viernes, 27 de julio de 2018

Número 192. Los monicongos

Los monicongos son dos, y el más chiquitico se parece a vos.
Los monicongos son cinco, y el más chiquitico se mata de un brinco.
Los monicongos son cuatro, y si no te quitas te mato.
Los monicongos son cinco, y al más chiquitico lo atrapo y lo trinco.
Los monicongos son seis, y al más chiquitico lo ensarto al revés.
Los monicongos son siete, y al más chiquitico el grande se la mete.
Los monicongos son ocho, y el más chiquitico tiene pinga y tiene chocho
Los monicongos son cuatro, y al más chiquitico lo entierro y lo tapo
Los monicongos son mil, y el más chiquitico se parece a ti.
Los monicongos son mil, y el más chiquitico es igual a mí
Los monicongos aparecen en las primeras páginas de la nueva novela de Laura Restrepo, Los Divinos
Los monicongos son dos, y el más chiquitico se parece a vos.
Alguien tiene la brillante idea de despertar a otro alguien en medio de la noche para recitarle ese verso un tanto críptico para el lector medio de este lado del charco. ¿Quiénes son los monicongos y qué papel van a desempeñar en la historia que el lector apenas empieza?
Google ayuda poco sobre estos monicongos, hay noticias vagas y casi contradictorias sobre ellos, pero todo parece apuntar que son seres fantásticos, del tipo de los gamusinos, con los que las abuelas colombianas entretejían historias encadenadas y acumulativas con las que entretener a los nietecillos, incluso de meterles un poco de miedo, pues a todas luces parece ser que los monicongos son seres maléficos que intervienen en los conjuros, muñecos de vudú con los que inferir males sin cuento a nuestros enemigos sin tan siquiera acercarnos a ellos.
En realidad la historia que se cuenta en Los Divinos es sabida, sabida por la mayoría de los colombianos que asistieron atónitos a través de los periódicos al macabro asesinato de una niñita, sabida para los lectores antes de abrir el libro, pues en la contraportada se da noticia de los hechos que inspiraron la novela. 


Sin embargo, saber lo que va a pasar no le quita un ápice de interés, y uno se sumerge sin notarlo en la primera parte de la novela, esa en la que se van describiendo, profundizando en sus circunstancias y en su forma de ser, unos personajes inventados —según se nos dice también en la contraportada— perpetradores del horrendo crimen.

Como en ocasiones anteriores  —recuerdo algo parecido de Delirio— Restrepo ha ido mucho más allá de la crónica periodística, del morbo que suscita la lectura de ciertos detalles —en esta novela digamos que se han reducido a los imprescindibles para que el lector pueda hacerse una idea— para profundizar en los personajes, más en sus circunstancias que en su psicología, que se nos plantea como fruto de aquellas.   
Pertenecen a la clase alta bogotana, se nos dice, exactamente no todos, pero sí que han adoptado un apodo, un nombre grupal que roza la cursilería de los pijos, de los fresas, de los pitucos, de los gomelos, que así se los denomina en Colombia, aunque creo que la palabra no llega a aparecer en la novela. Se hacen llamar los Tuttis Fruttis y adoptan como lema el de los viejos mosqueteros: Uno para todos, todos para uno, convenientemente adaptado.
La historia se nos cuenta a través de uno de de ellos, sin duda el que presenta más matices en su psicología, porque del resto se puede decir que son lineales y casi previsibles, que se ven venir... Y hay una mujer, Alicia, a la que apodan Malicia, que de personaje secundario «un poco bruja», se nos dice— va creciéndose para terminar casi en un «cherchez la femme».
Imagen de Laura Restrepo 2013

Sería muy simple decir que la autora está buscando una razón a la sinrazón, porque de ninguna manera Restrepo trata de explicar un crimen, sino más bien de describir la sociedad que lo hace posible, en la línea de todos somos algo culpables. Los protagonistas de esta historia no son monstruos que han nacido con cuernos y cola, son chicos que podríamos llamar «normales», no llaman la atención en la sociedad en la que viven, ni tan siquiera ese desprecio que todos ellos, de una o de otra forma, manifiestan hacia las mujeres, porque lo que está latiendo de esta novela es que los crímenes horrendos se gestan por personas normales dentro de sociedades normales, pero que parten de unos valores falsos: la amistad mal entendida que lleva a sostener fidelidades y promesas más allá de lo moral, una falta de valores éticos, una falta de moralidad, en definitiva, que hace a unos aproximarse al mal y a otros sostenerlos, apoyarlos en sus errores: uno de los nuestros se ha equivocado, pero es nuestro deber apoyarle. 

Y en medio de todo ello un desprecio absoluto por la mujer y por las clases sociales más bajas, el Muñeco contempla el barrio de los pobres desde la altura de su apartamento de lujo como algo que le pertenece: el barrio y sus habitantes. A la niña la mata por ser mujer, niña y pobre, y seguramente en este orden, en definitiva algo al servicio del macho que se cree claramente superior.

Narrar una historia desde el lado de los malos no es fácil, otros lo han hecho y han conseguido obras maestras, pero no suele ser lo habitual. Restrepo consigue llevarnos a ese lado sin llegar a crearnos ninguna simpatía por esos malos que se ven entre la espada y la pared. Ni tan siquiera el narrador, pusilánime y atrapado por las circunstancias logra arrancarnos algo de simpatía.

Al final es terrible darse cuenta de que 
los monicongos son mil, y el más chiquitico es igual a mí

Un buen libro lleva a otro y este me ha hecho recordar que tenía sin leer A sangre fría, y he querido ponerle remedio sin tardanza.

2 comentarios:

Sor Austringiliana dijo...

Mujer y pobre, a quien se le ocurre.
Los monicongos son demasiados.
Pensé que eran algo así como los diez negritos de doña Ágatha. Es mucho más.
Besos y felices lecturas. A ver si sale...

Abejita de la Vega dijo...

Los monicongos se tragan los comentarios. Un abrazo, seña Carmen.