Creo que mi primer paseo por Fuentenebro fue virtual a través de un foro que mantenían sus gentes en Internet allá en los primeros años del siglo XXI. Conocí a través de él algunas peculiaridades, incluida la locura de la vaca del tio Antolín, que quedó como dicho proverbial en la población.
A través de ese foro supe también que en Semana Santa cantaban allí los Catorce romances de Lope de Vega, verdadero monumento vivo no sustentado en piedra, sino en la pura memoria y tradición de los fuentenebrinos. Y allá fui con mi grabadora para captar esos sonidos.
Mi tercer encuentro con Fuentenebro fue sin lugar a dudas a través de los chicos de su escuela, en el encuentro de final de curso en la sede del C. R. A. Valle del Riaza, en Milagros. Los chavales supieron explicarme sin pestañear lo de la vaca del tio Antolín, con lo que quedó claro que el dicho se conocía en el lugar.
Hoy, al acercarnos a Fuentenebro, lo primero que vemos es el edificio de las antiguas escuelas convertido en la sede de la asociación El Alforjillas, porque los niños se desplazan a diario a Milagros para asistir a la escuela. Ángel Herranz, El Alforjillas, se hizo a sí mismo como personaje, poco a poco, partiendo de la improvisación para amenizar las cenas que ofrecía junto a su mujer en el restaurante El Rincón del Pasado. Colaborador y animador de muchos actos al sur de la provincia, murió prematuramente a los 46 años. Luego más, pero ahora...
Juan Manuel, el riberizador, nos ha citado a la entrada del pueblo, «en la plaza enfrente del parque infantil», me dice, pero pronto nos enteramos de que esa plaza se llama de los Tercios, que nada tienen que ver con los de Flandes, sino con el tercio que del diezmo se llevaba la Corona para sufragar sus gastos antes de que los sistemas tributarios modernos se fueran imponiendo.
El pueblo no estuvo en origen donde hoy se encuentra, sino al otro lado del arroyo, y de la razón por la que se trasladó, ni tan siquiera quedan noticias; la fuente, situada en los límites del supuesto pueblo viejo y el nuevo, sería un testimonio mudo de aquel lugar.
También nos habla Juan Manuel del humilladero que los del lugar llaman la Cruz de Canto, donación de un familia influyente del siglo XVII, cuyos descendientes se fueron disolviendo en la historia.
Tras ese trozo de historia, subimos la cuesta hasta el Museo del Vino. Fue creado por El Alforjillas y ahora lo conserva su mujer, Begoña. Bajamos despacio, agarrándonos a la soga dispuesta como barandilla, por unas muy cuidadas escaleras. El museo lo conforman varias salas, antiguas bodegas, y pasadizos laberínticamente unidos, pero sin ninguna pérdida. En numerosas vitrinas se exponen diversos objetos relacionados con la vendimia y el lagareo, también buenas colecciones de botellas con vinos de distintas procedencias.
Se está bien allí, dan ganas de quedarse, arriba aprieta el sol, pese a estar declinando la tarde...
Alguien dijo que Fuentenebro lo habían hecho de noche, por lo intricado de sus calles, sus subidas, sus bajadas, sus calles estrechas, otras más anchas... El que casi todas las casas cuenten con su bodega inclina a pensar que el segundo poblado, el que conocemos ahora, se construyó sobre el antiguo barrio de bodegas. ¿Cuándo fue eso? No lo sabemos.
Quizá nos dé pistas sobre ello la iglesia, a la que nos dirigimos para admirar primero su exterior y más tarde su interior. Su torre, de varios cuerpos, como es habitual en la Ribera, data de la época de los Reyes Católicos, época próspera, en la que corrió el dinero... Quizá fuera esa la razón por la que los fuentenebrinos decidieron hacer un nuevo pueblo y una sólida iglesia.
La torre contaba con un husillo gótico, que en un principio estaba en el exterior de la iglesia, pero en la primera ampliación ese husillo quedó dentro de la iglesia, de ahí que la nave principal sea bastante ancha. Posteriores ampliaciones se fueron produciendo en el templo, por la parte del presbiterio, donde se hacían enterrar los ricos, y en los laterales, sin duda, para dar cobijo a una población próspera que no continuaba de crecer. La última ampliación, la de la nave de la epístola, se realizó tras la guerra de la Independencia, con recursos ya más precarios.
La puerta norte es sencilla, pero muy bien hecha, sin duda obra de un buen maestro cantero, tal como dicen los expertos, y en la torre, mirando a los campos, posiblemente se ubicara en otro momento un conjuradero, desde el que se conjuraban las tormentas que tanto daño hacían en las cosechas.
En este punto, Juan Manuel hace un inciso para contarnos la anécdota de los mozos de aquel pueblo, de cuyo nombre no quiere acordarse, que como no llovía, enfadados con sus santos, fueron a la iglesia, cogieron la imagen de san Bernabé y dieron con ella en el pilón. En castigo, esa misma tarde se desató una tormenta con pedrisco que arruinó buena parte de la cosecha. Para más inri, los mozos tuvieron poco cuidado con la imagen del santo y le partieron el brazo en el trasiego. No nos extraña que Juan Manuel no quiera acordarse del nombre del pueblo, aunque no faltan las anécdotas parecidas en estos contornos.
En la calle Real que se conduce a la iglesia se conservan dos edificios, ahora en estado ruinoso, que eran las cillas donde se depositaban los diezmos de uva y grano. En el dintel de una de las casas cerca de la iglesia pervive el escudo del papado -dos llaves cruzadas-; sin duda, la casa, o al menos la puerta, pertenecieron a la iglesia, aunque más tarde se nos dirá que la casa del curato estaba en otro lugar del pueblo.
En otra casa también, muy cerca de la iglesia, puede verse un bocazas, y a estos bocazas, les dedica Martín Criado un artículo en la Revista de Folklore. Fotografié a este bocazas otra de las veces que estuve en Fuentenebro, y veo, sin asombro, que por él no pasa el tiempo.
La fachada sur de la iglesia nos regala una portada renacentista, que con toda seguridad fue traída de otro lugar y ajustada a su nueva educación. Sus motivos son totalmente profanos, pero no deja de tener su interés.
La iglesia está dedicada a San Lorenzo, y se cuenta la historia de que durante la Guerra de la Independencia el cura de Fuentenebro pidió al de Aldehorno un cáliz precioso para celebrar con toda solemnidad la festividad del santo, pero en esto llegaron los franceses y el cáliz desapareció. «Con la capa de los gitanos se tapan los payos», me dijeron en Fuentenebro en uno de mis trabajos de campo, y esto parece ser que fue lo que pasó con aquel precioso cáliz, que nadie sabe a dónde fue a parar.
Llegamos casi al final del pueblo, a lo lejos se ve la ermita del Carmen, delante se adivina una cruz, que pudo ejercer de rollo jurisdiccional cuando Fuentenebro compró su villazgo en el siglo XVIII. En aquella época, contaba con 800 habitantes y solo cinco pueblos de la Ribera, incluidos Aranda y Roa, lo superaban en población.
Pero sin duda, lo más interesante de aquel punto y de la reciente historia de Fuentenebro sea su riqueza minera, cuarzo, feldespato y mica, que fueron explotados durante todo el siglo XX. Las ruinas del molino de cuarzo se pueden ver a nuestra espalda, entró dinero en el pueblo, vino gente, pero también entró la silicosis. Hoy sobre esa tierra rica en mica, se desarrollan nuevos viñedos que aprovechan las propiedades del subsuelo.
Dos personajes de los muchos que tuvo Fuentenebro toman protagonismo al llegar a la plaza del pueblo, «una plaza pequeña, pero con muchas juergas». Se trata del médico don Álvaro, cuyo apellido no parece ser necesario, gran científico, que fue uno de los primeros en instalar rayos X en su consulta en la provincia de Burgos, y uno de los primeros de España. Don Álvaro murió en 1936, poco antes de que estallara la guerra civil, y en el pueblo se recuerda que ese día se desató una gran tormenta.
El segundo de los fuentenebrinos que conviene recordar es Antolín Palomino Olalla, importante encuadernador que obtuvo varios premios. Una placa en la fachada del ayuntamiento lo recuerda.
Terminamos la visita a Fuentenebro recordando que donde se encuentra en la actualidad el consultorio médico, en otro tiempo se levantaba el hospitalillo de pobres, dedicado a albergar a los transeúntes pobres. Se sostenía con las rentas de algunas tierras de las llamadas obras pías. Enfrente se conserva, aunque muy deteriorada, la casa del curato, que antes fue de los Beltrán, señores de estas tierras. El último en ocuparla fue un tal don León Beltrán, en la segunda mitad del siglo XIX.
También quedan restos de arquitectura tradicional en la calle Pardilla, y para terminar la visita, Juan Manuel nos cuenta la historia del tio Patapalo ocurrida en uno de aquellos patios o corrales a donde daban varias viviendas.
Se realizaba allí la matanza -con ayuda del vecino, mató mi padre el cochino- y se habían congregado varios hombres alrededor de la caldera donde se iban a cocer las morcillas. Esta colgaba del allar, cadena que permitía subirla o bajarla a distintas alturas sobre un fuego bajero. Para subirla o bajarla, si el fuego no era el adecuado, se utilizaba un palo atravesado manejado por dos hombres. Ocurrió un día que la caldera cocía demasiado para lo que se requirió el auxilio de los dos hombres para subirla. Algo hicieron mal que todo el contenido fue al suelo, con quemaduras para los pies de los que estaban a su alrededor; todos sufrieron daño, menos el tio Patapalo que tuvo reflejos y equilibrio para mantenerse sobre su pierna de madera.
... y como me lo contaron, os lo cuento.
Visita realizada dentro del programa «¿Te enseño mi pueblo?»
3 comentarios:
Lo cuentas tan bien que dan ganas de ir ahora mismo a visitar Fuentenebro.
Gracias. Un abrazo
Solo estuve una vez en Fuentenebro y fue donde el Alforjillas, en una comida inolvidable que organizaron mis primos cuando todavía nos reuníamos los Moya de Burgos, Palencia y Basauri.
La comida, en un comedor muy pequeño lleno de fotografías, no era nada especial, solo recuerdo que había pollo de corral porque el Alforjillas la tomó con uno de los primitos: "ya se ha comido tres platos de pollo el pelirrojo". A otra prima la llamaba Pocahontas, ese era el estilo del célebre fuentenebrino. Pero la gente iba encantada a la plaza de Santa Teresa en Burgos donde se cogía el bus para ir al Alforjillas. Se reían y creaba ambiente. Era como un Moncho Borrajo rural. Recuerdo que le pregunté por un libro sobre su pueblo, me lo indicó Luz. Él me contestó que no era bueno, que lo había escrito un cura. Murió muy joven, tal vez el estrés que se gastaba con la comida, servir y las bromas.Yo no vi a su mujer, no sé si ayudaba...Un trabajo tremendo en un espacio mínimo. Entonces no había museo del vino, me parece...
Es interesante lo que cuentas de los romances de Lópe y como recuerdan los del pueblo sus tradiciones e historietas.. Me paseo contigo, por las cuestas de Fuentenebro. Muy buen trabajo.
Besos, Carmen.
Conozco Fuentenebro, desde que era una niña en mi camino a la adolescencia e íbamos a sus fiestas de San Lorenzo en el 11 de agosto, en el coche de San Fernando, un paso a pie y otro andando. Cosas de la vida. El caso es que siempre guardé un buen recuerdo asociado a este pueblo y mira por dónde, en mis investigaciones, descubrí que mi familia, en concreto mi bisabuelo, Julián del Olmo, era de Fuentenebro y los parientes anteriores, también. Pero claro no es lo mismo ir por tu cuenta a que te lo cuente alguien que ha estudiado e investigado, para escribir un libro sobre este pueblo, donde al leerlo, no sospechas toda la historia que ha quedado para contarla, como hace el Riberizador Juan Manuel de Blas, para descubrir mucha historia e historias , como la que has dejado aquí con tus palabras y tus fotos.
Besos
Luz del Olmo
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