martes, 1 de noviembre de 2016

Número 135. Mañanas de Niebla...

Se empeña don Miguel de Unamuno en que ponga yo un prólogo a este su libro en que relata la tan lamentable historia de mi buen amigo Augusto Pérez y su misteriosa muerte, y yo no puedo menos sino escribirlo, porque los deseos del señor Unamuno son para mí mandatos en la más genuina acepción de este vocablo. Sin haber llegado yo al extremo de escepticismo hamletiano de mi pobre amigo Pérez, que llegó hasta a dudar de su propia existencia, estoy por lo menos firmemente persuadido de que carezco de eso que los psicólogos llaman libre albedrío, aunque para mi consuelo creo también que tampoco goza don Miguel de él.
Así, a la chita callando, destripando algunos de los secretos de su relato, empieza Niebla, una de las más conocidas nivolas de Miguel de Unamuno, tan amigo de romper moldes, de salirse de lo habitual y lo marcado.

Aquí lo hace desde esa primera línea del Prólogo, en realidad un capítulo más de la ficción, en la que se nos presenta a los personajes, algunas conjeturas sobre lo que pasó y no se cuenta, o sobre lo que se cuenta y no pasó, puestas en negro sobre blanco por uno de los personajes secundarios, Víctor Goti, que bien pudiera haber sido el narrador, si no fuera porque Víctor y don Miguel tienen puntos de vista bien diferentes acerca de la realidad de lo ocurrido.

«Parecerá acaso extraño —prosigue Víctor Goti con su prólogo— que sea yo, un perfecto desconocido en la república de las letras españolas, quien prologue un libro de don Miguel...». ¿Quién es este perfecto desconocido que firma como Víctor Goti?, se pregunta el ingenuo lector que acaba de abrir por primera vez el libro. la novela. No le suena de entre la nómina de escritores del XX más celebrados, ni Google parece devolver otros documentos que no sean el del libro que tiene entre manos, entonces ¿desconocido era y desconocido siguió siendo?

A poco que el ingenuo lector siga leyendo, enseguida se dará cuenta de que ha caído en uno de los muchos trucos literarios de Unamuno, del autor material del texto que tiene ante sus ojos. Unamuno se inventa todo, no solo la trama, los personajes, el ambiente, e incluso el género, se inventa hasta el prologuista. Todo es pura fantasía, todo es invención, ¿todo? No, porque como se apunta en el primer párrafo ya hay un cierto determinismo y el autor material no es libre de hacer lo que quiera, ni con sus personajes, ni con su historia, ni con su devenir, ni consigo mismo una vez que los ha parido y puesto en este mundo, un mundo en el que la ficción y la realidad se mezclan continuamente, sin que apenas se divisen los contornos de unos y de otros.


Las torres del Bernabeu entre niebla


Cuando Augusto, el protagonista, se levanta ya no hay niebla, aunque llueve, así que empieza a deambular por la ciudad, sin rumbo, pensando en seguir a un perro, para terminar siguiendo a una señorita que, al contrario que él, ocioso caballero, madruga para dar clases y ganarse con ello el pan de cada día. 

Este motivo de seguir a perros y señores como arranque de una relación sería muy bien llevado al mundo de la animación en 101 dálmatas, pero no nos vayamos por las ramas, y quedémonos con Augusto, que tras conocer lo imprescindible, portera y propina mediante, sobre la muchacha a la que ha seguido vuelve a su casa, y en la intimidad de su habitación comienza a «hacerla» a «crearla» según sus deseos, en lo que constituye su pan de cada día de vida ociosa. 
«¡Mi Eugenia, sí, la mía —iba diciéndose—, esta que me estoy forjando a solas, y no la otra, no la de carne y hueso, no la que vi cruzar por la puerta de mi casa, aparición fortuita, no la de la portera! ¿Aparición fortuita?  ¿Y qué aparición no lo es? [...] ¡El pan nuestro de cada día dánosle hoy! Dame, Señor, las mil menudencias de cada día. Los hombres no sucumbimos a las grandes penas ni a las grandes alegrías, y es porque esas penas y esas alegrías vienen embozadas en una inmensa niebla. La vida es una nebulosa. Ahora surge de ella Eugenia. ¿Y quién es Eugenia? ¡Ah!, caigo en la cuenta de que hace tiempo la andaba buscando. [...] ¡Eugenia!, ¡Eugenia!, ¡Eugenia!»

Algunos años después, Antonio Machado expresaría sentimientos muy cercanos ante la separación de su amada Guiomar:
Todo amor es fantasía;
él inventa el año, el día,
la hora y su melodía;
inventa el amante y, más,
la amada. No prueba nada,
contra el amor, que la amada
no haya existido jamás.
Para el club de lectura La Acequia.

4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Muy buena forma de enfocar la lectura de Niebla: el autor juega con el lector desde el principio. Entre juegos, nos pone, de golpe, ante una de las cosas esenciales de nuestra propia vida. Menundo era Unamuno... ya verás cómo se entere de que has metido en un texto sobre él a los 101 dálmatas.

Ele Bergón dijo...

Parece ser que las personas no somos uno, sino tres, no sé si tendré algo que ver con la Santísima trinidad, me explico: Una persona es como la miran los otros, como se mira ella misma y como es en realidad. No recuerdo mucho la novela, pero según explicas muy bien, en este prólogo, Unamuno parece que nos va a llevar por esos caminos.

Estoy deseando empezarla, pero ya tengo muchos frentes abiertos.

Besos

La seña Carmen dijo...

Pues yo diría que en esta novela Unamuno nos presenta no personalidades tridimensionales sino poliédricas, al menos en los dos protagonistas. Van apareciendo las distintas facetas como en un cuadro impresionista, pero ni tan siquiera alejándonos, ni tan siquiera al final somos capaces de hacernos una idea de conjunto.

Abejita de la Vega dijo...

El prologuista Goti es genial. Comienza con una humildad sospechosa y termina yéndose de la lengua. Y Unamuno se queja en el posprólogo y amenaza. Mira que hago contigo como con el otro. Todo es irreal, un juego de espejos. Unamuno nos toma el pelo con su nivola.
Le encantaría lo que dices de los 101 dálmatad. Un abrazo, Carmen.