lunes, 26 de abril de 2010

Número 10. El que quiera azul celeste, que le cueste

Refrán relativamente reciente, pero que goza de gran popularidad, aparece recogido por Sbarbi en su libro póstumo Gran diccionario de refranes de la lengua española (1922). La Academia lo incluye en el Diccionario de 1925:
Frase figurada con que se da a entender que quien quiera obtener lo que desea, no debe quejarse si por ello se le originan gastos y molestias (DRAE, 1925)
Campos y Barella (2007 [1996]: 299), antes que el significado que le atribuye la Academia, recogen también otro significado complementario y si se quiere más general:
Da a entender que el que quiera darse un gusto debe hacer el sacrificio correspondiente.
Sin embargo, aunque hasta el siglo XX no entra a formar parte de los refraneros, estaba ya en circulación en la primera mitad del siglo XIX como muestra el siguiente fragmento correspondicente a la obra costumbrista Diario razonado de los acontecimientos que tuvieron lugar en Barcelona desde el 13 de noviembre al 14 de diciembre de 1842, obra de Antonio Van-Halen publicada en 1843 (Google Books). En cierto pasaje se habla de los comentarios entre amistades y conocidos que se desencadenan ante la próxima boda de una señorita bien con un muchacho de poca fortuna:
Clarita, que ocho días antes de que se formalizara el consorcio, se avenía sumisa al sueldo humilde, al pan y cebolla, ofrecía ya en la víspera indicios claros de no conformarse en lo sucesivo con la modesta fortuna del buen Tadeo.
El coro de antigüedades femeniles apoyaba esto maravillosamente.
—Señora: he tomado una mujer muy segura, que hará de todo.
—Y mi hija ¿tendrá que ir al brasero? Allá se lo haya Vd. con las flucsiones.
—Señora —replica Tadeo sonrojoado— Vd. ve la cortedad de mi sueldo...
Y mientras en un rincón oía de otro grupo salir los refranes: «El que quiera azul celeste, que le cueste». «Antes que te cases, mira lo que haces».
En suma, en un abrir y cerrar de ojos a Clarita todo le dañaba, el brasero hostilizaba sus muelas; la escoba, su cintura; la aguja [...]
 No hay razones para pensar que la elección del color celeste como arquetípico de algo costoso esté relacionado con la dificultad que tenían los pintores para obtener este color antiguamente. Más parece que este relacionado con el prestigio que ha tenido este color siempre hasta al punto de asociarlo a artículos de lujo como los mantos de las Vírgenes y  las bandas de ciertas condecoraciones y estamentos, amén del sabido sonsonete.
Para algunos, decir azul celeste, es redundancia pues azul es el cielo por antonomasia, antonomasia que algunos creen ver en la propia etimología de la palabra azul. Aunque hoy casi con unanimidad se hace derivar la palabra últimamente del sánscrito a través del persa y árabe (ver DRAE), Covarrubias (1993: 176) escribía en el siglo XVII:
Es el color que llamamos del cielo; esta es una clara y otra oscura, y la que media entre estos dos extremos. El nombre es arábigo, y según Urrea turquesco. Algunos creen ser latino, del nombre caeruleus, abreviado lazul, y una piedra que los griegos llaman κυκνεος, latine cyanus, cyaneus et caeruleos, los bárbaros la llaman lapis lazuli, tiene la dicha de color de cielo, y aun de cielo estrellado, porque está sembrada  de unos punticos de oro a manera de estrellas;  vide Dioscórides, lib. 5, cap. 65, et ibi Lagunam. El padre Guadix dize que azul, en arábigo, vale caeruleus, y con el artículo dezimos a-zul: el francés azur.


Bibliografía:

Campos, Juana G. y Ana Barella (2007 [1996]): Diccionario de refranes. Madrid: Espasa Calpe, 3.ª ed., 7.ª reimp.
Covarrubias, Sebastián (1993 [1611]): Tesoro de la lengua castellana. Ed. de Martín de Riquer. Barcelona: Editorial Alta Fulla, 3.ª ed.
Google Books. [En línea]: http://books.google.es/, [consulta: 25-04-2010]

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