jueves, 9 de octubre de 2014

Número 56... es agua passada con la cual, como dizen, no puede moler el molino... (IV) A orillas del Ebro

Decía yo la semana pasada al comentario de Abejita de la Vega, que me parecía que el nivel escatológico que veían algunos críticos en esta obra era hasta ahora inferior a lo esperado, si hacemos excepción de las lindezas que Sancho y otros personajes dedican a los caracteres femeninos, palabras más groseras, que malsonantes. 

Pero hete aquí que si antes lo digo antes llego con don Quijote a orillas del Ebro en Zaragoza —por cierto, echo de menos al gran río en la novela — donde no solo se han pasado las justas, no pudiendo participar en ellas, sino que además una de sus aventuras en ese desfacer tuertos lo lleva directamente al cepo, del que sale libre gracias a las influencias de don Álvaro de Tarfe,

Herido y magullado, tanto de cuerpo como de espíritu, es aposentado el hidalgo en noble cama, con la promesa de que si reposa lo suficiente, podrá correr al día siguiente una sortija con la que se desquitará, sin duda, de lo que hubiera podido ganar en las justas.

Caballero entrando a la sortija

Soñando con esa sortija que le va a devolver la gloria, y desoyendo los consejos de su anfitrión, se levantará don Quijote medio sonámbulo de la cama de la siguiente guisa:
y sin poder reposar se levantô y començó a vestirse, imaginando ahincadamente en su negra sortija, y con la vehemente imaginacion se quedò mirando al suelo sin pestañear con las bragas a medio poner, y de ahí a vn buen rato arremetió con el braço muy derecho hazia la pared dando vna carrera (p. 214)
La escena se ha esbozado con apenas unos trazos y será la imaginación del lector la que tenga que componer la escena, que sin duda no será tarea difícil para el lector coetáneo; pero por si quedara alguna duda, enseguida aparecerá Sancho en escena, alertado por las voces de su amo, y dejando bien claro qué es lo que ocurre allí: 
A la voz grande que dio subieron vn page y Sancho Pança, y entran do dentro del aposento, hallaron a don Quixote las bragas caydas, hablando con los juezes mirando al techo, y como la camisa era vn poco corta por delante, no dexaua de ver alguna fealdad, lo qual visto por Sancho Pança, le dixo: cubra señor desamorado, pecador de mi, el etcetera, que aqui no hay juezes que le pretendan echar otra vez preso, ni dar doscientos açotes, ni sacar a la vergüença, aunque harto saca v. m. a ella las suyas sin paraque, que bien puede estar seguro. Boluio la cabeça don Quixote y alçando las bragas de espaldas para ponerselas, baxose vn poco, y descubrio de la trasera lo que de la delantera auia descubierto, y algo mas asqueroso; Sancho, que lo vio, le dixo: pesie a mi sayo, señor, que haze? que peor està que estaua, esso es querer saludarnos con todas las inmundicias que Dios le ha dado; riose mucho el page... (p.214)
¡Ay las bragas! ¡Esa prenda de la que Corín Tellado decía que no podía hablarse! Ellas solas, hechas un rebujo en los tobillos, son suficientes para mostrarnos la desnudez, más ridícula que indecente, de don Quijote. El paje se ríe, como no podía ser de otra forma, de la facha de don Quijote y del espanto que ha producido en Sancho la visión de su amo con las vergüenzas al aire. 

La acumulación de eufemismos en el pasaje: fealdad, paraque, algo más asqueroso, inmundicias que Dios le ha dado, y ese inigualable etcétera adornan la retórica de Sancho, contribuyendo, sin duda, a la comicidad del pasaje, pero no podemos olvidarnos de Trento y la censura, y por qué no de la autocensura, que ya estaba bien presente en todos los escritores y aún más en los tratadistas.

Por otro lado el destape accidental al quererse tapar otras partes tiene larga tradición, aunque normalmente son las mujeres las que caen en este pecado: Vergüenza es, marido, cual vais, con el sayo roto y el culo atrás. Vergonzosa es mi hija, que se tapa al cara con la falda de la camisa, Tocase Marigüela, y el colodrillo de fuera refraneaba Correas, que en lo tocante a mencionar explícitamente ciertas partes del cuerpo, el culo, no tenía empacho, pero se mostraba cauteloso con otras partes de la anatomía femenina: «A c4ñ4 h4d3d4, nunca le faltó marido. Claro lo escribió el Comendador». Tampoco encontramos demasiadas menciones explícitas a los órganos masculinos.

Bien, Avellaneda por boca de Sancho, se apunta en este y otros pasajes más adelante, al sugerir más que al decir. Sea cuestión de estilo, de pudor o de autocensura, el hecho es que pese a la naturalidad de ciertos hechos, el autor se muestra cauto. El uso de etcétera para nombrar lo innombrable, le aporta un tono culto impropio del habla de Sancho, que como bien han declarado algunos de mis compañeros, este Sancho es bastante más zafio y más bobo. Y a cuenta de esta palabra, deberemos recordar cómo le supo sacar partido ya en el siglo XX Pemán en la comedia Los tres etcéteras de don Simón, al fundir ignorancia y picardía, en una época en la que la censura tenía también las tijeras afiladas, aunque en el caso de Pemán lo atrevido de la situación pueda parecernos un juego de niños.

Volviendo al hecho de descubrirse al taparse, cuenta con larga andadura en nuestra tradición popular. Además de los refranes citados y alguno más  recogidos por Correas, circula entre nosotros el cuentecillo del padre que corre a tapar la cara de la hija, cuando una ráfaga de viento le levanta las faldas:
—¡Pero, padre, que lo que se me ve es el culo! —protesta avergonzada la hija.
—Ya, hija, ya, pero por el culo no te conoce nadie. —replica resoluto el padre.

Sin embargo, esa misma tradición popular, contradictoria siempre, recuerda también el episodio quevedesco por el que cree ser reconocido al ser sorprendido haciendo sus necesidades en la calle.
—¡Qué vedo! ¡Qué vedo! —se escandaliza en voz alta la dama.
—¡Qué barbaridad! ¡Hasta por el culo me conocen! —exclama sorprendido Quevedo.

Ciertamente el maestro Quevedo no tenía ningún problema para mencionar las partes del cuerpo ni para describir con detalle la naturaleza humana.

Volviendo a Avellaneda, Sancho será, algunas páginas después, igualemente sujeto de la misma burla, igualándolo con su amo, aunque ya para qué insistir en lo sabido, una vez más basta con insinuarlo:
Estauan los dos en camisa, porque don Quijote con la imaginacion vehemente con que se leuantò, no se puso mas de celada, peto y espaldar, como queda dicho, olvidandose de las partes, que por mil razones piden mayor cuydado de guardarse. Sancho tambien salio en camisa, y no tan entera como lo era su madre el dia que nacio (p. 253).
Los criados también salen todos en camisa, «de la misma librea», y frente a ellos don Álvaro «vestido de una ropa larga de damasco, salio con chinelas a la sala». Los pobres y los locos salen como pueden, los nobles salen decentemente vestidos y calzados, detalle que no hay que perder de vista.
Caballero en justas ricamente engalanado


Continuaremos el viaje de don Quijote de vuelta a su casa.

Bibliografía

  • Correas, Gonzalo (1627 = 2001): Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. Louis Combet, revisada por R. Jammes y M. Mir, Madrid: Castalia. Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica, 19.
  • FERNÁNDEZ de AVELLANEDA, Alonso (1614 - 2011): El Quijote apócrifo. Ed. Alfredo Rodríguez López-Velázquez. Madrid, Cátedra. 

Contribución para el club de lectura La Acequia.





2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

En Cervantes también había escatología -recordemos los batanes o la escena de los vómitos-, pero aquí es más evidente, menos inteligente, con ganas de ser más directa y degradar a los personajes provocando la risa. Otra característica de Avellaneda. Excelente análisis.

Abejita de la Vega dijo...

Ya te lo decía esa abejita, María Ángeles Merino. Que había mucho marrón en el apócrifo. A Zenobia, la mondonguera, la encuentran desnuda y cubierta de cera que no es cera sino mi..Y Sancho comenta lo que expulsa fuera del cuerpo un ahorcado puesto en el rollo.

La sabiduría popular da en el clavo, me gusta ese del padre que tapa a la niña la cara.

Un placer leerte, Carmen.