lunes, 20 de marzo de 2023

Núm. 283. El Solitario: Nacimiento

La aparente simplicidad, el juego infantil que parece El Solitario de Concha Méndez, no deja de ser una falsa impresión que se va deshaciendo a medida que leemos y releemos la obra.

Quedémonos en el primer acto, un primer acto que Méndez escribió llevando en sus brazos a su hija de dos años, Isabel Paloma, entre Madrid y Bruselas, al comienzo de su exilio en 1937.

El que la autora tenía planeada toda la obra parece un hecho ya incontestable, pero su aparición en diferentes periodos de tiempo y etapas de su vida, puede llevarnos a pensar que mucho debieron influir los acontecimientos futuros en su desarrollo.

Lo primero que llama la atención es la nómina de personajes de este primer acto: la Araña, el Cuco, la Campana, la Cigüeña, las doce Horas, el Tiempo...

 

Torre de iglesia con campanas, veleta y nido de cigüeña

Todos ellos se mueven alrededor de la torre -la autora cuida en extremo los detalles del decorado y las acotaciones -donde la Campana, la gran señora, espera anhelante la llegada de un hijo varón. Hasta ahora solo ha tenido hembras, las Horas, aunque alguna de ellas está dispuesta a ir a la guerra, si fuera preciso:

que a falta de hijo varón,
yo supe tomar las armas.
No olvidemos aquella España del 37 con demasiadas doncellas guerreras dispuestas a combatir y defender aquello en lo que creían.

Con un lenguaje sencillo, simbólico, en este primer acto abundan las referencias al folklore infantil, cuando no piezas directas de ese folklore, como esa nana que le canta la Hora 4 a todos los niños del mundo:

Nana, nanita, nana,
nanita, nana,
duérmete, palomita
de la mañana.

No se duermen los niños con las palabras, se duermen con el ritmo constante, como bien saben las madres, las amas de cría y hasta esas Horas hermanas, que una tras otra, sin llegar a coincidir, jamás rompen el ritmo.  ¿Jamaś? De pronto se produce el ansiado milagro, la Cigueña llega con el Niño, y tras depositarlo entre unas pajas, todas sus hermanas, las Horas, salen a recibirlo para entonar una de esas canciones seriadas que tanto gustan a grandes y chicos.

A la una, la mula, a las dos, la coz, a las tres, tresqués...

No, detente, devolvamos la voz a la autora, a las Horas, y al Cuco, que les va dando respuesta una a una: 

Reloj de sol

¡Soy la una!
¡Viva la luna!
¡Soy las dos!
¡Que viva el sol!
¡Soy las tres!
¡Que viva el clavel!
¡Soy las cuatro!
¡Que viva el teatro!
¡Soy las cinco!
¡Viva el jacinto!
¡Soy las seis!
¡Viva la mies!
¡Soy las siete!
¡Viva el más fuerte!
¡Soy las ocho!
¡Vivan los novios!
¡Soy las nueve!
¡Viva el que sueñe!
¡Soy las diez!
¡Viva el ayer!
¡Soy las once!
¡Viva el que llore!
¡Soy las doce!
¡Viva el que goce!

Sencillamente delicioso este volver a la infancia con Concha Méndez.

 

Colaboración para el club de lectura La Acequia.

3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Concha Méndez trató todo el simbolismo que contiene esta obra con un lirismo casi infantil. De ahí la belleza terrible que traspasa al lector.
Gracias por esta contribución, Carmen.

Frases Bonitas dijo...

Me gusta tu entrada. Me quedo por aquí. Saludos

Abejita de la Vega dijo...

Ya había escrito obras para niños, estaba muy acostumbrada y dominaba la lírica infantil. Como una obra de parvulario pero le da la vuelta y lo adapta a lo que ella quiere. Son rimas que nos suenan muy familiares y que los niños aceptan sin buscar explicaciones, luego nos hacemos adultos y perdemos esa cualidad.

Un placer, leer tu entrada, Carmen.