miércoles, 23 de agosto de 2017

Número 169. El convento de San Ildefonso en Ajo

Todavía quedan lugares que no te han marcado en el mapa de la oficina de turismo y a los que llegas porque un indicador de carretera de fondo rojo te lleva a ellos.

Uno de esos sitios es el convento de San Ildenfonso cerca del cabo de Ajo, aquel que según la retahíla que aprendimos de pequeños estaba en Santander, entre el de Machichaco en Vizcaya, y el de Peñas en Asturias.

Al llegar nos recibe un chico simpático, se llama Borja como nos dirá más tarde cuando le preguntemos, y se ve a la legua que le gusta lo que hace, recibir peregrinos, porque por allí fluye el Camino del Norte, y turistas despistados.

—¿Se puede visitar?

—¡Por supuesto!

Y nos indica que en la sala en la que estamos hay una interpretación del Camino del Norte y algunas tallas, que en la sala de arriba podemos ver un vídeo abundando sobre el tema y que también podremos pasar a la capilla y a las ruinas del claustro.

Antes de iniciar la visita nos muestra el retrato de un sacerdote joven, al parecer donó todos sus bienes para la restauración del convento.

—¿Era rico?

—No, pero era un hombre austero y acopió de aquí y allá. Está bien que se le recuerde.

Esta viajera no anotó el nombre del sacerdote benefactor, así que debe quedar en el anonimato, al menos por ahora.

Pasamos a la iglesia que Borja denomina capilla, y yo, no sé por qué, me imagino que es buena iglesia y buen entorno para celebrar bodas y que la novia avance ceremoniosa del brazo del padrino por el pasillo central. Nos explica Borja que la única nave está dividida en dos por una reja original, en medio de la cual se sitúa el púlpito y que la parte de delante estaba reservada al clero y la de atrás al pueblo. 

En la parte de adelante nos dirige a la imagen orante del fundador, Alonso de Camino, que estuvo al servicio del rey Felipe II del que obtuvo numerosos bienes y favores. Nos cuenta también que estamos en el primer monumento herreriano de Cantabria y que si la construcción y el orante nos recuerdan, aunque sea vagamente, al monasterio de El Escorial hay razón para ello, pues fueron maestros canteros transmieros los que trabajaron a las órdenes de Herrera, y que el fundador del convento, Alonso de Camino, aprovechó para su propia obra. Por copiar copió hasta la pose del rey en su propio sepulcro, escultura elegante que ocupa el lado izquierdo de la parte más adelantada de la nave.
Sepulcro de Alonso de Camino

Por encima de él se nos muestra un balcón cegado, que en su tiempo daba a las estancias del fundador y desde el que asistía a la misa, seguimos copiando costumbres escurialenses. 

Se entretiene Borja en contarnos, por si conocemos a alguien que lleve el apellido Camino —y efectivamente lo conocemos— el origen del linaje, que se remonta al siglo IX. Allí un noble francés vino en peregrinación a Santiago siguiendo el Camino del Norte, y al volver pasando por los mismos lugares, al pasar por la Transmiera se enamoró de una joven con la que se casó. Tan agradecido estaba al Camino que adoptó para sí y su familia dicho apellido. Al parecer solo hay dos linajes en España con el apellido Camino. Lo mío no es la genealogía ni la heráldica, así que dada la noticia, para lo que pueda valer, seguimos con la visita a la interesante iglesia herreriana.

Hay una imagen de santo Domingo de Guzmán sobre unas andas, y Borja nos explica que es el patrón del barrio. Don Alonso de Camino fundó el convento para los carmelitas descalzos, pero duraron poco y los sustituyeron los dominicos. Las sucesivas desamortizaciones del siglo XIX provocaron la ruina del convento hasta nuestros días. 

El altar mayor es sumamente interesante, pintado y labrado en piedra arenisca de la zona está magníficamente conservado, si pensamos el abandono en el que ha estado por años el convento. En la parte central, san Ildefonso, que da nombre al convento, recibe la casulla de manos de la Virgen, hecho que tan bien supo cantar el maestro Berceo:
Fízoli otra gracia cual nunca fue oída:
dioli una casulla sin aguja cosida;
obra era angélica, non de homne tejida,
fablóli pocos vierbos, razón buena, complida
altar mayor del convento de San Ildefonso

Salimos a las ruinas del claustro, ahora consolidadas y limpias. Durante años fue casa de animales y maleza, hoy están limpias y consolidadas, con el suelo de piedra resguardado por una cubierta de protección. Los ojos de buey son los originales y han podido recuperarse. Otro montón de piedras espera en un rincón poderles dar un buen fin. El aljibe en medio del patio sigue recogiendo el agua de lluvia, en otro tiempo dio de beber al convento y a los vecinos.

Desde allí nos explica Borja que la ría está muy próxima, y que los peregrinos una vez que eran pasados desde el otro lado por un barquero, subían al convento como una etapa más de su viaje. Hoy el espíritu hospitalero que recorre todo el Camino de Santiago se ha recuperado en aquel rincón de Cantabria.

Hablamos de lo que ha supuesto para ese barrio, el barrio del Convento, la recuperación de su edificio principal, para usos religiosos y culturales.  «Antes —nos dice— tenían que llevar los muertos a Bereyo.» La recuperación la inició Revilla, se paralizó con el gobierno del PP, y ahora aunque vuelve a estar Revilla, llegó la crisis que tanta mella ha hecho en todo.

aljibe en la mitad del patio del claustro


Hablamos de los molinos de marea, que yo recordaba de una charla de Jacobo en Quintana hace años, y nos habla de que uno de ellos ha sido recuperado y es visitable. Nos da amablemente las indicaciones para llegar a él, y nos da abundante información, además de mapas, más indicaciones acerca de los alrededores, como la ermita de San Julián, en Güemes, con una exposición de temas camineros, y además nos regala una revista con información práctica de todo lo que hay que visitar en Cantabria.

Es entonces cuando nos dice:

—Llevaos esto, que os vais a acordar de mí.

Y es cuando yo le digo:

—Pues para que me acuerde mejor, dime cómo te llamas.

—Borja.

2 comentarios:

Abejita de la Vega dijo...

¿Qué sería de nuestro patrimonio sin voluntarios?

Hace poco visité el monasterio de Rioseco en las Merindades y pude comprobar su labor sujetapiedras.

¡Merece la pena el convento de San Ildefonso! Gracias por traérnoslo aquí.

Besos, Carmen.



Mery Varona dijo...

Vamos a terminar por hacer verdad aquello de que la tierra y los monasterios y los monumentos y el paisaje es para quien lo trabaja. ¡Qué emocionante es encontrar a gente así, que se queda en los lugares para defenderlos numantinamente, para evitar que se derrumben. El Camino de Santiago tiene muchos lugares así.
Me apunto el sitio por si acaso.
Gracias.