miércoles, 21 de marzo de 2018

Número 184. Juana I de Castilla: entre dos siglos

Decía en una reciente entrevista la periodista Mery Varona, autora de una biografía sobre la reina Juana, que le hubiera gustado entrevistarla para que le hubiera explicado por sí misma algunos de los intríngulis de la historia, y de paso de su biografía. Como el género de entrevistas no era algo que se llevara entre los cronistas de la época aquella, poco podemos avanzar en ese sentido.

Tampoco fue Juana mujer de coger ella misma la pluma y dejar testimonio de lo que por su mente y por su cuerpo pasaba, dejándonos algo parecido a un diario, o incluso una novela, como la que nos dejó Silvia Plath en La campana de cristal; ni nos dejó sus versos para que pudiéramos interpretarlos, y hasta los suspiros que pudieron escapar entre las rejas, nos llegaron mediatizados por los escritores de la época.

ventana enrejada en edificio abandonado


Asistimos ahora, ya avanzado el siglo XXI, en el campo de la salud mental a cada vez más narraciones en primera persona, como nos muestra este artículo de Marta Plaza, y ya no son solo las voces de enjundiosos académicos y estudiosos los que nos hablan sobre la locura, ahora los propios protagonistas nos cuentan sus historias, pero evidentemente no siempre fue así.

No tuvo esa suerte Juana I de Castilla, que allá entre la oscura Edad Media y el brillante Renacimiento, le quitaron hasta la voz, y vivió la mayor parte de sus días más sola que la una, abandonada de los que más tenían que haber procurado por ella: «Tratándose de una reina: ¿por qué no se busca remedio?», se pregunta con acierto nuestro compañero de tertulia Paco Cuesta

Por otra parte dice el profesor Ojeda, director del club de lectura La Acequia, que con una biografía se pretende por un lado contar quién fue el personaje y sus circunstancias, y por otra interpretar lo que se cuenta para el siglo en el que se escribe. Ciertamente es un punto de partida que tiene poca cuestión, aunque por desgracia la mayor parte de las biografías nos hablen solo de las andanzas del biografiado y poco de su interpretación.

No es la biografía uno de mis géneros literarios favoritos, prefiero otros más cerca del biografiado como pueden ser las cartas o los diarios, pero cuando el año pasado Mery Varona nos ofreció a sus seguidores por estas redes el fruto de lo que habían sido sus últimas investigaciones sobre el personaje, no dudé en leer esa biografía sobre esta mujer tan envuelta en brumas. 

Porque no nos engañemos, la idea que sacábamos los escolares de otras épocas de aquellas clases de historia, es que no solo no había sido reina sino que su vida había sido corta, algo totalmente falso, pues llegó a cumplir los 76 años, una edad muy longeva en aquella época. Tampoco se la llegó a nombrar nunca como Juana I de Castilla, o incluso Juana I de España, con lo que entonces importaba eso de la unidad de España conseguida por sus Católicos padres, unidad de España que puso en peligro el rey Fernando con su segundo matrimonio. Esto del segundo matrimonio preocupaba mucho a mis profesoras de historia allá en el bachillerato. La reina Juana fue siempre Juana la Loca, y sin embargo su importancia tuvo en la historia. Los Comuneros, ese movimiento fracasado, no dudó en ir a buscarla a su encierro de Tordesillas, y gracias a este hecho supimos algunos años después de terminado el bachillerato que la reina Juana no había muerto poco después de su marido, como víctima de esas penurias sufridas por esos caminos para tratar de llevar el cuerpo de su esposo a Granada. 

Fuera porque la biografía no es un género que me entusiasme, o fuera porque Mery no terminó de convencerme, lo cierto es que su biografía de la reina Juana terminó por aburrirme, aunque desde el primer momento reconocí su intento de contar la historia desde distinto punto de vista, y arrojar algo de luz sobre el personaje. 

Ahora se nos ha propuesto la lectura de la obra de Fernández Álvarez, y al poco de empezar a leer he vuelto a la otra biografía para ir leyendo las dos casi en paralelo. Debo decir que en su segunda lectura, el relato de Varona me ha aburrido bastante menos.

De la obra de Fernández Álvarez no puedo decir que me aburra, pues tenía una pluma amena y sabía contar las cosas con un cierto gracejo, a algunos les parecerá poco riguroso, pero este es sin duda uno de sus méritos, el enseñar deleitando.

Pone el profesor delante de la biografía propiamente dicha dos capítulos que para mí son sin duda lo mejor de la obra: Juana vivió en un tiempo de cambio, un tiempo en que la ciencia empezaba a abrirse camino, pero a la vez vivió en un tiempo de brujas, en el que todo aquello que no podía explicarse por la ciencia  se le atribuía al maligno, que hacía de las suyas, y al que había que combatir con mucha oración y mucha agua bendita, ambas proporcionadas por personal con certificado de idoneidad, al igual que los cronistas de la época.

Ahora bien, si la biografía de Varona con todos sus defectos mira al futuro, es una biografía del siglo XXI, la del profesor Fernández Álvarez mira al pasado. Escrita entre los dos siglos es claramente una biografía del siglo XX, que apenas esboza una superación de los tópicos más generalizados sobre Juana I de Castilla.

Leer a estas alturas sobre la camisa de Isabel la Católica, por mucho que haya sido presentada como una leyenda urbana de siglos pasados y venga avalada por un par de citas al pie, poco o nada aporta a la historia.

Las numerosas y continuas infidelidades del Hermoso y su suegro no se cuestionan, porque parece que hay pruebas sobradas, empezando por los hijos naturales, pero el que las reinas se vean obligadas a llevar esos cuernos con dignidad entre rezos, discreciones y reconciliaciones oportunas para la razón de estado, sea eso lo que sea, es algo que sí que puede cuestionarse y debe cuestionarse en el siglo XXI. Para mí, lectora de esas biografías, no tienen ningún sentido que me cuenten esos episodios del Hola, si a continuación no viene un análisis de ellos. ¿Qué suponían para las mujeres estas infidelidades? ¿A qué grandes presiones directas e indirectas se veían sometidas para tener que aguantarlas? Ahí, en el intentar profundizar en la personalidad de estas damas, es donde a mi juicio el profesor Fernández Álvarez flojea.

Sobre el episodio del convento de Hornillos, que la comidilla popular se ha encargado de agrandar, y que nos ha dejado ese gran cuadro romántico en que se nos muestra a la gran Juana trastornada ante el catafalco de su esposo en noche de truenos, tampoco es que aporte mucho el profesor Fernández Álvarez, ya que se limita a repetir lo que dijo el cronista de aquellos entonces, Pedro Martir de Anglería, y lo que el boca a boca se encargó de propagar, que fueron los celos de la reina los causantes. Mery Varona aventura otra hipótesis que no es otra que el que fueran las propias monjas las que pusieran pegas a que un batallón de hombres, soldadesca de guardia incluida, invadieran el sosiego de una modesta clausura. 

Sobre el abandono físico, incluida la falta de higiene, de Juana en aquellos días tampoco parece ahondar el profesor Fernández Álvarez. A mí sí me llama la atención esta insistencia en es desaseo de las damas, como si los santos varones se ducharan todos los días, tópico que se realza cuando no está el marido cerca, por haber muerto o estar en la guerra, y que encontramos hasta los albores del siglo XX:
Ni se lava, ni se peina
ni se pone la mantilla,
hasta que no llegue su novio
de la guerra de Melilla.
¿Es pura dejadez la de nuestras mujeres o es algo más? ¿No decían que la mujer honrada no necesitaba mucha agua?

Pino tematizado a la reina Juana I (Tordesillas)

Finalmente quiero terminar este comentario haciendo referencia a esa talla que fue arrancada a un pino de muchos años de la Sierra de Urbión por  Humberto Abad, y que la Real Cabaña de Carreteros llevó hasta Tordesillas. Es una alegoría del cautiverio de la reina, pero en ella una ranura nos dice que siempre hay esperanza, aunque sea para saber un poco más, siglos después, acerca de los motivos.  

Comentario para el club de lectura La Acequia de:

Fernández Álvarez, Manuel (2000): Juana la Loca, la cautiva de Tordesillas. Madrid, Espasa Calpe.  

9 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Excelente comparación entre ambas formas de afrontar la biografía de la reina Juana. Ambas superan con creces aquella manera absurda, mítica y torticera con la que nos contaron la historia patria de niños. Y sí, siempre hay esperanza si somos capaces de luchar por ella y no bajar los brazos.
(El planteamiento inicial sobre el testimonio en primera persona me ha apasionado, así como los enlaces que propones, gracias por ellos.)

Paco Cuesta dijo...

La historia que nos contaron consiguió trastocar la realidad, nos quedamos con lo romántico y lacrimoso que se "vende" mejor. Una pena. Gracias por tu trabajo.

Mery Varona dijo...

Las reinas -las de España, al menos- no han tenido biógrafos, si se exceptúa a Isabel la Católica, que tiene directamente hagiógrafos. Como pocas de ellas han reinado y, sobre todo, no han gobernado, los cronistas hablan de sus padres, de sus hijos, de sus maridos, que eran los que asumían la gobernación. Son, en todo caso, cronistas al servicio del poder. En el caso de la pobre Juana de Castilla el cronista principal, al que se remiten los historiadores, es Pedro Mártir de Anglería, muy humanista pero que en el fondo era un funcionario cotilla contratado por los RRCC. Es como si los historiadores del futuro tuvieran que estudiar a la reina Leticia a partir de las crónicas de Jaime Peñafiel.
En cuanto al asuntillo de las infidelidades, tú que tienes tiempo haz el ejercicio de comparar el tratamiento dado a Fernando el Católico, que aportó al domicilio conyugal al menos cuatro churumbeles extra matrimoniales y el que recibió Juana de Avis cuando tuvo a sus gemelos con un propio que, encima, la maltrataba.
La historia no ha sido justa con las mujeres y, menos que con ninguna, con Juana I de Castilla.
(Por alguna razón que se me escapa, había perdido tu blog, tengo que andar buscándolo google mediante).
Saludos ribereños.

La seña Carmen dijo...

La verdad sea dicha es que más que los cotilleos de la jet histórica me interesa la vida cotidiana de las mujeres que ni eran ni princesas, la vida de la gente corriente, así que me temo, querida Mery, que mi tiempo sobrante, que tampoco es tanto, lo voy a dedicar a otros menesteres.

En cualquier caso, para darte la razón no hay que estudiar mucho, y si me apuras tampoco irse a siglos pasados.

Los investigadores del futuro contarán con una herramienta valiosa, aunque tampoco digo que sea imparcial, Twitter, por la que sabrán o podrán saber, todo depende de que quieran, que la reina Leticia mientras los pensionistas se manifestaban por unas pensiones dignas, ella estaban esquiando en Formigal.

Abejita de la Vega dijo...

La locura vista desde dentro es un terreno poco trabajado. Sólo se me ocurre pensar en Michi Panero...No se me ocurre un infierno interno peor que saberse enfermo mental y no poder hacer nada por salir.

Juana la Loca era culta pero no le dio por escribir, hubiera sido muy interesante. Contaría algo así como: ni a mi padre, ni a mi marido, ni a mi hijo les convino que yo sanara. Sacaron tajada de mi locura. La pasión del poder fue más fuerte que la pasión del amor. Me faltó consuelo, cariño, comprensión...¿Qué más daba una loca más?

Está claro que el enfoque de Mery Varona y el de Manuel Fernández Álvarez no tienen nada que ver. Un poco viejuno te ha parecido el del viejo catedrático y académico. ¡Hombre al fin! ¡Y del siglo XX!

Hay por ahí unos libros de "Reinas de España" que se limitan a la historia de problemas conyugales y partos. No había más, máquinas de fabricar principitos y princesitas. Y morían como chinches de fiebres puerperales y médicos carniceros. ¡Da pena la "jet histórica"!

Y Letizia en Formigal.

Besos, Carmen.

pancho dijo...

Queda mucho por hacer en cuanto a contar la historia de España. Por eso el esfuerzo de Manuel Fernández Álvarez por sacarla de los departamentos de historia es encomiable. Sobre todo a través de un lenguaje asequible para el gran público sin dejar a un lado el rigor histórico que sale de las citas originales y la investigación.
Es bueno que surjan autores e investigadores que den a conocer nombres y episodios de la época en la que España pintaba algo en el contexto internacional, que parece que tengamos que avergonzarnos de nuestros antepasados por obligación y porque así lo dicte una corriente que ha dominado el relato de la historia desde hace décadas.
A mí me interesa todo lo que se escriba queriendo contar la verdad con rigor, positiva o negativa, huyendo de sectarismos de vencedores o perdedores.
Ayer echaron una película sobre Santa Teresa en la TV2, dirigida por Ray Loriga, más o menos referida a la época, me pareció un peliculón pleno de seriedad, utilizando en todo momento documentos originales escritos por la autora.
Un olé por esta entrada.

Abejita de la Vega dijo...

Michi Panero estaba muy enfermo pero el ingresado en un psiquiátrico era Leopoldo María Panero. Corrijo.

La seña Carmen dijo...

Cierto, Pancho. Sobre Teresa de Jesús se han hecho cosas muy interesantes. Otro personaje que merece mucha atención. Afortunadamente ella escribió mucho y la relectura de sus obras puede darnos buenas pistas.

Ele Bergón dijo...

Hola Carmen, tenía pendiente leer tu entrada con tranquilidad y, ya de vuelta de las vacaciones , lo hago.

Muy interesante el paralelismo que haces entre las dos biografías y más sabiendo que una es de una mujer y la otra de un hombre. Hace tiempo que leí también dos biografías de Juana de Castilla, pero tendría que volverlas a mirar, ya que los saqué de la biblioteca, para compararlos con este que leemos de Manuel Fernández Álvarez. Lo que sí recuerdo que el primero me encantó porque hacia unos buenos perfiles psicológicos de los personajes, no sé hasta qué punto eran reales o demasiado inventados, pero al menos se metía en ellos. Es algo que he echado en falta en este libro de Fernández Álvarez, que no se implica con lo que escribe. Lo hace todo dese fuera y lo que sí que me gusta de La cautiva de Tordesillas, es lo referido al mundo de lo mágico y las brujas que también lo enlaza con el final.

De la otra biografía solo decirte que la tuve que dejar después de leer la primera, pues estaba bastante enrevesada y no me atraía nada. Por el contrario esta de Fernández Álvarez, reconozco que sí me ha gustado y que le he leído con bastante fluidez.

Besos