Supone la mayoría más ortodoxa que en ese llamado nudo han de ocurrir cosas extraordinarias, cosas que se salgan de lo común: don Quijote lucha contra molinos de viento, por ejemplo; pero el análisis se hace más arduo, cuando en esa llamada trama no pasa nada.
—Resúmeme el argumento.
—Pues va de una chica que trabaja en un salón de té.
—¿Y?
—Pues eso, lo normal, que va y trabaja y...
—¿Y nada más?
Lo que más llama la atención en Tea Rooms, ya se vea como un todo o a medida que se avanzan páginas, es que en ella realmente no pasa nada; nada, salvo la vida y los detalles del afán diario de una humilde trabajadora que Luisa Carnés describe con todo detalle, hasta los más mínimos, porque para eso ella era una de ellas y conocía bien ese mundo.
El planteamiento, el arranque de la novela, no puede ser más sencillo: una chica se examina como mecanógrafa para un trabajo, y ni tan siquiera, como ocurre en otras novelas, lo consigue, debe buscar otro y otro, y echar a la basura las proposiciones insidiosas, porque el acoso sexual en el trabajo existe desde que las mujeres tuvieron que salir a ganarse las lentejas.
Las lentejas o tan solo un pedazo de queso a repartir con la numerosa familia por toda cena, es lo que aspira a ganar esta hija de familia. Con el estómago vacío ¿quién no sucumbe a la tentación de comprarse un buñuelo calentito, azucarado, con su punto de canela, con los 10 céntimos reservados para el billete de metro?
La protagonista, Matilde, vive más allá de Cuatro Caminos, en una de esas casas de ladrillo que los albañiles y maestros de obras construyeron a principios de siglo para alojarse mientras el vecino barrio de Chamberí y el Ensanche crecían y se poblaban de vistosos edificios de estilo neomudejar.
Viviendas colectivas humildes, que compartían patio, fuente y canalillo central para el desagüe, y donde según alguna crónica benigna, las vecinas compartían el puchero, pero esto no es lo que se refleja en esta descripción de la vida en aquellas calles sin empedrar, no, allí si se cenaba era porque en el colmado de la esquina, aun a regañadientes, te fiaban el mísero trozo de queso.
Incluso la llegada de la primavera es una mala noticia para las chicas pobres, las pobres chicas que con la primavera no ven posibilidad de disimular los zapatos informes y el deterioro del atavío.
La primavera llega a pesar de todo, y Carnés la resume en una frase que se atreve a repetir:
El planteamiento, el arranque de la novela, no puede ser más sencillo: una chica se examina como mecanógrafa para un trabajo, y ni tan siquiera, como ocurre en otras novelas, lo consigue, debe buscar otro y otro, y echar a la basura las proposiciones insidiosas, porque el acoso sexual en el trabajo existe desde que las mujeres tuvieron que salir a ganarse las lentejas.
¿Crees que una mujer independiente está más capacitada para resolver un problema aritmético que una hija de familia?
Las lentejas o tan solo un pedazo de queso a repartir con la numerosa familia por toda cena, es lo que aspira a ganar esta hija de familia. Con el estómago vacío ¿quién no sucumbe a la tentación de comprarse un buñuelo calentito, azucarado, con su punto de canela, con los 10 céntimos reservados para el billete de metro?
Vestíbulo de la estación de Cuatro Caminos en 1921 |
Viviendas colectivas humildes, que compartían patio, fuente y canalillo central para el desagüe, y donde según alguna crónica benigna, las vecinas compartían el puchero, pero esto no es lo que se refleja en esta descripción de la vida en aquellas calles sin empedrar, no, allí si se cenaba era porque en el colmado de la esquina, aun a regañadientes, te fiaban el mísero trozo de queso.
Incluso la llegada de la primavera es una mala noticia para las chicas pobres, las pobres chicas que con la primavera no ven posibilidad de disimular los zapatos informes y el deterioro del atavío.
La primavera llega a pesar de todo, y Carnés la resume en una frase que se atreve a repetir:
2 comentarios:
No pasa nada y les pasa de todo. Comienza con acoso, sigue con hambre y desemboca en duras realidades familiares. Pobres chicas trabajadoras del salón de té, ni siquiera se pueden comer los bollos duros, si algo acaba en su boca es a escondidas y temerosas de ser descubiertas. La tentación del robo, no son de piedra. La tentación de caer en relaciones inconvenientes. El aborto carnicero, sí. Luisa Carnés fue obrera de verdad, nada que ver con las sinsombrero, unas niñas bien.
Le pasé el libro a una amiga que enseguida vio a las camareritas de la cafetería de su barrio, personal emigrante y sonriente.
Sigo releyendo Tea Rooms, guiada por tus palabras. Contigo encontraré matices insospechados en una novela que me gustó y devoré, como un bombón en bandeja.
Con razón, el nieto de Luisa te abrazó.
Besos, Carmen,
Pues sí, después de leer tus entradas, tengo ganas de leer este libro de Luisa Carnés. La primera entrada que hiciste de ella ya me gustó mucho.
Besos
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