Cuando te anuncian que cierta fiesta, que se celebra cada veinticino años, va a tener lugar este en unas pocas semanas, pones todas las alertas en guardia.
¿Una fiesta cada 25 años y yo me la voy a perder?
Según algunas voces autorizadas no es que sea exactamente cada veinticinco años, sino cuando ocurre algo extraordinario, y lo cierto es que la anterior fue en el 2000 y solo Dios sabe cuándo será la próxima.
Unos la llaman romería, otros peregrinación, otros jubileo... En cualquier caso, 16 pueblos del entorno del río Riaza, que en otro tiempo constituían la Comunidad de Villa y Tierra de Aza, tienen a bien reunirse, y lo hacen para rendir homenaje a su patrona, la Virgen de la Cueva.
Dicen los historiadores que de esto saben que ya en la prehistoria esta cueva cobijó cultos a antiguos dioses; luego pasaron por ella vacceos, romanos y finalmente los cristianos, cuando iban ganando terreno a los árabes, que algún siglo atrás, habían ocupado la península.
Cuentan, dicen, que allí, un día, en un rincón de la cueva, en el saliente que forma una cornisa interior, los lugareños encontraron la imagen de la Virgen.
Hontangas, el pueblo donde está la cueva, siempre fue pequeño. Nada tiene que ver con el poderoso Aza, que, desde su alto, señorea el territorio. Aza era la cabeza del señorío, pero los pueblos de su alfoz se regían por sus propias leyes, formaban una comunidad de villa y tierra. Cuenta la leyenda que los señores de Aza quisieron llevarse la imagen de la Virgen, pero los bueyes que tiraban de la carreta en la que iba la imagen, en llegando a un punto, se pararon y no hubo forma de que reiniciaran la marcha. La Virgen se quedaría para siempre en Hontangas.
Hoy Haza cuenta con 35 habitantes y Hontangas con 99. El resto de los 16 pueblos que forman la comunidad apenas pasan de los cien habitantes, pero muchos pocos hacen un mucho y además un acontecimiento semejante es capaz de reunir a una gran multitud, y así fue. Fuimos varios miles los que llenamos la localidad de Hontangas el día 7 de junio del 2025.
El primer jubileo tuvo lugar en 1858 con motivo de la restauración de la ermita, la inauguración de la fachada y el traslado de la imagen a lo que sería su hogar definitivo. Para celebrarlo, el entonces párroco decidió invitar a los pueblos que consitituían la Comunidad de Villa y Tierra, y decidieron repetir el acto cada vez que ocurriera algún hecho relevante. No tuvieron que esperar mucho, pues el siguiente se celebraría diez años después a modo de rogativa por motivo de una gran sequía. El tercero, en 1904, sirvió para conmemorar el 50.º aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción... Y así hasta este octavo jubileo.
Como estas cosas no son fáciles de preparar, y menos para pueblos pequeños, destacaremos la gran campa preparada para los actos, con aparcamiento sobrado al lado, y la alfombra de cemento con motivos florales que adornaba la calle principal del pueblo, justo delante de la ermita, y por donde iba a transcurrir el primero de los actos.
La Virgen, vestida para la ocasión de un blanco regio, había dejado su casa para salir a la puerta a recibir, como buena anfitriona, a las visitas. Visitas, que, en realidad, eran sus hijos dispersos por el alfoz, o quizás más lejos, y que ese día venían a pasar el día con la madre.
La acompañaba en esta recepción un puñado de autoridades civiles y religiosas, destacando la de un obispo emérito originario de la zona. Algunos aprovechaban la espera para posar con los niños en brazos, delante de la imagen, tradición consolidada por estas tierras, sobre todo cuando los infantes están en su primer año de vida. Dicen que el contacto físico con la imagen los protegerá el resto de sus vidas.
Ejerció de maestro de ceremonias Serafín de la Hoz Veros, hijo del pueblo y agustino, hombre culto, bibliotecario del vecino monasterio de La Vid, que además tiene algo de poeta, y adornaba la presentación de cada pueblo con unas palabras sobre lo reseñable de cada localidad.
Empezó el desfile hacía la imagen. Los pueblos fueron avanzando. Abría la comitiva un pendón, seguido de algún estandarte y hermosas cruces procesionales, la mayoría de plata. Entre el público se oían murmullos del tipo «la cruz de mi pueblo es mejor y más bonita», porque ya se sabe que a estos acontecimientos se lleva lo más lucido del lugar. Al frente de las comitivas, cada una en su estilo, iba el alcalde o alcaldesa, generalmente portando la vara de mando, y el párroco, que en muchos casos no solo repetía, sino que tripitía participación, pues tales son las responsabilidades de los sacerdotes hoy en esta zona, encargados de varios pueblos.
Entre los acompañantes los atuendos podían ser variados. En algunos casos se había optado por el traje regional, y las muchachas lucían galanas las sayas coloradas. Otros pueblos, con acompañamiento numeroso, habían optado por el típico pañuelo festero que se gasta por estos pagos.
Los fieles van llenando la campa para asistir a la misa, que será presidida por el obispo emérito y concelebrada por los sacerdotes de las distintas parroquias.
2 comentarios:
Estupendo y veraz reportaje, de lo que fue pasando en la mañana del siete de este mes de junio en Hontangas (Burgos), durante la gran peregrinación y fiesta, para conmemorar otros 25 años más en honor de la famosa Virgen de la Cueva.
Fue una pena la muerte del ermitaño y hermano de Serafín.
A mi hermano Rafael también agustino, le hubiera encantado ir, pero él ya se había ido unos meses antes, para nunca volver.
Así es la vida con su inseparable compañera, la muerte.
En este mundo en el que nos inventamos fiestas, que se mantenga una cada cuarto de siglo es de alabar. ¿Cuántas podemos vivir con plenitud? ¿Dos? Más alegría.
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