martes, 1 de diciembre de 2020

Número 237. Anónimas. La escritura silenciosa de las mujeres

El librito de Raquel Presumido, Anónimas. La escritura silenciosa de las mujeres, se lee con gusto y con regusto, de una sentada y vuelta a empezar, tratando de ver, de buscar más información sobre esas mujeres anónimas de las que hasta ahora nada sabíamos.

Bien es verdad que nos suenan algunos nombres, Zenobia Camprubí, María Lejárraga, Colette, pero ¿quién era Antonia Arrobas o Kaneko Misuzu? Todas ellas escribieron poco o mucho, aunque por sus escritos no hayan pasado a figurar entre las grandes de la literatura. ¿Cuántos folios se vio obligada a mecanografiar de nuevo, por tan un solo error, Bette Nesmith antes de inventar el típex?

Portada del libro en tonos grises donde se ve una señora vestida como en los años 50 con folios en la mano y un señor cabeza abajo.
Portada del libro

Una mañana de noviembre, la casualidad me llevó a un seminario sobre la escritura de las mujeres. Se trataba en este caso de la escritura en el sentido más material, de lo escrito por el puño y letra de ellas, aunque no siempre, pues en el curso del seminario se veía cómo en muchas ocasiones las mujeres se habían servido de mano interpuesta. Resultaba interesante bajar hasta esos niveles de detalle para saber más de cómo habían vivido nuestras antepasadas. 

No estábamos ante monumentos literarios, sino ante ejemplos prácticos para la vida, cartas suplicatorias, listas de la compra, inventarios de amas de casa, algún billete de amor..., pero a través de esa materialidad, de esos detalles mínimos, se asomaba todo un mundo. A pesar de lo abstracto, salí sabiendo un poco más de aquellas mujeres que me habían precedido.

De ahí a un curso sobre mujeres impresoras en la UBU, otras olvidadas, otras anónimas que firmaron normalmente sus trabajos como «viudas de», entre otras razones porque la legislación vigente no les permitía ser otra cosa, pero ¿cuántas anónimas en esos talleres de las que nada sabemos, a pesar de los esfuerzos de la BNE por darnos noticias de ellas?

Volvamos al librito. En distintos capítulos, en una prosa realmente amena, vamos sabiendo lo imprescindible de algunas de ellas, de lo que escribieron y de lo que no llegaron a escribir, en algunos casos porque el hombre que tenían detrás se lo impidió; en otros porque pusieron todo su esfuerzo y su empeñó en sacar adelante el trabajo de esos hombres. ¿Qué hubiera sido de Nabokov y su Lolita de no haber tenido al lado a Vera Yevséievna Slónim?  

Sabemos también de Sofía Behrs, la mujer de Tolstoi, que volcó en sus diarios la frustración y las vejaciones de su matrimonio. Convertida en secretaria del escritor, tuvo que pasar a limpio frases como «el amor no existe, solo la necesidad física del coito y la necesidad práctica de una compañera de vida». En uno de sus diarios ella contesta: «ojalá hubiera leído esto hace veintinueve años, entonces no me habría casado jamás con él». Tolstoi seguirá siendo un gran escritor, pero si ahora releyera Guerra y paz, lo haría sin duda con otros ojos, aunque solo fuera por saber que detrás de aquella pluma masculina había otra femenina empeñada en pasar a limpio lo que escribía el genio. 

Me viene a la mente ahora una de las imágenes de una de las exposiciones dedicadas a Delibes, un manuscrito pasado a limpio por su secretaria, su nuera Pepi Caballero, en el que el escritor volvía a hacer sus correcciones a pluma.

La secretaria, la primera depositaria de los secretos, y la primera lectora real de esos manuscritos de muchos escritores que luego serían alabados, semanas, meses, años después por los críticos.

A ellas, a las secretarias, dedica Presumido un capítulo, un capítulo muy merecido en el que no se obvia el hecho de concebir a la secretaria, no como la ayudante imprescindible, sino como ese primer objeto de deseo. Todavía al día de hoy, la autora aporta algunos ejemplos reales, a las secretarias se les exigen características que nunca se atreverían a pedir a los hombres: «Secretarias 19 a 23 años, sin hijos, ni problemas de horario».

Libro necesario, y sin duda el primero de otros muchos, porque es preciso visibilizar a las mujeres que escriben, aunque sea modestos diarios, o poemas liberadores que nunca llegaremos a ver en letras de molde.

«Las grandes editoriales por cada libro de mujeres que publican, publican diez de hombres», dice Nieves Álvarez, desde la asociación Genialogías

Una última nota a favor del librito, y es en lo referente a los derechos de autor. En la página de créditos leemos:

El contenido de esta obra puede ser distribuido, comunicado y copiado libremente, siempre que su uso sea no comercial. Para cualquier otro uso o finalidad, se ruega contactar con la editorial.

Sin duda un ejemplo de buen hacer en favor de la mayor visibilidad. 

 

Título: Anónimas. La escritura silenciosa de las mujeres. 

Autor: Raquel Presumido.

Editorial: Antipersona

Año 2020.

ISBN: 978-84-09--17990-9

 


4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Me lo apunto.

Ele Bergón dijo...



Desde que las mujeres empezaron a descubrir y visibilizar a otras mujeres, ha llovido bastante. Este libro, por lo que comentas, es un granito más, en ese camino que tanto nos cuesta ir reparando y dando pasos a la verdadera igualdad entre hombres y mujeres.

Fui secretaria, en mis años de primera juventud, allá por los años 60 del franquismo en nuestro país. Siempre creyendo que ellos por ser hombres y jefes, eran superiores a nosotras. Notabas que algo no iba bien, pero por entonces no sabíamos exactamente qué es lo que pasaba en realidad.

Por supuesto que leeré este libro.

Besos

Sor Austringiliana dijo...

Secretaría, secretaría, la que no habla. Cuando yo era niña en los sesenta era profesión de mujer soltera, rodeada de cierto halo de sospecha. Recuerdo una canción de las Hurtadi: oh el jefe, que viva el jefe, estar siempre muy monas y muy sonrientes. Caspa casposa.
Las mujeres siempre escribieron, seguro, desde los tiempos de las tablillas cuneiformes. La cara oculta de la literatura.
Un libro interesante. Escuchar a Nieves Álvarez, también, las verdades del barquero.
Besos, Carmen. Un placer leer tu entrada.

Paco Cuesta dijo...

Afortunadamente hemos cambiando de camino transitando -creo- por una senda más adecuada.