martes, 22 de noviembre de 2016

Número 138. Niebla: ¿Es feminista Eugenia?

Calificar a Unamuno de feminista o misógino, basándonos en sus personajes femeninos, suele ser un tópico bastante socorrido a la hora de enfrentar al autor con las mujeres. Otro tópico, sobre todo a raíz del personaje de Tula, es ver a las mujeres unamunianas como mujeres fuertes, abnegadas, fieles herederas del matriarcado vasco. Unamuno, dicen, admira a la mujer, pero la quiere al frente de la casa, no en círculos intelectuales, dirigiendo con mano fuerte la familia y sacrificándose por ella. Los espacios públicos son para los varones, con lo que en general reproduce un modelo de sociedad muy tradicional y nada revolucionario.

Pues bien, ¿a qué modelo responde Eugenia, la protagonista de Niebla de la que se enamora el pobre Augusto con tan solo seguir sus pasos una mañana de lluvia?

Las Mamblas (Tierra de Lara)

Si pasamos un poco por encima de los detalles de la presentación del personaje y los datos «objetivos» que da la portera sobre ella, y de que ella misma se declara anarquista, donde vemos aparecer a la Eugenia que apunta carácter es en el encuentro con su novio, el que no tiene ni oficio ni beneficio, y al que está dispuesta a mantener. ¡Oh! ¡Una mujer trabajando para sostener a la familia!, pero no nos fiemos demasiado, que ya sabemos que a Unamuno le gusta jugar: 
–Y ¿de qué vamos a vivir?
–De mi trabajo hasta que tú lo encuentres.
–¿De tu trabajo?
–¡Sí, de la odiosa música!
¡Qué contrasentido! ¡Una profesora de piano que odia la música! No obstante, Mauricio, al que se le dan bien las artes amatorias, sabe ponerle música a esas dudas, a la Eugenia «que no se vende» le gusta que le calienten la oreja, y Unamuno seguro seguro que estaba pensando en añadir un «como a todas», pero ya sabemos que prefería ahorrarse las opiniones directas y dejar hablar a los personajes: 
–¡Tienes razón, no te enfades, rica mía! –y contrayendo el brazo atrajo a la cabeza la de Eugenia, buscó con sus labios los de ella y los juntó, cerrando los ojos, en un beso húmedo, silencioso y largo.
—¡Mauricio!
Y luego le besó en los ojos.
–¡Esto no puede seguir así, Mauricio!
–¿Cómo? Pero ¿hay mejor que esto?, ¿crees que lo pasaremos nunca mejor?
Sin embargo, es en sus encuentros con Augusto, primero en su casa y luego en la de él, donde muestra todo su carácter, dominando la situación: 
Y ¿con qué derecho hizo eso? [...] Es decir, que usted pretende que dependa yo de usted, ya que no le soy indiferente... [...] Lo sabía, y por eso le dije que usted no pretende sino hacer que dependa de usted. Me quiere usted ligar por la gratitud. ¡Quiere usted comprarme! [...] Sí, quiere usted comprarme, quiere usted comprarme; ¡quiere usted comprar... no mi amor, que ese no se compra, sino mi cuerpo! [...] No merece usted nada, me voy, pero ¡cónstele que no acepto su limosna o su oferta! Trabajaré más que nunca; haré que trabaje mi novio, pronto mi marido, y viviremos. Y en cuanto a eso, quédese usted con mi casa. [...]¡Ah, ya, ya caigo; usted se reserva el papel de heroica víctima, de mártir! Quédese usted con la casa, le digo. Se la regalo.
Se muestra Eugenia, al menos aparentemente, llena de dignidad, como una mujer que no quiere depender de ningún hombre, de ser capaz de trabajar para hacer frente a sus deudas, de no poner en venta ni su cuerpo, ni menos su alma. ¿Qué ha pretendido el bobalicón de Augusto? ¿Que la iba a ganar poniendo a sus pies una hipoteca? ¡No! Ella es pobre, pero digna. No será verdad que Eugenia Domingo del Arco se dejé comprar de esa manera por el primero que llegue.

La conversación con Augusto se completa con la que mantiene con su tía al llegar a casa, que mucho más práctica no ve con buenos ojos cómo su sobrina deja escapar su gran oportunidad. Eugenia sigue con su honor ofendido emperrada en que la han querido comprar, sigue mostrándose como una mujer digna sin fisuras:
–¿Qué he hecho? Lo que usted, si es que tiene vergüenza, habría hecho en mi caso; estoy de ello segura. ¡Querer comprarme!, ¡querer comprarme a mí!–Mira, chiquilla, es siempre mucho mejor que quieran comprarla a una que no es el que quieran venderla, no lo dudes.–¡Querer comprarme!, ¡querer comprarme a mí!–Pero si no es eso, Eugenia, si no es eso. Lo ha hecho por generosidad, por heroísmo...–No quiero héroes. Es decir, los que procuran serlo. Cuando el heroísmo viene por sí, naturalmente, ¡bueno!; pero ¿por cálculo? ¡Querer comprarme!, ¡querer comprarme a mí, a mí! Le digo a usted, tía, que me la ha de pagar. Me la ha de pagar ese...
¡Y vaya si se las paga!, pero no adelantemos acontecimientos. Como ocurre en otros pasajes de la novela, la tensión del diálogo entre tía y sobrina va en aumento, y como están en la intimidad del hogar la sobrina no ahorra calificativos para la mitad de la humanidad, aparecen los estereotipos:  
Sí, por mi bien... por mi bien... Por mi bien ha hecho el señor don Augusto Pérez esa hombrada, por mi bien... ¡Una hombrada, sí, una hombrada! ¡Quererme comprar...! ¡Quererme comprar a mí... a mí! ¡Una hombrada, lo dicho, una hombrada... una cosa de hombre! Los hombres, tía, ya lo voy viendo, son unos groseros, unos brutos, carecen de delicadeza. No saben hacer ni un favor sin ofender. [...]¡Todos, sí todos! Los que son de veras hombres se entiende. [...] Sí, porque los otros, los que no son groseros y brutos y egoístas, no son hombres. [...] ¡Qué sé yo... maricas! [...] Brutos, todos brutos, brutos todos.
pintada: muerte al patriarkado

Unamuno parece presentarnos una mujer feminista, avanzada para su época, «es la mujer del porvenir», ha dicho su tío, el anarquista, orgulloso de la forma de ser de su sobrina. Pero este feminismo digno que Eugenia despliega durante toda la obra es solo otro truco de Unamuno para con sus lectores. Eugenia, al final, no es más que una frívola que juega con los sentimientos de Augusto para sacar provecho económico de él y en definitiva salirse con la suya, casarse con Mauricio. Su meta en la vida era esa: ser mujer de su casa. 
Apreciable Augusto: Cuando leas estas líneas yo estaré con Mauricio camino del pueblo adonde este va destinado gracias a tu bondad, a la que debo también poder disfrutar de mis rentas, que con el sueldo de él nos permitirá vivir juntos con algún desahogo. No te pido que me perdones, porque después de esto creo que te convencerás de que ni yo te hubiera hecho feliz ni tú mucho menos a mí. Cuando se te pase la primera impresión volveré a escribirte para explicarte por qué doy este paso ahora y de esta manera. Mauricio quería que nos hubiéramos escapado el día mismo de la boda, después de salir de la iglesia; pero su plan era muy complicado y me pareció, además, una crueldad inútil. Y como te dije en otra ocasión, creo quedaremos amigos. Tu amiga.
 ¿Por qué esa crueldad, don Miguel? ¿Por qué esa frialdad y cálculo en Eugenia? ¿Por qué ese cargar las tintas también sobre ella?
De pronto sintió que alguien le tiraba de una pierna. Era Orfeo [...]. Viviremos juntos en la vida y en la muerte. No hay mal que por bien no venga, por grande que el mal sea y por pequeño que sea el bien.
Contribución para el club de lectura La Acequia.

3 comentarios:

Ele Bergón dijo...

Es muy interesante tu entrada y habría que se una experta en Unamuno para poder saber qué es lo que pasa por su cabeza con relación a las mujeres. Es verdad que en La tía Tula, la mujer se sacrifica y no vive su amor, dejándolo reprimido y ¿en Niebla? creo que en este personaje de Eugenia, Unamuno la deja vulnerable frente al amor que siente por el impresentable de Mauricio, como así le ocurre en esa vulnerabilidad al propio Augusto con relación a Eugenia, pero es verdad que sí la muestra digna y dominando la situación ante alguien que sabe poder hacerlo. No he llegado al final de la novela, pero lo que cuentas parece que se ensaña con el " infeliz" de Augusto, creo poder concluir que aquí Unamuno nos muestra el dicho de un profesor mío, que quizás ya lo haya repetido : " El enamorado no lo nota, pero poco a poco se vuelve idiota". El enamoramiento, que no el amor, ¿ nos vuelve idiotas? Un poco sí y de eso padecemos tanto hombres como mujeres.

Besos

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Me gusta mucho tu análisis del personaje de Eugenia. Yo no pienso que Unamuno cargue especialmente contra ella: lo hace con todos. Esta novela se escribe a partir de la caricatura de caracteres. Y Eugenia tampoco se escapa a esto.

Abejita de la Vega dijo...

Ya te dije, una lagartona que odia su trabajo y lo hace sin alma. Unamuno ve a la mujer muy válida dentro de casa, para que la gobierne y haga la vida más fácil al varón. Hijo de su tiempo. La tía otra lagartona aún mayor que se muere de gusto de ver Augustito tras Eugenita. Bendito Pichín.

Son caricaturas que esconden parte de verdad. Don Miguel sonríe burlonamente.
Cuando Eugenia se va con el impresentable Mauricio, después de sacarle los cuartos al panoli de Augusto, Unamuno tuerce hacia el camino filosófico ontológico, ya está bien de vulgaridades.

Tu análisis nos enriquece al personaje.

Besos.