martes, 28 de junio de 2016

Número 125. El doncel de don Enrique el Doliente. De claro en claro

Por distintas razones, al ir avanzando en la lectura de esta novela he tenido la sensación de que Larra le estaba haciendo un homenaje a don Quijote y al mismo Cervantes, al parodiar, él también, los libros de aventuras y las hazañas de aquellos caballeros de otros tiempos, más aficionados a la caza que al ejercicio de las armas.

Castillo de Villena (Alicante)


En el texto encontramos dos guiños fraseológicos claramente cervantinos. Dos veces utiliza Larra la expresión De claro en claro, y una vez nos recuerda que La del alba sería

Así se expresa el pajecillo Jaime ante las extravagancias de Enrique de Villena:
—¿Y con quién puede hablar?
—¿Con quién ha de ser? Con el diablo que me lleve; ello 
es que habla, y que a él nadie le responde, y que se pasa las noches de claro en claro trabajando y afanado sobre esos cacharros que llama crisoles y rodeado de llamas, y que anda un olor tal, que Dios me perdone si se me pasa por la imaginaciónhacer conocimiento con el pomo de esencias de donde la saca...
Si a don Quijote se le secó el cerebro por andar «las noches de claro en claro, y los días de turbio en turbio» —logrado juego de palabras del manchego que ha ayudado a su fijación—, don Enrique lleva camino con sus extraños experimentos nocturnos de ir por el mismo camino. Ambos, don Quijote y Enrique de Villena se nos presentan como seres extravagantes.

La expresión De claro en claro, según Iribarren (1994: 44), estaba ya muy rodada en tiempos de Cervantes, este la modifica añadiéndole una segunda parte para producir un efecto humorístico, Larra la recupera en su forma original. Según Iribarren estaba ya en La Celestina con el sentido de 'atravesar algo de parte a parte', y fue comentada en su Fraseología por Cejador que encuentra su origen en el juego de la sortija, ese juego en el que los caballeros en el palenque trataban de ensartar un aro (sortija) en sus lanzas, yendo hacia los aros al galope. Como vemos, entre caballeros anda y queda el juego.

Enrique de Villena, al igual que don Quijote, se pasaba la noche entera, de claro en claro, de extremo a extremo, metido en su estudio con no poco espanto de los que le rodean. La pobre Elvira también pasa no solo las noches sino también los días pensando en su situación.
Ora pensando en su esposo, ora en su crítica situación, ora en un amor desdichado que en vano había pretendido lanzar de su pecho por todos los medios posibles, pasábase la desgraciada Elvira los días y las noches de claro en claro, sin dar reposo a la lucha de encontrados sentimientos que tenían dividida su deplorable existencia.
Por largas que se hagan las noches, siempre amanece un nuevo día, y así, por famosos y arriesgados que sean los caballeros protagonistas de las aventuras, la realidad de la carne humana se impone: 
La hora del alba sería cuando el famoso caballero don Enrique de Villena, cansado de esperar inútilmente a su juglar, a quien había comprometido, como sabe el lector, en el misterioso y nocturno acontecimiento de la víspera, vacilando entre mil ideas confusas, había entregado al descanso sus miembros fatigados. 
No solo son las fórmulas fijas las que constantemente nos recuerdan a la obra cervantina. Ya hemos hablado de la importancia de romances en esta obra, que a manera de glosa o anticipo se anteponen a cada capítulo. Son múltiples los trabajos que se han realizado sobre el fondo musical del Quijote con los numerosos romances de que se sirven los personajes. Desde ese introductorio «mis arreos son las armas», aparecen también referencias a los distintos romances que cantan las hazañas de los héroes legendarios: el conde Claros, Gaiferos, el rey Rodrigo, el marqués de Mantua... coincidencias entre personajes, pero no en sus palabras, salvo quizá estas de Valdovinos: 
pensando que por mi muerte / con ella había de casare.
Y si la música está presente en la obra cervantina, en la novela de Larra es no solo la suave banda sonora de la película, esa música de laúd que suena débil y lejana, sino también los efectos especiales de la abigarrada ceremonia de armar caballero, en la que los distintos sonidos e instrumentos se van superponiendo:
Era gran gusto oír la desacorde confusión que producían, tocadas a un tiempo, la cítola sonora, la guitarra morisca, de las voces aguda e de los puntos arisca, el corpudo laúd, el rabé gritador, el orabín, el salterio, la adedura albardana, la dulcema e axabeba y el hinchado albogón, la cinfonia, el odrecillo francés y la reciancha mandurria, cuyos ecos distintos se unían al sonsonete de las sonajas de azófar y al estruendo de los atambores y atambales, de las trompas y añafiles; instrumentos todos con que se verían tan apurados nuestros músicos del día para organizar una sola tocata medianamente agradable, si se los trocaran de pronto con los que la civilización música les ha perfeccionado, como se verán nuestros lectores para formar una exacta idea de su figura y armónica melodía sin más datos que esta breve enumeración, por más fidedigna que la constituya la autoridad del trovador arcipreste a quien la robamos.
¿Estaba sugiriendo Larra en esta su última declaración que se servía de textos ajenos? ¿Practicaba con desenvoltura la llamada hoy intertextualidad? En fin, no cojamos el rábano por las hojas y tomémoslo como licencia poética.


Fachada lateral y balcón de la casa de Cervantes en Esquivias

Y aquí, amigos seguidores del blog, dejamos a Larra y su doncel, y también las lecturas compartidas del club de lectura La Acequia, sabiamente comandado por el profesor Ojeda, en el que es un placer colaborar.

Bibliografía

  • Iribarren, José María (1994): El porqué de los dichos. Pamplona: Gobierno de Navarra. 6.ª ed. 

5 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

¡Que buena perspectiva! Cervantes, desde mediados del siglo XVIII era leído en España -¡por fin!- de otra manera. Y aunque el modelo de estas novelas siempre era Scott, la prosa cervantina ya había creado escuela. Que Larra -que se había formado literariamente en Francia y tuvo que leer a los clásicos españoles en poco tiempo y de forma un tanto desordenada y autodidacta- tuviera como modelo a Cervantes me gusta. Me interesa mucho esta lectura tuya, mucho. Gracias por ella y por todo el esfuerzo llevado a cabo durante el curso. A descansar ahora en verano.

Abejita de la Vega dijo...

Toda la novela contiene guiños cervantinos, en una página sí y en otra también. Y a Elvira la pone a leer el Amadís porque no puede ponerla a leer el Quijote. Sonreímos placenteramente los lectores empedernidos del Quijote. Larra se vacuna, tal vez desea evitar que le llamen afrancesado, como a su padre.

Y tienes más razón que un santo, obviamos que en la Edad Media no se casaban por amor, mucho después tampoco. Pero una cosa es la vida y otra la literatura. En cuanto a ganarse a las lectoras, tal vez...Muchísimo después, don Pío Baroja diría a un bisoño Delibes: Ah bueno, si ahora leen ésas...

Un abrazo, Carmen, y buen verano.

La seña Carmen dijo...

Sí, las lecturas también tienen mucho de quijotescas y más y más. Para mí que Larra tenía la lectura del Quijote muy reciente, aunque por fuerza en Larra todo tiene que serlo.

Creo que ya comentamos el año pasado, hablando de Núñez de Arce, un dato que a mí me gusta recordar. Al finales del siglo XIX la mitad de la población masculina era analfabeta y el 80 por ciento de la población femenina. Prácticamente ninguna mujer del ámbito rural sabía leer, las que iban algún día a la escuela era la excepción. Pero ¡ojo!, el que no se supiera leer no quiere decir que no se leyera. Yo creo que la lectura en voz alta para la audiencia se seguía produciendo y mucho, y que las veladas se pasaban no solo contando cuentos de memoria, sino que el letrado de la comunidad podía leer en ciertas ocasiones textos para toda la comunidad. Es un tema poco estudiado, o por lo menos yo no he encontrado estudios, pero estoy segura de que se leía mucho y no todo lo que circulaba en las clases populares era literatura oral.

Don Pío muy suyo, sí.

Gelu dijo...

Buenas noches, María del Carmen Ugarte:

Recordemos que 'El doncel de don Enrique el Doliente' fue publicado en 1834.
Larra, en un artículo en 'Revista Española', el 26 de diciembre de 1832, sobre ‘Don Quijote en Sierra Morena’, de Ventura de la Vega, decía:
“Imposible nos parecía que se pudiese sacar partido para la escena de la novela de Cervantes; el interés de la curiosidad, primer garante del éxito de un drama, que no podía existir en un asunto que todos conocemos desde que aprendimos a leer”
y luego
[...]”cada cual tiene en su imaginación un tipo particular de don Quijote y Sancho, una idea fantástica, un bello ideal en el género, a que la realidad jamás podrá llegar.”
Dejo el enlace del audio:
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/don-quijote-de-la-mancha-en-sierra-morena--1/audio/

Un abrazo.

La seña Carmen dijo...

No conocía ese texto de Larra y vamos sumando.

¡Gracias mil por compartirlo!