jueves, 22 de junio de 2017

Número 162. Mota del Marqués

Os ahorraré contar cómo y por qué estaba desayunando tostadas con tomate, aceite y jamón en un mesón al pie de la A-6 en Mota del Marqués al filo de las ocho de la mañana de un caluroso día de junio. Desayuno excelente para comenzar el día, y como me sobraba tiempo, bastante tiempo, decidí visitar el pueblo sin prisas, a esas horas en las que solo los madrugadores andaban, andábamos por la calle.


la silueta de la iglesia detrás de un frondoso, verde y amplio jardín



Mota del Marqués es, o fue, pueblo importante, se ve de lejos por la imponente figura de su iglesia, un caserío nada despreciable en torno a ella y las ruinas de un castillo en lo alto, en la mota que le da nombre.

Al pie de la carretera, gasolinera, dos o tres establecimientos hoteleros, taller mecánico y hasta un club de alterne; un poco más adentro cuartel de la Guardia Civil, que se distingue por la bandera y cierto aire característico. 


crucero y su sombra reflejada en la pared de la ermita.
Entrando hacia la población, lo primero que ve el viajero, en este caso la viajera, es una pequeña ermita cuadrada con un crucero, o primero ve el crucero y luego la ermita, y casi enfrente una soberbia tapia de piedra que protege una finca reseñable. Según por dónde haya entrado el viajero, y atendiendo a los indicadores, sabrá que se trata del palacio del marqués de Ulloa, o tenga que imaginarse estar ante algo importante; en mi caso, de que estaba ante la tapia de un palacio me enteré algo después, pues a primera vista no vi indicador alguno. 

Aparco en una sombra un poco más adelante y vuelvo sobre mis pasos para recorrer esa parte del pueblo que termina en una iglesia de tamaño regular que se ve al otro lado de la antigua carretera nacional, hoy vía de servicio. Dentro de la población la imponente torre cuadrangular de la iglesia vigila mis pasos mientras el sol, que ya está bastante alto, la escala por su espalda sin ningún signo de fatiga. 

Me detengo en el cauce del Bajoz, arroyo lleno de juncos, espadañas, maleza y poca agua; a mi espalda, y dentro de lo que es el complejo principal del palacio se deja ver una construcción molinar: el marqués contaba sin duda con su propio molino de una rueda, como nos indica el arco por encima del cauce. En el río maleza y poca agua, ya lo hemos dicho, pero la antigua construcción molinar se conserva impecable. De nuevo sigo el curso y allá en lontananza se distingue la silueta del puticlub, un poco como en los viejos tiempos: los molinos de las afuera que tanto daban que hablar, aunque este estuviera de lo más céntrico. 



La ermita y el crucero, muy bien conservado, cobijan un parquecillo con algunos bancos y arbolillos recién plantados. Al asomarnos a la puerta acristalada de la ermita cuadrada descubrimos una sala, no muy grande pero dando la sensación de amplitud, ya que no cobija ningún mueble, solo un Cristo colgado de la pared y unos faroles puestos de pie, que parecen haber sido usados no hace demasiado tiempo. Nos hallamos ante la ermita del Cristo, que sin duda cumple su función religiosa a la par que de recreo. 

Al fondo de la carretera está la otra ermita, mucho más robusta, y hacia ella me encamino. Me cruzo con algunos madrugadores, alguno en bicicleta, otro paseando al perro, todos saludan con un «buenos días», es gente educada, que no parecen extrañarse de mi presencia. Al acercarme a la ermita veo que la puerta del cementerio adosado a ella está abierta y no me resisto a visitarlo.

Los cementerios guardan una importante información acerca de la historia y del vivir día a día de las gentes. Si no fuera por cierta aprensión a visitarlos y por ese tufillo de ser amantes de lo fúnebre que representa sus visita, el paseo entre las tumbas nos diría mucho. 


Precisamente tengo entre mis manos el libro de poemas Sin ir más lejos de Fermín Herrero, y tengo reciente una lectura en la que el poeta rememora una visita con su madre al cementerio para rendir homenaje a los familiares difuntos: las flores de plástico, esas flores que siempre están presentes en los cementerios aparecen en el libro, pero sobre todo están exageradamente presentes en las sepulturas de Mota del Marqués. 
Han sujetado
con alambres las flores de plástico, a las cruces,
a algunas cruces. Faltan letras de los nombres,
las que tienen.
Según la Wikipedia, Mota cuenta en la actualidad únicamente con 375 habitantes, pero a juzgar por el amplio y bien conservado cementerio deben ser muchos los motanos que eligen el pueblo como morada definitiva. Un apellido me llama la atención, Ladrón de Cegama, y ello por el refrán que me recordaba la informante María Gil: No hay Ponce que no sea de León, ni Guevara que no sea Ladrón; ¿pasará, acaso, lo mismo con los Cegama? No había oído nunca el apellido, pero Google me dice que no son tan infrecuentes. 

Vuelvo sobre mis pasos, y en la carretera que conduce al pueblo un hombre provisto de una pala está quitando pegotes de cemento, que se han resuelto en un polvo gris mezclado con arena. Saludarle y entablar conversación con él es todo uno. Me habla del uso actual del palacio, que lo tiene una congregación religiosa femenina como casa de espiritualidad, me dice que los cipreses que asoman por encima de la tapia albergan el cementerio particular de las monjas, que antes en todo lo que era la huerta sembraban alfalfa, pero que ahora son todo jardines, y que no está abierto al público ni hacen jornadas de puertas abiertas, pero mejor que esté en uso, porque de lo contrario sería una ruina.
Fachada y galería del palacio de Ulloa


Lo que es pena —prosigue el hombre— es el estado del castillo, orgullo del pueblo. Que se encuentra en ese estado porque un general francés durante la guerra de la Independencia mandó bombardearlo por mero capricho. Que luego más tarde sus piedras se aprovecharon en distintos usos quedando bastante expoliado. Hoy el castillo es un bóveda sostenida casi en el aire, y apuntalada, según me informa. 


ruinas de la iglesia y del castillo vistas desde el camino que conduce a ellas


A los pies del castillo está la iglesia de arriba, así la llama el informante sin adjudicarla una advocación especial, pero me cuenta que esa iglesia, que contaba con su cementerio a un costado, pertenecía a la diócesis de Palencia, mientras que la de abajo, la soberbia iglesia de San Martín, pertenecía a la diócesis de Valladolid. O sea, el pueblo dividido en dos eclesiásticamente según uno hubiera sido bautizado en un templo u otro.

Me cuenta que la ermita que tenemos a nuestras espaldas es una fundación teutona, y cobija a la patrona del pueblo, Nuestra Señora de los Castellanos, y que la fiesta es a primeros de septiembre. Ante tan curiosa advocación le pregunto si en el pueblo hay niñas que lleven el nombre de Castellanos, y me contesta que no, que parece más bien nombre masculino. Vuelve el hombre sobre los caballeros teutones y me informa de que no hace mucho uno de ellos cantó misa y lo hizo allí.  


ermita de Nuestra Señora de los Castellanos


Si mi informante está dejando limpia la carretera es porque dentro de pocas horas se llegará hasta allí la procesión del Corpus; hace un sol casi de justicia a esas horas de la mañana y me imagino la procesión derritiéndose camino de la ermita. Le pregunto si esa carretera no tuvo alguna vez el alivio de unos árboles, pero me contesta que en otro tiempo había negrillos pero se los llevó la grafiosis y que hoy apenas sobreviven, aunque parece que están saliendo algún chopo que ese sí es más resistente.

Dejo al hombre con su tarea, antes de alejarme le doy las gracias por la información y me dice que está todo en Internet. Bueno, replico, pero siempre es mejor que se lo cuenten en persona. Me encamino hacia un palomar en ruinas que veo a mi izquierda, puede que también perteneciera al palacio, y en él todavía pueden apreciarse las huellas de los nichos o acostaderos. Gran riqueza en otro tiempo la de estos palomares, recordemos Huerta con palomar, paraíso terrenal. 


imágenes superpuestas del palomar y los acostaderos


En el centro, el pueblo parece desperezarse poco a poco. Me saluda la imponente torre de San Martín, pero veo enseguida que está agrietada, vallada y hay carteles que anuncian proyectos para su reparación, pero todo parece parado, demasiado parado.


Me animo a subir calle arriba hasta la otra iglesia, la que está en las faldas del castillo. Según subo descubro nombres curiosos en las calles, nombres que también enseñan, puertas cerradas, talanqueras echadas, pequeñas construcciones que probablemente cobijaron animales en otro tiempo han sido hoy remozadas y muy probablemente sirvan de peñas o merenderos. 

Calle del Correo Viejo, ¿a qué se referirá? No parece esa calle en ladera muy apropiada para que pararan allí correos. Más tarde descubriremos una calle del Arzobejo, que sin duda nos habla de actividades mercantiles, como en Segovia, llamada así por los locales a la plaza del Azoguejo, al pie del acueducto, lugar de gran movimiento comercial.

Las ruinas de la iglesia de arriba imponen, si estuviéramos al caer la tarde nos sobrecogeríamos por leyendas becquerianas que vendrían a nuestra mente. Seguro que allí andan a sus anchas los espíritus por la noche, una gran grieta separa el paño del sur del de la noble espadaña que mira al oeste. Ambos paños se mantienen milagrosamente en pie. 
ruinas de la iglesia de arriba: espadaña de y parte del muro sur, una gran grieta los separa
Emprendo el descenso y tras visitar la trasera del ayuntamiento, en cuyo bajo debió estar en otro tiempo el hospital —nos encontramos en la calle del Hospital— y hoy cobija el albergue de peregrinos, ya que Mota se encuentra en el camino de Santiago del Sureste; se oye un cierto rumor dentro.

Recorro la calle principal en toda su longitud, la gente acude a por el pan, y quizá a por el periódico, a una tienda que hay hacia la mitad, algunos llegan en coche, pero sobre todo se ve de vez en cuando la figura de una mujer que pausadamente sube la cuestecilla hasta la tienda. Hay casas de noble factura, con algún escudo, pero sobre todo con grandes puertas carreteras adosadas a la vivienda. Es muy probable que en otro tiempo esas puertas y esos sobrados por encima de ellas almacenaran buenas fanegas de trigo y cebada. Mota debió ser pueblo próspero en aquel tiempo en que los cereales lo eran todo en la España del interior. 



puertas carreteras con puertecillas de pajar por encima de ellas


Al fondo de la calle, donde se une a lo que sería la antigua carretera antes incluso de que lo que hoy es vía de servicio circunvalara el pueblo, hay un pilón, al acercarme veo que está seco, pero en su lado, observo una curiosa palanca que sin duda servía para regular el agua y que fuera a los grifos para consumo humano o para dar de beber a los animales. Probablemente fuera escasa el agua en aquel secarral y habría que administrarla. Visto desde esa perspectiva parece como si todas las calles terminaran en el pilón. Probablemente fuera así, y antes de recogerse en casa era preciso aliviar la sed del ganado. 


El pétreo remate con rótulo de la entrada a un huerto me llama la atención, y sigo por esa calle, antigua carretera, y hoy dedicada a la Virgen, Nuestra Señora de los Castellanos. Más casas, si no señoriales sí nobles y amplias, y así, callejeando llego de nuevo a la plaza, donde además del edificio del ayuntamiento, un edificio que alberga distintos usos, hay un par de entidades bancarias, un bar, una tienda, un pub, un edificio de usos múltiples: usos privados y públicos se combinan. 

Abandono Mota del Marqués, he estado casi dos horas callejeando, empapándome de su cotidianeidad un domingo por la mañana: ha madrugado la gente a darse el paseo, a limpiar la calle, a ir a por el pan, a comprar algún olvido en la tienda abierta... Luego irán hasta la ermita de la Virgen en procesión y allí la misa, mientras la mole de San Martín espera pacientemente su urgente reparación. Delante del palacio del marqués, hoy casa de espiritualidad, un jardín cuidado donde puede leerse un cartel informativo en tres idiomas: castellano, inglés y braille. Buen detalle de la Diputación de Vallladolid que ha previsto que los ciegos puedan pasar sus dedos por estas páginas entreabiertas a la historia. 


aldabas, cuartillos y cerraduras


3 comentarios:

Mery dijo...

¡Qué paseo tan estupendo me he dado gracias a tu relato por ese pueblo que no conocía! Más estupendo aún porque fuera el termómetro se está poniendo histérico perdido y yo estoy cómodamente sentada y ahora la fresca.
Espero que sigas viajando.

Abejita de la Vega dijo...

Olvidamos el plástico chino funerario y nos quedamos con las venerables piedras y el apacible paisaje. Canta el agua del molino y las palomas se alborotan. Paseas con un libro. Paseo contigo.

El poeta Fermín Herrero y su madre tejen un poema que huele a tierra removida y suena a hierro oxidado.

Besos, Carmen.






Myriam dijo...

¡Interesante reportaje!