. 66) -uno de los refranes del Lazarillo- y No hay mal que por bien no venga (p. 44) aparecen también en oportunos momentos del recitado.

Resumiendo, un buen puñado de refranes bastante conocidos que nos ayudan a ir del dicho al hecho.

Comentario para el club de lectura La Acequia

3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

El uso de estos refranes contribuye mucho a darle aire de narrativa popular y verdad al texto, desde luego.
Magnífico análisis. Gracias por él.
Y ahora, doña Emilia...

Sor Austringiliana dijo...

Dios aprieta pero no ahoga. Cuando Dios aprieta, ahoga pero bien. Lo segundo es de una asistenta llamada Cándida que tuvo una vida muy difícil y la contó a un tal Guillermo Fresser. No tengo interés en ese libro pero tiene mucha razón la buena señora.
Mil amaneceres, mil refranes. Besos, Carmen.

La seña Carmen dijo...

Cuando Dios da, da de sobra, aplicado a los males, es otro refrán que bien podría haber utilizado Alonso de Santos.