viernes, 26 de mayo de 2017

Número 159. Pasos en la piedra. ¿Dónde están ellas?

Tras la primera lectura  —a saltos, lo reconozco— de Pasos en la piedra, me queda la sensación de estar ante una novela masculina. Una novela en la que pese a ser, según su autor, una novela coral, encuentro demasiadas voces  graves; una novela que, según alguna crítica, describe bien la sociedad, pero que se deja demasiadas veces fuera a la mitad de esa sociedad: hombres son los que la dirigen, en lo civil y en lo espiritual, hombres los pensadores, los artistas, los artesanos, los naturalistas, los poetas, los excéntricos y hasta los locos. 


Collage de distintos rincones de ciudades y pueblos castellanos


¿Dónde están las mujeres de esa sociedad provinciana de 1977?, me pregunto.

Así que, como no pueden haber desaparecido del todo, como no podemos estar ante una sociedad del futuro en la que sus habitantes, ya sean alfa, beta o gamma, hayan venido a este mundo en una probeta, en la relectura me proveo de un candil y me pongo a buscar, como primera providencia, a las mujeres en la novela. Me pongo a hurgar, precisamente, en ese aspecto social, porque para hablar de otros valores tiempo habrá.

Salvo que me fallen memoria y notas, la primera mujer que aparece en la novela es doña Eugenia, Uge para los íntimos, madre del protagonista, señora de su casa; casa con amplio servicio, que informa, como manda el protocolo de las casas bien, de la llegada del hijo más una visita. Nada del hijo recorriendo pasillos en busca de su madre y gritando «¡sorpresa!, ¡sorpresa!», en las casas bien, las señoras reciben en bata de recibir visitas hasta a los unigénitos. 

La segunda mujer que aparece, como no podía ser menos tras ese genérico «personal de servicio», que parece apuntar a algún mayordomo en plantilla, es la cocinera, más tarde aparecerá también alguna «muchacha de servicio», que para algo estamos en el hogar del gobernador civil, como pronto sabremos.

Doña Eugenia, en sus pensamientos trasladados sabiamente al papel por el autor, recuerda mucho a la Carmen de Delibes, porque doña Eugenia, aparte de ser la santa esposa de su marido, es madre, una madre de esas que tienen que organizarlo todo, y habla y se expresa con un cierto desparpajo, tanto interiormente como ante el resto de la casa. 

Germanito, el protagonista, el unigénito de doña Eugenia y el gobernador civil, y su amigo, el coprotagonista, un alemán muy majo que estudia antropología, porque esas cosas se estudian en países como Alemania, salen a tomar el pulso en directo a la ciudad que se prepara para los días grandes, los días santos, y como de las ciudades recomiendan los modernos viajeros no perderse los mercados, allí vemos reproducirse una escena doméstica con gran sabor local: 
—Fausto, acuérdate de comprar la piedra de picar la guadaña en la ferretería de Barrio, que luego reniegas... 
¿Hace falta especificar que las piedras de picar las guadañas se compran en las ferreterías? Mucho especificar es eso en labios de la mujer que despide al marido a la puerta de casa. ¿Son acaso pistas que va dejando el autor para el urbanita y joven lector? ¿Picar las guadañas, dice usted? No problemo, san Google está para algo

Sigamos poniendo la oreja como nuestros jóvenes estudiantes:
—El caso es que no sé qué voy a poner a los forasteros que tengo en casa por los días santos. 
—Bacalao, mujer, bacalao. Es lo suyo. Menudos lomos tienen en El Pez de Oro. Ahora, prepárate a hacer cola. 
A ver, suponemos que hablan dos mujeres y que la una aconseja a la otra comprar bacalao ¡¿el Miércoles Santo?!


Cazuela de barro con guiso de pescado y huevos escalfados


El bacalao, plato obligado del Viernes Santo en la Castilla profunda, ha de estar en remojo como muy tarde el Martes Santo. ¿Cuándo piensa preparar el bacalao la aconsejante? Aun suponiendo que no haya cola en El Pez de Oro —el nombrecito se las trae— y se dé prisa la mujer en llegar a casa y echar a remojo los lomos, el viernes por la mañana han de estar aún como la mismísima muera. A ver, a ver, que si se le han presentado forasteros y no tiene bacalao suficiente para todos, tendrá que improvisar y completarlos con huevos duros, huevos poches, huevos rellenos o huevos con besamel y tomate, eso o salir del paso con la socorrida pescadilla, aunque sea congelada, pero ¿recomendar comprar bacalao el mismísimo miércoles para comer el viernes? ¿No se le ha ocurrido mejor forma al autor de sacar el obligado bacalao a relucir? Podría haber recurrido al viejo truco de echar un pollo al río y pescarlo, para cumplir con la vigilia. Cuando yo digo que esta novela es muy masculina...

En 1977 un hombre necesitaba de una mujer que lo alimentase, y eso aunque se hiciera jipi, se pasara días enteros por el aire, o decidiera ser pobre de solemnidad, que Dios siempre provee. Así sabemos que otros componentes del coro como los hermanos Lozano, tan iguales y tan distintos, tienen madre, como en las zarzuelas, doña Águeda se llama la señora; y que el poeta Pino, a falta de madre, tiene una hermana que no se fía mucho del Dios proveerá y procura que a su hermano no le falte de nada, por mano varonil frailuna interpuesta. 

En Barrio de Piedra, esa ciudad castellana que todos sabemos reconocer, aparte de madres y hermanas y alguna novia formal, hay putas, como debe ser, que a ver si no ¿dónde van a echar los barriopedrinos una cana al aire cuando dejan a sus novias recogiditas en casa? Las putas son como se las espera, nada de chicas finas, tienen «la cara mellada y correosa, pura cecina seca baqueteada por toda una vida a la intemperie», o sea, del rastrojo al lupanar, pero hay que reconocer a la pluma del escritor que la imagen tiene fuerza.

Y mientras todo eso ocurre en la vieja y pétrea ciudad castellana ¿hay vida más allá? La hay, y Germanito no ha tardado en descubrirla por el camino trillado de una compañera progre de Derecho que le cala nada más poner el pie en la facultad. 

Chelo, su madrina de partido, es progre, roja para ser más específicos, con facilidad para abrirse de piernas y además sin ataduras, vamos ¡un chollo para un joven superhormonado —palabra que le robo a la Boticaria García—, que ha dejado atrás colegios religiosos y las faldas provincianas de la madre! Chelo no puede ser más tópica, aunque responda al ideal que a muchos jóvenes les hubiera gustado encontrar. Las que vivimos aquello en primera persona sabemos que ni todas se iban a la cama con el primero que pasaba, ni el que te recetaran la píldora, ese sueño de los hombres, era tan fácil. Por cierto, ese «con las medidas protectoras oportunas, ninguno de los dos pediría cuentas al otro» me ha dejado totalmente obnubilada: ¿de qué hablamos?, ¿de barreras físicas o emocionales?

Y así llegamos a Yolanda:


Escultura de la chica leyendo a la entrada del metro de Aluche. A sus pies una placa recuerda a Yolanda González
A los pies de la escultura, una placa
 recuerda a Yolanda González  y
 todos los asesinados por el fascismo .

No sé la razón que ha podido llevar a De la Huerga a anticipar en tres años el asesinato de Yolanda González, la estudiante de Aluche, secuestrada y asesinada por miembros de Fuerza Nueva, de alguno de los cuales se sospecha que pasó, tras su huida de la cárcel durante un permiso, a prestar servicios a las fuerzas policiales. Flaco favor a la justicia y uno de tantos flecos que nos dejó la Transición, sin lugar a dudas muy imperfecta.

De la Huerga ha trasladado a aquellos días previos a la Semana Santa de 1977 muchas de las circunstancias que ocurrieron en torno al asesinato de Yolanda para justificar la llegada del protagonista, Germán, a su ciudad de origen, donde trata de pasar desapercibido. Y no se me alcanza la razón, porque hechos históricos bien documentados hay a comienzos de aquel mismo año para hablar de la atmósfera de persecución y a la vez de esperanza en los partidos de izquierda, todavía ilegales. 

Aquel día de enero en que enterraron a los abogados de Atocha, y que yo viví muy de cerca, no solo por proximidad geográfica a la Plaza de la Villa de París, sino también porque sendos compañeros de CC. OO. y de la CNT se turnaban sobre una papelera que servía de pedestal improvisado, para dirigirnos la palabra a los compañeros de la oficina; quizá nunca los volvimos a ver tan unidos en una lucha común...

Los jefes, por lo general, hacían la vista gorda ante aquella huelga de facto no anunciada que nos tenía a todos sobrecogidos, alejados de nuestros puestos de trabajo, nerviosos, saliendo y entrando de la calle con las últimas noticias, hasta que vimos cómo se iba sumando gente y gente, para nosotros, finalmente, sumarnos también.
—Pero ¿esto qué es? —rezongaba algún jefe viendo más rojos de los necesarios entre sus empleados.
—Déjalos, que lo que ha pasado es muy gordo —decía otro cogiéndolo suavemente del brazo y llevándolo a un apartado.
En la calle, en Colón, había sobre todo silencio y rabia contenida, alguna lágrima de impotencia se escapaba, se levantaba el brazo, puño cerrado en alto, se entonaba aquí y allá tímidamente, como si no tuviera suficiente fuerza para salir de los pechos, La Internacional, pero sobre todo había silencio, respeto y ni una palabra más alta que otra. Sabíamos que aquel día el Partido Comunista se jugaba su prestigio, aquel día el PCE se ganó su legalización.



 

De los otros personajes femeninos que nos acompañarán en los siguientes días santos, hablaremos las próximas semanas.


Comentario de Pasos en la piedra, de José Manuel de la Huerga, para el club de lectura La Acequia.

10 comentarios:

Ele Bergón dijo...

Una excelente entrada en su contenido y en su continente. A las mujeres y a riesgo de ser pesadas, debemos de estar reivindicándolas, en todo momento.

Besos

Ele Bergón dijo...

Al final no sé si te ha llegado el comentario.

Te decía que es una excelente entrada en cuanto a su contenido y continente.
A las mujeres, a riesgo de ser pesadas, debemos de estar reivindicándolas constantemente. Demasiado tiempo hemos permanecido en el olvido

Besos

Abejita de la Vega dijo...

Viví en mi ciudad provinciana aquella Semana Santa. Era la transición, aquel tiempo en que pasaba un coche que derramaba disimuladamente una octavillas que la gente leía, también disimuladamente, sin osar despegarlas del suelo. Recuerdo un día de lluvia y las octavillas mojadas y adheridas al asfalto, deshechas y arrastradas, nadie las coge. El miedo de aquellos años. Pasé aquellas vacaciones reunida con cuatro compañeras, en una cafetería de la calle Miranda, estábamos haciendo la Revolución...francesa. Era un trabajo para la profesora de Historia, había que hacerlo en grupo y en la biblioteca no se podía hablar. El camarero nos miraba con cara de aburrimiento. No imaginábamos lo histórica que iba a ser esa Semana Santa y no por nuestro trabajillo escolar. Recuerdo la televisión en blanco y negro y la cascada de ministros militares que presentaron su dimisión. ¡Los comunistas, los que tenían rabo y cuernos! Cosa de hombres, todo era de hombres en 1977, como el coñac Soberano. Los machitos provincianos no tenían por qué saber que el bacalao necesita tiempo de remojo.

He disfrutado con tu entrada. ¡Estupenda y con su vena feminista!

Besos



Paco Cuesta dijo...

Abundando en tu razón sobre Yolanda, quiero pensar que toda novela puede ser verosímil sin ser cierta. También aplaudo tu comentario sobre lo masculino que todavía se mantiene en el mundo de la Iglesia, basta recordar que la mujer, entonces, solo se ocupaba de la intendencia interna: flores, lavar, planchar, vestir, preparar...

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Esta mirada masculina es una buena pregunta para José Manuel cuando nos reunamos con él. Por lo demás, bien analizada la búsqueda con candil, sin duda.

jmdelahuerga dijo...

Querida amiga,estoy verdaderamente abrumado por tu análisis tan pormenorizado. Y sí, hasta yo mismo me sorprendí con tanto personaje masculino. Intenté torcer el argumento, colar una pronta femenina, pero nada. Dios escritor dispone y el hombre personaje lo descompone, vaya. Pero no adelantemos...

jmdelahuerga dijo...

En cuanto a adelantar en una novela un hecho histórico posterior a la misma, lo ensayó ya Valle Inclán en Luces de Bohemia. La manifestación donde matan un bebé en brazos de su madre ocurre en 1921, y la obra inolvidable de Max Estrella los críticos la sitúan en 1919, más o menos, y si mi memoria no me juega una mala pasada.

jmdelahuerga dijo...

Y, por último, no metí los asesinatos de Atocha porque preferí alguna historia más provincia, como el falso " suicidio" de José Luis Cancho en la comisaría de San Pablo de Valladolid. A investigar. Un abrazo emocionado.

La seña Carmen dijo...

Gracias por tu atención, José Manuel, que siempre es un lujo el que el autor se pase por el blog de una. Ventajas de esta Internet 2.0.

Dios dispone, el personaje descompone y luego llega el lector y lo interpreta a su manera, porque no podemos olvidar que el proceso de escritura es por lo menos bidireccional, el lector siempre pone su parte, y las redes sociales nos ayudan a visibilizar esa lectura, y si encima leemos las opiniones de los demás el proceso se vuelve multidireccional. Ventajas de los nuevos tiempos.

Myriam dijo...

Antes o después. Yo aprendí sobre Yolanda González cuya existencia e historia desconocía.