Por Gumiel de Mercado he pasado muchas veces: por su carretera, yendo o volviendo de Sotillo y esos pueblos; o por la otra, camino de la Ventosilla. He atravesado varias veces sus dos arcos, he callejeado, he sacado fotos, comido en su restaurante, asistido a algún espectáculo. Incluso, en mi juventud, eché algún baile en su plaza y hasta subí a gatas de alguna de sus bodegas, porque ya se sabe que vino bueno, o vino malo, dámelo de Gumiel de Mercado. A pesar de todas esas visitas, ahora tocaba una vista guiada por este pueblo, de la mano de quien mejor lo puede explicar, un voluntario riberizador.
Entre los valles del Esgueva al norte y del Duero al Sur, en la vega del Gromejón, que marca la frontera con La Aguilera, se sitúa el pueblo. Su nombre tiene un origen impreciso, pero sin duda Mercado debió ser su señor en tiempos pretéritos.
Ante un plano con algunos errores perdonables, conocemos cómo se formó el pueblo alrededor del cerro donde sin duda hubo una fortaleza, un castillo, y del que, como pasa en otros lugares, solo resta el nombre.
A finales del siglo XIX, el médico Justo Revuelta, dio la mejor definición y descripción que se puede dar de este pueblo:
El Castillo es como el corazón del pueblo,
al que surte del caldo superior,
que en enorme cantidad guarda en su seno.
Ese cerro cobija aún hoy numerosas bodegas, cuyo estudio integral ha sido realizado por el arquitecto Alfredo Sanz Sanza. Gracias a este estudio, podemos saber cuál era la más larga, cuál atravesaba todo el cerro, qué cercera tiene más profundidad... Sí, cerceras, porque a los respiraderos de las bodegas se los denomina cerceras en Gumiel de Mercado, palabra próxima a esa otra, cierzo, que nombra el viento del norte. Las bodegas y cerceras se orientan, salvo alguna excepción, siempre al norte, porque se ventilan mucho mejor.
A la bodega subían nuestros mayores varias veces al día, a veces simplemente a charlar o a echar un trago, porque como dice el refrán, a misa no voy porque estoy cojo, pero a la bodega poquito a poco. Y poquito a poco iremos subiendo el cerro hasta lo más alto.
Hemos llegado un poco tarde a la visita, y no podemos apreciar el hermoso tímpano que tenía la más antigua; el pasado invierno se hundió y hoy nos tenemos que conformar con una fotografía, fotografía que, como recuerda Paulino, ha sido reproducida en multitud de publicaciones. Pronto nos encontramos ante la puerta de la segunda bodega más larga, un total de 106 metros de galerías excavadas, con una galería principal de 64 metros que atraviesa todo el cerro. La cercera, con 22 metros de profundidad, se asoma en la cima.
Desde cualquiera de los distintos miradores del Castillo, la vista merece la pena. Se puede apreciar perfectamente la arquitectura de la iglesia de San Pedro, recostada en el propio cerro y los otros cerros que «protegen» el caserío: el Viso, con su cruz vigilante en lo alto, que se prolonga en el páramo que allí dominan los Llanos; y la cuesta de Moros, que a su vez conectará casi inmediatamente por el llano de Valdeherreros para llegar hasta los páramos del Esgueva.
Desde el cerro de las bodegas también se aprecia la arquitectura gótica de la segunda iglesia, la de Santa María, que como la de San Pedro mira excepcionalmente al norte, y es que se construyó justo en el límite de la cerca, por lo que, de haber hecho la puerta en el sur, hubiera sido como abrir «la puerta por el corral».
Seguimos subiendo hasta la cima, y allá en lo alto repasamos la vida y milagros de alguno de los señores de Gumiel, todos ellos señores guerreros que defendieron aquellas tierras luchando más contra otros cristianos, los vecinos de los pueblos, que contra los moros. Las luchas por las aguas del Gromejón se sucedieron durante siglos con La Aguilera, hasta que la Cancillería decidió aquello que podría haber ahorrado mucha sangre: que disfrutaran esa agua ambos pueblos en días alternos. Los moros hacía tiempo que quedaron al otro lado del Duero o se integraron pacíficamente con la población aportando sus oficios y sabidurías para la mejor convivencia.
Suenan nombres como los Haro, doña Violante, la hija de Alfonso X, que llevaba el mismo nombre que la madre, los poderosos Sandoval y Rojas... Uno de ellos, el duque de Lerma, mandó construir el palacio de la Ventosilla, en el término de Gumiel de Mercado, para recreo de su rey, Felipe III.
Durante siglos los señores de Gumiel de Mercado alojaron en su paso por estas tierras señores y reyes. De alguna de estas estancias dejan testimonio las crónicas asegurando que los nobles encontraron en la villa descanso de las fatigas del viaje y regocijo. No nos cabe duda de que el vino bueno de Gumiel dio cumplida cuenta a su fama y que quizás de ese paso vino algún gomellanito más al mundo, que los nobles y sus huestes no iban a conformarse con el vinillo.
La Ventosilla ha pasado a lo largo de su historia por muchos dueños y numerosas vicisitudes. A finales del siglo XIX se instaló en ella una granja modelo, que sería premiada por el rey Alfonso XIII y cuyo tratamiento de la leche fue pionera en muchos aspectos. A partir de los años 80 del siglo pasado, la Ventosilla cambió una vez más de dueño, que dirigió su explotación hacia las viñas, pasando la producción de leche a un puesto secundario.
Gumiel de Mercado cuenta con muchos viñedos y numerosas bodegas antiguas, pero no tantas en la actualidad acogidas a la denominación de origen. En su día contó también con la correspondiente bodega cooperativa, que se puso bajo la protección, como era costumbre, de la patrona del pueblo, Santa María la Mayor.
Bajamos del cerro por el intrincado barrio de bodegas y lagares, estos últimos remodelados en almacenes la mayor parte de ellos. Recordamos a judíos y moriscos, que dieron nombre allí a la azada: morisca. En el camino nos paramos ante la bodega de los Salinas, la más larga, con 130 metros, que se adentra en el cerro. Los Salinas fueron dueños de las mejores tierras, la mejor bodega, el mejor lagar, la mejor capilla...
Vamos hacia la iglesia, final de la primera parte de la visita, pero antes nos detendremos, justo detrás, en el solar donde hasta hace relativamente poco tiempo estuvo el lagar perteneciente a los tercios, esa parte del diezmo que se repartía entre nobleza y clero.
En ese punto recordaremos también la evolución de la población en Gumiel de Mercado, de contar con 304 vecinos, en los que estaba incluida la población de la entonces aldea de Sotillo, en tiempos de Felipe II. De los 304 vecinos, unos 1200 habitantes, solo 283 eran pecheros, pues había 8 curas y 3 hidalgos.
En el siglo XX, Gumiel de Mercado, como todas las poblaciones circundantes, sufrió una gran emigración a las ciudades, pasando de tener 1600 habitantes en los años 60, a tan solo 700 en los 80, para proseguir su declive hasta estabilizarse en los 400 escasos de la actualidad.
Las iglesia merece una visita detallada, empezando por su exterior para admirar su torre, culminada por almenas que le dan un aspecto defensivo, aunque lo más probable es que solo respondiera a una moda. Vista desde abajo, impone.
Tres escalones sobre el antiguo cementerio, hoy tapizado por un suelo de cantos pulidos, dan paso a la iglesia. La portada es renacentista, y en sus flancos dos hornacinas parecen decirnos que se olvidaron de colocar allí algunos santos.
De dos naves y dos grandes capillas, contra el cerro del Castillo. En toda la iglesia pueden apreciarse distintos escudos que hacen referencia a distintas familias nobles. El altar mayor, barroco, lo hizo Martín Martínez, arquitecto y escultor de El Burgo de Osma. Está presidido por San Pedro en Cátedra, al que acompaña un Cristo y cuatro imágenes más de bulto redondo, que representan a Santo Tomás Apóstol, San Miguel Arcángel, Santa Águeda y Santa Bárbara. En la predela dos bajorrelieves con la Adoración de los Pastores y la Adoración de los Reyes.
A un lado puede verse una de las pocas esculturas yacentes góticas de la Ribera. Durante mucho tiempo se creyó que correspondía a Juan Sánchez, el promotor de la iglesia, pero extrañaba que siendo un mero presbítero ocupara un lugar en el altar mayor. Estudios recientes han descubierto que pertenece al noble Rui, arcediano de Soria.
La sepultura de Juan Sánchez está en una de las capillas laterales. Según sus deseos, declarados en su testamento, se delineó sobre ella su figura.
Antes de abandonar la iglesia tendremos que admirar el Cristo del siglo XIV de gran belleza, y la pila bautismal románica, que guarda detrás algunos relieves humanos, que solo pueden apreciarse en imagen especular. Misterios de las iglesias.
Septiembre de 2023
3 comentarios:
Me ha gustado mucho seguir tu visita a Gumiel de Mercado, pueblo que en otro tramo de mi vida visité mucho. Me hubiera gustado más aún oír tus aclaraciones sobre alguno de tus párrafos. Por ejemplo, el vocablo "cercera" tiene mucha lógica, ¿no?. La RAE lo admite como segunda acepción: Ventana o abertura para ventilación. En fin, ha sido una ración de nostalgia. Muchas gracias. Un abrazo
Quizás haya que explicar más, pero no sé si soy yo la persona adecuada, sobre zarcera, que sobre cercera, que como bien explica la RAE viene de cierzo, y ya hemos hablado de ese viento del norte.
De zarcera dice la RAE que viene de zarzo, una especie de entramado de mimbres y cañas, que se supone que servía para tapar ciertas aberturas. Pero, como sabrás, sobre zarcera corre también por nuestros lares una etimología popular que la relaciona con las zarzas ardiendo que se echaban por los respiraderos para ayudar a que se fuera el tufo. Personalmente creo que zarcera no es más que una disimilación de cercera.
De Gumiel a Gumiel, paseo por tu entrada y aclaro algo que leí sobre las bodegas de Gumiel del Mercado en el mismito castillo. El cerro es la clave y vino bueno o vino malo, que sea de la Ribera.
Tienes razón, la iglesia merece una visita con tiempo y si es con riberizador o riberizadora miel sobre hojuelas.
Besos, Carmen.
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